Erick
Me cubro el rostro con la cobija en cuanto las cortinas de mi habitación son corridas bruscamente. Gruño y maldigo cuando mi madre comienza a arrastrar las cobijas hasta dejarme sin nada.
—Levántate, Erick; deja de ser tan flojo que son ya la una de la tarde —los ojos marrones de mi madre me enfocan con molestia, mientras se detiene frente a mí dedicándose a mantener sus brazos cruzados a la altura de su pecho.
La observo, está arreglada y maquillada, lo que indica que probablemente va de salida.
Claudia no es el tipo de persona que acostumbra a venir a despertarme, de hecho, eso siempre lo ha hecho Graciela, el ama de llaves, por lo que, verla en mi habitación viéndose interesada en lo que hace o no hace su único hijo, me trae sospechas.
—¿Qué haces aquí, Claudia? —le pregunto, antes de pasar ambas manos por mi rostro para tratar de quitarme la pereza que me invade.
—El notario está abajo, espera por ti; dice que te llevará a mostrarte el dichoso hospital que tanto amaba tu abuelo —dice al poner sus enormes ojos azules en blanco.
Tomo la cobija otra vez y vuelvo a cubrirme con ella.
—Es domingo, no pretendo salir de la cama, además, no me interesa la dichosa herencia.
—¡Que salgas de la jodida cama, Erick! —exclama nuevamente al volver a quitarme la cobija—. Eres el único heredero de los Romanov, así que ve y cumple con tu deber para que te entreguen lo que por ley te pertenece.
Me dedico a observarla con el ceño fruncido, la alta y guapa mujer se mueve con incomodidad al mencionar aquellas palabras, lo que definitivamente me sacaba de onda; primero, se quejó en la lectura del testamento porque su padre no le dejó nada, y ahora, parecía estar muy interesada en que yo me apoderara de dicha fortuna.
—Sí sabes que la condición que dejó mi abuelo para reclamarla es que me case, ¿Verdad? —levanto una ceja y niego con la cabeza.
—Pues te casas y ya —farfulle al abrir sus brazos para dejarlos caer a sus costados—, ya estás en edad de casarte, Erick.
—Ni que estuviera loco —me burlo—. ¡Solo tengo veinticinco años! No pienso casarme sin estar enamorado solo para obtener una herencia —entrecierro los ojos en su dirección para después terminar por sentarme en la cama—. Además, ¿Por qué siento que ahora estás muy interesada en que la reciba? Si bien recuerdo, si no me caso en los próximos meses, la herencia será dividida entre todos ustedes.
—Lo hablé con tu padre, hijo —dice al sentarse a mi lado, cambiando drásticamente su expresión—, si tú recibes esa fortuna, quedará en el núcleo familiar. No tendremos que compartirla con ninguno de tus tíos —toma mis manos entre las suyas y me sonríe de forma interesada—, eres guapísimo; claro que te será fácil conseguir una esposa hermosa y de buena familia.
—¡Estás loca, mamá! —exclamo al sacar mis manos de entre las suyas para después alejarme de ella—. ¿Qué cosa rara tienes en la cabeza? ¡Tu padre murió hace unos días! ¿En serio lo único que te importa es el dinero que dejó?
Me levanto de la cama y me dirijo con rapidez hacia la ventana, tratando de calmarme para no mandar al diablo a aquella mujer que daba a entender que toda su vida giraba en torno al dinero. Ni siquiera me sentía parte de esas personas, todo en mi interior gritaba que escapara de ahí, que aquel había dejado de ser mi hogar hacía muchísimo tiempo atrás.
—No exageres, Erick. Claro que me duele haber perdido a mi padre —musita al detenerse detrás de mí—, pero, él se fue y la vida sigue. No podemos estancarnos ahí.
—Voy a darme un baño, dile al notario que bajo enseguida —farfullo al fruncir los labios—, y que quede claro que no lo haré por lo que tú me dices, lo hago por no ser una persona grosera —concluyo para luego dirigirme hacia el baño.
(…)
Va a encantarle el lugar —dice el notario al dedicarse a conducir, lo que me hace sonreír y negar con la cabeza.
—¿En serio cree que un hospital es encantador? Si no me equivoco esos lugares están llenos de gemidos cargados de dolor, muerte, sangre y gente triste —rasco mi cabeza con incomodidad mientras me dedico a mirar por la ventana—, ¿O ahora se han convertido en un parque de atracciones y yo no me he dado cuenta?
El hombre de mediana edad rompe a reír, me mira por breves segundos para terminar por volver su atención a la carretera.
—Su abuelo mencionó muchas veces su buen humor. Era de sus cualidades favoritas.
Aquel maldito nudo vuelve a instalarse en mi garganta, pequeños recuerdos invaden mi mente al verme caminar a su lado, contándole estupideces con tal de verlo reír. Yo era algo así como su bufón personal.
Tuerzo una sonrisa, dedicándome únicamente a ver la forma en que los edificios desaparecen al pasar frente a ellos, convenciéndome una vez más de que el abuelo era casi la única familia que me quedaba.
(…)
—Mucho gusto, señor Stewart. Mi nombre es Taydon Roberts, el director del centro médico —un alto pelirrojo extiende su mano en mi dirección, dedicándose a sonreírme ampliamente.
—Está bien si solo me llama Erick, de todas formas, no creo que vaya a tener mucho trato conmigo —digo en respuesta, a lo que el notario me codea suavemente para que cierre mi boca.
