Las casitas donde se estaban alojando los invitados demostraban el poco dinero con el que contaban aquellas familias. Javier y Tomás colaboraron en ayudar en el arreglo de techo y paredes, ganándose de esa forma la gratitud del pequeño pueblo. Aimé contemplaba al hombre de cabellos rubio casi con infantil anhelo. No había visto a nadie con un pelo tan claro como el de ese apuesto joven que ayudaba a los suyos con sus tareas. Lo analizaba de lejos, observando sus musculosos brazos y su amplia espalda, empezando a despertar en ella un deseo que nunca antes había sentido. Aimé tomó a Sofía del brazo y la alejó del grupo que trabajaba para arrastrarla a un lugar donde pudieran hablar en privado. — Prima, por favor, ese hombre me está matando de solo mirarlo — dijo casi ruborizada. — Ay, Aim