El estudio de Elizabeth en la mansión Saint Claire era un lugar austero en comparación con el resto de la casa, que lucía en cada rincón la riqueza y el legado de generaciones de la familia. Este cuarto, sin embargo, tenía el encanto de lo funcional, con una pared entera cubierta de estantes llenos de libros y documentos, un escritorio de madera oscura y pesada en el centro y una lámpara de aceite que dejaba el resto del espacio en sombras. Era su refugio y, al mismo tiempo, el centro de operaciones de su vida secreta como la Dama Gris.
Elizabeth estaba revisando un mapa de las rutas seguras a través de Inglaterra cuando escuchó un leve toque en la puerta. Inclinó la cabeza, anticipando la llegada de alguien volteando el mapa y, antes de dar permiso, la puerta se abrió ligeramente, revelando una figura menuda y tímida.
-Adelante, Charles - dijo ella en voz baja, reconociendo al niño.
Charles, un joven de unos diez años, entró con paso silencioso y la mirada fija en sus zapatos. Era uno de los tantos niños que trabajaban de manera secreta para la Rosa Blanca. De aspecto común y pequeña estatura, un huérfano acogido por Emily y que trabajaba en el salón de té que ambas tenían, Charles pasaba desapercibido, moviéndose entre las calles y los hogares sin despertar sospechas. Elizabeth siempre admiró la precisión y la confiabilidad de estos jóvenes mensajeros; en ellos descansaba una de las fortalezas más sutiles y efectivas de su red.
-Señorita Elizabeth - dijo Charles en un susurro- La señorita Emily le manda esto. Me pidió que se lo entregara directamente y que esperara si necesitaba responder algo.
Elizabeth extendió la mano y el niño depositó una hoja doblada cuidadosamente en su palma sellada con lacre rojo. Era urgente.
Al abrir la nota, reconoció de inmediato la caligrafía precisa y elegante de Emily, quien era su mano derecha en la Rosa Blanca, además de una amiga de toda la vida. Elizabeth leyó las líneas con rapidez, notando la urgencia y el contenido inusual del mensaje.
“Nueva solicitud de rescate. Conde francés, parte del grupo de embajadores, sospechoso de tener conexiones con refugiados en peligro. Acusado de conspiración. Lugar y tiempo inusuales; hay que actuar con rapidez. Necesito tus instrucciones.” E.
Elizabeth mantuvo la expresión serena, aunque su mente ya comenzaba a calcular los riesgos y las acciones necesarias. Era poco habitual recibir solicitudes de rescate tan repentinamente y el hecho de que se tratara de un m*****o del grupo de embajadores franceses añadía un nivel de complejidad: un noble extranjero y visible como un conde representaba una amenaza importante si era detectado por las autoridades o los enemigos de la corona.
-Gracias, Charles - dijo ella finalmente, doblando la nota de nuevo con precisión - Dirígete de inmediato al salón de té Heaven y comunícale a Emily que voy en camino. Dile que espere instrucciones detalladas al llegar.
El salón de té Heaven era mucho más que un simple establecimiento de moda. Ubicado en un elegante barrio de Londres, con una decoración cuidadosamente diseñada para reflejar la sofisticación de la alta sociedad, era la fachada de la Rosa Blanca. Detrás de los muros decorados con molduras y espejos dorados, el fragante olor a pastel y a té y, bajo la apariencia de un local destinado a las damas de la aristocracia, Heaven era una de las piezas centrales en la red de comunicación y operaciones de Elizabeth.
La estructura organizativa del grupo se había tejido con tanto cuidado que cada integrante cumplía una función específica en sincronía con los demás, sin saber la identidad completa del resto de los miembros. Así, aunque Emily actuaba como enlace directo y supervisaba las operaciones locales, ni siquiera ella conocía a todos los miembros en cada eslabón de la red. De este modo, cada persona actuaba con precisión dentro de su propio círculo, facilitando el flujo de mensajes y la coordinación de rescates, sin que el grupo completo estuviera en peligro si alguna parte se comprometía.
El salón de té Heaven no era solo un lugar para reuniones, sino también un centro de información disfrazado: las conversaciones de las damas que visitaban el salón, los chismes y los datos recopilados a través de los sirvientes y visitantes alimentaban constantemente las operaciones de la Rosa Blanca. Las paredes del lugar tenían pequeñas aperturas disimuladas que permitían escuchar conversaciones en privado, y los camareros y meseras, aunque inofensivos a simple vista, eran en realidad informantes y observadores, siempre atentos a cualquier señal de peligro.
Elizabeth se volvió hacia Charles, quien la miraba expectante, esperando su próximo movimiento. Sabía que cada momento era crucial, y un rescate de esta magnitud requería la misma precisión que una estrategia militar.
-Charles, dile a Emily que, en cuanto llegue, necesito información detallada sobre el estado del conde y los nombres de quienes lo acompañan - añadió, entregando al niño una pequeña bolsa de monedas, su paga habitual y una sonrisa de gratitud - Ve y recuerda: discreción y rapidez mi pequeña golondrina.
-Si, señorita Elizabeth.
El niño asintió, haciendo una leve inclinación con la cabeza antes de desaparecer en silencio por la puerta, tan fugaz como había llegado.
Elizabeth observó la puerta cerrarse y respiró profundamente. Cada operación de rescate era una danza cuidadosa entre la astucia y el riesgo y la Rosa Blanca funcionaba con una precisión que rivalizaba con las redes más experimentadas de espionaje.
Mientras tomaba el sombrero, su mente seguía trazando el plan. Tiró del llamador haciendo que Sarah, su doncella se asomara por la puerta
- ¿Me llamó, señorita?
