La adrenalina recorrió el cuerpo del moreno al escuchar el ruido, ya que, su imagen, era lo más valioso para él, por lo tanto, furioso se volvió hacia Soraya siseándole:
—Me las vas a pagar si alguien llega a ventilar esta infamia que estás diciendo —ella lo miraba con una sonrisa burlona que encendió aún más su ira.
—¿Infamia? —respondió ella, alzando ligeramente el mentón con desafío—. Hasta que me muera sostendré que mataste a mi esposo y que eres un mafioso. Si se llega a enterar mi padre, estarás en problemas aquí en todo Dubái.
Soraya en ese mismo momento se fue, mirandolo con una sonrisa, mientras la marca roja de la bofetada que ella le había dado.
Salomón apretó los dientes con tanta fuerza que un músculo palpitó visiblemente en su mandíbula y le susurró:
—Maldita.
Pero la dejó irse y su cabeza giró bruscamente hacia donde había visto desaparecer aquella sombra. Sus pasos resonaron en el corredor vacío, cada uno cargado con la promesa de violencia apenas contenida.
—Mataré a quien se haya atrevido a escuchar algo de esa maldita.
Sin embargo, ese preciso instante, Salomón vio a Hassan quien apareció con el revólver que se le había caído.
—+Que sucede hermano?—preguntó, Hassan.
—¿Viste a alguien salir por ahí? —preguntó Salomón, con su voz grave cargada de sospecha.
—No que yo sepa —respondió Hassan, ocultando el arma bajo su chaqueta—. Solo estoy aquí. Se me cayó el revólver. Vine por eso, a asegurarme que nadie estuviera por aquí porque sé como es esa loca.
Salomón muerto de la rabia, pero ahora sí un poco más calmado poniendose las manos en su bolsillo le dijo:
—Como deseo matar a esa perra.
—Con una sierra estaría bien —completó Hassan.
Ambos intercambiaron una mirada que evocaba un recuerdo sangriento compartido.
—Tus invitados te esperan —dijo finalmente Hassan—. Giorgio Armani quiere hablar contigo.
Salomón se ajustó la corbata, recomponiéndose. La máscara del empresario encantador volvió a su rostro como si nunca hubiera caído.
—Vamos. La noche es joven —dijo, pero después de unos pasos se detuvo—. Pero iré un momento al baño.
Sin embargo, gracias a todo el champán que había bebido, decidió ir al baño. Así que, se dirigió hacia el servicio de caballeros con pasos decididos, empujando la puerta sin notar el letrero improvisado que cayó al suelo. Se acercó a uno de los urinarios, aliviándose con un suspiro, cuando captó el reflejo de una mujer en el espejo.
Era ella. La joven que había visto correr por el pasillo.
—¡Qué mierda! —exclamó, sorprendido.
La mujer se giró bruscamente, con las mejillas encendidas por la vergüenza. Había visto un poco, el gran pene de aquel hombre. Salomón se apresuró a componerse mientras ella balbuceaba:
—¡Lo-lo siento, señor!
—¿No sabes leer? ¡Es el baño de hombres! —espetó con dureza.
—Disculpe, afuera puse letreros que estaba limpiando —su voz, apenas audible, tenía un acento marcado.
Salomón se acercó a ella con pasos lentos y la tomó del brazo con brusquedad.
—¿Limpiando? No tienes uniforme. ¿Eres una pervertida?
—No señor... claro que no. Solo... limpiaba, se lo juro.
Sus miradas se encontraron en ese instante. Los ojos verdes de Salomón se clavaron en los castaños de ella, notando su piel clara que delataba su origen extranjero y sus facciones suaves. Una sensación familiar se apoderó de él, ese impulso incontrolable que surgía siempre que alguien captaba genuinamente su interés. Era un hábito inconsciente que Hassan conocía bien: cuando algo o alguien despertaba su curiosidad, Salomón necesitaba catalogarlo, entenderlo, poseerlo mediante el conocimiento.
—¿Cómo te llamas? —preguntó con voz autoritaria, activando aquel mecanismo de interrogación que siempre empleaba con lo que deseaba poseer.
—Ni-Nina, señor —respondió, con la voz quebrándose.
—¿De dónde eres? —continuó, sin ser consciente de cómo su postura cambiaba sutilmente, inclinándose hacia ella como un científico estudiando un espécimen raro.
—De Al-Albania, señor.
