Sofía prohibió tajantemente que la historia de lo ocurrido esa mañana llegara a los oídos de su padre, dejando en claro que quien osara ir contra sus órdenes se enfrentaría a un terrible castigo, y como la muchacha era de cumplir, nadie se iba a arriesgar a desobedecerla.
Cuando la tarde cayó sobre la finca, y dentro de la casa se encendieron las velas para iluminar, Sofía mandó a llamar a Vicente y Tomás al saloncito.
— Adelante — Le dijo a los hombres con una suave sonrisa en sus labios —. Tomen asiento, por favor — dijo señalando el sillón.
— Muchas gracias, señorita — respondió calmadamente Vicente —, pero preferimos mantenernos de pie — Rechazó con un tono de voz tan suave que no daba lugar a ofensas.
— Está bien — retomó la joven con una voz suave —. Los mandé a llamar debido a que debo agradecerles su ayuda esta mañana, sinceramente si ustedes no hubieran intervenido... — Se interrumpió un momento para luego continuar, para encontrar un espacio en su mente em do de pudiese alejarse del recuerdo, del espantoso momento que tuvo la desgracia de vivir —. El señor Esteban se estaba tomando atribuciones que no correspondía y, debido a mi inferioridad de fuerza, no había forma que pudiera librarme de él. Gracias a que ustedes participaron rápidamente en mi auxilio y demostraron un veloz accionar en la resolución de una gran dificultad, pude salir sin mayores daños. Realmente mi más sincero agradecimiento a ambos — dijo y agachó su cabeza en señal de profundo respeto, de eterno agradecimiento.
Cuando Sofía volvió a levantarse, Vicente pudo apreciar esos enormes ojos almendra mirándolo fijamente, transmitiéndole una mezcla de emociones que no podía terminar de descifrar pero le producía unas profundas ganas de abrazarla y protegerla, de apartarla de todo mal, de hombres abusadores y sociedades opresoras. Se contuvo con todas sus fuerzas de no hacer aquella acción, agradeció a la señorita tomarse el tiempo para manifestar sus sentimientos a ambos, giró sobre sus talones y, haciéndole señales a Tomás, quien también agradeció a la joven, salió del saloncito.
Una vez cerrada la puerta Tomás sintió como el hombre a su lado exhalaba el aire, como cuando alguien ha hecho un gran esfuerzo al trabajar.
— ¿Todo está bien? — preguntó mirándolo de reojo.
— Sí, vamos — contestó seriamente.
Dentro del saloncito la jovencita se dejaba caer pesadamente en el sillón que se encontraba al lado de la chimenea, colocando su cara entre las manos y finalmente dejando salir el llanto, dejando salir de su cuerpo todo el terror, asco y profundo rencor que había acumulado durante el día. No se había detenido a pensar en lo sucedido, no había querido, sabía que en el momento que lo hiciera se iba a derrumbar y no iba a permitir que eso sucediera, que un hombre asqueroso le ganara, no, eso no iba a pasarle a ella, pero al momento de recordar todo para poder agradecerles a sus salvadores, aquellas oscuras imágenes se le habían impregnado en la mente, en los huesos, en el alma; imágenes que se esforzó todo el día en alejar. Ahora habían vuelto tan claramente que pudo sentir el olor a sudor de su atacante y sus manos sobre ella. Ya los sollozos sacudían su cuerpo con fuerza y sintió la mano de su nana que se apoyaba con calidez en su espalda. Levantó su cara llena de lágrimas para observar a la mujer que sostenía una taza de té de tilo para ayudar a calmar los nervios de "su" niña. Sofía aceptó con gusto la taza, tomó unos sorbos del líquido caliente que, mientras bajaba por su garganta, iba causando el efecto deseado. Dejó la taza sobre la mesita a su lado para abrazar a su querida Clarita, quien le acarició la cabeza como cuando era niña y la buscaba para que curara sus heridas.
— Este hijo de puta... — dijo Vicente que se encontraba detrás de la puerta del saloncito y había observado la escena por el pequeño espacio que había quedado entre las puertas mal cerradas — . Por suerte tuvo lo que merecía... — masculló con odio y se giró para volver a su casa, para intentar descansar con un nudo en la garganta y un peso en su pecho.
Con el sol del nuevo día, los ánimos se renovaron y la vida volvió a tomar su rutina. El grupo de hombres se encontraba reunido en las puertas de las caballerizas, cuando vieron a una pequeña mujer de cabellos castaños que se acercaba a ellos usando sus vestimentas de campo y dispuesta a unirse al trabajo que debía resolverse en el día.
