Esta semana pasó más rápido de lo que creí, me habría gustado quedarme más tiempo y seguir viendo a la pequeña intrusa, pero debía regresar para prepararme antes de empezar un nuevo año escolar. Durante el tiempo que me quedé en casa de mi tío dejé de hablarle o tratarla a no ser que fuese necesario, así como también me limité con mi padre al no querer estar con él. Si soy sincero, tenía miedo de lo que me diría e incluso esos días me mantuve más tiempo por fuera con Rob por si él llegaba a casa de mi tío, pero por más extraño o contradictorio que parezca, una sensación de abandono me envolvió al volver a Londres, quizás fue porque esta vez no me despedí de él en el aeropuerto al insistirle hasta el cansancio a mi madre de que fuese ella quien me llevara a solas.
—¿Trav? ¿Qué haces aquí tan rápido? Todavía queda una semana antes de volver a clases.
—Creo que eres tú quien me debe una explicación —dije desconcertado al encontrar a Jhon, mi compañero de cuarto, empacar sus cosas.
—Me voy —comentó con tristeza—. Mis padres se mudarán a Alemania y allá estaré en otro internado.
—¿No es lo mismo que te dejen acá? Sino que aprendan de mi padre que está al otro lado del mundo.
—¡Justo te usé como pretexto ¿Puedes creerlo?! —exclamó entre ofendido y divertido sacándonos una triste risa—, pero ni eso los hizo cambiar de opinión porque quieren que su “adorado hijo” esté con ellos en las reuniones de sociedad.
Como si no tuviera bastante en casa para que ahora mi mejor amigo se vaya cuando más lo necesitaba, lo peor es que estoy seguro de que perderemos contacto rápidamente ya que sus padres son elitistas, presumidos y jamás estuvieron de acuerdo con nuestra amistad por mi procedencia.
—¿Te ibas a ir sin decírmelo? —pregunté tras un extenso silencio.
A los dos nos afectaba esta noticia, pues Jhon y yo ingresamos juntos al internado y al dormitorio, compartimos muchos momentos convirtiéndonos en grandes amigos y eso nos hizo inseparables… hasta ahora.
—Sabes cuánto odio las despedidas, Trav.
—Al menos hazme un favor y procura llamarme cuando seas adulto, suponiendo que te acuerdes de los pobres.
—Lo haré… ¿Un último abrazo para que no me olvides?
Accedí aun cuando sabía que ese idiota me derribaría con tal de romper el horrible vacío que comenzaba a quedar en la habitación, nos reímos un buen rato y en una última charla lo ayudé a terminar de empacar.
Fue difícil pasar solo esa noche por primera vez desde que había llegado, aunque al día siguiente quise continuar como si nada haciendo de cuenta que ese lado de la habitación no existía y preferí salir todo el día para comprar algunas cosas que necesitaría en mi nuevo año escolar, en la tarde llamé a mi tío Marc para saber cómo iba todo, me insistió en que hablase con mi padre, pero ignoré el hecho y volví a mi habitación tras despedirme de él.
—Joven Oz, lo estaba buscando.
—Director Reinold, ¿qué puedo hacer por usted? —saludé cortés al ser interceptado.
—Venga conmigo —continuamos el camino hasta mi dormitorio encontrándonos con alguien que estaba sacando varios libros de una caja—. Le presento a su nuevo compañero de cuarto, Mikehl Lawless. Joven Lawless, él es Travis Oz.
Genial, tenía a una pequeña intrusa metida en mi familia y ahora tengo a un intruso en mi dormitorio y la antigua cama de mi único mejor amigo… Al menos pudieron dejar que se enfriara el cuerpo…
—Mucho gusto —estiré cordial mi mano la cual estrechó sin decir nada.
—Bueno, los dejo para que se conozcan. Joven Oz, no olvide explicarle las reglas, también compartirán clases en el próximo ciclo así que dele un tour por los alrededores para que vaya conociendo el lugar.
—Sí, señor.
—Ahórrate el tour, no necesito esa estupidez, tampoco que me expliques las reglas de los dormitorios y no esperes que sea tu jodida alarma de ahora en adelante, solo vine a estudiar, no a hacer “amigos por siempre” —comentó en un tono duro, sarcástico e irritante en cuanto Reinold se alejó del pasillo.
