─He vivido situaciones que provocan más temor, que vivir en una mansión con un sujeto desconocido y millonario…suena hasta a un cuento, solo que seré el personaje secundario de él ─expreso, curvando mis comisuras.
─No todos los cuentos, son como parecen…como el personaje principal, podría ser una Bestia ─declara, llevándome a mirar sus pupilas. Bajo mi vista inescrupulosa a sus labios, notándose rosados y humectados, quizás son una obra de arte, a comparación de los míos. Muerdo mi labio, al pensar en eso─. Eres muy…curiosa, podría decir que emanas un misterio ─agrega, alejándose de mí, para caminar hacia uno de los estantes largos, llenos de libros, para tomar uno en sus manos. Lo abre, hojeándolo.
─Quiero el trabajo… en serio ─murmuro, apenada, sin saber qué más decirle para que finalmente me acepte.
Él se queda en silencio, con la vista en el libro. De repente, suelta un gruñido, que me lleva a mirarle con asombro. Cierra el libro, de golpe, sobresaltando mis nervios, para girar sobre sus talones y encararme con su gran altura en comparación con la mía.
─Es tuyo hasta que me aburra de ti y te haga sufrir para que huyas, este no es un lugar de ensueños y las pesadillas me atormentan ─declara, y mi corazón late con fuerza, separando mis labios, ante la intensidad con la que pronuncia el conjunto de palabras, llenando su caja torácica.
Hace ademán de pasar de mí, caminando hacia la puerta.
─No soy un corderito, o también puedo ser uno, disfrazado. Así que, sé cuándo hablas de pesadillas ─manifiesto, deteniendo su cuerpo, pero no me observa. Hace un resoplido y termina de salir del lugar.
Doy un salto de felicidad, al haber obtenido el trabajo. Le doy una última mirada a la biblioteca, para salir detrás de él. Escuchando cómo habla con Alfred, detengo mis pies, ocultándome en una de las enormes y gruesas columnas.
─Señor…¿está seguro de la decisión? Puedo hacer que vengan más chicas y…
─No, deshazte de ellas, ya tomé una decisión. Habla con ella y que te diga todo lo que necesita…para que esté cómoda. Y ¿Cuánto le has ofrecido de dinero? ─Interrumpe molesto, el rubio.
─Señor, esperaba que usted me…
─Duplica el que siempre ofrecemos, no será fácil para ella y renunciará a los días, que se lleve algo de dinero para que no nos demande ─declara tajante, escucho unos pasos y espero el silencio en el lugar para caminar hacia la entrada de la casa «¿Renunciar, luego de que me duplicarán el dinero? Señor rubio, creo que no conoces las penurias de una chica pobre que huye de su vida » declaro en mis pensamientos.
─Señorita Winchester ─anuncia Alfred, a mi espalda, asustándome.
Mis nervios se alteran, encontrándome con sus ojos oscuros. Poso mi mano en el pecho, sintiendo cómo sube y baja, con la respiración alterada.
─Lo siento…señorita, enhorabuena, ha conseguido el trabajo. Me complace anunciarle que el monto de p**o, ha aumentado significativamente al doble. Estoy para escuchar sus peticiones, para que pueda comenzar el día de mañana ¿desea que le proporcione ayuda para traer sus maletas? ─Propone, con una sonrisa.
─No tengo mucha…ropa, pero quisiera saber la posibilidad de traer a mi gato, no puedo dejarle ─expreso, esperando que lo acepten. Sus cejas se alzan ante mi proposición, acomoda con sus manos su corbata característica en un gesto de ansiedad.
─Claro, ¿por…qué no? Un lindo gatito, ¿me indica un número telefónico? ─Cuestiona, caminando hacia la salida.
─Sé cómo llegar aquí, no se preocupe, aunque podría mandar a alguien a esta dirección ¿podría venir muy temprano? ─Pregunto, pensando en salir en la madrugada, esperando que nadie pueda verme. Además, de entregarle un pedazo de papel con mi ubicación.
Alfred baja la mirada, mirando el trozo de hoja, para tomarlo con desconcierto.
─Oh, ¿temprano a qué hora se refiere, a la hora del desayuno?
─No…más temprano, a las cuatro de la madrugada ─murmuro, apenada.
Su entrecejo se arruga.
─A esa hora…el cielo está oscuro ─menciona, pensativo─. Pero si así lo desea, señorita Winchester, la esperaremos con ansias para indicarle sus tareas diarias con el señor Rumsfeld ─agrega, termino de caminar hacia la salida, dándole un asentimiento.
Me lanzo hacia él, abrazándole. El olor a limpio, invade mis fosas nasales.
─Gracias ─murmuro, apartándome, para ver su rostro confundido. Le doy una sonrisa, apresurando mis pasos hacia la salida del gran paisaje alejado, que me rodea.
De regreso a casa, luego de tomar dos buses, evitando un ataque de ansiedad. Le coloco comida a Gato, quien me recibió contento, ronroneando en mis piernas. Acaricio su lomo, para dejar mis cosas en la mesa junto a un suspiro. Abro mi bolso, encontrándome con el anuncio y una sonrisa se posa en mis comisuras, pero de repente, se cuela en mis pensamientos esos ojos claros que me miraron con soberbia. Gato me sobresalta, al posarse en la mesa, para maullarme.
─Nos iremos a un nuevo lugar…estarás seguro ahí ─murmuro para él, mientras ronronea con mis caricias.
