CAPÍTULO 2
De repente las luces se apagan dejando todo a oscuras a excepción de una luz dentro del cuadrilátero. De los pasillos sale un hombre de mediana edad, entra al ring y abre los brazos sonriendo. El público comienza a aplaudir, silbar y gritar.
—¡Buenas noches Silvertown! —dice entusiasmado a través del micrófono.
—Se parece al conductor del programa de televisión que ve mi mamá todos los sábados en la noche —susurra Lillien.
—Esta noche tenemos a dos oponentes muy buenos y fuertes. De éste lado del cuadrilátero tenemos a un chico que conocemos desde sus inicios ¡Rayden White!
El público vuelve a aplaudir y gritar con euforia mientras el rubio sale de los pasillos y se monta en el ring. Frunzo el ceño al ver a Rayden White ¿Qué hace el flamante capitán de fútbol americano, hijo de uno de los pocos empresarios del pueblo participando en una pelea ilegal? Por dinero no es, pero por lo que sea que lo hace es buen material para enseñarle a su padre. Siempre escuché los rumores del buen boxeador que era, pero nunca creí nada y me abstenía a hacer comentarios al respecto, después de todo eran eso, rumores. Pero ahora que lo veo aquí en vivo y directo, en persona, estoy segura que mi cara es un poema. Su cabello dorado está perfectamente peinado con una coleta hacía atrás y sus ojos azules inspeccionan el recinto con seriedad.
—Por otro lado tenemos a un chico nuevo en el pueblo, ¡Denle una bienvenida a Alen Leblanc!
Aunque el hombre dijo el nombre de aquel muchacho con toda la euforia del mundo nadie aplaudió, comenzaron a abuchear lanzando cosas al escenario. Vaya bienvenida.
Cuando el chico alto entra al ring quedo embobada al verlo, sus ojos oscuros parecen buscar algo y sorprendentemente su mirada choca con la mía. Nunca había visto tal mirada, no refleja nada, tan fría y oscura que empieza a aterrorizarme. Observo lentamente su rostro, posee facciones duras, nariz perfilada y labios carnosos. Definitivamente el chico por el que cualquier chica suspiraría, pasa una mano por su cabello desordenado y voltea para mirar fijamente a su contrincante. Los dos se miran fijamente, el moreno aprieta el puño y la mandíbula mientras que Rayden lo observa divertido. Evidentemente estos dos no son los mejores amigos.
—El nuevo parece que está a punto de asesinar a alguien —dice Zak cerca de mi oído.
Asiento lentamente sin prestar atención, estoy sumida en él hasta que el presentador da por comenzada la pelea, en un mili segundo Rayden se encuentra encima del chico lanzandole puñetazos una y otra vez sin cesar, el público comienza a sacar el dinero de las apuestas dando por finalizada la pelea, muerdo mi labio desesperada, de alguna forma no me gusta como está terminando esto, la cara del moreno está llena de sangre.
—Parecía ser más fuerte —dice Lillien atónita.
—Uno, dos —cuenta el presentador.
En un momento el moreno se levanta y contraataca a Rayden propinándole varios puñetazos en la cara. La sangre empieza a salir de su rostro y el moreno no deja de golpearlo. Quedo sorprendida por tal gesto, ¿Cómo alguien, después de tal golpiza puede haberse levantado como si nada y contraatacar?
—Es más fuerte de lo que parece —respondo.
Ver tanta sangre me puso los pelos de punta, sólo quiero que esto acabe para salir rápidamente de este lugar. De repente un ruido extraño hizo que todos voltearan y dirigieran su atención al culpable de aquel sonido, la bulla empezó a hacerse más fuerte y cercana e inmediatamente lo reconocí, las sirenas policiales.
—Oh mierda.
Ya me imagino en la cárcel esperando a mi madre, como en las películas cuando los adolescentes se meten en problemas y terminan en la cárcel entonces ahí dentro le roban todas sus pertenencias, pasaré todos los días de mi existencia castigada. No es la primera vez que me escapo, pero si la primera en una experiencia como esta.
Todos empezaron a moverse uno entre otros, algunos golpeando a su paso, otros corriendo y gritando. De un momento a otro Lillien pasó de estar a mi lado a estar lejos, muy lejos de mí, trato de quitar a la gente de mi camino para llegar a mis amigos pero parece imposible con todos a mi lado cerrando el paso.
—¡Reeva! —escucho el grito de mi amiga desesperada.
Una chica tira cerveza en mi top mojando todo mi pecho, trato de caminar en dirección a mis amigos pero es en vano. Observo la dirección contraria y decido en salir por allí, así daré la vuelta y me encontrare con ellos o probablemente no sabría a donde ir y me escondería hasta no escuchar más las sirenas policiales. Me metí en la multitud, quitando a todos de mi paso. Vi la puerta trasera cercana, pero está colapsado de gente y en algún momento entrara la policía.
