Nora, con el corazón latiendo aceleradamente, se removió inquieta en el diván. La madera crujió bajo su peso, con un sonido que pareció resonar en la quietud de la noche. Tras unos momentos de debate interno, la joven decidió romper ese silencio opresivo luego de que el pelinegro dejara aquella pregunta en el aire, acerca de que ella podría hacerle algo. —No te haré nada —respondió la castaña —, si tú no me haces nada. Así de sencillo —declaró Nora con voz firme, aunque un ligero temblor en sus palabras traicionaba su nerviosismo. Era una jugada arriesgada, lo sabía. En ese barco, rodeada de criaturas que hasta hace poco creía que solo existían en cuentos y leyendas, Nora se sentía como una oveja en medio de una manada de lobos. La ironía de la situación no se le escapaba. Su condición d