Wailani Los fuertes ronquidos de Mérida me hacen abrir los ojos a primera hora de la mañana, tomo una almohada y cubro mis oídos, a la vez que dejo salir un gruñido ante la desesperación de estar escuchando la forma en que casi se estaba manifestando un demonio. Odiaba tanto que Mérida tomara licor, siempre que lo hacía sucedía eso, su cuerpo se relajaba tanto al dormir, que sus malditos ronquidos se hacían presentes. Al final, tomo el teléfono y reviso la hora, eran cerca de las seis de la mañana, hora que definitivamente era perfecta para seguir durmiendo. Con un lento suspiro, salgo de la cama y prácticamente arrastro los pies hacia el pasillo, pensando en la posibilidad de tirarme al sofá para volver a quedarme dormida. Cuando llego al piso de abajo, debo de sostenerme por algunos