Wailani
Suelto una carcajada a la vez que balanceo mis pies de un lado a otro; me encuentro sentada sobre el capó del auto que conduce Esteban, uno de los guardaespaldas de mi padre, quien me mira con terror, sin querer acercarse a mí.
—¿Qué pasa, Esteban? ¿Acaso te has aburrido de mí? —hago un pequeño puchero, tratando de verme como una niña inocente y caprichosa al no obtener lo que quiere.
—No es eso, Wailani —menciona el pelinegro al alborotar su cabello—, su padre nos observó besándonos la otra vez en el boliche, y casi me mata después de ello —traga saliva con fuerza para después suspirar con lentitud—. Ni siquiera entiendo cómo me dejó conservar mi trabajo.
Lo tomo por la corbata y lo atraigo a mí, dedicándome a encerrarlo con mis muslos.
—Eso es porque eres uno de sus mejores matones —digo al meter mis dedos dentro de su espeso cabello, a lo que él pone los ojos en blanco.
—Bien sabes que no me gusta que me llames matón —se queja, lo que nuevamente me provoca ganas de reír.
—Pero si eres mi matón favorito —farfullo al acercar mi boca a la suya—, eres el más sexy, el más simpático —ladeo levemente la cabeza al ver como sus ojos azules se oscurecen al escucharme hablar—, el más fuerte —digo al pasar mis manos por sus enormes brazos.
Inhalo y exhalo con gran lentitud al sentir como sus manos comienzan a recorrer mis muslos, ocasionando que una parte de mí que jamás he utilizado comience a palpitar al sentirme con ganas de que él me acaricie.
—¿Por qué no me dejas ser algo más que tu amigo de besos? —cuestiona con su voz ronca.
Sus ojos se cierran y sus labios se frotan contra los míos con suavidad, enviando escalofríos a través de todo mi cuerpo. Cierro los ojos y separo mis labios, permitiéndome degustar de aquella maravillosa boca que me subía a las estrellas.
Claro que aceptaba que me gustaba muchísimo el guardaespaldas de papá, disfrutaba tanto pasar este tipo de momentos con él, incluso me gustaba llevarlo el límite para terminar por dejarlo con las ganas, lo que lo hacía enfadar en gran manera, pues a pesar de llevar meses besándonos a escondidas, jamás lo había dejado tocar más allá de mis muslos o mi espalda, me gustaba, sí, pero no al punto de querer tener una relación que implicara sexo o manos entrelazadas.
Yo era feliz recogiendo perros de la calle junto a mi abuela Ariel, o lanzándome de algún helicóptero en paracaídas, incluso, conducir mi bicicleta por los terrenos más quebrados de Utah junto a mi amigo Gabriel; ese tipo de actividades eran las que hacían de mi vida una completa aventura, por lo que, en aquel momento no me era necesario verme envuelta en un romance de telenovela a como lo deseaba mi prima Mérida. Además, apenas tenía diecinueve años, mi vida apenas comenzaba como para desperdiciarla tan pronto con alguien que fuese a querer mi atención en todo momento.
—Lo digo en serio, Wailani —vuelve a decir al poner distancia entre ambos—, quiero más de ti.
—Pero a ti quien te entiende —le recrimino al poner los ojos en blanco—, hace unos minutos atrás te quejabas de que mi padre casi te mata y ahora quieres más.
—Es que cuando te tengo cerca —lo observo lamer sus labios para después suspirar—, me olvido de todo, solo me provocan ganas de que seas mía en todos los sentidos, aunque eso implique que deba de enfrentarme a tu padre.
—Bueno, pero yo no quiero —digo al saltar del capó del auto para luego ir a sentarme en el asiento trasero—, y ya mejor llévame a la casa.
Lo escucho gruñir nuevamente mientras tira una piedrecilla al vacío del cañón en el que nos encontramos, para terminar por rodear el auto y acomodarse detrás del volante.
—Si no quieres nada conmigo, entonces hasta aquí llegamos —me amenaza al voltearse para poder mirarme.
Me encojo de hombros a la vez que me dedico a sacar mi teléfono para revisar mis r************* , lo que hace que se enoje aún más.
—¿En serio no te importa?
