En la cubierta superior del barco, el hombre de cabello color azabache, cuyo nombre era Declan, alcanzó a escuchar el grito de la mujer, pero decidió ignorarlo. Sus hermanos, Aidan, el pelirrojo, y Finn, el rubio conocido entre todos como Lugh, se acercaron a él con expresiones que denotaban una mezcla de rabia y confusión. Aunque físicamente distintos, los tres eran trillizos de 27 años, provenientes de la manada de los lobos O'Brien, conocida entre los humanos como "clan O’Brien". A pesar de haber nacido del mismo parto, sus diferencias físicas eran notables, un caso poco común pero posible en trillizos fraternos.
—¿Por qué encerraste a la bruja? —preguntó Aidan, con un dejo de indignación en su voz—. Yo la vi primero, como ya dije. Tengo todo el derecho de reclamarla.
Declan puso los ojos en blanco y respondió con tono autoritario:
—Controla tus impulsos y tu pene, Aidan. Entremos, tenemos que hablar.
Luego de escuchar esas palabras de su hermano, Aidan se acomodó el pantalón de cuero y siguió al pelinegro hasta la cabina del capitán. Una vez allí, Declan, quien era el capitán del barco debido a su vasto conocimiento de los mares, tomó asiento detrás del escritorio. Sus hermanos se acomodaron frente a él, con las piernas abiertas y rostros visiblemente contrariados, esperando una explicación.
—¿Y bien? ¿Qué sucede? —inquirió Aidan, cruzándose de brazos. Mientras tanto, Lugh sacó su navaja y comenzó a limpiarse las uñas con aire distraído.
Declan tomó aire antes de comenzar:
—La aparición de esa mujer no tiene sentido alguno. Emergió de un cofre, pero no hay ni un solo navío a la vista. Mientras ustedes estaban embelesados mirándole las piernas y el escote, yo escudriñaba el horizonte con el catalejo en busca de algún barco enemigo o amigo. Podría tratarse de una trampa, pero no vi nada. Es como si ella hubiera surgido de la nada.
Colocó el catalejo dorado sobre la mesa, un instrumento pequeño y elegante que cabía perfectamente en el bolsillo de su abrigo.
—Sus ropas eran extrañas, al igual que su calzado —prosiguió Declan —. Además, ese artefacto que llevaba en la mano, brillante e inusual...
—Creo que era su grimorio de conjuros —interrumpió el rubio con seguridad, cuando realmente a lo que se estaban refiriendo era al teléfono móvil de Nora.
—No podemos tomarla a la ligera —continuó Declan, acariciándose la barba pensativamente—. Un lobo jamás podrá contra el poder de una bruja. El hecho de que esté prácticamente desnuda la hace aún más peligrosa.
Aidan soltó una carcajada.
—No caeremos en sus hechizos, hermano. Te preocupas demasiado.
—No deberíamos dejarla en la bodega —intervino Lugh —. ¿Y si embruja nuestra carga? Por cierto, su aroma era peculiar. Olía a una fragancia ¿dulce? Su cabello... y bajo sus axilas también, era como un olor floral.
—¿El cabello le olía a dulce? ¿y las axilas a flores? —cuestionó Aidan, intrigado.
—Sí, pude percibir tres aromas distintos en diferentes partes de su cuerpo, mezclados con su esencia natural de humana, la piel le olía a dulce también, algo parecido a la canela —explicó el rubio pelilargo.
Declan frunció el ceño alegando:
—Si tiene tres aromas diferentes, deben ser tres distintos tipos de brujería desconocidas ¡Esten alertas!
Lo que los hermanos desconocían era que Nora simplemente llevaba el aroma de su aerosol corporal, su desodorante y su champú, productos comunes en el mundo moderno del que provenía.
—No la olfateen demasiado —advirtió Declan—. Podríamos terminar ciegos o sin nariz con sus hechizos aromáticos, he visto casos. Cuando se acerquen a ella, cúbranse la nariz. Debemos mantenernos alerta mientras no la conozcamos.
Cuando Declan dijo eso, Lugh, el rubio que la olfateó, abrió sus ojos llevándose una mano a su nariz, tragando saliva.
—Que me protejan los dioses antiguos y el Dios cristiano… —susurró el joven persignándose, y luego sacó un collar que tenía bajo su ropa para besarlo.
—De acuerdo —dijo Aidan ignorando a su hermano, poniéndose de pie y estirando su cuerpo musculoso —. En fin, la sacaré de la bodega y la llevaré a mi camarote.
Declan lo miró con severidad.
—Estamos en mi barco. Yo soy quien conoce estos mares, quien los ha guiado y traído de vuelta. Mientras estén en mis dominios, yo establezco las reglas. La bruja se quedará conmigo. Soy el mas sensato y que no me dejo llevar por… piernas y tetas —dijo, alternando su mirada entre Aidan y Lugh.
El pelirrojo y el rubio fruncieron el ceño, visiblemente molestos.
—Bien, haz lo que quieras —espetó Aidan—, pero cuando lleguemos a tierra, la bruja pertenecerá a la manada y nuestro padre será quien tome las decisiones.
—Lo más sensato sería que la mujer se quede aquí, en este camarote —sugirió Lugh, percibiendo las intenciones de su hermano—. No me parece justo que deba quedarse en tu camarote, Declan. Tampoco puede permanecer en la bodega, donde podría lanzarnos un hechizo o incluso envenenar nuestras provisiones.
Declan observó a su hermano, con sus ojos azules fijos en los avellanados del rubio. Tras un momento de reflexión, asintió.
—Acepto la propuesta. Se quedará aquí. Al amanecer llegaremos a la costa. Mientras tanto, le proporcionaré ropa adecuada. Su actual estado podría ser un problema para el resto de los lobos de la tripulación.
Con esta decisión tomada, Declan se levantó de su asiento, dispuesto a dirigirse al lugar donde se encontraba Nora, consciente de que los desafíos que enfrentarían con esta misteriosa mujer apenas comenzaban a conocer y que no tenía idea de lo sumergida que ella estaría en la vida de los tres…