Capítulo 4

2117
El evento del día, o la noche ha acabado con la venta grandiosa. Terminó conmigo, negociada por diez millones de dólares.  El silencio nuevamente aborda mis oídos y las manos grandes, sudorosas, ásperas se encierran en mis brazos indicando que debo moverme.  —¡Felicitaciones muñeca!— Sisea el mastodonte encaminándose a dónde intuyo, el millonario retirará su mercancía. Su compra. A mí. —¡El jefe te adora! Le hiciste ganar diez millones en un santiamén.  —¡Vayánse a la mierda! —Digo frunciendo los labios en una mueca de trazo recto. La presión ejercida en mi piel, me causa aflicción. Los músculos quedaron adoloridos, consecuencia de los pinchazos y de verdad, no consigo resistir siquiera el que me toquen. —Ojalá se pudran en el infierno.  Ríe cínico y la fuerza empleada aumenta —¿Por qué mejor no rezas por ti, linda? —pregunta irónico, disfrutando el hacerme añicos emocionalmente. —En vez de mandarnos al demonio, reza por ti. Hay que ser muy hijo de puta para desembolsar diez millones en una simple mujer virgen. —Reanuda las risadas agregando—: ¡Quién sabe lo que te aguardará en la recepción!  Intento tragar saliva. Si pretende atemorizarme pues se equivoca. Después de lo que me hicieron en Roma y aquí, ya no siento miedo. Solo rabia y anhelos de morir.  Sólo quiero morir.  Los pasos del despreciable tipo se detienen y junto a ellos, los míos torpes, cansados.  —Aquí está su compra. —Espeta dándome un empujón desconsiderado. Siendo otras manos las que me toman por la cintura.  —Bien.— Responde una voz que no es la que ofertó por mí. Ésta en particular denota un matiz grave, rasposo, algo entrecortado.  —Un ejemplar bastante indomable. —Concluye mofándose, destratándome, reduciéndome a la simple humillación. —Nada que una mano firme, no solucione.  El desconocido que masajea mis antebrazos proporcionándome alivio carraspea —Usted ya no se meta, su postor se encargará de ella.— Recita con una decisión tan escalofriante que no admite contradictoria, —Niña, intenta caminar erguida, así yo puedo ayudar a trasladarte.  —Recalca ignorando completamente al sujeto desagradable. —No pierdo las esperanzas de que éste lugar se queme entero, con esos criminales dentro. —puntualiza conciliador.   —No pi-pierdo las... Esperanzas de... Morir. —escupo suspirando.  —No digas eso. —Reprende mientras la ventisca calurosa me golpea el rostro todavía cubierto por el antifaz. —No todo en ésta vida es tan horrible., aunque sí lo parezca.  Arrugo el entrecejo tras percibir la humedad, un calor sofocante y el viento mezclado con arena impactando contra mi piel casi desnuda en su totalidad.  —Estoy cansada... —Musito aprehensiva. —Pero ante todo... T-triste.  —Te comprendo, sin embargo debes ser fuerte. Debes tener fe en que las cosas están bien, y estarán mejor.  —Me... Drogaron, ¿sabía? —Mascullo con rabia, percibiendo los asquerosos zapatos hundirse en la arena. Mis tobillos se bambolean y la sed abrasadora sencillamente me está volviendo loca —¡Me han drogado!— Repito Tragándome una a una las lágrimas, —M-me secuestraron. Asesinaron a mi amiga. Me golpearon y... Y encima...  Las frases se cortan y lloro. Me desahogo ante un desconocido, en una situación tétrica, asumiendo que nunca más, recuperaré mi vida pasada.  Una que odiaba, hasta ahora.  Detestaba a mis padres, y su indiferencia., aborrecía a Melany, y su traición., todo lo que dejé atrás me asqueaba, hasta ahora que sé, no volveré a presenciarlo de nuevo.  —Querida. —Murmura con dulzura, socorriéndome en la tarea de no caer al piso, tras notar que la aridez de la arena, pasó a ser pavimento. —Créeme, lo lamento muchísimo, pero me gustaría consolarte diciendo que no estás, ni estarás sola. —Hace una pausa confesando finalmente, —Que hay alguien allí fuera, capaz de dar la vida por ti.  Otra vez la dirección se ve pausada y cuando pretendo soltar una ironía que refute su teoría asquerosamente romántica, alguien más, sin mediar palabra me carga sobre los hombros.  Comienzo a patalear, debido a la sorpresa pero inmediatamente detengo el forcejeo. El agotamiento es inmenso y a duras penas consigo moverme. Reñir únicamente acabará dejándome desmayada.  