XXI. Tiene su encanto

1457 Words
La beso haciéndome dueño de sus labios. Esta vez no dejo que ella sea quién lleve el ritmo, la sorprendo con esta acción. El sujeto fuerte contra mi queriendo todo de esta mujer. Quiero sentirla de mil formas. Ella queda bien sujeta a mi cintura y eso hace que mis manos se trasladen a su trasero para tocarlo. Ella abre los ojos apartándose y la mirada oscura que me dedica no hace más que hacer crecer mi m*****o. La beso de nuevo sujetando su rostro y meto mi lengua en su boca. Ella jadea y se une a la conversación que nuestras lenguas tienen y la cercanía porque ambas se comprenden bien. Muerdo y luego chupo su labio inferior para separarme y darme cuenta de que su respiración se encuentra agitada como la mía. Me encanta como siendo una mujer peligrosa, una mujer capaz de matar, torturar y convertirse en la mujer de tus pesadillas pueden sus mejillas cubrirse de rojo al excitarse. Kagome me dedica la pequeña sonrisa que suele utilizar para hacerme perder la cordura. Es hermosa j***r, ella puede ser la Diosa más hermosa que este jodido mundo ha creado. Una Diosa preciosa, peligrosa, sensual. Una combinación que es el pecado de cualquier hombre que se atraviese en su camino. Camino despacio con ella hasta sentarme en la cama con ella a horcajadas de mi. Toco sus muslos sintiendo las botas largas que ella lleva. Acerco mis manos a su cintura y tomo el abrigo quitándolo de su cuerpo. Respiro hondo al ver el sujetador rojo que Kagome lleva puesto. Ella me guiña un ojo sin molestarse en ocultar su cuerpo, me encanta su confianza en si misma. Ella sabe que es una Dios, ¿Por qué ocultaría su belleza? Mi dedo se desliza por la piel que acabo de exponer ante mis ojos. Desde su cuello hasta las copas del sujetador que cubren un maravilloso lugar de Kagome. —¿Qué esperas? —Mi mirada se levanta y la miro a los ojos. Ella me dedica una sonrisa sensual, su mano sube hasta mi mejilla para acunarla. Se acerca y sus labios rozan mi oreja enviando las sensaciones correctas para endurecerme — no quiero que te detengas Inuyasha, te quiero complementado a mi en todos los jodidos sentidos — lamo su cuello y el aparto. —Si continúo temo no poder controlarme, todavía estás herida Kagome, no tendremos sexo — aclaro y ella sonríe. —¿Me dejaras así? —Pregunta haciendo un puchero que me hace bajar la mirada a sus labios y luego a sus pechos aún cubiertos por la tela del sujetador. —No — mis manos registraron su espalda y quito rápidamente su sujetador. Ella de encarga de terminar de sacarlo de su cuerpo y lamo mis labios. He visto pechos de chicas antes. No es un misterio que luego de estar con Miroku muchas chicas se acercaban a mi buscando más que solo un beso, por lo cual muchas me mostraron la creación delanteria más hermosa. Si, soy un poco fanático de pechos femeninos. Pero mirar los pechos de Kagome en vivo me hace volver a lamer mis labios. Su busto es perfecto. No es exageradamente grande, ni pequeño. Es perfecto con unos pequeños pezones que justo ahora me gritan y me llaman. Mis dedos lo tocan y Kagome muerde sus labios. Me maravillo al sentirlos y los toco causando que ella de mueva un poco sobre mis caderas. Bajo su atenta mirada llevo uno de ellos a mi boca, mi lengua sale y lame su pecho para luego succionar y moder. Ella gime y el sonido me parece más que erótico. Me entretengo en sus senos. Todo el tiempo posible para calmar las ganas que tengo que comerla entera. Kagome cierra los ojos y echa la cabeza hacia atrás. Mientras atiendo uno con mi lengua y labios, al otro le dedico atención con mis manos. La veo perderse en lo que le hago sentir y sonrío. Me separo de ese hermoso lugar de su cuerpo para, despacio, acostarla en la cama. Toco sus botas nuevamente y mis manos suben por sus muslos. Ella me sonríe y abre las piernas. Levanto la falta corta hasta su cintura viendo las pequeñas bragas que lleva. Las quito y respiro gondo. Kagome no va con pequeñeces, ella me abre las piernas y mis ojos no pueden ver más allá que no sea lo hermosa que es esta mujer desnuda. —Sin miedo Inuyasha—ella utiliza sus codos para incorporse un poco y mirarme. La veo flexionar las piernas y abrirse más—todo esto—murnura mirándome. Lame sus labios y luego lo muerde—es tuyo—me guiña un ojo y sonrío. —Espero que no te arrepientas de decir esas palabras—respondo. Beso su muslo y muerdo un poco. Mis manos se acomodan y bajo para soplar un poco, ella jadea. Lamo despacio y mi lengua desguta su sabor. Está mojada. Mojada por mi. Abro sus pliegues y lamo más abajo y un poco más agresivo. —Cariño—levanto la cabeza al escuchar su voz—tenemos tiempo suficiente, ve despacio. Yo te enseñaré—y eso hace. Me concentro en darle placer a Kagime como a ella le gusta. De vez en cuando hago cambios que la hacen gemir fuertemente. Justo ahora mantengo sus caderas agarradas con mis manos mientras chupo y lamo su clítoris. —¡Oh si!