Lo miro sobre mi hombro, el sujeto solo me da una mirada de advertencia, lo que me hace poner los ojos en blanco. Tal parecía que no iba a quitarme a este hombre de encima muy fácilmente.
—¿Qué le parece si le comenta a Erick sobre los deseos de su abuelo con este lugar?
—¡Oh! Por supuesto —el pelirrojo asiente con la cabeza en mi dirección mientras me muestra con su mano el largo pasillo frente a nosotros para que comience a seguirlo—, su abuelo añoraba con hacer de este lugar, un sitio completamente público, donde todas aquellas personas que no cuentan con un seguro médico, puedan venir a ser atendidos por grandes profesionales —levanto una ceja al escuchar aquello, sintiéndome completamente orgulloso de mi abuelo al haberse preocupado por el más necesitado—, su abuelo hablaba mucho de usted, Erick, siempre mencionó a su nieto como una persona noble, el cual sería capaz de seguir sus pasos y ayudarlo a cumplir su objetivo si algo llegase a ocurrirle.
Trago saliva con fuerza y asiento con la cabeza. Dándome cuenta de que mi abuelo probablemente presentía su muerte desde hacía tiempo atrás, por lo que, ya había comenzado a dejar todo en orden.
El pelirrojo continúa hablándome de los planes de mi abuelo, de la forma en que pretendía encontrar socios que lo ayudaran a cumplir su objetivo, pero, las palabras de aquel hombre quedan en el olvido en cuanto logro ver a una pelirroja guapísima caminar en nuestra dirección, al lado de la loca del perro que me atacó la otra tarde.
Trago saliva con fuerza mientras me dedico a recorrer su cuerpo con la mirada; aquella mujer parecía haber salido de una portada de alguna revista, o incluso haber sido tallada a mano por la misma diosa Afrodita, dada a su perfecta silueta. Lleva una falda que llega hasta la mitad de sus muslos, acompañada de una blusa amarilla con un escote sexy que deja ver el hermoso comienzo de sus pechos. Mientras que su compañera casi podía pasar completamente desapercibida a su lado, dado a sus enormes ropas deportivas.
—¡Papá! —la pelirroja se acerca al director del hospital y lo rodea con sus brazos, a la vez que besa su mejilla—, lamentamos mucho interrumpirte, solo veníamos a ver si ya estaban los resultados de los estudios listos —dice al echarle una mirada a la pelinegra a su lado, quien simplemente pone los ojos en blanco para después dejar salir un lento suspiro.
—Hola, Wailani —la saluda Taydon al acercarse a la morena—, ¿Cómo has estado?
—Perfectamente, como siempre, tío —responde la otra con sarcasmo, antes de que su atención se enfoque en mí—. Pero mira a quién tenemos aquí; al idiota que se atrevió a ofender a Baloo.
Es hasta en ese momento cuando dejo de mirar de forma idiotizada a la hija del director, quien en ese instante incluso me hace pensar en la posibilidad de complacer a mi abuelo con su última voluntad.
—Wailani, Mérida, él es Erick Steward, el nieto del señor Romanov —me presenta el médico, antes de lanzarle una mirada de advertencia a su sobrina—. Y tú, ten más respeto con el joven.
—Cuando no le diga estúpido a mi perro —responde la morena al sonreír con los labios apretados.
—Te pido una disculpa, no fue mi intención ofenderte —menciono al volver a centrarme en la pelirroja a su lado—. Que placer conocerla, Mérida —digo al llevar su mano hasta mis labios.
Noto como sus blancas mejillas se tornan rosadas, a la vez que una pequeña sonrisa se asoma en sus labios maquillados de rosa, lo que hace que mi piel se erice y desee conocerla más. Aquella mujer era lo más perfecto que había visto en toda mi vida, por lo que, estaba seguro de que ahora no dejaría pasar la oportunidad de poder acercarme a ella.
De pronto, la idea de tener que casarme en menos de doce meses, no me parecía tan descabellada.
—Que lindo —farfulle al encogerse ligeramente de hombros, antes de que sus grandes ojos verdes se centren en su prima—. Ya nosotras nos íbamos.
—No, si tú puedes quedarte a coquetear, qué no ves que al pobre tonto por poco y se le sale la baba —comenta al darle un pequeño golpecito en su hombro—, yo me iré a dar una vuelta por el área oncológica, a esta hora debe de estar Esmeralda ahí —dice para darse la vuelta y comenzar a caminar en dirección opuesta.
Mérida vuelve a mirarnos, esta vez ofreciéndonos una pequeña sonrisa de disculpa.
—Lamento mucho eso, solo que, mi prima no suele tener ningún tipo de filtro a la hora de hablar —musita para mirar a su padre—, acompañaré a Waili. Lamento haber interrumpido, ha sido un placer conocerlos —concluye para después simplemente prácticamente correr tras la morena.
Taydon se echa a reír, dedicándose a negar con la cabeza en repetidas ocasiones.
—Bueno, ya conocieron a mis niñas. Se les ve mucho por aquí, ambas son distintas, pero, encantadoras a su manera —nos cuenta al emprender nuevamente el camino—. Podemos continuar, hay mucho que debes ver, Erick.
Me dedico a mirar al notario a mi lado, quien se dedica a sonreír con malicia antes de que se acerque a decirme:
—Como que la idea de casarte ahora no es tan mala, ¿Verdad?