Nora irrumpió en la habitación con la gracia de un ciervo asustado, cerrando la puerta tras de sí como si quisiera sellar el mundo exterior. Su espalda se deslizó contra la madera, hasta que se encontró sentada en el suelo frío, con las piernas temblorosas y el corazón aun latiendo con fuerza en su pecho. El eco de la fiesta resonaba en sus oídos, como un recordatorio constante de la noche surrealista que acababa de vivir. —Vaya fiesta agotadora... —murmuró Nora en un hilo de voz. Los recuerdos de la velada todavía danzaban en su mente como las llamas de las velas que iluminaban tenuemente el espacio, era evidente que los sirvientes entraban de habitación en habitación para encender las luces, pensó Nora mientras recordaba el baile con los tres hermanos. Nora cerró los ojos, reviviendo c