58. TRAVESÍA DESÉRTICA

2038 Words
No sabía qué me intimidaba más, si su silencio o su impenetrable expresión por mi descabellada idea. —¿Un viaje? —Sí, mamá dijo que viajaste con mi padre el fin de semana, ¿por qué no hacer uno nosotros? —¿Te das cuenta que es un poco ridículo viajar solo por unas aves que podrías ver en el zoológico? —Si lo dices así suena estúpido… —suspiró resignada haciéndome sentir peor. —¿A dónde quieres ir? —No sé. —¡Trav! —¡No me regañes! En verdad no sé porque hay varios lugares en dónde ver estas aves y hay tres tipos —le entregué los documentos con la información—. Me encantaría ir a todos, pero no creo tener tiempo para tanto y más por las horas de vuelo. —Está bien, déjame la logística, tú encárgate de convencer a Livi, Marcus y Oz del viaje. —¡¿De verdad?! Mi aniñado grito no se contuvo, pero ella pareció apreciar mi ilusión por este viaje al enredar sus dedos en mi cabello, dejando seguido una caricia en mi mejilla con sus frías falanges que no tardé en besar delicadamente. —Tonto petirrojo. En cuestión de dos horas teníamos empacados nuestros morrales, papeles, tiquetes y el permiso de nuestros padres (que aún sigo preguntándome cómo nos dejaron hacer esta locura al tener que salir del país). —¿Qué destino escogiste? —Las Islas Canarias, pero primero haremos una parada al sur del país. —¿Canarias no queda al sur de España? —Hablo de este país, Trav. —¿Qué hay allá? —Pronto lo descubrirás —la maldad en el aire… (…) Arizona, E.E.U.U. —Cuando dijiste al sur del país, nunca imaginé que me traerías aquí. —Deja de quejarte y agradece que Livi nos dejó viajar solos. —Eso es lo otro que me sorprende y más que mi padre accediera. —Creo que ni siquiera lo sabe porque no contestó las llamadas, pero Livi quería que viajásemos. —¿Y el tío Marc? —Ordenó a mis hombres que nos vigilen a la distancia, estamos cerca de México y cualquier cosa puede pasar. —No digas eso, no quiero problemas con mafiosos. —Que se atrevan a tocarte y sabrán lo que es el infierno —su aterrador susurro me recordó la muerte de Xun y ya que teníamos tiempo hasta llegar al desconocido destino que ella planeó, quizás sería una buena idea preguntar—. Rag, ¿cómo es que Xun pudo contactarte? —Me preocupaba que repitieras tu estúpido escape y ya que él no trabajaba más para Oz, solicité que me mantuviese al tanto de tu vida, era eso o ponerte un rastreador, pero él dijo que debía darte privacidad. Si creía que mi madre me sobreprotegía, es porque no conocía a Rag… —¿Te parece que soy un niño para que me hagas eso? —¿Te parece que escaparte a una fábrica abandonada en pleno invierno es inteligente? —touché…— Aunque es una lástima… —¿El qué? —Quería traer a Xun a mis tropas, era una pieza valiosa para aprovechar. —¿Así lo veías, como una ficha de tu tablero? —¿Sabes lo difícil que es encontrar personas en quienes confiar y más en este mundo tan traicionero? La política, la mafia, las empresas y las finanzas están manchadas de sangre y traición, pero hombres como Xun o José son personas que vale la pena proteger. A veces olvido que la niña tiene mentalidad de mujer, una despiadada y calculadora, pero su lógica me hizo feliz al tener en ese concepto a Xun. —Rag, si alguien de la familia por algún motivo te traicionara, ¿lo perdonarías? —Depende de lo que consideres traición. —En tu concepto —quedó pensativa mirando por la ventana unos instantes y después a mí con una gelidez de temer, y no en un sentido tierno o similar. —No sé qué haría, lo más razonable sería darle un castigo equivalente a la traición, pero en mi cabeza no cabe el concepto de eliminar a alguien de mi familia… Supongo