Wailani
Estaciono la motocicleta fuera del refugio animal de mi abuela, me quito el casco y lo coloco sobre el espejo, acomodo mi abundante cabello n***o con mis dedos y luego camino hacia el interior del lugar, dedicándome a saludar a cada uno de mis amigos peludos que no dejan de mover la cola en cuanto me ven acercarme a sus jaulas. Me detengo frente a la jaula de mi amigo Baloo, un enorme mestizo que habíamos rescatado hacía un par de semanas atrás, el cual estaba tan nervioso que no se dejaba acariciar de nadie que no fuese yo.
—Hola, amigo ¿Cómo estás? —abro la jaula y el enorme animal prácticamente me salta encima para chuparme la cara, haciéndome caer de espaldas al suelo, lo que me hace partirme de la risa—, basta, basta —le pido mientras trato de quitármelo de encima, pero él simplemente se mantiene sobre mí, moviendo su cola a la vez que no deja de lamerme el rostro.
—Hola, cariño.
—¡Abuela! —exclamo mientras continúo riendo—, ¿Me ayudas aquí por favor?
La escucho a reír a la vez que se acerca de a poco, pero, en cuanto intenta inclinarse, Baloo le gruñe, lo que la hace retroceder de una vez.
—Lo siento, cielo. Sigo siendo la menos favorita de estos animales —arguye, mientras trata de hablarle al perro para que se aleje.
Al final, me quedo inmóvil, permitiéndole que termine de saludarme hasta que se quita por sí solo. Me levanto con rapidez antes de que se le ocurra volver a demostrarme amor, acepto la servilleta que me ofrece la abuela Ariel y me limpio toda la baba que Baloo me dejó en el rostro.
—Está loca —dice mi abuela al acercarse a abrazarme—, siempre dejas que los perros te llenen de baba.
—Es su forma de demostrar su amor, abuela —farfullo al dejarme envolver por sus brazos amorosos—, ¿Cómo está el abuelo?
—Igual de gruñón que toda la vida.
La observo girarse para revisar las jaulas, a la vez que comienza a hablarle a los perros con cariño, mientras estos le gruñen y se esconden en un rincón de sus jaulas, lo que me hace reír; la abuela Ariel había sido una amante de los animales desde pequeña, al punto de haber obtenido este refugio animal desde su adolescencia. Desde entonces, se ha encargado de rescatar animales en la calle para después buscarles un hogar, el ser médico veterinaria, le era de ayuda para las curaciones y castraciones. Lo único divertido era que, a pesar de ser una persona sumamente especial con los animales, ellos no terminaban de quererla, por lo que, por lo general, siempre mantenía mordeduras en sus manos y muñecas.
—Mérida está por llegar, quedamos en que llevaríamos a algunos de estos amigos a caminar al parque —le cuento al volverme a inclinar para tocarle la cabeza a Baloo, quien se resiste a volver a su jaula.
Noto la incomodidad de mi abuela al moverse de un lado a otro mientras mira hacia la entrada del lugar, como si temiese que Mérida llegara en cualquier momento. Suelto lentamente la respiración, y trago saliva con fuerza dedicándome a esperar a que vuelva a mencionar el tema.
En mi familia había un tema en particular del que teníamos prohibido hablar, por petición mía desde hacía tres años atrás. Todos habían accedido a que todo siguiera con normalidad, a excepción de ella, quien no perdía la oportunidad de hablarlo.
—¿Cómo has estado, cielo?
Sonrío con los labios apretados, tratando de no enojarme.
—Súper bien —respondo al mirarla sobre mi hombro—, tengo planeado ir a mañana a practicar paracaidismo —le cuento, tratando de verme emocionada—, abuela hazme el favor y quita esa cara de funeral que aún nadie se ha muerto —le pido al dejar salir un suspiro lleno de frustración.
—Cariño, solo entiende que yo…
—Shhhh —la silencio al ponerme de pie, coloco ambas manos sobre sus hombros y termino por besar su frente—, todo está bien, no hay nada que temer.