— Buenos días — dijo Sofía con tono firme y una sonrisa amplia.
— Buenos días — respondió al unísono el grupo.
Sofía notó que la mayoría miraba hacia otro lado y no a su persona, por eso se vió en la urgencia de actuar.
— Ya dejemos de lado lo de ayer. Simplemente aquí no pasó nada y hoy es un nuevo día. ¡Hay que ponerse a trabajar! — Palmeó la espalda de Jerónimo para darle ánimos y éste sonrió con la mirada aún clavada en el piso —. Pero antes de irnos también les debo agradecer por la ayuda ayer y por encargarse de sacar la basura — Guiñó el ojo con un destello de picardía en su mirada.
Para Vicente ella era una mujer difícil de desentrañar. Por momentos era seria y distante, luego se volvía una niña con enormes ojos almendras y antes que se pudiera dar cuenta, se podía transformar en una cómplice de cualquiera que necesitara apoyo. Más allá de todo siempre conservaba su aire de dama refinada, que camina imponiendo su presencia a cada paso y hacía que hombres rudos de campo estuviesen dispuestos a seguir sus órdenes sin reclamos y con real respeto a su autoridad. La muchacha tenía un cuerpo pequeño, el cual se notaba más pequeño a su lado, sus manos eran suaves y finas, sus caderas anchas dejaban imaginar unas piernas definidas y sus vestidos dejaban ver una cintura definida que el morocho se esforzaba por no tomar cuando ella acercaba su cuerpo al de él, en los trabajos que fueron compartiendo a lo largo del día.
Luego de un largo día de trabajo en la bodega todos volvieron para descansar y, mientras el mate comenzaba a circular al anochecer, la señorita Sofía volvió para reunirse con el grupo de hombres; solo había cambiado su atuendo por sus refinadas ropas mostrando una nueva visión de lo que, para Vicente, era casi la perfección. Se contuvo para no tomar la mano de la muchacha y llevarla a una zona alejada, para, por fin, besar esos carnosos labios carnosos que lo atormentaban con cada movimiento que hacían al hablar.
— Buenas noches — dijo la joven al grupo.
—Señorita Sofía — respondió Javier quitándose el pañuelo de su cabeza a la misma vez que el resto de los presentes la saludaban inclinando la cabeza con respeto.
—He venido a desearles buen arreo y esperamos que vuelvan a casa seguros — Les sonrió al grupo que al siguiente amanecer debía partir con el ganado —. Espero que el clima sea bueno durante todo el viaje — Y clavó sus hermosos ojos en el morocho que la miraba aturdido, como atrapado en un mundo completamente diferente —. Bueno — continuó la mujer —, los dejo continuar con sus asuntos. Buenas noches — saludó mientras se giraba para retornar a la casona ubicada a sus espaldas.
Al amanecer el grupo de hombres comenzó su viaje de doscientos kilómetros con un montón de vacas rebeldes. El trabajo lo habían realizado incontables veces, pero no por ello se relajaban, siempre estaban atentos y mientras se comunicaban con silbidos y gritos entre ellos, los animales se movían como una masa oscura por la desértica tierra mendocina.
El viaje no fue sencillo, pero en realidad nunca la era, solo que esta vez, a cierto hombre de ojos grises, la urgencia de volver lo mantenía más activo y, por lo tanto, el grupo trabajaba más horas moviendo el ganado, sólo descansando unos pocos momentos, para volver a retomar el trabajo apenas comenzaban a asomar los primeros rayos de sol.
Fue así que tardaron menos de lo esperado en volver a pisar el terreno de aquella finca, donde cierta muchachita de bonitos ojos almendras esperaba por sus empleados.
Ni bien pisaron los terrenos cercanos a la casa, un grupo de niños, que jugaba en un canal que recorría la finca, salieron corriendo para avisar al resto de los habitantes de la misma, que los hombres habían retornado. Las muestras de sorpresa ante la velocidad del viaje fue lo que más se escuchó, pero los hombres solo se limitaban a decir que esa era su forma de trabajar, nada más, ni nada menos.
— Bueno, ya volvimos — dijo Javier a su jefe mientras masticaba una ramita de jarilla y descansaba sentado en el pasto, con su espalda apoyada en la pared externa de la casa —. ¿Y ahora qué? — indagó mirando de picardía al morocho.
— Ahora lo que nos salga... ya veremos.
Vicente había pensado hasta el cansancio en qué vendría luego de que terminaran su trabajo. Sabía que un día ese momento llegaría, pero realmente no estaba muy feliz con dejar la finca y menos a una de las habitantes de la misma.