que de tanto que lo repitieron Oz, Livi y Marcus ya quedó grabado en mí. —De mi parte, ¿qué podría ser una traición para ti? —no supe describir el cambio en su expresión, pero era la primera vez que veía este huracán en ella. —No hablemos de eso, no quiero pensarlo. Era evidente que la había disgustado, pero ahora no podía quitarme la incógnita de la cabeza y preguntarle después implicaría una respuesta de la que quizás podría arrepentirme escuchar. Sobre las cuatro llegamos a nuestro destino que terminó siendo la mitad de la nada misma, solo era desierto a donde viese, lo que me intrigó pues creí que estaríamos en algún hotel o algo parecido. —Alistemos el campamento, tú encárgate de la fogata, yo prepararé un círculo de protección. —¿Contra qué? —Animales, ¿o crees que los narcos son los únicos que pueden asesinarnos? Por cierto, sí sabes hacer una fogata, ¿cierto? —Me ofendes, Jhonson, ¿olvidaste que soy un Oz? —dije tan engreído como ella sacándole esa mordida perversa cuyo significado aprendía a diferenciar poco a poco. Si bien el sol desértico quemó con intensidad, fue al atardecer cuando un sublime paisaje se nos iba presentando y como ya teníamos todo listo, me limité a admirar dicho escenario perdiéndome en los colores que me traían extrañas sensaciones, como un recuerdo que quería salir y no podía. —Te apagas ante mi llegada, pero despertarás al alba, tu canto me ordenará irme y tu rojizo palpitar se alzará glorioso en el horizonte —era tan profundo su vacío, que despertaba mi desesperación por atraparla—. Vamos a dormir, despertaremos con los coyotes. Esta vez no me pidió dormir desnudo, ni siquiera ella lo hizo, así como tampoco durmió cerca de mí, pero sí tuve de nuevo aquel sueño que me hizo empezar este viaje, despertando con su llamado cuando llegué al mismo punto del sueño donde acababa impidiéndome saber qué seguía. —Trav, ya es hora, abre los ojos. —Cinco minutos más… —Te besaré los labios si no te levantas. Me senté alarmado por su amenazante susurro, pero ella y su maldad no tenían límites; sin embargo, sus luceros brillaron entre la amarillenta llama de la fogata a su izquierda y a la derecha el blanco azulado de la luna mostrándose surreal, entonces señaló hacia el cielo y en lo que yo quedé fascinado con el cosmos sobre nosotros, ella me volvió a acostar quedando cerca de mí. —Es curioso… Hace unos días vi las estrellas con Oz en mitad de una montaña y aunque hoy veo en el desierto los mismos astros, no se siente igual. —Quizás sea por la región. —No…, es lo mismo que me pasa con ustedes… —¿A qué te refieres? —Aunque los dos son Oz, no quiere decir que sean iguales en todo, quizás por eso quiero descubrir tanto de cada uno al no comprender el por qué me generan estas diversas sensaciones. —Gracias… —¿Por qué? —Porque siento que eres la primera en marcarme con tanta diferencia de mi padre. —No entiendo, igual sus diferencias son notables. —Lo sé, pero cuando lo dijiste se sintió diferente. El desierto fue un lugar que despertó indescriptibles emociones en mi interior que no me molesté en descifrar, sino que disfruté una a una con ella mientras nos perdíamos en el firmamento que se tiñó en otros colores con el pasar de los minutos, siendo el alba el que se aproximaba, entonces recordé sus palabras al atardecer percatándome de que el anochecer ponto se iría y como si ella lo profetizara, un cantar se hizo presente a nuestro alrededor. —Llegaste al fin… —susurró con un vacío que trajo mi tristeza. —¿Rag? —Técnicamente es un pyrocephalus y aunque pechirrojo sería lo más adecuado, no queda tan bien como decirte petirrojo —señaló a un punto donde yacían