-Prepárate, vamos a salir. Avísale a Robert…
- Si, señorita – le dijo con eficiencia ya acostumbrada a los cambios en la agenda de su joven maestra.
La red de comunicación era fundamental en momentos como este.
Mientras Elizabeth se preparaba, sabía que cada integrante en su posición haría su parte sin cuestionar ni dudar. La Rosa Blanca había establecido en toda Inglaterra pequeños puntos de encuentro y señales discretas, códigos sutiles que se dejaban en las esquinas de los escaparates o en las paredes de ciertos edificios, indicando a cada m*****o dónde y cuándo actuar. Cada detalle había sido cuidadosamente diseñado para evitar ser detectados por aquellos que no conocían los códigos, y hasta ahora, la Rosa Blanca había logrado mantener su secreto.
Al salir de su estudio y cruzar el gran pasillo de la mansión, Elizabeth adoptó el aire de una dama común, dejando atrás el semblante de la Dama Gris. Caminó hacia la entrada de la mansión con calma, preparándose mentalmente para lo que estaba por venir. Afuera, Robert y Sarah ya estaban junto al carruaje para ir al lugar de encuentro. Llegar al salón de té Heaven no tomaría mucho tiempo, pero su mente ya estaba en marcha, anticipando los posibles problemas y las soluciones.
Sabía que Emily la estaría esperando y que juntas analizarían los siguientes pasos. Cualquier error podría costarles no solo el éxito de la misión, sino también el peligro de exponer la red completa de la Rosa Blanca. Sin embargo, el pulso sereno y la determinación en su mirada dejaban claro que Elizabeth, tanto como su padre, poseía el temple de alguien dispuesto a arriesgarlo todo por la lealtad y el honor.
Así era el compromiso que la Rosa Blanca había jurado cumplir en las sombras.
Elizabeth descendió del carruaje frente al salón de té Heaven con una elegante calma, como si se tratara de una visita ordinaria a uno de los lugares más distinguidos de Londres. El cielo, cubierto de nubes grises, parecía prometer una tarde típica londinense, llena de murmullos y luces apagadas. Una vez en la puerta, se ajustó los guantes con una leve sonrisa, dejando que la esencia de la Rosa Blanca quedara bien oculta tras la apariencia impecable de una dama de la alta sociedad.
Al abrir la puerta, una campanilla resonó suavemente, anunciando su llegada. El salón de té, decorado en tonos pastel y dorado, estaba lleno de comensales que conversaban en susurros. La cálida luz de las lámparas bañaba las mesas de manteles blancos y delicadas tazas de porcelana, creando un ambiente acogedor y, a la vez, sutilmente encantador.
Para Elizabeth, el salón de té Heaven era un escenario en el que cada personaje jugaba su papel a la perfección.
Caminó con gracia hacia el centro del salón, donde varias damas levantaron la mirada al verla entrar. Elizabeth les dedicó un saludo leve, como si simplemente estuviera de paso en su rutina diaria. Observó a las comensales: damas jóvenes y mayores, algunas acompañadas por doncellas o madres, otras con amigas y confidentes, intercambiando las novedades del día y los últimos rumores de la temporada. Detrás de las apariencias, Elizabeth sabía que algunas de aquellas damas pertenecían, como ella, a la red de la Rosa Blanca. Cada sonrisa y cada gesto eran, en realidad, mensajes codificados, palabras encriptadas en miradas fugaces.
Elizabeth se detuvo junto a una mesa donde una joven, de mejillas sonrosadas y expresión risueña, estaba sentada junto a su doncella. Ambas parecían ensimismadas en una conversación banal, pero al cruzar miradas con Elizabeth, la joven hizo un gesto minúsculo, un leve roce de sus dedos sobre la taza de té, un código sutil que solo Elizabeth comprendería. Elizabeth respondió al gesto con un guiño casi imperceptible, continuando su camino.
-Lady Saint Claire, ¡Qué sorpresa verla aquí hoy! – le dijo una mujer de mediana edad que estaba sentada con dos jovencitas que bien podrían ser sus sobrinas.
-Lady Ackerman - respondió Elizabeth con una sonrisa educada y una ligera inclinación de cabeza - Es un placer verla en tan grata compañía.
La mujer, quien era conocida por su capacidad para reunir información y transmitirla sin despertar sospechas debido a la cercanía con la reina, sonrió y asintió con satisfacción. Su mirada, aunque afable, tenía una chispa de astucia que Elizabeth bien conocía. Era una de sus aliadas más confiables en el salón y solía captar rumores importantes de las familias influyentes.
-Oh, no se imagina, Lady Saint Claire. Hoy todo Londres habla de los embajadores franceses y europeos que han venido al baile por la presentación de credenciales - dijo Lady Ackerman, con un tono que parecía desinteresado, pero que en realidad tenía un propósito calculado - Se dice que algunos de ellos han traído consigo historias que pondrían los cabellos de punta a la mismísima reina. Militares como su padre el marqués.
-¡Qué fascinante! - respondió Elizabeth, tomando menú de la bandeja que le acercó uno de los meseros - Me pregunto si alguno de esos caballeros saldrá a la luz o si permanecerá en las sombras de la diplomacia. Londres no sería Londres sin sus misterios e historias.
Las palabras parecían un simple comentario de sociedad, pero eran mucho más. Elizabeth captó el mensaje: los embajadores franceses se encontraban bajo vigilancia y cualquier movimiento imprudente podría tener consecuencias desastrosas. Con una mirada leve y fugaz, Lady Ackerman le indicó la posición de varias personas en el salón, como si le señalara los espacios de una partida de ajedrez.
La joven asintió para dirigirse hacia quien la había convocado.
Emily.