La brisa marina agitaba las velas del navío. El crujir de la madera y el suave vaivén de las olas creaban una atmósfera engañosamente tranquila, contrastando con la escena que se desarrollaba sobre la cubierta. Declan, con su mirada penetrante y una sonrisa irónica en los labios, arqueó una ceja mientras observaba a Harrington. —Entonces la bruja no es tuya —afirmó más que preguntó, con su voz llena de un dejo de diversión y desafío. Harrington, sin dejarse intimidar, comenzó a caminar con paso firme hacia el capitán. Sus ojos recorrieron metódicamente la cubierta, evaluando a cada uno de los marineros que él sabía que eran licántropos, y luego se detuvo brevemente en Declan. En ese instante, la tensión en el ambiente era tan pensada, que resultaba sofocante mientras todos los presentes,