Capítulo 1. Secretos entre sombras

1153 Palabras
22 de diciembre de 2025… —¿Tengo que limpiar el baño de caballeros sin uniforme, señora? —preguntó Nina Dervishi, una joven limpiadora, con su acento albanés marcado y gotas de sudor perlando su frente tras correr para llegar al trabajo. —Sí, llegaste tarde y por la celebración que hay porque es el cumpleaños del Jeque Salomón Al-Sharif, estamos desbordados aquí en el Burj Arab —le espetó la supervisora con rostro severo, entregándole bruscamente un balde y productos de limpieza. Sus uñas perfectamente manicuradas contrastaban con la aspereza de sus palabras—. Toma, ve para allá. Y si no te gusta, te largas. —No señora, ya voy de inmediato —respondió Nina, bajando la mirada y mordiendo su labio inferior. —Muévete. Nina, una joven proveniente de Albania, Europa del Este, de 24 años, había llegado tarde por culpa del transporte público porque salió tarde de su casa ubicada en un barrio muy pobre de los Emiratos Árabes. Los tacones gastados de sus zapatos hacían eco en el suelo de mármol mientras se dirigía apresuradamente hacia su destino. Preocupada porque no tenía su uniforme, fue camino hasta el baño, sintiendo el peso de la mirada de otros empleados mientras pasaba. «Trataré de no mancharme... con cloro»—pensó ella preocupada. Da la casualidad que, en ese momento, el gran magnate Salomón Al-Sharif se había alejado haciendo una llamada importante y la vio pasar corriendo. La joven no lo miró, concentrada en no derramar el contenido del balde, pero él sí vio a aquella mujer de silueta delicada que corría apresuradamente, con su cabello castaño rebotando sobre sus hombros y un cuerpo que, incluso bajo ropa sencilla, resultaba hipnóticamente femenino. Sus ojos verdes siguieron el contoneo natural de aquellas caderas mientras ella desaparecía por un corredor de servicio, dejando tras de sí un sutil aroma a jazmín mezclado con el olor del desinfectante. «Mmmm»— pensó, deteniendo momentáneamente su camino hacia el salón donde celebraba su cumpleaños número 39, desconectándose completamente de la conversación telefónica que mantenía. En eso, Hassan, su asistente, mejor amigo y casi hermano, notó que el hombre miraba fijamente hacia un lado con aquella expresión que conocía tan bien: la mirada de un depredador que acaba de divisar una presa. Lo interrumpió, sacándolo de su ensimismamiento con un discreto toque en el hombro. —Hermano, los invitados te esperan —dijo, siguiendo la dirección de su mirada pero sin alcanzar a ver a la causa de su distracción. Salomón se recompuso, ajustando el nudo de su corbata de seda con un movimiento practicado, y le dijo: —Vamos —respondió, guardando en su memoria el recuerdo de aquella mujer de lindas caderas. Seguidamente, en el fastuoso salón, Salomón dominaba el espacio con su metro noventa y cinco, enfundado en un traje Armani azul oscuro hecho a medida que acentuaba su figura atlética. Sonreía con perfecta cortesía mientras sus ojos verdes, penetrantes y pícaros, recorrían el lugar con la seguridad de quien posee todo lo que desea. Su sonrisa, enmarcada en aquella piel bronceada, desarmaba cualquier defensa. —As-salamu alaykum. Bienvenido, presidente —decía, estrechando manos importantes. Mientras tanto, en un rincón, dos mujeres bebían champán observando al anfitrión con deseo mal disimulado. —Salomón tiene tiempo soltero... dichosa la mujer que se acuesta con él —susurró Aisha, su mirada fija en el jeque iraquí billonario—. Además, esos treinta y nueve le sientan bien. Se ve hermoso así con traje. Siempre ha sido mi placer culposo. El champán burbujeaba en su copa, al igual que las palabras indiscretas en sus labios ligeramente húmedos. —Te confieso que hace años, tenía el mejor sexo de mi vida con ese grandote. —¿Cómo? —exclamó su amiga Haná, casi atragantándose con su bebida. —Sí, fue en 2013. Lo conocí en Mónaco y tuvimos un romance intenso —su mirada se perdió momentáneamente, como si pudiera ver aquellos momentos íntimos proyectados en el aire—. Y lo tiene enorme. Es de los que jamás olvidas. En ese preciso instante, como invocados por las palabras prohibidas, sus esposos aparecieron junto a ellas. El marido turco de Aisha tomó su mano con gesto posesivo. —Vamos a felicitar a Salomón —dijo con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. Las dos parejas se acercaron al celebrado. Aisha sintió un nudo en el estómago mientras se aproximaba al moreno. —Salomón, ¿cómo estás? —preguntó su esposo, extendiendo la mano. —Alhamdulillah, muy bien, Farid —respondió con voz profunda—. Gracias por venir. Sus ojos verdes se desviaron entonces hacia Aisha, y el tiempo pareció detenerse. La tomó de la mano con delicadeza, rozando apenas su piel con el pulgar en un gesto imperceptible para los demás. —Aisha, mashallah, qué gusto verte —pronunció su nombre como una caricia. —Lo mismo digo. Felicidades por tu cumpleaños —contestó ella con voz temblorosa—. Te ves radiante. Haná interrumpió el momento, mientras su esposo Mohamed mencionaba una propuesta de negocios. De repente, Hassan se acercó con urgencia y susurró al oído de Salomón: —Viene Soraya. El rostro de Salomón se tensó imperceptiblemente mientras una mujer con hiyab n***o avanzaba con determinación entre los invitados. —Quiero hablar contigo en privado —exigió ella al llegar. Salomón se disculpó con elegancia y se alejó junto a Soraya hacia un rincón apartado. Apenas estuvieron a solas, ella le propinó una bofetada tan violenta que el sonido seco resonó en el silencio. —Eres un cara dura —susurró, temblando de ira—. Ahora quieres tomar esas tierras que le pertenecían a mi esposo. No te bastó con quitarle Al-Sharif Developments. Pero te recuerdo que no puedes tenerlas porque no tienes hijos y no estás casado. Sé que mataste a Samir. Sus ojos verdes, habitualmente seductores, ahora reflejaban una furia salvaje. —No tienes pruebas de la difamación que estás diciendo —pronunció con voz gélida—. Y si sigues con ese comportamiento... me las vas a pagar, no importándome que eres familia e hija del Gran Muftí. —¿Me estás amenazando? —contestó ella sin amedrentarse—. Sé que Samir tenía razón cuando decía que eres un mafioso. —Soraya, respeta a tu cuñado —replicó con un tono que destilaba venganza contenida—. Soy Salomón Al-Sharif. —A ti no te tengo respeto. Sin embargo, en ese instante, fueron interrumpidos por el sonido metálico de un objeto que caía al suelo. Salomón giró rápidamente y alcanzó a distinguir una sombra que se escabullía hacia el lado oeste, desapareciendo entre las penumbras con la agilidad de quien sabe que acaba de presenciar algo que no debía. La adrenalina recorrió el cuerpo del moreno quien se volvió hacia Soraya siseándole: —Me las vas a pagar si alguien llega a ventilar esta infamia. Continuará...
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