Ellie
—¡Escúchame, Ellie! —protestó Michael cuando Ellie se alejó de él, no por primera vez. Se dirigía a ver a uno de los miembros más antiguos de la manada, una viuda llamada Helen que siempre había sido un poco como una abuela para ella. Como Helen no se había sentido bien últimamente, Ellie había pedido a la curandera de la manada, Margaret, que la viera, pero Ellie quería ver cómo estaba ella misma.
—Ahora no, papá —pidió Ellie, deseando que su padre se diera por vencido. Durante los últimos tres días, solo había hablado de ese torneo que quería organizar para ella, para ayudarla a encontrar un marido.
—¡Ellie, será perfecto! Quieres casarte por fortaleza, ¿verdad? ¿No por amor?
—Sí, papá —dijo ella, sin volverse a mirarle. Sabía lo que él quería para ella, que hubiera preferido que conociera a su "compañero predestinado", el hombre seleccionado para ella por la propia Diosa de la Luna, pero Ellie ni siquiera creía que tal cosa fuera posible, al menos ya no.
—¡Esta es una gran manera de hacerlo! Fortaleceremos nuestras alianzas con todas las manadas cercanas, y al final, tendremos dos líderes de manada que sean físicamente fuertes y capaces de liderar nuestras manadas. Es la solución perfecta.
Su padre respiraba con dificultad mientras hablaba y trataba de seguirle el ritmo al mismo tiempo, otro recordatorio de que ya no era el joven que había sido. Ellie se giró por fin para mirarlo y se dio cuenta de lo marcadas que estaban las patas de gallo alrededor de sus ojos. Solo tenía unos cincuenta años, pero el tiempo y el dolor le habían causado estragos. Necesitaba retirarse.
Aun así, comprometerse con un torneo que terminaría con ella casándose con el ganador era una gran decisión, una que no debía tomarse a la ligera y Ellie no estaba segura de estar en ese punto aun.
—Lo pensaré —afirmó... de nuevo.
Michael gruñó.
—¡Eso es lo que has estado diciendo!
—¡Y no me has dado tiempo para pensarlo! —recordó ella. La cabaña de Helen estaba justo delante de ellos. Esperaba que él no siguiera discutiendo con ella mientras se dirigía al interior.
—Escucha, voy a volver a la oficina y a elaborar algunos planes. Ya verás... será perfecto. Invitaremos a todos los alfas solteros de la zona, a los seis. Todos ellos son líderes fuertes y feroces. La mayoría de ellos son probablemente bastante guapos también —afirmó guiñandole un ojo y Ellie sacudió la cabeza—. No hace daño, ¿verdad?
—Supongo que no —expresó ella, sintiendo que sus mejillas se volvían un poco rosadas al admitirlo ante su padre.
—Ya verás, Ellie. Cuando termine, sabrás que esto es exactamente lo que tenemos que hacer, ¿de acuerdo?
—Bien —dijo Ellie, de mala gana. Lo que sí sabía era que no tendría el corazón para decirle a su padre que no después de que se tomara tantas molestias—. Ve a prepararlo y vendré a verlo cuando termine de chequear a Helen.
La cara de Michael se iluminó como la de un niño que sabe que va a recibir el regalo perfecto en Navidad.
—¡Lo haré! —exclamó, y luego se dio la vuelta y se dirigió a la oficina con un ímpetu que no había tenido antes.
Ellie sacudió la cabeza y luego llamó a la puerta de Helen antes de abrirla ligeramente y meter la cabeza.
—¿Helen? ¿Estás en casa? Es Ellie.
—¡Sí, querida! Estoy aquí —respondió la mujer con una voz frágil.
Sabiendo que probablemente estaba en la cama, Ellie entró y se dirigió al dormitorio. Vio a la mujer mayor tumbada, apoyada en un montón de almohadas, con un pañuelo usado en la mano. Su pelo blanco enmarcaba su rostro pálido y parecía más débil que la última vez que Ellie la había visitado, unos días antes.
—¿Cómo estás? —preguntó Ellie, sentándose en una silla junto a la cama.