— Bueno— retomó Javier mientras se paraba, estirando sus brazos al cielo y quitando el cansancio de su espalda —, creo que ya que nos hiciste venir como si el mismísimo diablo nos siguiera, deberías ir a saludar a cierta dama — Y apuntó con su cabeza a la casa.
— No. Debo esperar que me llamen — respondió completamente consciente que era inútil ocultarle algo a ese hombre que lo conocía más que él mismo.
— ¿Sabés que no es muy buena idea eso que te está pasando, no? — preguntó a su amigo .
— Mmmmm... — Claro que lo sabía, ni pertenecían al mismo mundo y ella era toda una excepción de dama, de mujer, pero ya era muy tarde para dar marcha atrás.
— Esto sí que no te va a gustar — Javier señaló discretamente a la galería de la casa, donde se podía ver a una pequeña muchacha que paseaba con dos caballeros con trajes. Todos demostraban que su formas de comportarse habían sido aprendidas a fuerza de lecciones e institutrices.
Vicente sabía que era normal que una jovencita tuviese algunos caballeros que la cortejaran bajo la estricta mirada y aprobación del padre de la misma, pero lo que no sabía es que Sofía y Don Domingo habían rechazado a incontables candidatos, después de todo ella no solo era hermosa y con buenos modales, sino que era heredera a una enorme fortuna que atraía hombres de todas las edades y provenientes de varios rincones del país, inclusive Buenos Aires.
— Ah, ese — Escucharon que Anselmo hablaba a su lado, pero jamás notaron cuando llegó a unirse a su conversación —. El de pelo como la señorita es su primo, ella simplemente lo tolera porque es de la familia. Cosas de ricos— dijo como sin entender el por qué —. El otro joven rubio es el amigo de éste, y se pegó a la señorita ni bien llegaron a la casa — agregó el recién llegado mientras dejaba salir un poco de celos en su frase.
—Perdón que pregunte — dijo Javier al ver que su amigo, no solo mantenía la vista clavada en la casa, sino que su mandíbula se tensó al notar los celos en la voz del joven que conocía de, prácticamente, toda la vida a la dueña de casa —. ¿Estás enamorado de la señorita Ocampo?
Los ojos negros de Anselmo se abrieron muy grande y, casi como si fuera un mal chiste, respondió:
—¡¿Estás loco?! No — comenzó a reír de a poco —. Ella... no... nosotros.... — No podía hablar debido la carcajada que estalló al pensar en esa idea —. Bueno... — dijo ya calmando su risa y apoyando su mano en el hombro de Vicente — . Conozco a la señorita desde que ambos éramos niños, no voy a negar que es hermosa, pero — Acentuó la palabra final y levantó su dedo índice al cielo, mientras que su tono de voz se tornaba serio —, primero, ella vive en un mundo muy diferente al nuestro; y segundo, la considero una hermana. He vivido junto a la señorita muchas cosas e hicimos muchas travesuras de pequeños, también Jerónimo y Pedro, solo que ninguno jamás la miró de otra forma porque sabemos que sería suicidio. Está fuera del alcance de todos — Y comenzó a reír por lo bajo mientras se alejaba — ...Enamorado...
— Si no sacas esa cara de satisfacción de tu cara te la parto — dijo Vicente a su amigo con claro malhumor.
— Está bien. Sólo creo que el muchacho tiene las ideas más claras, y eso que él tendría más razones de querer tener a la señorita de la casa — dijo Javier y se alejó a paso lento de su amigo, quien luego de meditar unos minutos comenzó a seguirlo.
Dentro del saloncito Sofía hacía su mayor esfuerzo por mantener la sonrisa y tolerar un poco más a esos dos hombres que la acompañaban a donde fuera. Solo debía soportarlos unos días más, hasta que el festejo del cumpleaños de su padre pasara. Recordó que quería hablar con Vicente. Una vez que había aclarado las cosas con su padre estaba dispuesta a preguntar si deseaban quedarse a trabajar en la finca. Ellos necesitaban trabajo, o eso suponía la muchacha, y ella necesitaba gente que trabajara en sus tierras. Como su primo y el joven que lo acompañaba se dedicaban a jugar al ajedrez sin prestar mucha atención a su presencia, ella se dedicó a recordar la conversación que había mantenido con su padre unos días antes en ese mismo salón, sentados en esos sillones, jugando con ese ajedrez.
— Papá, te toca mover — dijo Sofía a su padre quien intentaba beber un té sentado en el sillón frente a ella.
