Lugh obedeció sin demora a la orden del pelinegro, y cuando Nora se encontró encerrada con aquellos tres hombres imponentes, el temor volvió a apoderarse de ella, erizándole la piel.
—Toma asiento —indicó Declan, señalando con un gesto una de las sillas dispuestas frente al escritorio.
Nora obedeció al instante, mientras los otros dos hombres se posicionaban detrás de Declan, como si fueran fieles guardaespaldas. El capitán tomó asiento en su silla, al otro lado del escritorio, creando una atmósfera de interrogatorio que hizo que Nora tragara saliva nerviosamente.
—Comencemos por el principio —dijo el pelinegro con voz grave—. Me presento: mi nombre es Declan O'Brien —declaró, llevándose la mano al pecho en un gesto solemne.
—Yo soy Aidan O'Brien. Mucho gusto, bruja... —añadió el pelirrojo, mirándola de una forma que hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Nora.
—Y yo me llamo Finn O'Brien, pero todos me conocen como Lugh. Te sugiero que me llames así —concluyó el rubio con un tono que no admitía réplica.
Nora los observó a los tres, intentando procesar la información.
—Entiendo, son hermanos... ¿Quién es el mayor? Supongo que tú, Aidan —aventuró, dirigiéndose al pelirrojo. Su comentario provocó una carcajada en el rubio que intentó acallar rápidamente cuando se tornó serio y miró sus pies.
—¿Por qué todos piensan eso? —cuestionó Aidan, entre molesto y ofendido.
—Tienes cara de viejo, Aidan —respondió Declan con indiferencia, como si eso fuera normal—. Todos tenemos 30 años, somos trillizos.
—¿Qué? —exclamó Nora, perpleja—. Pero no se parecen en nada, yo pensé que...
—En fin, es tu turno —interrumpió Declan con un tono autoritario que no dejaba lugar a dudas sobre quién estaba al mando—. Preséntate y dinos de dónde vienes, apresúrate —ordenó de una manera que Nora encontró grosera.
La joven de cabello castaño comprendió en ese momento que la relación con el capitán no sería fácil, si es que existía alguna posibilidad de entendimiento.
—Yo... —comenzó, paseando su mirada entre los tres hombres que la observaban con creciente interés—. Mi nombre es Nora Sullivan.
—No tienes el aspecto de una Sullivan —comentó Declan, escrutándola como un detective ante una sospechosa.
—Mi padre era irlandés, mi madre americana —explicó Nora, notando cómo los hombres la miraban con mayor curiosidad.
—¿Americana? —cuestionó Declan, mientras sus hermanos permanecían en silencio, como si de repente Nora hubiera hablado en un idioma desconocido.
La joven los observó, cayendo en la cuenta de su error.
«Si estamos en el siglo XVI, en esta época América aún no era conocida por ese nombre», pensó Nora, tratando de recordar cómo se referían al continente en aquellos tiempos.
Por otra parte, Aidan se inclinó hacia Declan, susurrando con una mezcla de suspicacia y fascinación:
—Seguro la madre era la bruja y ese era el nombre del aquelarre a donde pertenecía, las “Americana”.
Nora, notando ese evidente malentendido, decidió aclarar la situación:
—No es el nombre de un aquelarre. Vengo del Nuevo Mundo —declaró con firmeza, provocando que los ojos de los tres hermanos se abrieran de par en par, asombrados—. Mi padre era irlandés, y mi madre del Nuevo Mundo... Por eso me ven extraña.
Sus palabras parecieron disipar las dudas de los hermanos, especialmente de Declan, cuya mirada adquirió un brillo de comprensión y curiosidad.
—Entonces, provienes de las Indias Occidentales. Tiene sentido... —murmuró Declan, escudriñándola con renovado interés.
Nora asintió, aliviada de haber encontrado una explicación que encajara en su narrativa temporal, ya que en el siglo 16 los europeos llamaban al “nuevo mundo” Las Indias Occidentales. Ellos creían erróneamente que esa era una extensión de la India, siglos mas tarde ya sería llamado como “América”.
—Sí, mi madre era de las "Indias Occidentales" y mi padre irlandés —reiteró, pero justo en ese momento, el silencio de la habitación se vio bruscamente interrumpido por el estridente sonido de su teléfono celular.