—¡No! —exclamo de inmediato, para después tratar de acomodar con mis dedos mi enmarañado cabello—, ya te lo he dicho antes, Esteban ¡No quiero nada con nadie! —profiero al dedicarme hacer énfasis en cada una de mis palabras.
—¡Perfecto! —dice él con sarcasmo para después voltearse para encender el auto—, después no vengas a rogarme por atención cuando me veas feliz con alguien más.
Vuelvo a poner los ojos en blanco al comenzar a aburrirme de esta plática, ya parecía un adolescente resentido al ser rechazado por la chica que le gusta, a pesar de tener casi veintiséis años.
Al final, solo hago muecas al tratar de imitar su voz, lo que provoca que me saque la lengua a través del reflejo del espejo retrovisor, lo que nuevamente me hace reír a sabiendas que en realidad no hablaba en serio.
Lo bueno a todo esto, es que al final, siempre volvía a caer, era como si no pudiese pasar mucho tiempo sin querer besarme, lo que también, no terminaba por comprender. No me consideraba una chica atractiva, de hecho, ni siquiera me importaba mi apariencia, solía utilizar las camisetas de mi padre para ir al gimnasio, acompañadas de enormes buzos que me resultaban muy cómodos al hacer cada una de mis actividades físicas, por lo que, ni siquiera entendía el motivo que llevaba a un chico tan atractivo como él, haberse fijado en mí.
Gabriel me decía que era a causa de los millones que posee mi padre, lo que me costaba creer, pues, Esteban siempre se había portado bien conmigo, en todos los meses que habíamos estado besándonos a escondidas, jamás intentó ir más allá de donde se lo permitía, además, jamás me hablaba con respecto a los negocios de papá, es más, nunca se había interesado en lo que pasaba en mi familia.
—Después no vengas a reclamarme nada —vuelve a decir, torciendo una sonrisa maliciosa.
—Pero que infantil —bufo al regresar mi atención a mi teléfono.
Al final, Esteban termina por guardar silencio durante el resto del camino a la casa.
—¿Entonces cuándo me presentas a tu novia? —le pregunto antes de bajarme del auto.
—Más pronto de lo que crees —me guiña un ojo y me sonríe con picardía—, claro, al menos que ya hayas cambiado de opinión.
Finjo sonreír, para después arrugar la nariz.
—Esperaré paciente por esa gran mujer que se apoderará de tu corazón —golpeo su hombro con suavidad y niego con la cabeza—, solo trata de que esta vez sea una señorita más educada y bonita, tal vez así me hagas sentir celosa.
—Gracias por la recomendación —farfulle al asentir con la cabeza—, señorita Clark, a partir de este momento solo me limitaré a llevarla a donde usted me pida, así que ni siquiera vuelva a tratar de seducirme, porque no volveré a caer en su juego.
—Como usted diga, Esteban —concluyo para terminar por bajar del auto.
Camino hacia mi casa sonriendo, incapaz de ocultar la diversión que todo aquello me provocaba, pues, muy a pesar de que Esteban era un tipo extremadamente apuesto, con costo y le quedaba tiempo para ver a su familia, pues el trabajo con mi padre le exigía mucha entrega y dedicación.
—¿Por qué la sonrisita? —pregunta mi madre en cuanto entro a la casa.
—Nah, es Esteban —le cuento al prácticamente tirarme a su lado en el sofá—, según él va a conseguirse una novia.
—¡Wailani! ¿Sigues viendo a ese muchacho? —me regaña mi madre al golpear mi rodilla con suavidad.
—Shhhh. No vayas a decirle a papá, mira que le prometí que no volvería a besarlo.
La pelirroja se echa a reír a mi lado, a la vez que niega con la cabeza, lo que me hace sentir feliz al saber que tenía a mi madre de aliada… siempre había sido mi mejor amiga, la que se encargaba de alcahuetearme en todo lo que quisiera.
—Eres incorregible, hija.
Apoyo mi cabeza sobre su hombro y suspiro.
—Por algo soy tu hija, ¿No? —digo al cerrar mis ojos—, por cierto, quiero otro tatuaje, me ha encantado el diente de león que me hice en el hombro.
—Solo no quiero que termines igual de tatuada que yo, ¿Okay? —me advierte al pasar su brazo sobre mis hombros para después besar mi cabeza.