—¿Llevas todo en orden? —pongo los ojos en blanco, comenzando a hartarme de esta bendita plática.
—Que sí, abuela —respondo al alejarme con brusquedad—, ¿Qué no quedamos en que ese tema no se habla? Si mira nada más como te pones cuando lo hablamos —farfullo al llevar ambas manos hasta mi cabello—, ya supéralo ¿Quieres?
—¿Cómo puedes ser tan insensible? —prorrumpe al llevar ambas manos para cubrir su boca—, solo quiero saber que mi niña está bien.
Observo como su labio inferior comienza a temblar al tratar de soportar las ganas de llorar, sus hermosos ojos verdes se llenan de lágrimas instantáneamente, probablemente al recordar el pasado vivido con su hermano menor. Miro sobre su hombro, Mérida ingresa, pero, se detiene en cuanto nota mi rostro cargado de frustración. La pelirroja niega con la cabeza mientras camina hacia nuestra abuela, se detiene a su lado y la envuelve en sus brazos en señal de saludo.
—Abuela, si sigues así, conseguirás que Wailani deje de venir a verte. Ahora ve a atender a tus pacientes que esta bruja y yo iremos a sacar a estos hermosos.
Le dedico una pequeña sonrisa a mi prima en señal de agradecimiento, mientras me giro para tomar las correas para sacar a los perros de las jaulas, Mérida se detiene a mi lado y me empuja ligeramente con su codo, dedicándose a sonreír mientras hace un gesto con su cabeza hacia la abuela, quien se había marchado renegando entre dientes.
Mérida Roberts era lo más cercano que tenía a una hermana, es un año mayor que yo, y, gracias a que su padre es hermano de mi madre y su madre hermana adoptiva de mi padre, crecimos prácticamente que juntas, haciendo que nuestros lazos fuesen mucho más fuertes. A pesar de que ambas éramos muy diferentes, nos amábamos casi como si hubiésemos compartido el mismo útero. Yo era el tipo de chica que disfrutaba de los deportes extremos, ella amaba servirle de modelo a nuestra abuela Colette cuando sacaba una nueva línea de ropa, gracias a sus buenos atributos, pues debía de aceptar que Mérida era lo que yo nunca sería: una mujer elegante, guapa, educada… ella simplemente había nacido para ser casi una muñequita de pastel, amaba su cabello rojo y sus mejillas blancas adornadas de pecas. Por lo general, siempre tenía a muchos chicos tras ella mientras que yo amaba mi libertad, además de que no me consideraba el tipo de mujer que fuese muy agradable a los ojos de los hombres.
Mérida soñaba con encontrar un príncipe azul y yo soñaba con pasar el resto de mis días montada en una bicicleta o lanzándome de un avión con un paracaídas; lo único que teníamos en común, era el excesivo amor hacia los animales.
Al final sacamos a seis de los quince perros que había en el refugio, nos dirigimos hacia el parque en medio de conversaciones relacionadas a libros llenos de romance, lo que me provocan náuseas, pero, que al final termino por seguirle la corriente para lograr hacerla feliz.
—¡Y es que no he tenido tiempo de contarte! —exclama con emoción al comenzar a caminar de espaldas para quedar frente a mí—, he comenzado a hablar con un chico que está guapísimo, y la verdad es que siento que me gusta mucho, Waili —la miro tomar todas las correas con una sola mano para abanicar su rostro con la otra, lo que me hace reír—, pero, no sé qué tan prudente sea salir con él, no tiene el mismo nivel económico que tienen mis padres.
—¿En serio me estás diciendo que te importa el hecho de que no tenga dinero? —la regaño—, no puedo creer que mi prima sea el tipo de persona que le importe el dinero para comenzar una relación.
—¿Tú crees que debería de arriesgarme?