— Está bien... veamos... Oh, ese último movimiento tuyo ha sido realmente bueno — Sofía sabía jugar muy bien, pero no le gustaban las partidas demasiado largas, y a veces, por querer atacar y terminar cuanto antes, acababa perdiendo fichas valiosas o directamente la partida.
— Mmmm... padre — El hombre sabía que cuando ella lo llamaba así era porque el asunto a tratar era realmente serio —. Estaba pensando que tal vez le podríamos pedir al nuevo grupo de hombres que se queden a trabajar en esta casa, ¿qué opinás? — preguntó tratando de ocultar el tema principal al que quería llegar.
— Creo que, si han ganado tu confianza, deben ser hombres de fiar y como debes ser vos la que lidie con ellos, si te parecen los indicados entonces yo no tengo oposición — dijo el hombre mientras dejaba su ficha en la nueva posición y trataba de retomar la labor de beber su té.
— Y, creo que tal vez le puedas decir al señor Olavarría que duerma en la casa grande — Don Domingo se ahogó ante esta sugerencia, podía esperar cualquier cosa, pero por qué su hija quería que el hombre durmiera tan cerca de ellos.
— Pero qué estás diciendo, ¿por qué esa petición? — preguntó claramente sorprendido.
— Mirá papá, el otro día escuché sin intención la charla que mantenían en tu habitación... si él... digamos...— No sabía muy bien cómo decirlo sin rodeos, pero decirlo tan repentinamente le resultaba, por lo menos, extraño —. Si él es hijo tuyo yo puedo aceptar que viva en la casa con nosotros.
— ¿¡Hijo mío?! — excalmó poniéndose de pie, empujando el tablero de la mesa y provocando que las piezas perdieran su lugar —. ¿¡De dónde sacaste esa historia?! — preguntó mientras se volvía a sentar debido a la fatiga que le causaba levantarse repentinamente.
— Vos... vos dijiste que habías amado a su madre más que a nadie. Yo supuse que habían sido amantes o algo semejante y que bueno... él era un hijo bastardo — No le gustaba la palabra pero así era como se llamaban a las personas nacidas fuera de un matrimonio legal, por lo que así debía llamarlo.
— No, hija — Trató de aclarar el hombre rápidamente —, no es hijo mío. Entendiste mal...
— ¿Pero entonces qué le hiciste a él y a su madre? — preguntó arqueando la ceja.
— Yo... bueno... Trata de no juzgarme demasiado. Sabés que te amo más que a nadie en este mundo y moriría si me dejas de dirigir la palabra — La muchacha no sabía qué esperar, pero se prometió escuchar toda la historia —. Tu madre y yo nos casamos por arreglos que convenía tanto a su familia como a la mía. Si bien nunca nos despreciamos, tampoco nos amamos, éramos compañeros en este matrimonio pero nada más. La quise seriamente, pero nunca la amé — Un nudo en la garganta de Sofía comenzaba a formarse, ella nunca conoció a su madre y realmente amaba a su padre, pero saber que ellos solo habían estado juntos por negocios le hizo sentir un vacío en el estómago, un vértigo extraño—. Antes de tu madre yo conocí a la madre de Vicente. Ella pertenecía a una familia que ya estaba terminando de lapidar la poca riqueza que les quedaba. Realmente era la mujer más hermosa que vi, hasta que llegaste vos claro está — dijo con una sonrisa paternal, mirando a los ojos a su hija quien le devolvió una cálida sonrisa —. Me enamoré perdidamente de ella y tuve la fortuna que ella de mí, pero la vida quería que fuéramos por caminos separados. Mi familia jamás iba a permitir que despose a una mujer que casi estaba en ruinas, y su familia la obligó a casarse con Olavarría, el padre de Vicente. Ese español era malo como las víboras, y la poca fortuna que tenían la liquidó en poco tiempo en apuestas. Un día me encontré a la madre de Vicente, Carmen, en la calle. Estaba tan harapienta y delgada que me rompió el corazón. Llevaba en sus brazos un pequeño niño que lloraba sin cesar por algo que la mujer no podía conprender. La llevé con mi doctor quien dijo que el niño lloraba de hambre. ¡De hambre, hijita! — la voz del padre demostraba tanto dolor que estremecía el corazón de la niña —. Una vez que dejamos al doctor la acompañé a casa, dejándole dinero y algo para comer. Por esas cosas que nos hace la vida, me encontré al esposo de Carmen en una de las calles, ingresando a esos lugares de apuestas y prostitutas — Sí, Sofía sabía claramente qué hacían las prostitutas —. No pude contener el enojo por toda la situación y mandé a unos...unos muchachos por el sujeto. Ellos no fueron suaves con el hombre y nosotros no sabíamos que su salud era muy delicada, asique... — Ahí la joven comprendió todo, su padre quiso reprender al sujeto, pero el desenlace fue mucho peor de lo esperado —. De allí me hice cargo de las cuentas de ellos y la educación de Vicente — Ahpra Sofía entendía ahora el por qué era tan formal al hablar y sus modos mucho más refinados que cualquier peón, incluidos los que trabajaban para ella —. Es por eso... — El hombre no pudo seguir y agachó la mirada muy apenado de que su hija, su amada hijita, supiera de la clase de persona que resultó ser su padre.
