En el instante cuando los tres hombres lobo se retiraron del aposento del capitán del barco, Nora sintió que el aire volvía a sus pulmones. Con movimientos cautelosos, como si temiera que las paredes mismas la observaran, comenzó a escudriñar cada rincón del camarote, pero sin tocar nada. Sus ojos, aún dilatados por la adrenalina, recorrían frenéticamente el espacio, buscando una salida, si es que existía, una explicación, si es que había una, o simplemente algo familiar en aquel entorno extraño y que ella consideraba amenazante.
Con un gesto de repulsión, se despojó de la chaqueta que le habían proporcionado. La prenda, impregnada del olor a salitre, perfume pesado y a algo más animal, cayó pesadamente al suelo. Nora se estremeció, sintiendo que con ese simple acto se liberaba, aunque fuera mínimamente, de la pesadilla en la que estaba inmersa.
Movida por un instinto casi desesperado, extrajo su teléfono celular del bolsillo. Sus dedos, ligeramente temblorosos, recorrieron la pantalla en busca de una señal. Una parte de ella ya sabía que era inútil, pero la esperanza, por pequeña que fuera, la impulsaba a intentarlo. La ausencia de barras en la pantalla confirmó sus temores, arrancándole un suspiro de frustración.
Sin embargo, la audacia brilló en sus ojos. Si no podía comunicarse con el mundo exterior, al menos dejaría constancia de su existencia, de su historia. Con una resolución nacida de la desesperación, decidió grabar un video que fuera un testimonio de su increíble situación.
Se acomodó en el diván que le serviría de cama, su única concesión al confort en aquel ambiente que le parecía tan hostil como el dueño de ese espacio.
«Declan O’Brien» pensó la muchacha el nombre de ese hombre y luego respiró hondo, intentando calmar el temblor de su voz, y comenzó:
—Hola, mi nombre es Nora Sullivan y lo que estoy a punto de contar puede sonar a locura, pero... creo que he viajado en el tiempo. No, no creo, realmente viajé en el tiempo.
La joven de cabello castaño se detuvo abruptamente, con una idea cruzando por su mente. Con dedos ágiles, sacó la calculadora de su teléfono y realizó un cálculo rápido. Sus ojos se abrieron de par en par al ver el resultado de los años los cuales había viajado.
—¡509 años! —exclamó, con su voz siendo una mezcla de asombro y terror.
Aclarándose la garganta, intentó recobrar la compostura. Esta vez, con una determinación renovada, reinició la grabación:
—Hola, soy Nora Sullivan. Tengo 23 años y nací en Milwaukee, Wisconsin, el 13 de diciembre del año 2000. Hace poco me mudé a Irlanda para reclamar una herencia familiar: una casa que me dejaron mis padres, o debería decir un desastre en ruinas. Ellos eran arqueólogos de renombre. Mi madre descubrió la tumba de un faraón egipcio en el 96, y mi padre contribuyó en la excavación de una antigua ciudad mesopotámica. Pero eso... eso es otra historia. Lo que me trae aquí, lo que me obliga a grabar este video, es algo que desafía toda lógica y razón.
Nora hizo una pausa, mientras sus ojos verdes mostraban una mezcla de miedo y valentía. Así pues, ella continuó, con su voz adquiriendo un tono de urgencia:
—Ocurrió algo inimaginable. Por un accidente, caí dentro de un antiguo cofre que estaba guardado en esa casa que me heredaron mis padres y, de repente, me vi transportada 509 años en el pasado. Estoy en un barco que parece sacado de la película de “Piratas del Caribe”, comandado por un capitán que... y sé que esto suena a locura... es un hombre lobo. Toda la tripulación…, son hombres lobo, mejor conocidos como: cambiaformas —dijo Nora con un rostro muy serio mirando hacia la cámara.
Sin embargo luego de decir eso se detuvo, sintiendo como la realidad de sus palabras la golpearon con fuerza. De inmediato, una risa amarga escapó de sus labios.
—Cualquiera que vea esto pensará que estoy bajo la influencia de alguna droga —murmuró, finalizando la grabación.
Con un suspiro, verificó la batería de su teléfono.
—80% de batería —susurró, consciente de que ese porcentaje representaba mucho más que energía; era su conexión con su tiempo, su realidad, su vida anterior. Decidió que apagaría el dispositivo pronto para conservar esa preciada energía, pero no sin antes reproducir el video un par de veces, como si al hacerlo pudiera convencerse a sí misma de la veracidad de su situación.
Mientras tanto, al otro lado de la puerta, Declan había decidido quedarse y vigilar, con su oído sobrenatural pegado a la puerta captando cada palabra, cada inflexión en la voz de Nora. Su ceño se fruncía cada vez más con cada revelación. Las menciones de "Milwaukee", el año de nacimiento imposible, y ese extraño conjuro que producía voces repetidas de ella misma, todo contribuía a pintar un cuadro desconcertante.
«Es más que extraña... es peligrosa», concluyó Declan, con sus instintos de alfa alertándole del potencial riesgo. La sospecha de que Nora pudiera estar usando ese grimorio para conjuros de voz solo intensificó su inquietud.
Con una intrepidez nacida de años de liderazgo y supervivencia, Declan tomó una decisión. «La vigilaré personalmente esta noche», pensó, preparándose para una larga vigilia. No podía arriesgar la seguridad de su manada, de su barco, por esta misteriosa mujer caída del mar…, o del tiempo, él no estaba seguro.
Para ese momento, ya la noche se cernía sobre el barco, y las estrellas comenzaban a brillar. La joven buscó para encender una de esas lámparas de aceite, por suerte había en una esquina una especie de caldero que servía como calefacción, ella no perdió tiempo, cogió un palito de madera con el cual encendió la linterna, y así, se fue al diván para intentar descansar, mientras Declan, fiel a su palabra, montaba guardia con sus sentidos agudizados captando cada suspiro, cada movimiento de la enigmática mujer humana...