—¡Por supuesto! Si a ti te gusta de verdad, que nada te impida tener una relación con él —me encojo de hombros, transmitiéndole mi apoyo—, ¿Quién dice que el amor solo se encuentra en el dinero?
—Sabía que lo que me hacía falta era hablar contigo —musita con alegría para volver a caminar con normalidad—, ¿Y tú? ¿No piensas arriesgarte? —pregunta al mover sus cejas de forma pícara.
Hago una mueca y niego con la cabeza.
—Tú más que nadie sabe el gran motivo que lleva a esta loca a no querer tener nada serio con nadie —me limito a responder.
—Pero pueden pasar años para que esa catástrofe suceda. No deberías de privarte al hecho de querer tener algo lindo con alguien.
—¡No soy una persona egoísta! —le discuto—, es más, olvidamos el tema aquí —farfullo al ingresar al parque de los perros.
Me inclino y libero las correas de Baloo y sus compañeros para que fuesen libres de ir a corretear, encargándome de ignorar la mirada de Mérida, quien no dejaba de torturarme con su dichoso tema del romance sin fin.
—Voy por unos helados —dice al final, dándose por vencida.
—Frutos del bosque por favor —le pido, a lo que ella sonríe y se limita a levantar sus dedos pulgares en señal de aprobación al conocer mi sabor favorito de helado, para terminar por alejarse, dejándome sola con seis grandes animales que no dejan de correr como atacados.
Me concentro en Baloo, quien es el más desastroso de todos. La abuela no se cansaba de repetirme que debería de no liberarlo de la correa, pues él suele atacar a cualquier persona que no le agrade, pero, me daba tanta pena siempre tenerlo amarrado, que al final terminaba por arriesgarme para que se divirtiera, aunque sea un poco.
—¡Maldita sea! —el grito de un chico me pone en alerta, muevo la cabeza hacia la derecha y miro a Baloo lamiéndole la cara a un chico que no deja de revolcarse al tratar de quitárselo de encima—, ¡Que alguien me quite este estúpido perro!
Me echo a correr en dirección de Baloo, comenzando a llenarme de rabia al escuchar la forma en que le habla a mi perro favorito, frunzo los labios y lo agarro del collar para alejarlo del chico que no deja de maldecir.
—Quítate, Baloo. No vaya a ser que te intoxiques al lamer ese asqueroso rostro —lo regaño en cuanto le coloco la correa otra vez.
Un chico bastante joven me mira con el ceño fruncido mientras trata de limpiarse la baba que ha dejado el perro en su rostro.
—¿Asqueroso rostro? ¿Acaso no me has visto?
—Discúlpame por tener libre expresión —musito al poner los ojos en blanco. Lo que lo hace torcer una sonrisa, que borra de inmediato.
—Deberías de tener más cuidado con tu perro, es un peligro.
Me es inevitable no mirarlo, pues en realidad es bastante atractivo para que sea tan gruñón. Su cabello es castaño y bastante abundante, su rostro blanco bastante perfilado además de que sus labios prácticamente gritan: soy besable. Sus ojos color miel se clavan en los míos, lo que me hace ver que en él hay una enorme tristeza, pues se ven apagados.
—Si no me equivoco, este es un parque para ellos, el que debe de tener cuidado aquí, eres tú —me defiendo al inclinarme a tocar la cabeza de mi amigo.
Le ofrezco una mano para que se levante, pero, la alejo en cuanto lo miro negar con la cabeza.
—Solo ten a ese animal alejado de mí —termina diciendo para después irse entre gruñidos.
Pongo los ojos en blanco y me giro para ir en busca de los demás, pero, me detengo en cuanto veo a Mérida de pie frente a mí, sosteniendo los helados entre sus manos mientras sonríe con malicia.
—Es lindo, y tal parece que a Baloo le ha agradado.
—¡No comiences, Mérida! ¡Deja de imaginar romances donde no los hay! —la regaño, a lo que mi prima simplemente rompe en carcajadas.