La mañana transcurría con un ritmo inusual la casa de Nora. El aroma del café recién hecho se entremezclaba con el del pan tostado y los huevos revueltos, creando una atmósfera hogareña que contrastaba con la tensión latente entre los dos ocupantes de la cocina. Declan, ese lobo de mar venido de otra época devoraba su desayuno con un apetito voraz que rayaba en lo insaciable. —Quedé con la misma hambre —declaró Declan al terminar de tragar el último bocado. Sus ojos azules, intensos como el mar embravecido, se clavaron en Nora mientras extendía su taza de café vacía y el plato limpio—. Dame más —exigió con un tono que oscilaba entre la súplica y la orden. Nora, perpleja ante semejante petición, arqueó las cejas y frunció el ceño. Su mirada recorrió la mesa, testigo silencioso del festín