Capítulo 04 | Convenciendo al Magnate |

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─Espere…¿puedo por lo menos defender mi postulación? Estoy muy interesada en el puesto de trabajo ─suelto a su espalda. El sujeto detiene sus pies bruscamente ante mis palabras «por favor, que no me grite» ruego en mis adentros, apretando mis dientes. Sus ojos se posan en mí, junto a su entrecejo apretado con molestia. Luego pasan de mí, al mayordomo. ─¿Puesto de trabajo? ¿Hay algo de lo que me he perdido? ¡En mi propia casa! ─Exclama, sobresaltándonos. Abro los ojos con asombro por su temperamento. Sus fosas nasales se expanden y es como si pareciera un toro o alguna bestia sin domar. Dejo mi peso en un uno de mis pies y cruzo mis brazos, sin dejar de encararle mi mirada. Él arruga el entrecejo, al notar que no parpadeo. ─¿Qué te ocurre? Pennyworth…saca a esta chica rara de mi casa ─demanda con cierto titubeo en sus palabras. ─Señor, le he dicho que no me apellido así y que usted no es el caballero de la noche ─reitera Alfred. De mí brota una carcajada notoria, que no disimula ni un poco ante los luceros azules y el cabello rubio de la bestia al frente de mí. Frunce sus labios con molestia, apretando sus puños. «¿Acaso hará erupción?» Me llego a preguntar, dando un paso hacia atrás, previniendo. ─¡Da igual! Llévatela y trae a otra chica que sirva mínimamente para el puesto de trabajo que has publicado ─reitera, mirándome de arriba abajo. «¿Qué esperaba, conseguir unos pechos enormes que saludaran antes que uno?» ─¡Espera! Soy perfecta para el puesto ¡Tengo una especialidad! ─Intervengo rápidamente, antes de que me saquen a patadas de la única oportunidad que se ha cruzado en mi camino de cambiar mi vida. La bestia entorna sus ojos, cruzándose de brazos. ─¿Cuál es? ─Cuestiona, provocándome una sonrisa sardónica. ─En los idiotas como tú ─farfullo, dejando salir una carcajada cuando su rostro se coloca rojo como un tómate ¿Qué creía, que me iba a quedar callada? Si me mira como inferior a él. Sé que lo soy, pero un mínimo de educación ha de tener si tiene todos los millones y una mansión así. ─¡Alfred, haz algo, ella no puede hablarme de esta manera! Es que solo mírela, de baja estatura, sin maquillaje, con el cabello insípido igual que… ─detiene sus palabras, carraspeando. ─Bueno, usted no es tan guapo, para estar criticándome. Además, no postulé para ser modelo ─espeto «Es la persona más atractiva que se ha cruzado en mi vista» pienso, ante mi comentario, queriendo rendirme. Pero tomo una bocanada de aire, negando con la cabeza. Mis luceros se enfocan en las manos del señor Maximiliano, y puedo ver sus nudillos enrojecidos, que los oculta de inmediato dentro de los bolsillos de su pantalón inmaculado. ─Señor…la señorita es la única que postuló para el trabajo, en los anuncios que coloqué ─comenta Alfred y me sorprende saber eso. ─Espera, ¿colocaste anuncios, qué has escrito en ellos? ─Inquiere con nerviosismo el Magnate. Abro mi bolso, sacando el anuncio en papel, para tendérselo. Él me lo arrebata de las manos con brusquedad, pero da unos pasos atrás para mantener la distancia de una plebeya como yo. ─”Millonario con raras condiciones especiales y traumas, solicita dama para cuidados especiales”…pero ¡¿Qué carajos?! ─Lee pausadamente en voz alta. Sus ojos se abren, observando a Alfred, quien parece muy asustado─. ¡Alfred, esto es como si buscara dama de compañía! ─Exclama de repente, sobresaltándome. ─Espera ¿A dama de compañía, a qué se refiere? ─Cuestiono, arrugando mi entrecejo. El rubio resopla, suavizándose las sienes con frustración. ─Prepago ─murmura entre dientes, casi queriendo no decir la palabra. ─Tus nalgas ─gruño, colocando mi mano en un puño. Él me observa, pareciendo cansado de mí. ─Me refiero a lo de dama de compañía, eso es…usted no podría serlo, creo ─menciona, arqueando su ceja. De repente pienso: «¿Debería de ofenderme o no?» Tomo una bocanada de aire, arrebatándole el anuncio de sus manos, para guardarlo como evidencia. ─¿Te vas a retirar finalmente? Alfred, llévala a la puerta ─declara. Niego con la cabeza, sonriéndole. ─Entrevísteme, su mayordomo por algo colocó esos anuncios, y es que necesitan de alguien y ese alguien, soy yo…no veo a más postulantes por aquí ¿Cierto? ─Cuestiono, sus ojos me observan con intensidad, y trago grueso por no saber en qué cueva de alguna bestia rubia, me estoy metiendo. Resopla, relajando sus hombros. ─Una entrevista y nada más ─dice, aceptando finalmente. Sonrío internamente, manteniendo mi semblante profesional─. Alfred, sirve té con leche y…algo de comer ─demanda a su mayordomo, quien hace