A la mañana siguiente el grupo se hallaba reunido frente al establo, esperando por el último trabajador que se uniría a ellos. Miraron hacia la casa grande y la vieron venir a paso firme, con su bombacha de gaucho, una camisa muy prendida y su largo pelo trenzado cayendo sobre su hombro, terminando el atuendo con una boina negra en la que después colocaría todo el largo de su peinado y así se ocultaría el hecho que ella era una mujer, en caso de que ojos extraños miraran desde lejos al grupo de trabajadores.
En realidad nunca sabían en qué momento podían llegar visitas y, además, aún habían dos hombres que paseaban por la finca, pero para la fortuna y los nervios de la señorita, ese día se habían marchado a una finca cercana a negociar ciertos temas con los dueños.
Vicente no podía dejar
