El pasillo del navío, iluminado tenuemente por la luz de las velas, se convirtió en el escenario de una inesperada confrontación. Declan, con su mano a centímetros de la perilla de la puerta, se detuvo abruptamente al percibir una presencia familiar. Girando sobre sus talones, se encontró cara a cara con su hermano Aidan, quien sostenía un tarro de madera y un plato rebosante de comida. La expresión de Aidan se transformó en una mueca de desconcierto al ver a su hermano mayor apostado frente a la puerta del camarote de la misteriosa mujer forastera. —¿Qué haces aquí, Declan? —preguntó Aidan, en un susurro lleno de sospecha. —Lo mismo te pregunto a ti —respondió Declan, con su mirada escrutadora fija en los objetos que su hermano llevaba. Aidan, con un brillo travieso en sus ojos verdes,