El tiempo parece haberse ralentizado un poco. Respiro, mirando fijamente sus ojos marinos.
Alan suelta un aliento seco y planta un beso sobre mi nariz. —Tú no me odias.
¡Bastardo arrogante!
Continúo mirándolo. Las lágrimas dejan de fluir por mis ojos y la rabia se hace cargo. Odio cómo sabe acerca de mis emociones y todavía juega con ellas.
Alan acaricia mi ombligo por encima de mi vestido. Descargas de electricidad corren por mi cuerpo, calentando mi sangre.
—No te perdonaré por esto. Te guardaré rencor y te apuñalaré por la espalda cuando llegue el momento adecuado. No esperes que te sea leal después de lo que me has hecho —despoticé, sintiendo sus manos sobre mí.
Alan presiona un beso firme y prolongado en la comisura izquierda de mis labios y me sonríe. —¿Será esto suficiente par