Aunque viéndolo desde una perspectiva lúgubre, el desmayo es bastante atractivo. Uno que me mantenga dormida para siempre.  —Cálmate. —Advierte esa voz ronca a pocos centímetros de mi oído. —Nadie te hará nada.  El aroma a perfume invade mis fosas nasales. Una loción que reconozco al instante, una cara, fina, elegante: Polo. Polo etiqueta azul.  Recuerdo la cantidad innumerable de veces que con Bruna visitábamos las exhibiciones de perfumes, siendo dicha marca, mi preferida en fragancias para hombres.  El vaivén de su cuerpo denota que sube escalones, y aunque deseo recitarle alguna contestación que justifique mi obvia actitud desconfiada, no lo logro.  Mis reservas de energía están por los suelos,  la calidez que desprende su fisonomía aumenta el ansia de dormir, y pese a que reconozco que es tan o más criminal, que mis secuestradores, agradezco la fugaz sensación confortable que me produce rozar la nariz en la tela suave, de alguna camisa que lleva puesta.  Un ambiente acondicionado en frío estremece mi cuerpo, y el aroma a cuero, y vainilla inunda el sentido del olfato.  Con destreza, pero carente de sutileza, el postor que comienzo a detestar, por el simple hecho de formar parte de ésta miseria, me deposita en un mullido y cómodo asiento.  —¿Stefano? —Llama con serenidad.  —¿Si? —Responde con retórica el amable sujeto que durante breves momentos, supo brindarme aliento.  El mutismo se instala en el interior de la sala que dada mi nula visión, no consigo develar si es un medio de transporte, o morada. Le escucho inhalar hondo y frotarse las manos repetidas veces.  Está mirándome., lo percibo. Y me cohíbe tremendamente su escrutinio cuando desde cualquier perspectiva, me encuentro en inferioridad de condiciones.  —Acomódala bien. Trae una chaqueta o algo con qué cubrirla. —Hace una pausa añadiendo con una repentina frivolidad que me eriza la piel. —: es bastante repulsivo verla vestida así.  Muerdo los labios repitiéndome que no debo seguir llorando.  —¡No es su culpa! —Reprende Stefano, tal vez su empleado, chófer, la nana mágica o el defensor de causas perdidas. —Recuérdalo, no es su culpa.  El ameno individuo que sin conocer se gana velozmente mi estima, me coloca una suave bata de felpa, y luego desata los nudos del calzado para liberar mis pies de los molestos zapatos.  —No me interesa quién sea el culpable. —Viborea desinteresado. —No me gusta la vestimenta que nada deja a la imaginación.  —I-idiota. —Susurro, —Gra-gran idiota.  Los dedos de Stefano se alejan de mi piel y entonces el desgraciado tipo que me adquirió en un evento ilegal ordena —Puedes retirarte a la cabina, que las esposas se las quitaré yo, apenas lleguemos a Riad.  —Ra...  —Vete, Stefano. —Le oigo cortar con decisión. Al parecer es un tipo demandante, con aires de supremacía, de suficiencia. Un sujeto controlador que lo que dice se hace.  A fin de cuentas, un hombre vil, adinerado, poderoso que maneja lo que sea, a su total antojo.  Me remuevo en el asiento anonadada, furiosa, y mínimamente cómoda. Necesito zafar de las esposas, puesto que las muñecas empiezan a arderme y sé que la fricción me ha lastimado.   —¿Qué estás haciendo?— Indaga con tranquilidad y frialdad, congelándome entera.  —Quiero, quiero... Salir.  Carcajea con malicia., veneno y sorna interrumpiendo mi oración.  —¿Y crees que yo voy a hacer lo que tú quieras?— Cuestiona, —Será mejor que nos vayamos entendiendo desde ahora, cautiva. —suelta un bufido, y continúa, —Acabo de comprarte, ¿si? Espero que te quede claro ese punto primordial. Por ende, tu palabra para mí, no vale, ni valdrá nada.   Abro la boca sin dar crédito a lo que oigo. ¿De dónde mierda salió éste cerdo arcaico?  —Ma-machista. —Escupo.  —No, linda. —Contraataca con pedantería, —No conoces el verdadero significado de esa palabra. No soy machista de ninguna manera, sólo te dejo en claro las posiciones en que nos encontramos: tú limitándote a obedecerme, y yo, encantado de darte órdenes hasta que lo considere necesario. —Le escucho llevar a cabo algunos pasos, y siento nuevamente sus asquerosas manos alrededor de mis muñecas. —Recuéstate. —Indica empujándome de forma suave, al punto de que caigo totalmente de lado, en un asiento que aparenta ser sofá, más que diván. —Estamos en un avión, y serán unas cuántas horas de viaje hasta Riad.  —¡No... Me toques! —Exclamo molesta. Realmente enojada al comprender que volaré a Arabia Saudí, y entonces sí, definitivamente diré adiós a la antigua Nicci.  —Apenas toquemos tierra, y conozcas mi propiedad, comerás, te bañarás y descansarás como es debido.— Dicta autoritario, ignorando mi alarido. —Tengo muchos negocios qué atender y vas a acompañarme. No sea que se te ocurra huir, y deba andar buscándote por toda Arabia.  —Comprar... Mujeres no se le llama negocio qué atender. —Ironizo.  —¿Qué dijiste?— Indaga sorprendido, o enojado, e inmediatamente el timbre vocal fingidamente sereno, me obliga a callar. —¿Sabes una cosa?— Escupe —No me agrada en absoluto repetir las frases, así que si no quieres tentar mi paciencia, por tu bien... Reiterarás lo que balbuceaste.  —¡Que eres un bastardo!— Siseo sin medir las consecuencias de mis vocablos.  Pillándome desprevenida, un estallido de roncas carcajadas invade el lugar, y eso por tonto que parezca sí me asusta.  Tanto que me sobresalto al momento en que los dedos suaves al tacto toman mi quijada y la acercan a su rostro, que suspira embravecido.  La alerta me embarga y permanezco en una postura rígida.  —Insúltame cúanto gustes. —Susurra adoptando el matiz varonil, y temerario, —Pero la realidad es ésta: si intentas escapar lo sabré y créeme que lamentarás siquiera haberlo pensado. No voy a dejarte ir, cautiva. Ya no. Tengo el poder, el dinero, y las influencias para que eso no suceda.  > Me repito mentalmente, > —Resistir es la única opción. —Murmuro. —Des... Descuida, que no soy idiota.  Percibo la plena satisfacción que inunda al hombre cuyo rostro desconozco. Incluso apostaría, a que con mi respuesta, sonríe complacido.  —Finalmente sé que lo disfrutarás, pequeña. —Resuelve susurrándome al oído. —Vas a disfrutarlo tanto como yo.  Dejándome anonadada, confundida y molesta, el trastornado mal educado toma distancia y suspira victorioso.  —Tranquila, que el antifaz y las esposas te las quitaré personalmente, una vez estemos en tu dormitorio.  La irritación me posee y la idea de hacerle la guerra al infeliz es muy atractiva.  —¡Gracias... Mi amo! —Murmuro sarcástica, recobrando lentamente la compostura.  Chasquea la lengua, obvio fue que me escuchó —¡Ya controlaré tu lengua ponzoñosa! Porque siendo escabrosamente honesto, linda, tu vida a partir del momento en el que te adquirí, pasó a ser mía, y no existirá burla, ironía o maldición que cambie ese hecho.  —Pagues, lo que pagues nunca seré tuya. Ni tuya ni de nadie. —Asevero por lo bajo.  Aunque le tema, aunque sus actitudes relativamente enfermizas me amedrenten, no permitiré que me doblegue.  No hay hombre en la Tierra que haya nacido para ponerme el pie encima.  —¡Ay, cielo! —Espeta disfrutando al máximo mi rebeldía que lo único le que ocasiona es diversión. —Pronto te arrepentirás de tus propias palabras. Pronto, muy pronto querrás ser tan mía, que la vergüenza te carcomerá, tus instintos terminarán traicionando a la mente y te darás cuenta que escupir al cielo, trae resultados devastadores para una persona narcisista como tú. —Resopla y noto el sonido de una botella ser abierta. —Se me olvidaba. —Dice colocándome sobre los labios el frío líquido mineral que tanto ansiaba mi sistema. —A partir de hoy serás mi aljamal. Ese nombre tuyo Nina., Lola., Niki...  —Nicci. —Escupo furiosa. Obviando el beber lo que se me es ofrecido.  —¡Nicci! Sí, el mismo.— Objeta gozando el humillarme al coste que sea, —No me gusta. Olvídate de él. —Ríe con cinismo concluyendo —Meredith., mi empleada, te preparará alguna infusión desintoxicante. Desapruebo las dro gadictas, aljamal. Es bueno que lo vayas sabiendo.  > Reflexiono, > ALJAMAL - BELLEZA. 
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