La Sombra de La Rosa Blanca

La Sombra de La Rosa Blanca

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Descripción

Londres, 1852.

Elizabeth Saint Claire, una distinguida dama de la alta sociedad victoriana, oculta una identidad secreta: es la “Doncella Gris,” líder de la Rosa Blanca, una sociedad clandestina que rescata nobles franceses perseguidos tras la Revolución. Bajo su imagen de hija respetable del Marqués de Milford , Elizabeth es una espía hábil y astuta, comprometida con su misión.

Todo cambia cuando debe salvar a Gabriel de La Roche, un conde francés atormentado por las experiencias en la revolución y reacio a confiar en los británicos. Durante el peligroso rescate, una inesperada atracción surge entre ellos, obligándolos a enfrentarse a sus propios miedos y desconfianzas. Pero cuando el grupo de la Rosa Blanca es traicionada desde dentro, Elizabeth y Gabriel se ven atrapados en un peligroso juego de espionaje donde nadie es quien aparenta ser.

Dividida entre su deber y los sentimientos por Gabriel, Elizabeth deberá decidir si arriesgar su identidad y misión, o renunciar a su única oportunidad de amor verdadero. En un mundo donde las apariencias lo son todo, ¿Podrán Elizabeth y Gabriel descubrir quién es digno de confianza antes de que sea demasiado tarde?