Asustada miro a los lados, y me doy por vencida, no tengo salida. Sentí que jalaron mi brazo y voltee encontrándome con el chico que minutos atrás estaba moliendo a golpes a Rayden White. Me agarra fuerte y me mira fijamente.
—Humana —murmura, moviendo su angulosa nariz como si estuviese olisqueando en el aire—. Me perteneces —arrugo las cejas sin expresión alguna ante el shock que me causa escuchar algo así, advierto a que pueda estar bajo los efectos del alcohol o alguna otra sustancia. —Mía —dice con firmeza, viéndome a la cara como si me estuviese retando a que le diga algo.
¿Por qué dice tal cosa? ¿Qué le sucede? ¿Está drogado o algo así? Saco esos pensamientos de mi mente y trato de deshacerme de su agarre. Probablemente imaginé que lo dijo, tengo algo de alcohol en mi sistema así que lo más probable es que lo haya imaginado.
—Ven conmigo —si su físico me dejó embobada, su voz aún más, es tan dura y seca como él parece ser. Aun así su voz suena como un canto para mí.
Quise darme una cachetada, ¿Reeva, no te das cuenta que estás a punto de ser detenida por la policía y en vez de correr estás admirando la belleza de este ser que luce inhumano?
Sin esperar respuesta de mi parte abraza mi cintura y me saca del gentío, suelta mi cintura y toma mi mano llevándome a los pasillos de los que salió. Entra a un cuarto y cierra con seguro, me doy cuenta que es una especie de camerino, del estante agarra un paño y lo pasa por su cara limpiando la sangre, parece como si no hubiese recibido un solo golpe. Agarra una camisa blanca y se la pone, cabe destacar que aparte de admirar su rostro, también estuve admirando su abdomen trabajado. Se baja el short de boxeo por lo que volteo rápidamente apenada.
—¿Qué, ahora te da pena mirarme? —pregunta con voz burlona. Me sonrojo y bajo la mirada, claro que no es estúpido, es obvio que se ha dado cuenta que lo he estado comiendo con la mirada.
—Estoy listo, vamos.
¿A dónde iremos?
Con una mochila en su hombro abre una ventana que hace un sonido horrible debido a la oxidación. Todo el sitio se ve viejo y decadente.
—Oh no, no, estás loco.
Como dije anteriormente, de pequeña solo le temía a dos cosas, el monstruo que vivía bajo mi cama y las alturas. Cuando crecí me di cuenta que ese monstruo era irreal y no tenía por qué temer, pero las alturas si son reales, y mucho, prefiero ver un maratón de las mejores películas de terror a las dos de la madrugada que estar en un lugar muy alto.
—Solo tienes que saltar —gruño.
—No no y no. Aparte, ¿Por qué ayudarme a mí? Deberías irte, yo esperaré a que la policía entre y me llevé, luego hablaré con mi mamá y...
—¿Le tienes miedo a las alturas? —se acerca a mí y esboza una sonrisa burlona.
Es la primera vez que lo veo sonreír y estoy segura que es una de las cosas más lindas que he visto hasta ahora.
—¿No es obvio?
—No dejaré que nada te pase.
¿Cómo un desconocido me puede generar tanta confianza? Me relajo un poco y asiento con la cabeza. El moreno se vuelve a acercar a la ventana cortando nuestra proximidad.
—Yo saltaré primero y te esperaré, ¿Está bien?
Asiento frenéticamente, sólo deseo salir de este lugar lo más rápido posible.
Me doy cuenta que muy cerca de la ventana se encuentra un gran árbol, el moreno salta cayendo al suelo de pie. Alguna vez vi algo así en una que otra película, pero ninguno en la vida real, yo no haré eso ni en sueños. Me asomo y lo veo, tiene los brazos extendidos como esperando algo. O más bien esperándome a mí.
—Vamos, salta.
Inhalo y exhalo fuerte, meto un pie y luego otro sentándome en la ventana buscando con la vista en que parte del árbol lanzarme. Me aferro al marco de la ventana tan fuerte que mis nudillos se están volviendo blancos.
—Salta.
—No puedo —mi voz tiembla y las lágrimas amenazan con salir.
—Si puedes, vamos.
—No en serio no puedo, vete —digo con la voz temblorosa.
—Vamos, salta —grita abriendo los brazos.
Volteo por el ruido de los pasillos, los policías.
—Salta sólo salta, tu puedes.
—Pero...
—Cierra los ojos y salta, confía en mí.
Madre mía, perdóname por lo que voy a hacer. Cierro los ojos y exhalo. Confía en mí, se repite en mi mente sin cesar y me dejo llevar.