Capítulo 4

3596 Words
Cuando Sofía notó que la fiesta comenzaba a salirse un poco de control decidió dejar atrás el festejo y volver a casa. Sabía que cuando ella decidiera eso Anselmo o Jerónimo, el que estuviese en mejor condición, daría por finalizado el festejo. Ella se encontraba realmente cansada y deseaba acostarse en su cama. Había amado ver al niño tan feliz con su ropa nueva y el gesto del grupo de hombres nuevos le dio ese sentimiento de confianza que necesitaba. Si bien era su casa, el hecho de tener gente nueva siempre la ponía incómoda debido a que ella estaba sola en esa enorme edificación y su padre se encontraba demasiado enfermo para protegerla en caso de que alguno de los empleados decidiera subir a hacerle compañía sin su consentimiento. Debía admitir que esos cuatro hombres nunca le dieron aquella sensación de inseguridad, no sabía si era debido a que el morocho de ojos grises le daba tranquilidad con su seriedad, o bien, porque el resto no mostró ningún gesto de desagrado o disgusto al enterarse que ella era la que da las órdenes en esa casa y no su padre. Algo de todo eso la tranquilizaba, pero de todas maneras no estaba dispuesta a bajar la guardia. Temprano en la mañana Sofía sintió un revuelo fuera, cuando preguntó a Clarita, ella le informó que Rodrigo y Esteban habían llegado hace unos momentos. Sofía comenzó a vestirse rápidamente pero antes de salir su nana la interrumpió. — Emmm, pequeña, el joven nuevo pidió una audiencia con tu padre. En este momento están hablando en su habitación. Te aviso para que estés al tanto — aclaró la mujer. — ¿Y de qué necesitaba hablar con mi padre el señor Olavarría? — Se intrigó la muchacha. — Realmente no lo sé, no dio mayores detalles — respondió mientras se encogía de hombros. — Está bien, ya nos enteraremos. Sofía trató de tranquilizar a su institutriz, pero en realidad no deseaba esperar a que su padre le contara la finalidad de la reunión con aquel joven, asique decidió ir a la habitación de su progenitor y con, el pretexto de darle los buenos días, participar de la audiencia privada que estaban celebrando. Terminó de cambiarse y a paso firme partió hacia la habitación de su padre. Los dormitorios estaban en la segunda planta de la casa, la cual se accedía a través de una escalera que se encontraba frente a la puerta del comedor en la planta baja. En el segundo piso se encontraba, al final de la escalera, una habitación de huéspedes, luego la habitación de Sofía que incluía un pequeño estudio y su bañera, al lado un salón que funcionaba como oficina, luego dos habitaciones de huéspedes más comenzando a ubicarse éstas sobre la cara oeste de la casa, y al final de la hilera de habitaciones se encontraba la de Don Domingo, que estaba allí debido a que era una ubicación perfecta para que reciba todo el sol del día. Sofía detestaba que su padre estuviese tan lejos de ella, pero el hombre había insistido que era mejor así, ya que sus ataques de tos en la noche no la dejarían descansar, y debido a que ella debía, y quería, hacerse cargo del trabajo de la casa, necesitaba tener un completo descanso nocturno. Al llegar a la puerta de su destino se detuvo para acomodar su ropa y forzar una sonrisa antes de ingresar, pero la puerta no estaba bien cerrada y podía escuchar lo que los hombres hablaban dentro. — Bien sabes que yo quería, no, amaba a tu madre más que a nadie en el mundo y lamento mucho lo que les hice, espero que puedas perdonarme — Escuchó la voz de su padre y la curiosidad que le produjo la frase hizo que se quedara parada frente a la puerta. — Está bien, ya no hay nada que perdonar. De todas formas me ayudaste más que nadie todos estos años. Si tengo educación es gracias a vos, asique... — respondió el joven. Un temblor empezaba a recorrer el cuerpo de Sofía. ¿Acaso ese joven, Olavarría, era hijo de su padre?