—Oh, bastante bien —respondió Helen con una sonrisa—. ¿Cómo estás, querida? ¿Ocupada como siempre? —comentó soltando una suave carcajada. Siempre bromeaba con Ellie sobre el hecho de estar ocupada pero tener tiempo para todos.
—Nunca estoy demasiado ocupada para ti. ¿Puedo traerte algo?
—No, gracias, cariño. Margaret vino a verme hace un rato, así que tengo todo lo que necesito. Sin embargo, es muy agradable ver tu bonita cara. ¿Cómo has estado?
—Bien —dijo Ellie con un movimiento de cabeza. Eso no era exactamente cierto. Siempre había preocupaciones en su mente, con ella liderando toda la manada y todo. Y por supuesto, estaba el plan de su padre. Pero nada de eso parecía digno de mención en este momento —. Estoy preocupada por ti, sin embargo.
—No lo estés, cariño —comentó acercándose y acarició la mano de Ellie—. Estaré bien. Y si no lo estoy, bueno, ya es hora de que siga adelante y me reúna con mi Howard.
Una sonrisa cariñosa invadió el rostro de Helen mientras giraba la cabeza para mirar la foto que había en la mesita de noche, en la que aparecía como una hermosa novia junto a un hombre con traje que obviamente era su marido. Ellie nunca lo había conocido, ya que había muerto antes de que ella naciera, pero había oído las historias y sabía que era un buen hombre. El amor entre los dos era evidente, tanto en la foto como en la forma en que Helen hablaba de él.
—Escucha, querida, hay algo que quiero que me prometas —afirmó inclinando la cabeza hacia Ellie mientras hablaba, haciéndole saber que era importante.
Sin embargo, Ellie escuchó el tono de su voz y trató de disimularlo.
—¡Oh, Helen, estarás bien! Estarás de vuelta en tu jardín en poco tiempo.
Helen sacudió la cabeza, sin que su sonrisa desapareciera.
—Escucha, jovencita. Puede que seas el Alfa y la Luna de esta manada, pero quiero que sepas algo. No dejes que tu responsabilidad hacia los demás desplace lo que necesitas para ti misma. Puedes tener ambas cosas. Puedes tener un hombre maravilloso y cariñoso y seguir siendo una buena líder para esta manada. Al igual que tus padres. No te conformes, cariño. No pongas tus necesidades en espera. Te mereces la felicidad. Eres una buena persona, una persona maravillosa y sé que la Diosa de la Luna tiene a alguien perfecto para ti esperando ahí fuera —declaró Helen volviendo a acariciar la mano de Ellie, pero entonces empezó a toser con tanta fuerza que le preocupó. Alcanzó el vaso de agua que había en la mesita de noche y ayudó a Helen a tomar un trago.
La mujer que tanto apreciaba le había hablado directamente al corazón. Si Ellie era sincera consigo misma, siempre había deseado un amor como el que compartían sus padres, como el amor entre Helen y Howard. Solo tenía miedo. Temía que, debido a la maldición, nunca lo encontraría. O que... tal vez no lo mereciera.
Pero si su padre y Helen tenían razón, y había alguien ahí fuera esperándola, quizás ahora era el momento de empezar a buscarlo. Tal vez no era una coincidencia que el plan de su padre hubiera coincidido con el momento del discurso de Helen.
—Muy bien, Helen —dijo Ellie, en cuanto su amiga se hubo calmado de su ataque de tos—. Te lo prometo. Le daré una oportunidad al amor.
Helen sonrió y le dio una palmadita más en la mano.
—Bien, bien, querida. Ahora sé que, si me voy, podré hacerlo con una sonrisa en la cara.
Ellie se inclinó y besó su arrugada mejilla.
—No vas a ir a ninguna parte, Helen —afirmó. Sin embargo, ella sabía que no tardaría mucho. Solo esperaba que Helen viviera lo suficiente para que viera que Ellie había estado escuchando, lo suficiente para que Ellie encontrara al hombre que Helen había descrito... si es que realmente estaba ahí fuera.
Y si él podía ganar el torneo de su padre.