La noche ya caía sobre el vasto océano, cubriendo el barco en un manto de oscuridad salpicado por el tenue brillo de las estrellas. En el corazón de la embarcación, el camarote del capitán se había convertido en el escenario de un tenso encuentro entre dos almas dispares, unidas por el caprichoso destino del tiempo y algo que todavía ninguno de los dos podía comprender. Nora, con el corazón palpitando aceleradamente contra su pecho, se encontraba acurrucada en el diván de cuero gastado, con sus ojos verdes siguiendo cada movimiento de Declan como si de ello dependiera su vida. El capitán, ajeno a la intensidad de esa mirada —o quizás fingiendo no notarla con maestría—, se movía por el reducido espacio con una gracia que contrastaba con su complexión fornida. La luz de la lámpara de aceit