Ragnar
Una vez en la avioneta debí aguantarme varios minutos sus quejas hasta que no pude más y me dediqué a ponerle el bloqueador, creí que se callaría, pero él siguió en lo mismo, aunque era como si otra parte de su mente estuviese enfocada en mí ya que al ordenarle extender la pierna o el brazo, él obedecía; sin embargo, fue al aplicarle la crema en la espalda y el pecho que consiguió relajarse.
Nota mental: comenzar la próxima vez por esa zona cuando la histeria lo domine.
—Tu turno.
Le extendí el frasco y él comenzó a aplicar la crema con un semblante muy serio, estaba muy enfocado en su quehacer así que no lo interrumpí, siendo más interesante este momento en cuanto palmeó el asiento contiguo, me senté, se arrodilló y continuó en su silenciosa actitud. No había vergüenza, no había enojo, era extraño, o quizás sean de esas emociones que no logro comprender todavía.
—¿Dónde está tu traje de baño?
—Lo tengo puesto.
—Estás desnuda —enfatizó con la misma seriedad que yo tenía.
—Lo sé —giró fastidiado los ojos y me levantó acomodándome de espaldas continuando con su labor hasta pasar al pecho donde quedó pensativo.
—Aplícalo en tus zonas privadas, no sería apropiado que te tocase.
—¿Eso le dirás a tus pacientes?
—No eres mi paciente hoy —una guerra de miradas, un suspiro de resignación y mi mano obligando a la suya a tocar mi pecho fue todo lo que quedó.
—Tienes mi permiso, doctor Oz, pero si tienes una erección, juro que te lo cobraré con creces.
—No soy un pedófilo, no te confundas conmigo.
Interesante, es la primera vez que reacciona con puro enojo, en verdad lo afectó que insinuara pese a no ser el propósito y es algo que él sabría en el fondo, pero no esta vez. Ante mi curiosidad por descubrir más, me aventuré a hacer algo especial, por lo que esperé a que llegase a mis hombros y besé su frente consiguiendo relucir su habitual semblante de petirrojo cuyo firmamento era más brillante que el cielo que nos rodeaba.
—¿Q-Qué…?
—¿Sabes conducir? —asintió incrédulo—. Perfecto, porque hoy quiero que seamos solo los dos.
En menos de una hora ya estábamos en la carretera de Fuerteventura rumbo a la playa de las pilas donde pasaríamos la noche, aunque no veía la hora de que anocheciera al hacer tanto calor y más en esta época del año.
—Pareces agotada, ¿te sientes bien?
—Sí, pero no soporto el calor ni el sol.
—Duerme un poco, te llamaré cuando lleguemos —asentí al no soportar más, aunque no pude evitar sentirme tranquila en cuanto me cubrió con una sábana que había traído por si esto ocurría.
(…)
—Chiquita… Chiquita… —una suave caricia en mi mejilla me despertó encontrando su sonrisa al atardecer, lo que era extraño pues habíamos llegado temprano a la isla.
—¿Qué hora es?
—Seis y media, te veías muy mal y preferí dejarte dormir en la habitación. Al parecer el frío del aire acondicionado te ayudó a relajarte porque entre más frío hacía, menos fruncías el ceño.
—¿Habitación? Se suponía que estaríamos en la playa.
—Lo sé, pero fue mejor quedarnos en un hotel en Morro Jable, mañana iremos a la playa en la mañana, por ahora vamos a ducharnos y salimos a cenar.
No comprendía qué me pasaba ni por qué mi corazón latía tan rápido, pero me recordó a cuando Oz desprendió esta misma sensación en las montañas y también en su casa cuando lo besé…
—¿En qué piensas?
—¿Por qué?
—Te ves… Olvídalo, ve a ducharte —confundida, fui al baño ya que él partió al balcón, entonces comprendí a qué se refería al verme sonrojada en el espejo.
En la cena todo estuvo silencioso hasta que Trav propuso la caminata, solo que en vez de hacerlo en la ciudad, lo hicimos en la playa siendo el oleaje lo que nos acompañaba cada que el agua tocaba nuestros pies.
—¿En dónde compraste el vestido?
—Aquí, cuando salí a almorzar, ¿te gusta?
—Supongo, al menos no me disgusta.
—Creo que los vestidos y el maquillaje no serán lo tuyo.
—¿Es malo?
—No, eres como eres y ya, y siempre que seas feliz, yo seré feliz —felicidad… Esa palabra seguía siendo incomprensible para mí…—. Sentémonos allá.
Quedamos en una zona rocosa donde él quiso sentarme entre sus piernas con el mentón apoyado en mi hombro. Era curioso cómo este tipo de abrazo se había vuelto algo muy suyo, de la misma forma en que Oz lo hacía, aunque teniéndome de frente. Aun así, resultaba pacífico con ambos, pues bajaba la guardia al creer de alguna forma que ese gesto eliminaba el peligro en mi vida.
—Te quiero… —de nuevo mis latidos se desbordaron sin saber por qué.
—Tonto petirrojo… —los besos que dejó en mi cuello desprendieron un cosquilleo en mi cuerpo que se intensificó al detallar la noche en sus ojos que reflejan la azulada demencia de los Oz—. ¿Trav?
—¿Sí?
—¿Por qué vinimos a Canarias? —de un momento a otro pasó de la sorpresa a la risa confundiéndome—. ¿Qué es tan gracioso?
—Tú. ¿Cómo haces un viaje sin saber el motivo?
—Tú quisiste venir por un ave, pero no entiendo por qué esta isla en específico si en las demás también estaba—alegué obvia.
