05. La bruja en la bodega

1411 Words
El capitán Declan exhaló profundamente, y por un instante su mirada se perdió en un punto distante antes de pronunciar con voz firme: —Bien —dijo, pasándose una mano por su cabello color azabache —. Me encargaré de escoltar a nuestra inesperada invitada bruja hasta este camarote. Aidan, el pelirrojo, se pasó la mano por la barba incipiente mientras reflexionaba sobre la situación. Con un dejo de preocupación en su voz, comentó: —Yo me ocuparé de conseguirle vestimenta adecuada. Es necesario cubrir sus... tetas y piernas de manera adecuada —hizo una pausa, considerando las opciones disponibles en un barco carente de presencia femenina—. Tendré que improvisar con lo que tengamos a bordo. Lugh, ansioso por ser útil, intervino con entusiasmo: —¿Y yo? ¿Qué puedo hacer para ayudar? Antes de que pudiera continuar, Declan lo interrumpió con autoridad: —Tu misión será crucial, Lugh. Deberás advertir al resto de la tripulación sobre los peligros potenciales de interactuar con la bruja —el capitán hizo una pausa dramática antes de continuar—. Enfatiza que eviten mirarla demasiado, olerla. Aún desconocemos el alcance de sus poderes y cómo podría reaccionar si se siente amenazada. El hermano del capitán asintió con gravedad, comprendiendo la importancia de la tarea. —Tienes razón —respondió Lugh —Me encargaré de transmitir el mensaje al resto de la tripulación. Con las responsabilidades asignadas, los tres hombres lobo se dispersaron para cumplir con sus respectivas misiones, cada uno consciente del peso de sus acciones en la inusual situación que enfrentaban. Mientras tanto, en las profundidades de la bodega, Nora permanecía acurrucada encima de una caja de madera. La tenue luz de su teléfono celular era su único vínculo con la familiaridad en aquel entorno extraño y potencialmente hostil. Con dedos temblorosos, verificaba una y otra vez la pantalla, esperando contra toda esperanza encontrar alguna señal de conexión con el mundo exterior. —La batería apenas aguantará hasta mañana—murmuró para sí misma, con la frustración evidente en su voz—. Y, por supuesto, ni un atisbo de señal. ¿Cómo demonios vine a parar aquí? Tiene que haber una explicación lógica para todo esto —se cuestionó, negándose a aceptar lo inverosímil de su situación. Con un suspiro cansado, Nora apagó la linterna de su teléfono y activó el flash de la cámara. Comenzó a capturar imágenes meticulosas de su entorno, prestando especial atención a los detalles que podrían parecer insignificantes pero que podrían ser cruciales más adelante. —Esto podría ser vital como evidencia en caso de que la necesite. —se dijo, tratando de mantener la calma y el pensamiento racional en medio de circunstancias tan extraordinarias. Mientras Nora documentaba su extraño cautiverio en esa bodega, Declan se aproximaba a la zona de carga. Sus pasos se podían escuchar en la cubierta de madera, mezclándose con el constante murmullo de las olas contra el casco del navío. De repente, su atención fue captada por destellos intermitentes que se filtraban a través de las rendijas del suelo, provenientes de la bodega inferior donde estaba Nora. Los marineros cercanos, alertados por el fenómeno inusual, intercambiaron miradas de preocupación. Uno de ellos, reuniendo el coraje necesario, se acercó al capitán y, con voz trémula, le advirtió: —Tenga cuidado, su majestad... La bruja parece estar realizando algún tipo de ritual extraño allá abajo. De un momento a otro, comenzaron a verse luces blancas y un sonido que suena así: “clic, clic” jamás había escuchado algo similar —susurró el marido de rostro curtido, inclinándose cerca del oído de Declan, quien observaba los destellos con una mezcla de curiosidad y cautela, El capitán, manteniendo su semblante imperturbable característico, respondió con una confianza que no sentía del todo: —No temas. He lidiado con brujas antes. El marinero, sin embargo, no pudo contener su aprensión: —Pero, su majestad, las brujas que hemos enfrentado en la manada O’Brien no tenían poderes… Declan arqueó una ceja, con su expresión mostrando una diversión mal disimulada porque sabía a lo que él se refería. —Bruja es bruja, con o sin poderes —declaró con firmeza, zanjando la discusión. Sin más dilación, el capitán se dirigió hacia la