una reverencia y desaparece. ─Linda casa ─menciono, llamando su atención. Él me da la espalda, luego de resoplar. ─Sígueme, te haré la entrevista mientras doy mis cinco mil pasos, diarios ─ordena tajante y de manera muy metódica, observa su reloj y presiona algo en él─. Tienes diez minutos, trata de sorprenderme y decirme por qué mereces el puesto…no puedes aburrirme, porque esa es una razón por la cual las hago llorar y correr del lugar ─espeta, asiento rápidamente, apresurando mis pasos a su costado. Mis ojos observan mejor el lugar, su estructura y los enormes cuadros imponentes que se posan en las paredes, también como los pequeños detalles en dorado de algunas estructuras extrañas. Sus pies se detienen, de golpe, para mirarme encima de su hombro. ─Habla ¿o te comí la lengua sin saber? ─Inquiere de repente, con una sonrisa sardónica que estremece todo en mi interior. ─Lo siento…tengo veintitrés años y estoy culminando mi carrera de literatura inglesa, no soy una persona sin educación, no tengo malos pasatiempos…ni suelo salir de mi casa ─expreso, llamando su atención. ─Pensé que tenía dieciséis o algo así ─menciona, mirándome de arriba abajo. ─¿Lo dice por mis pechos? Créame, son lo suficientemente redondos y pueden caber en una mano cada uno, con comodidad ─suelto jocosa, incomodándolo más «Isabella, tienes que pensar lo que dices, estás actuando extraño de nuevo» reitero en mis pensamientos. Sus ojos se abren ante mis palabras─. Podría ser acoso, el cómo sus ojos se han puesto en mi ausente escote, apenas hablé de ellos ─agrego, esbozando una sonrisa. «Lo sigo haciendo, demonios, no tengo reparo» ─Exacto, hablaste de ellos, solo quise rectificar lo que decías…tienes razón, son pequeños ─gruñe demostrando insignificancia, quitando su vista de mí. Aclara su garganta─. ¿Cuál es tu autor literario favorito? ─Inquiere de repente. ─Anne Rice y la poetisa… ─¿Erotismo? Nunca lo habría imaginado ─interrumpe, y mis mejillas arden por su pregunta. ─Soy Virgen, no inculta ─espeto, apretando mis puños ante su prepotente tono. «Mejor póngame un bozal» Sus labios se separan, posando sus luceros intensos en mí. Traga con dificultad, moviendo de manera lasciva su manzana de adán, ante un cuello largo y pálido. También noto sus venas, cómo se marcan, provocándome un cosquilleo en las puntas de mis dedos, por querer tocar su piel. ─¿Y tu poetiza, “chica virgen”? ─Cuestiona, esbozando una sonrisa sardónica, como si se estuviera divirtiendo de alguna manera. Tomo una bocanada de aire, llevando un mechón de mi cabello detrás de mi oreja y oculto mis manos dentro de los bolsillos de mi jean desgastado de mezclilla. ─Emily Dickinson ─respondo sin más. Su cejo se arruga, juntando dos gruesas cejas rubias que me parecen un poema en su rostro. ─Interesante…convénceme, ¿por qué debería de contratarte? Se te está acabando el tiempo ─Suelta, demandante. No me percato, que hemos entrado a su biblioteca; una enorme y exquisita área de placer para mis sentidos. El olor a libro viejo, entra en mis fosas nasales como las posibles colillas que podrían triturar unas cuantas páginas. Mis luceros se iluminan, ignorando al sujeto dueño de este paraíso. Vislumbro los dos pisos dentro de una habitación, de paredes redondas cubiertas de mundos por explorar y suspirar. Mi corazón se acelera con fuerza, y quiero llorar. Suplicar por quedarme aquí «suena tentador» pienso, girando sobre mis talones levantando mi mandíbula para verlo todo y tropezar, deteniendo mis pasos al frente de él. Quien me observa con extrañeza, como si fuera una criatura de algún libro esotérico. ─Tengo muy buena memoria, soy inteligente, puedo usar mi memoria para los medicamentos, comidas que te gustan, olores, alergias…gustos específicos, contactos y por supuesto, libros favoritos, como también podría recitarte poemas…soy buena; fingiendo ser ordenada, siempre y cuando, se me pague por ello. Soy tu única y mejor opción, señor Rumsfeld ─manifiesto, dejando salir el aire de mis pulmones por hablar muy rápido, ya que no suelo hablar con muchas personas, mis palabras salen golpeadas, o torpes. Él curvea una ceja, tomando una bocanada de aire, que lleva a hinchar su pecho. Sus brazos permanecen detrás de su espalda en una perfecta postura. ─¿Por qué querrías trabajar para un sujeto desconocido y vivir con él, no te da miedo? ─Cuestiona de repente, dando un paso hacia mí, tratando de intimidarme con su mirada. Mis manos comienzan a temblar y solo ruego que la valentía que vive aún en mi interior salga a la luz, como lo suele hacer con mi personalidad jocosa.
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