La melodía, un pegajoso hip-hop surcoreano que Nora jamás había considerado tan potente, resonó en el camarote, desatando el caos. Los tres hombres lobos se exaltaron abruptamente, alarmados por aquel sonido desconocido y amenazante que apareció de repente. Lugh desenvainó su espada con un movimiento fluido, Aidan emitió un gruñido animal que heló la sangre de Nora, y Declan, con reflejos sorprendentes, se levantó de su asiento y extrajo un cuchillo oculto en su chaleco.
—¡Lo lamento! —exclamó Nora, poniéndose de pie de un salto. En ese preciso instante, las uñas de Aidan se transformaron en garras afiladas, mientras Nora extraía su celular del bolsillo pasando desapercibido aquel acto. La pantalla marcaba las seis de la tarde y mostraba un mensaje: "Es hora de la cena". Era su alarma para comer.
—¡¿Qué son esos hechizos que se escapan de tu grimorio?! ¡¿Qué pretendes hacernos, bruja?! —vociferó Declan, con sus ojos centelleando con una mezcla de ira y temor.
Nora, con manos temblorosas, apagó el dispositivo y los miró a todos, aterrorizada.
—¡No es nada, no se alteren! ¡Es solo...! —intentó explicar, pero Declan la interrumpió con vehemencia:
—Escucha con atención, mujer —comenzó a hablar el pelinegro —Todos sabemos que eres una bruja, no tenemos pensado atacarte, así que no hay necesidad de que nos lances tus hechizos. Repito, no te haremos daño si no nos lo haces a nosotros, ¿comprendes? —su rostro se tornó grave y sombrío—. Tú formas parte de "nuestro mundo". Podemos cooperar mutuamente.
—¿Su mundo...? —cuestionó Nora, confundida, mientras guardaba su celular con cautela y volvía a tomar asiento, Declan sin dejar de mirarla, también se sentó, y Lugh guardó su espada.
—Somos hombres lobo, bruja —declaró el pelirrojo con un dejo de impaciencia, como si estuviera explicando algo obvio. Cruzó los brazos sobre su pecho, expectante.
Nora, al escuchar aquella afirmación, no pudo contener una risa incrédula. Estaba convencida de que aquel hombre le estaba tomando el pelo.
—Tuviste suerte de caer en nuestro barco y no en una embarcación humana. Ya te habrían lanzado por la borda —añadió Lugh, en un tono que pretendía ser comprensivo.
—Eso es lo que iban a hacerme en cuanto me vieron... —replicó Nora, frunciendo el ceño mientras el rubio entrecerraba los ojos, fingiendo inocencia.
—Las mujeres en las embarcaciones traen mala suerte, eso es algo que todos saben, sean brujas o no —explicó el pelirrojo con aire de suficiencia—. Es mejor viajar con marineros hombres.
Nora lanzó una mirada furtiva al pelinegro, notando que no le quitaba los ojos de encima. La intensidad de su escrutinio la ponía cada vez más nerviosa.
—¿Por qué te reíste cuando Aidan te dijo que éramos hombres lobo? ¿Acaso ves gracia en ello? —cuestionó Declan, con su voz teñida de sospecha—. ¿Acaso trabajas como cazadora para los ingleses y nos consideras simples animales de caza?
La mención de "cazadora" provocó que los tres hermanos adoptaran expresiones sombrías, y Nora sintió que el miedo se apoderaba de ella nuevamente.
—No trabajo como cazadora… —se apresuró a aclarar— Simplemente me reí porque... —su mirada recorrió los rostros de los tres hombres— los hombres lobo... no existen. Están jugando conmigo —susurró la última parte, incrédula.
—¿Tengo cara de que estoy jugando? —inquirió Declan, con su semblante más serio que nunca.
—No —respondió ella al instante, negando con la cabeza.
—¿Nunca has visto un hombre lobo? —preguntó Lugh, acercándose para olfatearla sutilmente, pero Aidan lo detuvo con un gesto severo.
«Ay, Dios mío... ahora estos hombres...», Nora dejó que sus pensamientos se desvanecieran cuando, ante sus ojos incrédulos, Declan transformó su mano en una garra animal. El pelaje oscuro, del mismo tono que su cabello, cubrió la piel mientras los dedos se alargaban y las uñas se convertían en garras afiladas.
La realidad que Nora creía conocer se desmoronó en ese instante. Los mitos y leyendas que siempre había considerado fantasía cobraban vida frente a ella, desafiando todo lo que creía posible…