¿Por qué lo ayudaba?¿Qué fue lo que su padre le hizo a él y a su madre?¿Cómo que esa otra mujer era la que más había amado?¿Y su propia madre no había sido nada? Las preguntas se agolpaban en su cabeza mientras comenzaba a sentir náuseas, mientras su estómago se retorcía ante el mundo de posibilidades que se abría delante de ella; asique rápidamente volvió a su habitación para tomar uno de sus fragantes aceites, colocarlo en sus fosas nasales y aspirar el aroma, logrando tranquilizarse. Mientras que su cabeza comenzaba a ordenar prioridades, alguien golpeó la puerta. — Señorita — dijo Otilia al tiempo que ingresaba en la habitación —, Rodrigo y Esteban están esperando en la sala de abajo, como usted ordenó. — Muchas gracias Otilia— respondió mientras apartaba todos sus pensamientos sobre el hecho que acababa de vivir —. Ahora mismo bajo — dijo y se puso de pie para seguir a la empleada. Entraron en la sala donde se encontraban los dos hombres. Rodrigo era un hombre de unos cuarenta y siete años que llevaba gran parte de su vida trabajando en la finca y ayudando en el ganado. Esteban era un muchacho de unos treinta y dos años, aproximadamente, que había llegado hacía un par de años debido a su habilidad con el ganado y para montar. Si bien a Sofía no le agradaba ese sujeto, no podía quejarse de su trabajo, hasta hoy. —Señores — dijo señalando un sillón para que tomaran asiento mientras ella se mantenía de pie; dando a los hombres la sensación de ser regañados por una madre y ellos parecían cumplir el rol de niños —. Claramente no hace falta que le aclare, Rodrigo, cómo se trabaja en esta finca, ya que lleva muchos años trabajando para mi familia, y usted Esteban... Esperaba más de su trabajo — dijo mientras los observaba con severidad —. No quiero ni explicar las grandes complicaciones que trae el hecho de que el ganado esté reunido un día tarde y necesite un día de descanso antes de partir, el dinero extra que tendré que poner para pagar a las personas que se encargarán del movimiento, más el hecho de que llegaremos tarde al destino y por ello deberán esperar los compradores. No, no los aburriré con esos problemas que YO deberé solucionar — dijo tornando su tono más firme —. Solo quiero saber por qué no cuidaron al ganado como correspondía y dejaron que se metieran en la montaña — El brillo en su mirada demostraba el enojo que burbujeaba dentro de ella y la mandíbula se apretaba cada vez más mientras esperaba una respuesta. — Señorita... — susurró Rodrigo mirando el piso — ... realmente no tenemó justificación, solo nosotro. Puede recargarme de trabajo si usté desea — Se notaba el verdadero arrepentimiento y la enorme vergüenza que llenaba por dentro a ese buen hombre. — Sí, señor Rodrigo, es lo que tengo pensado hacer. Mañana parte con el resto al arreo, y espero que esta vez no pase nada inesperado — dijo severamente la joven dejando al hombre sin ningún derecho a réplica —. ¿Y su explicación? — preguntó Sofía mirando a Esteban. — No hay ninguna. El ganado se fue lejos, listo. La respuesta hizo estallar la ira de la muchacha, que acercó su rostro a la del hombre, el cual no le apartaba la mirada y apretaba sus puños con bronca. — ¿No hay ninguna? ¿O sea que le p**o para que cuide el ganado, éste se va y no hay ninguna explicación? — El tono era feroz pero bajo, demostrando que Sofía se contenía con todas sus fuerzas para no mandar a castigar con el látigo al insolente empleado —. Quiero que entienda que ese es su maldito trabajo y, si no hay explicación, es porque lo está haciendo muy mal — Continuó apoyando sus manos en el respaldo del sillón donde Esteban estaba sentado, acercando aún más su enfurecido rostro al de él —. Asique busque una explicación o invente una, sino no me queda otra opción que entender que usted es realmente un inútil. — Lo siento, señorita — respondió él, remarcando