El eco de sus pasos se podía escuchar fácilmente en los antiguos pasillos de piedra, mientras Nora descendía las escaleras del castillo O'Brien, rodeada por Aidan y Lugh. La joven no poseía poderes sobrenaturales, pero incluso ella podía percibir la inquietud que emanaba de los hermanos lobos. Sus músculos se tensaban bajo sus ropas, evidenciando una preocupación que iba más allá de lo físico. Aidan, con su cabello cobrizo como las hojas secas en otoño, lanzaba miradas furtivas a su hermano Lugh, cuya melena dorada reflejaba la tenue luz de las antorchas, porque, aunque era de día, el pasillo de aquel castillo se encontraba oscuro. Ambos se movían con la gracia propia de depredadores, pero en ese momento, su andar denotaba más cautela que confianza. Nora se preguntó si su presencia era la