Mientras tanto, ajenos a la persecución que se desarrollaba tras ellos, Aidan y Lugh corrían por las calles de Galway, esquivando transeúntes con una agilidad que rayaba en lo sobrenatural. Lugh, con su olfato aguzado, seguía el rastro de Nora, que serpenteaba por la ciudad de manera errática. —¿No crees que sospecharán si corremos tan deprisa? —cuestionó Lugh, disminuyendo ligeramente su velocidad mientras esquivaba a un grupo de turistas que fotografiaban un edificio antiguo. Aidan, obligado a recudir el ritmo por su hermano, respondió con una mezcla de sarcasmo y asombro: —Por supuesto que no. Mira, hay hechiceros y brujas por todas partes. Al parecer, aquí ya nadie se oculta. Vamos, no bajes el ritmo. Entre más rápido lleguemos, mejor. ¡Corramos más deprisa! Las palabras de Aidan,