con asco esa última palabra, sin apartar la mirada —, si no hay no hay, pero tampoco espero que una dama — Y la miró despectivamente de pies a cabeza — entienda. Asique, si no tiene más que decir, me gustaría retirarme a descansar. — Bien, descanse todo lo que quiera, pero fuera de mis terrenos —exclamó enfadada —. Vaya a donde demonios quiera, pero no quiero escuchar su nombre de nuevo aquí, ¿está claro, señor? — dijo usando el mismo tono que él empleó para escupir aquella última palabra. El gesto de completo odio que se formó en el masculino rostro de Esteban, demostró lo poco conforme que estaba con la decisión de Sofía, quien lo acababa de dejar sin trabajo y techo. Se levantó conteniéndose de no golpear su cara y salió por la puerta. Sofía se quedó dentro del salón con Rodrigo, ambos en silencio, ambos serenando sus espíritus. —Discúlpeme señorita, realmente yo debí... — balbuceó Rodrigo mientras enroscaba su gorro, claramente nervioso. —Todo está bien— respondió Sofía haciendo un gesto con la mano, como apartando el mal momento que se había formado entre ellos dos —. Ese muchacho no me daba buena espina y me dio una buena razón para sacarlo de esta casa. Puede retirarse a descansar, mañana debe partir nuevamente — ordenó y miró a Rodrigo mientras le tomaba —. Y, por favor, cuide que el ganado llegue. Confío en usted. — No se preocupe señorita, yo llevo a todo bien rapidito pa allá — respondió sonriente. Al llegar Rodrigo a las casitas donde vivía, su pequeño hijito salió corriendo para recibirlo, extendiendo sus finitos brazos en dirección a él. —Tenei un pañuelo nuevo — dijo mientras lo levantaba para besarlo en la mejilla —. ¡Feliz cumpleaños! — Este pañuelo me lo regaló aquel hombre de allá — Y señaló a Vicente que se encontraba tomando mate en la puerta de su casa. — ¿Eso son lo nuevo? — preguntó. Sabía que los nuevos empleados eran los encargados del arrío y quería hablar unos detalles con ellos. — Sí, papá. Vamos que te lo presento— exclamó arrastrando a su padre hasta donde el corpulento hombre estaba parado un poco más allá, apoyado en el marco de la puerta de su casita con el mate en mano. —Guen día — saludó Rodrigo. — Buen día — devolvió Vicente agachando la cabeza en señal de saludo. —Él es mi papá que acaba de llegar de buscar a las vacas en la montaña — dijo el niño mientras su padre lo bajaba de sus brazos para depositarlo gentilmente en el piso —. Ya le mostré el regalo que ustedes me dieron — agregó con una sonrisa mientras que el morocho le devolvía una tierna mirada. —Está bien, te queda perfecto — alagó al pequeño quien mostró timidez ante el comentario. — Ahora andá a jugá — Le dijo el padre a su pequeño que salió disparado hacia el grupo de niños, niños que correteaban detrás de una gallina a través del enorme patio. Vicente cebó un mate nuevo y se lo ofreció al recién llegado, quien lo aceptó con mucha gratitud mientras suspiraba. — Bien. Me dijo la señorita que mañá me voy con usté a llevar las vacas — Comenzó a explicar —. É mi castigo por dejar que se fueran al demonio en la montaña — Sonrió mientras observaba al joven, claramente analizando al desconocido. — Entiendo — respondió Vicente —. Entonces, cuando llegue el resto de mis compañeros arreglamos algunos detalles del trabajo. —Me parece bien — asintió mientras devolvía el mate. En ese instante llegaron todos los hombres que venían juntos del final de la finca, en donde corría agua fresca por un surco y ellos la utilizaban para lavar sus caras en la mañana. — ¡Rodrigo! — exclamó Anselmo al verlo parado allí —. ¡Al fin volvieron! Pensé que ustedes también se habían perdido en la montaña — agregó burlesco mientras el resto del grupo reía —. Buen reto te debe haber dado la señorita. — Nuuu — comenzó a decir en tono confidencial el hombre —. Yo la saquí má o meno, el que se vió cagao fue Esteban — Los