escotilla que daba acceso a la bodega. Con un movimiento decidido, la abrió, permitiendo que la luz del día se colara en la penumbra del compartimento inferior. Nora, sobresaltada por la repentina intrusión de luz, interrumpió su tarea fotográfica. Con rapidez y sigilo, guardó su teléfono en el bolsillo trasero de su short de mezclilla, observando con aprensión cómo la figura imponente de Declan descendía por la escalera. El corazón de Nora latía con fuerza, y una mezcla de miedo y adrenalina corría por sus venas mientras escrutaba las manos del recién llegado, buscando cualquier indicio de amenaza. Aunque no vio armas visibles, su instinto de supervivencia la mantenía en alerta máxima. En el momento en que las botas de Declan tocaron el suelo de la bodega, el capitán sacó un pañuelo de su chaqueta y lo utilizó para cubrirse la nariz y la boca. Este gesto desconcertó a Nora; el aire de esa bodega estaba impregnado de una mezcla de aromas propios de un navío antiguo: madera húmeda, el inconfundible olor a sal marina y, sí, quizás un toque de heces de roedor. Sin embargo, imaginaba que un marinero curtido estaría más que habituado a tales olores, por ahora ella no creía que él se cubría la nariz a causa de ella. —Te escoltaré a una cubierta superior, no pasarás la noche aquí —anunció Declan, con su voz amortiguada por el pañuelo y distante no solo por la tela sino por la evidente precaución con la que mantenía su distancia. Nora, interpretando erróneamente la actitud del capitán, no pudo evitar pensar: «¿Acaso cree que soy portadora de alguna enfermedad contagiosa? ¿COVID-19, tal vez?» Intentando aliviar la tensión y establecer un diálogo más cordial, Nora respondió con un deje de alivio y sarcasmo: —Me alegra que hayan reconsiderado mi situación —dijo, sin poder ocultar completamente su recelo—. Le aseguro que no estoy enferma. De hecho, cuento con todas mis vacunas... La confusión se dibujó en el rostro de Declan al escuchar las palabras de Nora. Sus pensamientos se arremolinaban en un torbellino de incomprensión: «¿todas sus vacunas, qué diantres está diciendo? ¿Acaso intenta confundirme con algún tipo de acertijo sobre enfermedades y vacas?» El hombre lobo luchaba por encontrar sentido en aquellas extrañas declaraciones, sospechando que podría tratarse de algún truco de brujería para desorientarlo. Nora, por su parte, observaba atentamente la reacción de Declan. Incluso en la penumbra de la bodega, podía distinguir la perplejidad en sus ojos. Una revelación súbita la golpeó con la fuerza de una ola contra el casco: «Si realmente estoy en el año 1515, las vacunas no se inventarán hasta dos siglos después, en los 1700s. Su reacción es completamente válida, pero... ¿cómo es esto siquiera posible?» La frustración se apoderó de ella mientras intentaba analizar su situación. En ese instante, Nora se sentía atrapada en un enigma sin solución aparente, como si estuviera confinada en una habitación sin ventanas ni puertas, sin explicación lógica para su predicamento. Decidiendo que lo más prudente sería seguir la corriente por el momento, Nora se preparó para hablar. Sin embargo, antes de que pudiera articular palabra alguna, Declan tomó la iniciativa: —Sígueme —ordenó con voz firme pero cautelosa. —Si —respondió ella, dudosa caminando hasta las escaleras de madera. Declan observó con recelo cómo ella se dirigía hacia las escaleras, fue por eso que, de inmediato, un pensamiento cruzó por su mente: «No es recomendable darle la espalda a una bruja. Podría intentar algo» pensó Declan mirándola de reojo, y luego le dijo: —Ve delante —indicó, retrocediendo y señalando las escaleras con un gesto autoritario. Los ojos de Nora se entrecerraron con suspicacia. Reconociendo que Declan era lo más cercano a un secuestrador en su situación actual, decidió que lo más sensato sería mostrarse complaciente y evitar cualquier confrontación que pudiera empeorar su ya precaria posición. Con movimientos deliberadamente lentos, extrajo su teléfono del bolsillo trasero y lo transfirió al delantero, consciente de la intensa mirada del pelinegro que seguía cada uno de sus gestos. «El grimorio...», pensó Declan, observando con fascinación y temor el extraño objeto que Nora manipulaba (el celular).
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