(Perspectiva de Nora)
En ese instante, me rodeaban cuatro hombres, todos barbudos, con ropas extrañas, que me miraban como si contemplaran una rareza inaudita. Yo, completamente desconcertada, me puse de pie y... lo que vieron mis ojos no lo podía creer.
Nada de lo que estaba ocurriendo tenía sentido para mi, en ese instante estaba... en alta mar, en un barco que parecía antiguo, rodeada de hombres que parecían de otra época, como sacados de una película medieval.
—¿Qué es esto? —susurré, atónita—. Yo estaba... en mi casa...
—¡Su Majestad, venga a ver esto! —gritó uno de los hombres, mientras los otros me escrutaban de pies a cabeza, deteniendo sus miradas en mis piernas. Yo vestía un pantalón corto, zapatillas deportivas y una camiseta blanca. La bufanda que llevaba ahora pendía de mi cuello.
—¡Es una mujer... y lleva ropas extrañas! ¡Está casi desnuda! —exclamó uno de los hombres señalándome—. ¡Porta un artefacto desconocido en sus manos! —añadió, apuntando a mi celular.
—¿Esto? Es un celular... pero... —No pude terminar mi frase cuando apareció un hombre alto, de cabello rojizo. Era apuesto, pero estaba tan confundida que no sabía qué pensar.
—Su Majestad... esta mujer llegó en este cofre. Creo que debe de ser una bruja —informó uno de los hombres.
El hombre al que llamaban "Su Majestad" me observó detenidamente de pies a cabeza, demorándose en mis piernas. De repente, me sentí expuesta por la manera en que me miraban.
—Debe de ser una bruja. Su atuendo es extraño y su aspecto, inusual. láncenla al mar. No necesitamos mala fortuna en nuestro regreso; ya hemos tenido suficiente con este viaje —ordenó el pelirrojo
—¡No! —grité mientras los hombres se acercaban a mí. Bajo las órdenes del pelirrojo, pretendían lanzarme por la borda. El barco no era demasiado grande, y yo solo podía asumir que quizás esto era un sueño. Sin embargo, al ver el mar tempestuoso, sentir el frío y observar todo a mi alrededor, tuve la leve sospecha de que... todo lo que estaba viviendo era real, aunque careciera de explicación.
—¡Esperen! ¡No soy una bruja! ¿Dónde estoy y en qué fecha nos encontramos? —exclamé mientras forcejeaba con los hombres que intentaban arrojarme del barco.
El apuesto pelirrojo, que parecía ser el capitán de esta nave a la que había llegado sin explicación lógica, se volvió y me miró con una expresión de absoluta perplejidad, pero decidió responderme:
—Te encuentras en el Mar de Irlanda. Estamos llegando a la costa de Louth, y hoy es viernes del año 1515 —me respondió con un semblante serio que no daba pie a pensar que estuviera mintiendo.
Yo, completamente aturdida, miré de un lado a otro, mientras aquel par de hombres me sujetaban de las manos al borde del barco, a punto de lanzarme al mar. ¿Cómo había llegado aquí? ¿Por qué estaba aquí? ¿Acaso había... regresado al pasado?
—¡Soy enfermera! ¡Puedo ayudarlos si lo necesitan! —exclamé con desesperación, intentando sonar útil. Mis palabras, sin embargo, provocaron que todos me mirasen como si de repente me hubiesen brotado dos cabezas.
—¿Qué es eso de enfermera? ¿Así llaman ahora a las brujas en otras tierras? —inquirió uno de los hombres, mientras el pelirrojo no cesaba de escrutarme con una mirada tan intensa que no pude evitar sospechar de sus intenciones.
—He cambiado de parecer —declaró el pelirrojo—. No arrojen a la bruja al mar; me quedaré con ella. Tráiganla aquí. —Luego, dirigiéndose a mí, añadió—: Tu acento es extraño. ¿Vienes de tierras lejanas? ¿De la India, quizás?
Comprendí entonces el porqué de su suposición. Mi piel no era tan clara como la de ellos; tenía un tono canela, como si viviera eternamente bronceada, aunque ese era mi color natural. No obstante, no me parecía en absoluto a una hindú. Para este hombre, sin embargo, la India debía de ser un lugar muy remoto y exótico.
—Vengo de... —me detuve, observándolos a todos. La confusión nublaba mi mente, y supe que debía reflexionar antes de hablar. Si continuaba expresándome de forma "extraña", no harían sino reafirmarse en su creencia de que era una bruja. Desconocían el significado de "enfermera", así que...
—¿A qué se debe todo este alboroto? —interrumpió un hombre que apareció de la nada. Era rubio, de cabello largo y semblante poco amistoso pero su rostro era atractivo, pero a pesar de todo, no me inspiró confianza alguna. Tras él surgió otro, de pelo oscuro, cuyo ceño fruncido sugería que no gozaba de muchas amistades o que padecía de estreñimiento crónico.
Estos dos hombres, que aparentaban estar en la treintena, se aproximaron al pelirrojo. El rubio se acercó a mí y comenzó a olfatearme, provocándome un estremecimiento.
—No es una de los nuestros... —murmuró—. ¿Por qué va desnuda? —añadió, fijando su mirada en mis piernas. Al parecer, todos compartían una extraña fijación por las extremidades inferiores. Me sobresalté al ver que él portaba una espada en el cinto.
—Una bruja apareció en un cofre en medio del mar —explicó el pelirrojo a los recién llegados.
«¡Que no soy una bruja!», quise gritar, pero sabía que nadie me creería. Los tres hombres se volvieron para mirarme, lo cual ya era decir mucho, considerando que estaba rodeada por una docena. Sin embargo, estos tres... eran diferentes.
—Si estaba en un cofre en medio del mar, es que la querían muerta. ¿Por qué deberíamos acoger a una condenada? —argumentó el pelinegro, que parecía el más hostil de todos.
Permanecí en silencio, observando cómo aquellos tres hombres parecían estar decidiendo mi destino. De repente, sentí que alguien me rozaba una pierna, y me estremecí.
—¡Aléjate de mí! ¡No me toques! —grité, aterrada, al percatarme de que uno de los hombres más desagradables ya pretendía manosearme.
El pelirrojo, el primero que me había visto, se acercó y me sujetó del brazo sin delicadeza alguna.
—La prisionera es mía —declaró con firmeza—. Yo decidí que no la arrojaran al mar, así que nadie en este barco la tocará.
—¿Prisionera? —exclamé, alzando la mirada para enfrentarme a sus ojos azules.
Los otros dos se aproximaron, el pelinegro y el rubio, examinándome de pies a cabeza.
—Llevémosla ante nuestro padre —propuso el rubio, tan atractivo como los otros dos—. Que él decida qué hacer con la humana... quiero decir, con la mujer.
«¿Por qué me llamaron “la humana”?», me pregunté con creciente inquietud. ¿Acaso ellos no eran... humanos?.