Salomón asimiló la información, estudiándola con un brillo calculador en su mirada. Sus dedos tamborilearon ligeramente contra su muslo, otro gesto inconsciente que solo aparecía cuando algo verdaderamente captaba su atención. Las preguntas eran para él una forma de marcar territorio, de establecer dominio sobre aquello que le intrigaba.
—Pues no te creo que trabajes aquí. No tienes el uniforme. Si fueras una trabajadora de aquí, deberías saber que hay reglas específicas en este país. Te denunciaré por estar en el baño de hombres.
El terror transformó el rostro de Nina instantáneamente.
—¡Ay, no señor, le juro que no soy ninguna pervertida, solo vine a trabajar! —suplicó.
—Shhh. Cállate. Tu árabe es malísimo. ¿Sabes inglés?
—Sí, señor —respondió, casi sin voz.
—Inglés —ordenó él.
Nina continuó en inglés, explicando que su supervisora no le había permitido ponerse el uniforme debido a que llegó tarde y había urgencia por limpiar el baño durante la fiesta de cumpleaños.
—Todo está lleno, porque un tal Al-Sharif está de cumpleaños y como no había casi personal, pues por eso me dijo que fuera de inmediato a limpiar, eso es todo señor—añadió inocentemente.
El rostro de Salomón se endureció al instante.
—¿Un tal Al-Sharif? —preguntó con voz peligrosamente baja.
Nina, ajena a su error, señaló hacia la puerta.
—Mire el aviso. Está pegado en el pomo de la puerta. Puse: "cerrado por limpieza- no pasar".
Salomón miró hacia la entrada y vio el papel arrugado en el suelo con la huella de su zapato. El cartel improvisado, con mala ortografía pero legible, rezaba: "SERRADO POR LINPIESA - NO PASAR".
De repente, el eco de pasos masculinos y voces resonó en el pasillo. Con sorprendente agilidad, Salomón arrastró a Nina hacia una cabina, cerró la puerta y la apretó contra la pared, cubriendo su boca con la mano.
—Shhh —susurró en su oído—. Si llegas a decir algo, que tu y yo estamos solos aqui, ya sabes lo que te va a pasar.
Afuera, dos hombres entraron conversando:
—Te lo juro, Mohamed, ese Salomón lo detesto —dijo una voz que reconoció como la de Farid.
—Baja la voz —respondió Mohamed—. Las paredes tienen oídos, sabes que ese maldito tiene mucho poder aquí.
—No hay nadie. Además, no lo soporto. Solo trataré de convencerlo sobre ese negocio y listo, no sabré nada de él. Es un payaso rico, pero si no tuviera las conexiones de su padre, no sería nadie.
—Su sonrisa me cae mal, no puedo negarlo jajaja—mumuró Mohamed.
Salomón escuchando aquella conversación tensó cada músculo de su cuerpo, conteniendo la rabia.
«Con que... soy un payaso entonces y les caigo mal»—pensó conteniendo la rabia.
Mientras que, Nina permanecía inmóvil, respirando el aroma embriagador de su perfume caro.
«Ah, hoy no es mi día, ahora... este hombre me tiene con la boca tapada»—pensó con amarga ironía mientras inhalaba involuntariamente aquel aroma que, muy a su pesar, le resultaba increíblemente atractivo.
Hasta que, finalmente, los hombres se marcharon. Lentamente, Salomón aflojó su agarre y dio un paso atrás.
—Ya se fueron —murmuró.
Nina levantó la mirada hacia él, revelando ojos que, a pesar del miedo, contenían un destello de dignidad inquebrantable.
—¿Señor, no me va a denunciar? Puede venir conmigo y... hablar con mi supervisora para que vea que trabajo aquí.
En ese momento, la puerta se abrió nuevamente, era Hassan quien entró en el baño y Salomón, otra vez, tapó la boca de Nina con una de sus grandes manos.
—Viejo, ya tienes a esa gente abandonada, ¿estás cagando? —preguntó con franqueza cruda.
Salomón, sin perder la compostura, respondió:
—Ya salgo.
Luego, con un movimiento rápido, se acercó a Nina y susurró en su oído:
—Si llegas a decir que estuve aquí contigo, que estuvimos encerrados en este cubiculo, te va a ir mal. ¿Dirás algo?
Nina con la boca tapada lo miró fijamente con sus ojos marrones y negó con la cabeza. Aquella mirada de verde penetrante, le provocó un escalofrío involuntario mientras lo veía alejarse, preguntándose si aquel poderoso hombre sería su perdición.
Continuará...