Erick
—El señor Romanov se reunió conmigo unos días antes de su muerte, para compartirme su sentimiento de saber que sus días en la Tierra estaban contados —comienza a hablar el notario al sentarse en la cabecera de la enorme mesa rectangular, en la sala de juntas en la casa de mi abuelo.
Apoyo mi puño contra mi barbilla y cierro los ojos al recordando muchas de las conversaciones que solía tener con él.
—Estoy de paso en este mundo, Erick —me decía desde que yo era tan sólo un niño, cada vez que le repetía que no quería que se muriera jamás —Pero estoy seguro de que viviré, al menos hasta que te hayas convertido en un gran hombre, formando una familia amorosa a como yo la formé con tu abuela Victoria —sus ojos brillaban cada vez que recordaba a mi abuela, quien fue el amor de su vida durante treinta y cinco años, para después, volar a las estrellas.
Ahora me dolía en gran manera que él haya muerto, sin haber logrado verme convertido en lo que siempre soñó.
Pero, ¡Vaya! después de todo, tan sólo tengo veinticinco años, por lo que, lo normal es que mi único propósito sea la diversión, fiesta, chicas… todo bien lejos del compromiso que implica tener una familia. Esa trampa que cierra al hombre y a la mujer por igual.
—La gran fortuna del señor Romanov es de público conocimiento. Distribuida entre casinos, hoteles, fincas y además de poseía una gran cantidad de acciones en un hospital privado —continúa hablando el viejo notario.
Abro los ojos y me dedico a mirar a mí alrededor. Eran diez personas las que esperaban como lagartos carroñeros, apresar un pedazo de aquella fortuna. Cuatro de sus hijos, incluida mi madre, miraban atentamente al notario, esperando el momento en que les dijera qué les correspondía a cada uno.
A todo esto, mis cuatro primos y dos primas revisaban sus teléfonos perezosamente, esperando el momento en que les dijesen que podían retirarse para continuar haciendo sus labores cotidianas, las cuales consistían en visitar clubes, salones de belleza o tiendas de diseñador.
Todos aquí son unos completos inútiles… incluyéndome.
La única diferencia, era que yo parecía ser el único que se mostraba afectado por la pérdida del patriarca de nuestra familia. Mi corazón aún se sentía destrozado, a pesar de que lo habíamos despedido hacía una semana atrás. Él se había convertido en la persona con mayor importancia en mi vida, aún más que mis propios padres, quienes tan sólo eran una pareja materialista que se conformaban con vivir de las apariencias.
—Continúe por favor, señor notario —lo insta mi madre, al hacer un gesto con su mano.
Suelto una risa sarcástica, al dedicarme a negar con la cabeza.
—¿Qué? ¿Llegarás tarde al campo de criquet donde te esperan tus amigas, mamá? —le pregunto, a lo que ella me dedica una fría mirada.
—Erick, ni siquiera se te ocurra faltarme el respeto —espeta, a lo que sólo me limito a sonreír —Proceda, señor notario. Ignore a mi hijo —vuelve a presionar al viejo hombre, quien asiente con la cabeza.
—Bueno, el señor Romanov ha dejado cada uno de sus bienes a nombre de su nieto Erick Stewart —el hombre me mira con una enorme sonrisa marcada en sus labios, lo que me daba a entender que estaba disfrutando decir aquello frente a aquella fétida bola de gente materialistas, que ahora habían comenzado a quejarse de lo egoísta que había sido el abuelo para no dejarles nada, a pesar de ser sus propios hijos.
Parpadeo en varias ocasiones mientras siento como mi garganta se seca, intentaba comprender por qué el abuelo había hecho tal cosa. No consideraba que hubiera sido un nieto modelo. Lo amé, sí; lo cuidé y acompañé en cada paso que daba, pero, a pesar de eso también lo decepcioné por no querer aprender nada de sus negocios.
—¿Erick? ¿En serio mi padre hizo eso? —los llorosos ojos de mi madre me escupen su rabia directo a la cara —¿Qué hizo Erick para merecer ser el único heredero de las empresas Romanov?
—Deberías de estar feliz, Claudia —reclama el tío Ricardo al dejar salir una risa sarcástica —Es tu hijo el que ahora tiene todo, lo que significa que tú también lo tendrás.
—¿Entonces por qué nos citó a todos si hubiese bastado que usted hable sólo con Erick? —reclama mi prima Estéfany al voltear los ojos—. Perdí mi vuelo a París por esta estupidez.
—Es porque aún no he terminado de leer el testamento —menciona el notario de forma calmada—. Es cierto que el único heredero de toda la fortuna Romanov es el señor Erick, su nieto —farfulle al asentir con la cabeza en mi dirección — Pero, ha dejado una cláusula más. Su fortuna estará a mi cargo durante doce meses completo, Erick no tendrá acceso a ella.
Estiro mis pies bajo la mesa y me relajo, en realidad, sentía alivio al no tener que reclamar nada, pues era muy probable que toda mi familia me cayera encima como buitres, tratando de arrebatarme todo. Y la verdad es que no tenía ganas de pelear con nadie, solo deseaba pasar el duelo por la muerte de mi abuelo de forma tranquila.
