El corazón de Nora latía con fuerza mientras continuaba con su espectáculo. El metal frío del encendedor contrastaba con el calor de sus manos sudorosas. Con un movimiento fluido, comenzó a abrir y cerrar el artefacto, haciendo que la llama apareciera y desapareciera como por arte de magia. Cada vez que el fuego brotaba, iluminaba los rostros asombrados de los O'Brien y sus sirvientes. En ese momento, Nora se sentía como una ilusionista callejera, de esos que engañan a los incautos con trucos baratos. La ironía de la situación no se le escapaba: ella, una viajera del tiempo, reducida a realizar trucos de feria para ganarse el favor de una manada de hombres lobo. Sin embargo, la supervivencia era primordial, y si tenía que jugar el papel de hechicera, de bruja poderosa para lograrlo, lo ha