dos avecillas cuyo plumaje era negruzco excepto por el pecho que era un rojo encendido, siendo mi descubrimiento lo que intensificó mi palpitar. —¿Viniste al desierto solo para buscarme? —Cállate, tonto petirrojo, no me dejas escuchar el cantar del cardenal —mis labios ensancharon enamorados al verla avergonzada, pues no se atrevía a darme su sonrojada carita cuya mordida contenía su sentimiento. —¿Viniste solo por mí? —susurré en su oído, ella me dio la espalda y yo como un tonto la abracé fuerte acunando su mano en el pecho—. Hoy eres un petirrojo como yo de lo sonrojada que estás —empuñó su manito tensándose al instante, pero yo la abracé más fuerte inundándome de su perfume. —Tonto petirrojo. —Sí, soy un tonto petirrojo, pero soy el único petirrojo que te quiere con locura sin saber por qué. Esta vez ella me dio la cara enamorándome con su silencioso cantar, en tan casta imagen vi a una jovencita que me dio su corazón en secreto. ¿Consciente o inconsciente? No lo sé, pero no importaba al ser una realidad y no mi fantasía, esta era su forma de decirme que me quería y yo, que había caído en su nocturna red, besé su mejilla sintiéndola solo mía. (…) Ragnar Travis estaba insoportable con tanta melosería y aunque tenía planeado pasar dos días en Arizona con él, opté por salir esa misma mañana rumbo a España, pero ni así pude quitarme al tonto petirrojo de encima y en mi nula paciencia, debí darle un pequeño escarmiento mientras dormía en lo que llegábamos a Canarias. —¡¡RAGNAR!! —Nada como empezar bien la tarde —respiré profundo el apetitoso aroma del café recién servido por la azafata. —¿Desea algo más, señorita Jhonson? —Sí, pero alguien más se encargará de eso en tres… dos… —¡RAGNAR! —ladeé perversa mi rostro admirando la vergüenza en su faz… y algo más… —Se nota que eres un Oz, Travis. Al estar desnudo frente a la azafata, aproveché esa misma vergüenza grabándola en un par de fotografías, quedando en una expuesto por completo y en otra cubriendo su entrepierna. —Disculpe, me retiro —la mujer se fue tan avergonzada por la escena que puso más nervioso a Trav, quien tenía algo muy firme colgándole a pesar de la escena que acababa de hacer. —Eres un sucio petirrojo. —¡Dime ya mismo en dónde está mi ropa o te irá muy mal! —¿Qué me das a cambio? —¡Es en serio, Ragnar! ¡¿Cómo pudiste hacerme esto con una desconocida?! —No creo que se queje, excepto porque no puede aprovechar ese ¡potencial juvenil! —se notaba las ganas que tenía de asesinarme, pero ni así me inmuté. —Solo dime en dónde está mi ropa antes de que haga algo peor. —Te quiero ver intentarlo. —¡RAGNAR! —Mejor siéntate y abróchate el cinturón, ya casi aterrizamos. No le quedó más opción que obedecerme, pero ahora que no tenía restricciones con mi familia, el muy descarado me dio guerra consiguiendo quitarme la camisa para cubrirse lo suficiente hasta el aterrizaje y aunque estaba disgustado al punto de no querer hablarme, no dejaba de cuidarme, pues cuando hubo turbulencia por los fuertes vientos, me sujetó la mano asegurándose de que estuviese bien, así como también parecía preparado para actuar ante un peligro invisible. —No me harás bajar de aquí sin mi ropa. —Claro que lo haré, pero no bajarás sin ponerte bloqueador o Livi me obligará a arrancarme los oídos con la retahíla que me dará si se entera. —Cierto, pero al menos dame una pantaloneta. —Mejor apresúrate que perderemos la avioneta, ahí te daré ropa. Por suerte fui más rápida en mi huida obligándolo a seguirme como pudo, siendo una escena bastante divertida que logré grabar para enseñárselo después a Oz.
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