—gime fuerte y sus dedos se entierran en mi pelo. Hace presión para que siga moviendo mi lengua—¡Maldición muñeco!—jadea y mis ojos hacen contacto con los suyos. Sus mejillas no podrían estar más rojas, se ve adorable—¡Inuyasha!—mueve sus caderas y hago presión para que se esté quieta. Temo que se lastime la herida—¡me voy a...! Me alejo cuando me obliga a hacerlo y veo como sus ojos se ponen blancos. Las puntas de sus pies se entierran en mis hombros y su espalda se arquea. Quedo maravillado cuando el orgasmo arrasa con ella y luego cae en la cama jadeando. Lamo mis labios donde aún su sabor sigue impregnado. —¿Qué tal estuve?—pregunto acariciando con mi pulgar su pezón. Simplemente no puedo dejar de tocarla. Ella levanta la mirada y me sonríe. No es la sensual sonrisa de siempre, esta parece más genuina. ¿Eso provoca un orgasmo? —Excelente para ser tu primera vez—me besa y correspondo al beso. —¡Kagome!—unos toques en la puerta hace que ella maldiga bajo—sal, tenemos asuntos que ameritan tu presencia—Kagome me besa y se levanta. Hace una mueca de dolor y pongo de pie. —¿Estás bien?—pregunto preocupado. —Si, esto se debe a los movimientos bruscos que hice—murmura colocándose la ropa. La veo ir y venir con esa confianza en si misma y me encanta. Ella no necesita mis halagos para saber lo hermosa que es, sin embargo me gusta decirlo. —Eres hermosa—levanta la vista y una sonrisa aparece en sus labios. —Gracias—susurra colocándose el abrigo y dándome un beso de pico. La veo hacerse una coleta decente y colocarse maquillaje. —¿Cuándo podemos salir?—pregunto levantándome y abrazándola. Veo su rostro a través del espejo que tenemos frente a nosotros. —Cuando las cosas se calmen un poco, ¿ansioso?—pregunta recalgando su cabeza en mi pecho. —Si, tengo ansias de llevarte a una cita—la giro y beso sus labios—¿cómo debería llamarte?—pregunto sonriendo—¿novia, amante, mi mujer?—ella me mira. —Cualquiera está bien, igual soy las tres opciones—me guiña un ojo—tengo asuntos que tratar, pero mañana nos veremos de nuevo. Debes tener cuidado con los movimientos que haces para venir aquí. Cambia de dirección cada día para que Ayame te recoja en lugares diferentes cada día. No queremos que te sigan y descubran que sigo con vida, eso arruinaría una serie de planes que tengo en mente—ahora me observa seria—necesito que te cuides Inuyasha. A pesar de que siempre habrá alguien que te estará vigilando por mi parte, necesito que me asegures que estarás bien y que evitarás que te coloquen otra pistola en la cabeza—mis manos van a su cuello y estampo mis labios contra los suyos. —Sabes que me cuido bien—le guiño un ojo y ella asiente. —Me tengo que ir, Ayame te esperará abajo—ella camina hasta la puerta y cuando la abre se detiene—gracias por el orgasmo, apúntalo en mi cuenta que luego te lo pago—me río y ella con una sonrisa desaparece de mi campo de visión. Cuando mi erección baja me pongo de pie. Bajo al primer piso donde encuentro a Ayame mirando su teléfono. Cuando levanta la vista me sonríe con pena, por lo cual deduzco inmediatamente quién es la persona que le escribe. —¿Tan mal están las cosas?—pregunto y ella suspira. —A pesar de ser el peor idiota de la historia, no puedo evitar sentir que quiero estar a su lado—palmeo su hombro. —Eres una fran mujer, pero no darte tu valor quebrará algo en ti—ella ríe. —No se si tomar un consejo de quién se enamoró de la mujer más peligrosa en todo el país—me encojo de hombros. —¿Qué puedo decirte? Ella tiene su encanto — y haciéndola reír me lleva a casa. Porque a veces simplemente necesitamos quien nos haga reír sin dar explicaciones. 
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