Termino de escribirle un último mensaje a mi amigo de la plataforma, para presionar “enviar” donde le explico que tengo un nuevo trabajo, donde hay una biblioteca enorme de libros, y que podría citarle unos cuántos nuevos poemas. Esperando que se encuentre bien.
Empujo la única maleta con ropa, posándola a un lado de la que contiene solo libros. Sacudo mis manos, observándolas. De repente, escucho el golpeteo de la puerta, y arrugo mi cejo, por ser la media noche. Camino hacia la puerta, pero detengo de golpe mis pies, sujetando mis manos entre ellas en un gesto de incomodidad.
─¿Quién? ─Pregunto, al recordar hacerlo antes de abrir la puerta.
─Soy Rosa, tu vecina ─responde, dejo salir un suspiro, tratando de calmar los nervios que comenzaban a aflorar. Abro la puerta, encontrándome con una sonrisa de su parte, y en sus manos lo que parece ser una cazuela artesanal con un pañuelo encima.
─Hola, Bella…escuché un poco de ruido y movimiento, me preocupé, ya que no suelo escucharte ¿todo está bien? ─Inquiere, estirando su cuello para observar en los adentros de mi departamento. Le doy una sonrisa, asintiendo─. ¿Te estás mudando o viajarás? ─Pregunta, abriendo sus ojos con sorpresa.
─Conseguí un trabajo, en donde me tendré que quedar en el lugar ¿quieres pasar? Tengo un gato que ha olido lo que traes en las manos ─propongo, viendo a Gato, pasar entre mis piernas para maullar.
Rosa asiente, entrando, para dejar la cazuela en la mesa.
─Es acogedor, nunca había entrado ─menciona, dándome una sonrisa─. Te traje un poco de mi guiso, es mi receta secreta y sube de ánimos a cualquiera...¿segura estás bien? Lo que ocurrió…
─Sí, gracias. No es nada, aprovechando que estás aquí, quería pedirte un favor…tengo unas plantitas en el balcón que quizás le hagan falta atención, si no es mucha molestia ¿podrías…?
─Claro, no te preocupes, las cuidaré. Mientras te cuides tú también, este es mi número, sé que no tienes celular ─interviene con una sonrisa, anotando en una servilleta y un lapicero, su número junto con su nombre.
─Gracias, señora Domínguez.
─Dime, Rosa…le pediré a mi esposo que te ayude con las maletas ¿te parece bien? ─Propone de manera alegre la anciana al frente de mí. Asiento, apretando mi labio.
Termino de ordenar las cosas y cierro el gas, para sostener a Gato, mientras el señor Miguel me ayuda con las maletas, cierro la puerta con llave, dándole una última mirada para intentar buscar un camino mejor en mi vida, que al parecer, es en una mansión con un sujeto soberbio. Dejo salir el aire de mis pulmones, mirando el cielo oscuro de la madrugada. Le entrego la llave a la señora Rosa y ella me abraza, con cierto afecto que me es difícil acostumbrarme.
─El alquiler está pagado solo por un mes, volveré a renovar o a retirar la garantía ─anuncio, Rosa asiente, ondeando su mano cuando nos introducimos en el auto que me ha proporcionado Alfred.
Gato duerme plácido en mis piernas, y mi cabeza se bambolea ante el sueño que comienza a arremeter en mi cuerpo. Me doy el tupé de cerrar los ojos, solo un instante o lo que parece serlo.
Sus labios se posan al frente de mí, relamiéndoselos, mi corazón late con fuerza cuando sonríe. Pero de repente, esos labios ya no son los de antes, son los de una bestia; peluda, oscura e imponente, que se posa en mis luceros, grito, lo intento, pero la voz no sale de mí y corro, corro muy lejos.
Súbitamente, abro los ojos, al sentir el golpe de mi frente con el vidrio de la ventanilla. Parpadeo, tratando de aclarar la vista de mi entorno. Gato maúlla, cuando me acomodo, despertándolo.
─Lo siento, señor de la realeza ─murmuro para el felino, que comienza a estirarse a regañadientes.
Noto que el auto se ha detenido, justo al frente de la mansión y el sujeto saca con prisa mis cosas del maletero. Abro la puerta a mi costado y Gato salta al asfalto. Entorno mis ojos, para encontrarme con el semblante de Alfred, quien me apresura. Camino hacia la entrada, bostezando.
─¿Por qué tanto apuro? ─Cuestiono, deteniendo mis pies, ante el muy iluminado interior de la mansión. Arrugo mi cejo, al notar el contraste que hace con la oscuridad del exterior, donde la noche arropa al bosque que rodea el aposento de la «Bestia» pienso, al recordar mi sueño.
─El señor está dormido y no puede haber ningún error, ya que es muy difícil que pueda conciliar el sueño ─expresa, preocupado. Las maletas son empujadas en el interior, y Gato entra, paseándose y dándole un sobresalto a Alfred. Quien lo observa, asustado.
─Es…azabache ─anuncia, ante lo obvio, del inofensivo felino que comienza a ronronear en sus piernas.
─Sí, como la oscuridad ¿hay algún tipo de racismo para gatos? ─Inquiero, cruzándome de brazos.
Él resopla, cerrando la puerta principal luego de despedirse del sujeto que me trajo.
─Pensé que sería un gato blanco o su pelaje se parecería a algo más angelical…al señor le dará algo ¿acaso no has visto tu entorno? No hay nada oscuro o que cree sombras ─espeta, un poco alterado.
─Podría pintarlo de blanco, como hizo Alicia con las rosas blancas o “¡Que me corten la cabeza!” ─Cito, burlándome. Gato, maúlla, al quizás ofenderse por mi gracia.