El idiota de Lawless es un sujeto un poco más bajo que yo con rasgos asiáticos, ojos oscuros, mirada dura, cabello corto marrón oscuro, contextura delgada (aunque era evidente que se ejercitaba) y con una actitud de los mil jodidos demonios que me sacó de quicio, pero supongo que está bien, al menos así no tendré problemas con el idiota.
—Como quieras, solo ten presente que la limpieza se hace entre los dos cada sábado en horas de la mañana, y no me importa si tienes resaca o una jodida mano rota, igual lo harás —contesté en la misma actitud déspota que él—. Y antes de que me hagas un reclamo, es una orden de Reinold, no mía, él suele hacer revisión sorpresa los domingos y a veces entre semana, así que si traes drogas, alcohol o cualquier otra mierda no esperes que te salve el culo y tampoco quieras incriminarme, ya que él conoce mi historial.
—¿Tu historial o a “tu papi”? —lanzó satírico.
—Mi historial, y no hables mucho de “papis”, Lawless, porque aquí no entraste con beca y eso es evidente.
—¿Y tú qué mierda sabes de mí, niño malcriado?
—Simple, usas ropa básica de marca queriendo simular lo que no eres, tienes libros nuevos costosos que intentaste dañar para hacerlos pasar como si fueran de segunda y de ser becado, no habrías traído tus cosas en cajas nuevas selladas a la perfección —contraataqué mordaz con el maldito orgullo de los Oz dejándolo callado—. Por cierto… —corté amenazante nuestra distancia repasándolo de pies a cabeza de la misma forma en que hice con sus cosas.
—¿Qué? —cuestionó a la defensiva.
—Te sugiero que te apresures con las cajas, el reciclaje pasa en una hora, te demoras media en llegar al lugar suponiendo que sepas en dónde es y si el director ve eso aquí más tarde que regrese, comenzará a bajarte puntos.
—No puede hacerlo.
—¡Claro que puede! —exclamé jocosamente irritante—, porque él está cabreado hasta los cojones ya que un idiota decidió joder sus vacaciones con su rubia operada de veintidós años. Así pues, buena suerte, Lawless —dejé mis compras en el armario y salí rumbo al comedor.
Personas como él siempre me irritaron porque creen que al tener un apellido fuerte se les debe rendir pleitesía y la familia Lawless era muy conocida en Londres, aunque no había escuchado hablar de ese sujeto hasta ahora. Claro que el apellido de mi padre tampoco pasaba desapercibido en el país gracias a los múltiples reconocimientos que ha tenido en el campo de la medicina, es una inminencia en Europa y E.E.U.U., pero ni él ni yo sacábamos el máximo provecho de eso en la alta sociedad, en mi caso era porque odiaba esas reuniones y él, porque si no había algo de su real interés procuraba esquivarlo tanto como fuese posible.
Supongo que para bien o para mal será bueno tener a Lawless conmigo y si no desea saber de mi existencia entonces hará más fácil la estadía, no tendré que lidiar con un idiota, un adicto ni nada que se le parezca y menos después de todo lo que me costó ganarme la confianza del idiota de Reinold para que no me molestara, más, por el historial que traía del anterior internado.
(…)
Tarde en la noche volví a la recámara, se me hizo extraño que Lawless no llegase al comedor para la cena, aunque quizás habrá salido, igual faltaba unos días para comenzar clases y en esta temporada no se ponían estrictos con los horarios. Sin embargo, me llevé una gran sorpresa pues no esperaba encontrarlo con todas las cajas desarmadas sobre su cama, sus cosas hechas un desastre y a él en el suelo inconsciente, así que cerré la puerta y revisé su pulso y respiración, se encontraba estable en ese sentido.
—Lawless… Lawless, despierta —lo sacudí con cuidado, pero no reaccionaba. Busqué el alcohol colocándolo bajo la nariz y este fue reaccionando de a poco—. ¡Maldita sea! ¡¿Quieres meterme en problemas?!
—¿Q-Qué pasó?
—¡Eso pregunto yo! ¡¿Qué pasó?! —él se fue sentando tomando su cabeza en una quejumbrosa expresión, al parecer le dolía.
—Y-Yo… estaba organizando y luego… —en eso volvió a desplomarse en mi pecho.
—¡No, no, no! ¡Despierta! —le sacudí nuevamente logrando despertarlo, pero un hilo de sangre descendió de su cabello.
Mierda, lo que me faltaba.