— No hay de qué arrepentirse— dijo la muchacha mientras lo abrazaba por la espalda —. No es correcto decidir terminar con la vida de alguien, pero a veces las circunstancias se escapan de nuestras manos — Ella lo había comprendido hace muy poco y no pretendía juzgar a su padre cuando sus actos habían sido igual de atroces —. Me alegra que hayas cuidado de ellos — Y depositó un cariñoso beso en la cabeza de su padre.
— Sofía, querida — Su primo la miraba esperando una respuesta a una pregunta que jamás escuchó.
—Sí, perdón — dijo tratando de concentrarse —. ¿Qué me decían?
— Que Manuel — Y señaló a su amigo —, quiere ver el cielo estrellado que, le conté, es precioso aquí. ¿Puedes mostrarle? Realmente estoy agotado — Se excusó su primo.
— Está bien — dijo Sofía sin estar muy convencida —. Si gusta podemos ir ahora — Miró al joven rubio que esperaba ansioso la invitación.
—Con mucho gusto — dijo mientras señalaba la puerta de salida para acceder a la galería.
Caminaron unos cuantos pasos en el jardín, mientras el muchacho hablaba sobre las plantas y los bellos cuidados que demostraban tener. Sofía se aburría mortalmente, ya que no conocía tema menos interesante de conversación que el de las plantas.
No pasó mucho tiempo hasta que se detuvieron en un espacio abierto donde se podía contemplar el cielo nocturno en todo su esplendor. Allí estaban parados, conversando sobre las estrellas mientras contemplaban el cielo infinito, envueltos, ambos, en un cómodo ambiente, envueltos en tranquilidad hasta que la joven sintió una mano que tomaba su cintura y la apretaba contra el cuerpo de su acompañante. Sofía miró indignada al imbécil de Manuel y se soltó del agarre.
—Creo — Comenzó a decir el rubio — que son evidentes mis intenciones en esta visita. Usted es realmente hermosa y muy delicada — No la conocía y no sabía de lo que era capaz, entonces, ¿por qué la juzgaba de delicada? —. Quedé cautivado desde el primer momento en que la vi — Continuó el hombre sin prestar atención al gesto de disgusto de la muchacha — y realmente espero — La tomó fuertemente con ambas manos de la cintura apretándola contra su cuerpo y dejando su rostro muy cerca del de Sofía, que giró su mirada para evitar ser besada por aquel horrible hombre — que me deje estar a su lado — agregó tratando de besarla, pero en un rápido movimiento la muchacha sacó un cuchillo pequeño que llevaba oculto en su ropa y lo acercó al cuello del hombre que se mostraba incapaz de procesar qué estaba ocurriendo.
—Usted me toca un pelo nuevamente sin mi consentimiento — Y clavó un poco más el cuchillo haciendo que una gota de sangre asomara por la blanca piel del hombre — y realmente verá lo delicada que puedo ser.
— ¿¡Está loca?! — exclamó alterado — ¡¿Quién demonios se cree que es?! — dijo despectivamente mientras la miraba desde los pies hasta la cabeza.
— Soy Sofía Ocampo, esta es mi casa y usted no me va a faltar el respeto — dijo y lo apuntó con el cuchillo.
— ¿Cree que puede amenazarme y salir victoriosa? Lo ha pensado muy mal, Sofía — Rió el hombre.
— ¿Y usted cree que la sociedad va a pensar que un hombre de su tamaño y fuerza, con su posición política, pudo ser amenazado por una dulce y tierna jovencita que apenas si le llega al cuello? — respondió con voz firme.
— ¡Esto no va a quedar así! — gritó el hombre mientras comenzaba a alejarse.
—Oh, claro que no señor — respondió gritando también Sofía que ni bien dejó de ver al hombre cayó de rodillas al piso mientras se abrazaba a sí misma, tratando de contener las lágrimas. No, no iba a llorar de eso estaba segura.