Declan, quien parecía ser el líder de los trillizos, se irguió con un movimiento fluido que denotaba la disciplina de un soldado. Sus ojos azules, fríos como el acero, se clavaron en la joven mientras declaraba con voz ronca y autoritaria:
—Permanecerás aquí, por órdenes del capitán. Es decir, mías —declaró señalándose.
Sin esperar respuesta, Declan se encaminó hacia la puerta con pasos tan firmes que resonaban en el suelo de madera. Sus hermanos, Aidan y Lugh, lo flanquearon como sombras silenciosas, con una sincronización que hablaba de años de convivencia y complicidad.
Mientras los veía partir, Nora se incorporó lentamente, con su corazón latiendo con fuerza contra su pecho. Observó a los trillizos, tan distintos en apariencia como similares en su aura de peligro desde su punto de vista. No pasó mucho cuando una mano temblorosa se posó sobre su corazón, como si intentara contener el mar tempestuoso de emociones que amenazaba con desbordarla. Su mirada recorrió la estancia, buscando una salida que sabía inexistente, antes de volver a posarse en aquellos tres seres que, bajo su apariencia humana, ocultaban la ferocidad de los lobos.
Entonces, antes de salir del camarote, Declan continuó con una autoridad que no admitía réplica:
—Llegaremos a la costa al mediodía. Si el viento nos favorece, desembarcaremos en las primeras horas de la mañana. Sea cual sea el horario, tú permanecerás recluida. —Hizo una pausa, con sus ojos entrecerrados evaluando a Nora—. Si necesitas atender tus necesidades, golpea la puerta tres veces. Uno de nosotros te escoltará a la letrina. Créeme, te escucharemos.
—¿A la... letrina? —La voz de Nora salió apenas como un susurro, mientras un nudo se formaba en su garganta.
Aidan, el pelirrojo de sonrisa pícara, intervino con un tono burlón que no ocultaba su desdén:
—Bueno, he de admitir que la letrina del barco no es precisamente un lugar apropiado para una dama, ¿verdad?
Un escalofrío recorrió la espalda de Nora, al mismo tiempo que un gesto de aprensión se dibujó claramente en su rostro.
Lugh, el que había estado más callado de los tres, soltó una carcajada áspera antes de sugerir:
—Quizás sea mejor traerle un cubo. Que orine y cague ahí mismo.
Los otros tres asintieron, considerando la idea con una seriedad que heló la sangre de Nora, porque ella no estaba acostumbrada a esas “experiencias” de cagar y orinar en cubos.
—Sí, es una solución más... práctica —musitó Declan, con su mirada perdida en cálculos internos.
Nora no pudo evitar morderse el labio inferior, en un gesto que no pasó desapercibido para Declan. El capitán la escudriñó de pies a cabeza, con sus ojos deteniéndose un segundo más de lo necesario en cada curva y ángulo de su figura. Finalmente, con voz cortante, añadió:
—No toques nada. Y ni se te ocurra realizar tus conjuros en esta habitación. Somos cristianos, después de todo.
La hostilidad en su voz era evidente, como si cada palabra fuera un látigo invisible.
Aidan, incapaz de contener su lengua, soltó con sorna:
—Ninguno de nosotros está bautizado, no mientas.
La mirada fulminante que Declan le lanzó fue suficiente para que el pelirrojo comprendiera su error. Rectificando rápidamente, Aidan se dirigió a Nora:
—Eh... sí, bruja. Limítate a obedecer al capitán.
Nora, reuniendo el valor que le quedaba, respondió con voz firme:
—Mi nombre es Nora. Podrían llamarme así en lugar de "bruja". Es como si yo decidiera llamarlos simplemente "lobos".
Declan, sin inmutarse, replicó con frialdad:
—No existe la confianza suficiente para llamarte por tu nombre. Ya que decirte bruja parece ser una ofensa para ti, a partir de ahora, serás "Lady Sullivan de las Indias Occidentales".
Lugh y Aidan intercambiaron miradas que ella no pudo descifrar, evaluando a Nora de arriba abajo con un interés que la hizo sentir incómoda.
—Lady Sullivan... le sienta bien —comentó Lugh con una sonrisa lobuna dibujándose en sus labios, mirándola de arriba hacia abajo.
Aidan, incapaz de resistir la tentación de burlarse una vez más, hizo una exagerada reverencia:
—Lady Sullivan, la dama de las Indias Occidentales, bruja del Nuevo Mundo y cazadora de almas. Todo un honor.
—Es un título bastante extenso... —murmuró Nora, con su tono entre la irritación y la resignación.
Declan, ajeno a las bromas de sus hermanos, hizo un gesto brusco indicándoles que era hora de partir. Sin más palabras, los tres se dirigieron hacia la salida. Nora, en un último intento de civilidad, se despidió con un suave:
—Hasta mañana...
Su voz se perdió en el aire mientras la puerta se cerraba con un golpe seco ya que ninguno de los tres lobos respondieron. El sonido metálico de la cerradura se escuchó en todo el aposento, sellando su destino como prisionera en aquel barco de lobos. Nora se quedó sola, rodeada por un silencio que contrastaba dramáticamente con la riqueza visual del camarote del capitán. Luego de emitir un suspiro cansado, los ojos de Nora recorrieron la estancia, absorbiendo cada detalle del lujoso entorno que ahora se convertía en su prisión dorada.