A la mañana siguiente
El amanecer se filtró a través de la ventana del camarote, dibujando patrones dorados sobre las paredes de madera. Nora abrió los ojos de golpe, con su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Por un instante, la desorientación se apoderó de ella, como si estuviera atrapada en ese limbo entre el sueño y la vigilia. Sus ojos recorrieron el espacio a su alrededor, reconociendo poco a poco los contornos familiares del camarote del capitán.
La inmensidad del océano se extendía más allá de la ventana, como un lienzo de azul infinito que en cualquier otra circunstancia habría sido motivo de asombro. Sin embargo, cuando la realidad de su situación la golpeó con toda su fuerza, Nora sintió cómo su estómago se retorcía de temor. No era un sueño; seguía atrapada en este viaje