— El señor Erick Stewart tendrá doce meses para encontrar una esposa que contenga las siguientes características — vuelvo a sentarme derecho al escuchar esa estupidez.
¿Qué carajos, abuelo? ¿Es en serio?
— Que sea buena, dulce, educada, elegante, bonita… sintetizando en pocas palabras, que sea toda una dama. Si no lo consigue a los doce meses, se leerá un segundo testamento.
Suelto una risa llena de diversión, dedicándome a negar con la cabeza, a la vez que ignoro las miradas asombradas del resto que se encuentran en la sala.
— Podría leerlo ahora, señor notario — digo con seguridad — Creo que será imposible cumplir la última voluntad de mi abuelo.
— Lamentablemente, no puedo hacerlo antes de que se cumplan los doce meses — menciona el hombre — Ahora, todos pueden retirarse, a excepción de usted, joven Erick.
Mi madre me dirige una fría mirada que advertía problemas, lo que únicamente provoca que ponga los ojos en blanco. Ahora sólo faltaba que mi propia madre se convirtiera en mi enemiga a causas de una fortuna que ni siquiera había pedido.
Todos comenzaron a salir de la sala renegando entre sí, y en contra del abuelo, por haber tomado la decisión de dejar todo en manos de alguien tan “inmaduro” a como lo soy yo. Me parecía increíble lo que podía llegar a provocar un asunto de dinero en las familias, convertía todo en un campo de guerra, a nadie le importaba el amor o la unidad por la que el abuelo siempre luchó que permaneciera entre todos; a ellos sólo les importaban esos millones.
— Su abuelo dejó esto para usted — dice en cuanto todos terminan de irse.
Él coloca un pequeño cofre plateado sobre el escritorio y lo empuja hacia mí, en cuanto trato de abrirlo, levanta una mano para detenerme.
— Él fue muy claro en sus peticiones; tendrá que guardarlo hasta el momento en que haya encontrado a la chica que se convertirá en su esposa. Sin trampas, todo lo que suceda entre usted y esa joven debe de ser real, nada de contratos.
Suelto una risa llena de sarcasmo mientras me dedico a negar con la cabeza. Subo los pies a la mesa y me estiro hacia atrás, entrelazando mis dedos tras mi cabeza.
— ¿Qué? ¿Acaso mi abuelo sabía que iba a morir en ese tren?
— Él se sentía viejo, joven Erick. Y le aseguro que esto estuvo premeditado desde hacía meses atrás.
Suspiro con lentitud al levantar la mirada para ver los enormes candelabros colgando del techo.
— Amaba a mi abuelo, lo respetaba aún más de lo que respeto a mi padre — confieso, al comenzar a sentir como mi pecho arde ante los recuerdos que invaden mi mente — Pero, no creo poder hacer su última voluntad. El amor no se toma a la ligera, señor notario, no puedo obligarme a enamorarme en menos de doce meses.
— Él tenía fe en usted, Erick — dice el hombre pacientemente — Usted se convirtió en el hijo que siempre deseó tener, por lo que, su mayor deseo siempre fue verlo convertirse en un hombre de familia, un digno heredero de toda su fortuna.
El hombre me sonríe con amabilidad y termina por asentir con la cabeza.
— Me retiro, guarde el cofre que le dejó su abuelo y no lo abra hasta que haya cumplido su voluntad. El fin de semana pasaré por usted para que pueda ir a conocer el hospital al que su abuelo invertía tanto tiempo y dinero.
Lo observo tomar sus pertenencias para después dirigirse a la puerta.
Muevo mis manos de forma impaciente al sentir como un hormigueo se apodera de ellas. Me dedico a mirar el estúpido cofre plateado frente a mí, lo que me hace sonreír y negar con la cabeza; mi abuelo y su forma de jugar a la búsqueda del tesoro. Recordaba todas las ocasiones en que solía esconder juguetes en el patio con el único objetivo de pasar horas jugando conmigo en la búsqueda del tesoro, se tomaba la molestia de realizar un mapa y dejar ciertas pistas hasta que yo fuese capaz de encontrar mi nuevo juguete.
Cierro los ojos y sonrío, mientras dejo que las lágrimas comiencen a mojar mis mejillas otra vez. Lo echaba tanto de menos, que ahora ni siquiera sabía qué iba a hacer los viernes durante la tarde, los cuales eran los días en que solíamos salir con el único objetivo de pasar tiempo juntos.
Mi abuelo fue mi héroe personal, siempre fue la persona que jamás quise perder.
Abro los ojos y saco la caja de cigarros de mi bolsa, llevo uno hasta mis labios y lo enciendo para tratar de disfrutar de su asqueroso aroma, a la vez que me dedico a pensar en cómo carajos iba a hacer para cumplir su última voluntad.
No quería decepcionarlo, necesitaba que donde sea que estuviese, se sintiera orgulloso de mí.