—Si te digo que quiero lanzarme a un volcán contigo, ¿lo harías?
—No creo que a Livi y Oz les guste la idea, pero no habría mucho problema si es de una cascada.
—Eres única —besó mi mejilla y de nuevo mi corazón desbordó el latir. ¿Qué me pasa con él y Oz que me hacen sentir así desde que los conozco? —. Te traje porque quería confirmar si esa ave es más bonita en persona que en fotos.
—¿Es en serio?
—¿Qué? ¿Tan absurdo es? —¿por qué sonríe?
—Te dije que podías ver aves en un zoológico.
—La vida en cautiverio no es igual al hábitat natural, tú deberías saberlo mejor que yo.
Jamás lo pensé así, pero tiene lógica…
—¿Y qué tienen estas aves de especial?
—No sé, pero me recuerdan a ti —silenció sin más perdiendo sus pensamientos en el cielo estrellado que lo hizo sonreír melancólico—. Quizás algún día pueda verlas otra vez con mi padre…
—Dile y te traerá.
—No es solo verlas juntos, es la conexión lo que quiero, es sentirme libre con él igual a como me siento contigo.
—¿Eres un petirrojo enjaulado?
—Supongo que sí, un petirrojo enjaulado que sueña con su libertad…, aunque tú eres el rabijunco etéreo de mi vida, mi ilusión, mi esperanza.
Una profunda tristeza se apoderó de él generándome un vacío en el estómago, era como si algo me ordenara lanzarme al abismo y salvarlo de ese sufrimiento.
—Te liberaré, petirrojo —susurré apoyando mi mejilla con la suya—, tardaré un tiempo, pero haré que vueles con tu padre —me acorraló entre sus brazos dándome más seguridad.
—Rag, quiero tengas un secreto conmigo, pero no podrás compartirlo con nadie, ni siquiera con mi padre.
—¿Qué secreto?
—Mi padre siempre me ha visto como su petirrojo y para mí él es mi cuervo, pero quiero que tú y yo tengamos otros nombres secretos.
—¿Para qué?
—Para que sea solo nuestro, así nadie sabrá de quiénes hablamos.
—¿Qué nombres?
—Dijiste que el nombre de mi ave era pyrocephalus y recuerdo que el tuyo es phaethon, así que podríamos ser Pyro y Phae.
—¿Por qué presiento que el mío ya lo tenías pensado?
—¿Qué te hace creerlo?
—No te tomaste ni cinco minutos en pensarlo —su nerviosa risa lo delató—. Tonto petirrojo.
—No me molestes. ¿Aceptas o no?
—De acuerdo, pero tendrás que traernos postres a mí y a Phae.
—¡Son la misma persona!
—No para el mundo, así que es ración doble —rio negando con su cabeza, mas fue el beso que me dio lo que desató de nuevo mi corazón—. Trav, creo que deberíamos ir a urgencias.
—¿Qué pasa? ¿Qué tienes?
—Mi corazón late mucho y no es normal —al tomarme el pulso, creí que me cargaría mientras corría como un loco por toda la ciudad, pero en vez de eso sonrió con un brillo especial.
—Tienes razón, no es normal, pero lo que tienes no lo solucionará un médico cualquiera.
—Lo sé, debo ir con un cardiólogo.
—No, chiquita, necesitarás un mago.
—¿Un mago? Eso es de los libros, los magos no existen, Trav.
—Te equivocas, yo soy el hijo de un mago y desde niño llevo preparándome para ser uno tan bueno como mi padre.
—¿Estás loco? Oz no es un mago.
—Sí lo es y yo también, es más, te comprobaré que soy un mago. Aceleraré mucho más tu corazón y te quitaré el aliento al punto de que terminarás aferrándote a mí. ¿Qué dices?
—No seas ridículo, Trav, no necesito cuentos infantiles y menos cuando hablo en serio.
—¿Temes perder contra mí, Phae? —su maléfica provocación desprendió una corriente de furia en mi interior.
—Bien, Pyro, demuéstrame tu tontería de magos —reté decidida sin saber lo que haría.
Ambos parecíamos resueltos en acabar con el otro y más por la retadora mirada que nos dábamos, pero cuando menos imaginé, Trav nos levantó comenzando a desnudarse, en una seña me incitó a hacer lo mismo y me preparé para lo que fuese mientras retiraba mis prendas, entonces él me cargó sorpresivamente corriendo hasta el mar donde nos adentró en las profundidades sin soltarme. La adrenalina se disparó en mi cuerpo, creí que haríamos una carrera o algo similar, por lo que intenté liberarme de su agarre, pero él me sujetó con fuerza llevándonos a la superficie.
—Eres mía, Phae —susurró en mi oído a profunda voz—, eres el éter de mi existencia, la esperanza de mi libertad, eres todos los astros de mi firmamento y el aire que me permite volar muy alto. Por eso te daré la llave de mi locura, porque eres mía, mi pequeña Phae, mía y solo mía entre mis brazos.
Cerré mis ojos con fuerza en tan errática respiración mientras me aferraba de su cuello y más al besar mi mejilla de una forma que se sintió diferente, es decir, era como los otros besos que me había dado, pero esta vez me hizo caer en una extraña espiral que no supe comprender, ni siquiera sé cómo unas simples palabras provocaron tanto en mi cuerpo, pero esta vez ganó, consiguió acelerar mi corazón como nunca antes lo había hecho él, pues el único que le ha dado batalla hasta ahora ha sido su propio padre cuando tuvimos ese encuentro en la cascada.
¿Será que quizás sí son magos? ¿Es posible algo así? Tiene que serlo si logró comprobar lo que dijo.