hombres se acercaron más para poder escuchar la historia, creando un pequeño círculo —. Llegamo y, claro, la señorita nos llamó aito no má al salón grande — Se refería a la salita de sillones, ya que el salón verdaderamente grande era el que se encontraba debajo de la habitación de Sofía y ocupaba la mitad de la planta baja, dicho espacio estaba reservado para los lujosos festejos que se celebraban cada tanto en la finca—. Estaba que se la llevaba el diablo cuando nos vió, pero mai se enojó cuando el Esteban no quiso explicarle por qué la vaca se gueron. Ahí casi que se lo degolla en el salón — Los hombres que ya trabajaban hace tiempo ahí, se miraron y comenzaron a sonreír. En realidad Esteban nunca les había caído muy bien y tampoco confiaban mucho en él, por lo que preferían que no estuviese más entre ellos, pero lamentablemente era bueno en lo que hacía por lo que la señorita no tenía ningún motivo para sacarlo de una vez y para siempre de la finca. Por suerte hoy le había dado el motivo justo para expulsarlo para siempre —. ¡Tendrían que haber visto! A esto le puso la cara la señorita al desgraciao — Y con sus manos hizo un gesto casi juntando su dedo índice con el pulgar — cuando el otro le dijo que no podía explicá qué había pasado con los bichos, y que meno a ella que no sabe naá — El comentario hizo que el grupo se quedara en un silencio absoluto, todos, incluidos los nuevos, sabían que esa era una mala frase para decirle a la refinada dama —, asique aito no má le dijo q se guera para siempre de acá. —¡Al fin! — exclamó muy fuerte Pedro —. No lo soportamos más — Se escuchó decir aliviado. — Decime a mí — retomó el hombre la palabra—, que dormí toitas las noches con el facón pegao al cuerpo porque no sabía si el desgraciao me iba a matar ahí, en medio de la montaña. — ¿Y qué hacía acá si nadie confiaba en él? — preguntó Javier intrigado mientras tomaba mate. — Y, con la guerra el campo se quedó casi sin gente y ese gaucho sabía lo que hacía, asique cuando vino a pedir trabajo no quedó otra que contratarlo, pero la señorita Sofía no confiaba ni un poco en él asique se andaba con cuidado — explicó Jerónimo. —Bueno, basta de parecer mujeres cotilleras y vamos a la bodega que hay unas cuantas cosas que hacer allá — ordenó Anselmo. La finca poseía, en su lado derecho, una gran viña y, al final de la viña, casi en la misma línea de la casa pero alejada unos dos kilómetros, se podía observar el gran edificio en donde funcionaba la bodega. Hacia allí se dirigió el grupo de hombres, incluidos los que se dedicarían a mover el ganado, quienes estaban realmente intrigados por ver cómo funcionaba todo. Vicente le había dicho al resto que se adelantara, él aún no se había puesto sus alpargatas y quería tomar unos mates más, asique el resto del grupo comenzó a recorrer el camino hacia su destino. Para llegar a la bodega debían atravesar una parte del viñedo y antes de éstos la caballeriza. Cuando el grupo ya estaba en camino a la bodega Tomás decidió volver rápido a su casa a buscar el tabaco que se había olvidado, realmente tenía ganas de fumar un poco. Al regresar sobre sus pasos vio a la señorita entrar a las caballerizas con una linda falda y una fina camisa. La pudo ver cargando unas mantas que, suponía, debían llevar para los animales que estaban alojados dentro. Mientras el joven continuó caminando pudo ver claramente a la señorita ingresar y luego se detuvo para ocultarse un poco al ver a un sujeto, uno que jamás había visto, ir detrás de los pasos de la señorita e ingresar a la caballeriza después mirar para todos lados, asegurándose que nadie observara sus movimientos. Ante tal sospechosa situación, y con los eventos recientes en su cabeza, Tomás comenzó a correr lo más rápido que pudo a buscar a Vicente, que, por suerte, ya había comenzado su camino hacia la bodega. —Eeeeey Vicente — gritó cuando lo tenía a unos metros —. ¡Vení rápido! — El hombre apretó el paso hasta encontrarse ambos a mitad de camino. —¿Qué te pasa? — Se preocupó el morocho al ver a su protegido tan alterado. —El Esteban ese... Bha, no sé si es o no, pero vi que un hombre se metió a la caballeriza después que entró la señorita Ocampo — La respiración le entrecortaba las palabras y la opresión en el pecho le robaba el aliento —. Creo... creo que no quiere nada bueno . — Yo voy allá y vos corré a buscar al resto, por las dudas — dijo mientras comenzaba a correr hacia las caballerizas. Al llegar notó que la puerta no estaba cerrada al todo y dentro se escuchaba algún tipo de ruido apagado. Entró tratando de ser lo más silencioso posible, caminó unos pasos y ahí lo vió. Unas piernas tapadas por una falda de tela muy fina y sobre ella vio a un hombre. Al acercarse más, en silencio, notó que con las piernas el sujeto aprisionaba los brazos de cierta fina dama en el piso. Mientras que con una mano le tapaba la boca, en la otra tenía un cuchillo con la que amenazaba a su víctima. — Más vale que te quedés quietita y colabores, ¿me escuchaste? — decía en un susurro con la voz rasposa —. Ahora vas a ver quien es un inútil — Tomó su cuchillo y rompió la camisa de Sofía dejando sus pechos al aire mientras le besaba el cuello con ferocidad, dejando que la muchacha oliera el aroma a sudor y tabaco que desprendía. El hombre sintió el frío del metal en su cuello y una voz en el oído que era grave y profunda. —Soltala o te corto el cogote acá no más, hijo de puta — El atacante se giró sobre su hombro izquierdo para encontrar unos ojos grises inyectados de sangre que lo miraban como un puma observa a su presa. Rápidamente soltó a la muchacha y se puso de pie. Sofía como pudo trató de tapar su pecho, pero era imposible con su camisa toda rasgada, asique Vicente, sin dejar de mirar al hombre parado frente a él se quitó la camisa para entregársela a la muchacha que aún se encontraba en el suelo. —¿Asique sos bien hombrecito no? — Volvió a dirigirse a Esteban y la furia contenida hacía que las venas de su cuello se marcaran aún más. En ese momento el portón se abrió y entró el grupo de hombres que Tomás había ido a buscar. Anselmo miró a la señorita tapada con la camisa de su compañero y a Esteban parado, estático, frente a Vicente. Sin pensarlo dos veces sacó el cuchillo de la funda que siempre colgaba de su cinto y se abalanzó sobre el atacante de la muchacha, evitando que éste pudiese reaccionar. Anselmo clavó profundo el cuchillo en la ingle del malviviente que había osado propasarse con la mujer que los cuidaba como si fuesen parte de la familia. Detrás del hombre se abalanzaron también Pedro y Jerónimo con igual furia que su compañero, hundiendo sus respectivos cuchillos en distintas partes del imbécil que se desvanecía de a poco delante de ellos. Los tres se pararon frente a Esteban para contemplar cómo se retorcía del dolor en el piso y sangraba prominentemente. —Señorita — dijo Anselmo sin mirarla —, es mejor que se vaya, la cosa acá se va a poner fea — El odio que destilaba su voz hizo que la muchacha no dudara en salir de ese lugar, pero antes se acercó a su atacante para mirarlo con desprecio. — Bien merecido tenés lo que te va a pasar — dijo la muchacha con voz firme y sosteniendo sus manos para que nadie notara que temblaban incontrolablemente. Nadie dudó de la entereza de la jovencita, nadie excepto Vicente, quien la había ayudado a pararse y pudo sentir el temblor directo en su brazo cuando la joven se había aferrado a él para ponerse de pie. A la noche un jinete salió rumbo al campo con un bulto como equipaje, volvió a las horas ya sin peso extra, entró a la caballeriza para dejar al animal descansar y caminó a su casa para poder dormir tranquilo.
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