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Una Tarde de Verano
En la sala ornamentada donde el bazar de la condesa de Pembroke está en pleno auge, el aroma a perfumes caros y el sonido de las risas de la nobleza llenan el aire. Sirvientes con copas en bandejas y bocadillos pasean entre los asistentes mientras el grupo de músicos ameniza el ambiente con una melodía tranquila. Elizabeth Saint Claire, alta y elegante en su vestido de seda azul claro, juega con su abanico con una gracia calculada, sus ojos estudiando cada rincón del lugar. La joven marquesa es hoy la representación de su casa, el Marqués de Milford Haven, debilitado por la enfermedad, ha confiado en ella para mantener el nombre y las alianzas de su familia. Su escolta, un hombre de rostro adusto y porte impecable, se mantiene unos pasos detrás de ella. Sabe que Elizabeth nunca deja nada al azar; cada detalle de su atuendo, cada movimiento del abanico, es una pieza en el juego de percepción que domina. El marqués ha donado varias obras de arte de su colección familiar, piezas tan exquisitas como raras para la subasta a beneficio de la condesa. El retrato de un ancestro suyo, un óleo de tonos oscuros y expresivos ha atraído la atención de varios interesados. Elizabeth fija su mirada entre las telas ondeantes que adornan la sala, sin dejar de escuchar los murmullos alrededor. Mientras mantiene la compostura y una leve sonrisa en los labios, en su mente circulan pensamientos que nadie sospecharía. "La familia Devereaux debería llegar esta tarde noche", recuerda con sus ojos afilándose al pensar en los riesgos. El grupo de La Rosa Blanca ha trazado cada paso de la travesía de estos nobles franceses, los Devereaux y tantos otros, cuyo linaje ha sido perseguido y amenazado desde los últimos disturbios en París después de la monarquía de Julio que aplacó la restauración borbónica de Luis XVIII. Como la “Dama Gris,” Elizabeth ha asumido la misión de asegurarse de que la familia llegue sana y salva a Inglaterra, protegida de espías y traidores. Con cada segundo, su ansiedad aumenta bajo su exterior controlado. Un movimiento entre la multitud llama su atención: un grupo de damas de alta sociedad, murmurando entre sí y lanzando miradas intrigadas hacia un rincón del salón donde se expone una de las obras subastadas, un pequeño, pero detallado paisaje francés. Elizabeth mantiene la vista fija en la escena, sosteniendo el abanico entre sus dedos con la leve presión que solo ella podría notar. -¿Todo en orden, lady Saint Claire? -murmura su escolta. Elizabeth no aparta la mirada de las damas mientras responde en un susurro. -Todo en orden, Sir Robert, pero no hay que bajar la guardia. La familia que esperamos debe llegar con discreción. Hay rumores sobre un enviado de la guardia real francesa... o un traidor disfrazado de aliado. Su escolta asiente, tan imperturbable como ella, pero Elizabeth puede sentir la tensión en el aire, una corriente sutil que parece deslizarse entre la multitud. No sabe con certeza si hay espías entre los asistentes, aunque sospecha que la llegada de los Devereaux despertará el interés de muchos, incluso de aquellos que fingirían indiferencia. No deben ser descubiertos. De repente, uno de los criados de su casa que la acompañó en el carruaje para asistir al evento se aproxima con una nota discreta, que entrega con una leve reverencia. Elizabeth finge abrir su abanico en un gesto casual mientras toma el papel y lo oculta tras la seda. -"Llegarán pronto. Reúnase en el punto acordado"- leyó en una caligrafía que reconoce de inmediato como la del agente principal de la Rosa Blanca en Londres. Su corazón late con fuerza bajo la serenidad de su expresión. La familia ha conseguido llegar, pero no están seguros aún. El peligro acecha en cualquier esquina, entre rostros conocidos y desconocidos y Elizabeth no puede permitirse un error. Guarda el mensaje y sonríe amablemente a un noble que se ha acercado a comentar sobre una de las obras. -Espero que sea de su agrado, señor - dice con una voz suave y controlada. El hombre responde con algún comentario cortés, pero ella ya está pensando en su siguiente paso. A unos metros, el acceso al jardín posterior ofrece una escapatoria rápida y discreta. Podría alegar un malestar y dirigirse allí para recibir a los Devereaux en persona, si la situación lo requiere. La responsabilidad de la familia Saint Claire y la lealtad a la Rosa Blanca pesan sobre sus hombros, pero Elizabeth está lista para cumplir su deber. Aprovechando la oportunidad de una pausa, se inclina levemente hacia su escolta. -Mantente alerta. En unos momentos saldremos al jardín, - le indicó con suavidad. Él asiente sin más. Ambos saben lo que está en juego. Elizabeth, con una última mirada a la multitud y una sonrisa estudiada, comienza a abrirse paso hacia el jardín, con la elegancia que cualquiera esperaría de una marquesa, pero en su mente, se anticipa a lo que podría ocurrir en los próximos minutos. Con cada paso, se prepara para enfrentar lo inesperado, decidida a proteger a la familia Devereaux a cualquier costo, en el papel que ha jurado cumplir y en el nombre de la Rosa Blanca. Elizabeth apenas ha cruzado hacia el jardín, sintiendo la frescura del crepúsculo envolviéndola, cuando un caballero de aire resuelto y elegante intercepta su paso. Lord Arthur Beaumont, conocido por sus exquisitos modales y su afición por las mujeres hermosas, le bloquea el camino con una sonrisa confiada. -Lady Saint Claire - dice él con una inclinación que marca su interés - ¿Le importaría concederme una salida al salón de té? La música y las conversaciones en el salón comienzan a resultar… abrumadoras, ¿No le parece? Elizabeth le sonrió con la suavidad y el dominio que exige el protocolo. La única persona que podría ver su verdadero rostro es su escolta, quien ha detenido su paso justo a un par de metros, observando la situación con discreción. Ella sabe que los Devereaux están a minutos de llegar y cada segundo es crucial. -Oh, Lord Beaumont… - respondió ella, soltando una risita apenas audible mientras juega con el borde de su abanico - Sería un placer, créame, pero lamento decirle que he salido a tomar un poco de aire. Me temo que no me queda mucho tiempo en la noche. Él sonríe, como si hubiera interpretado sus palabras como una invitación velada. -Entonces, quizás en otro momento, mi lady - le dijo, inclinándose un poco más y reteniéndola con su mirada. Su expresión es tan firme que Elizabeth se percata de que no será fácil deshacerse de él sin algo de estrategia. Inspirando con calma, Elizabeth sostiene el abanico frente a su rostro con un leve gesto coqueto. A su mente acuden las señales del cortejo, las mismas que cualquier mujer de su posición debe dominar y que los caballeros leen como un lenguaje secreto. Ella baja la mirada y, con una leve inclinación del abanico, lo acerca hacia su mejilla derecha y lo golpea con suavidad; una señal que, según la etiqueta de la corte, indica "Si". Lord Beaumont reacciona como ella esperaba, sus ojos brillan y parece erguirse más, creyendo que ha captado su interés. Elizabeth sonríe levemente, sintiendo una chispa de triunfo. -¿Es tan así, mi lady? - pregunta él con un dejo de humor e interés. -¿Y si le dijera que me gustaría verlo nuevamente en algún lugar más… íntimo? - responde Elizabeth en un susurro, sosteniendo la mirada de Beaumont mientras mueve el abanico hacia sus labios, cubriéndolos en un gesto que significa "quiero verte de nuevo". La expresión de Beaumont se ilumina y, por un segundo, olvida todo lo que ocurre a su alrededor. Elizabeth sabe que acaba de atraparlo en su pequeño juego de seducción y que, muy pronto, con un par de palabras, podría hacerlo desistir y retirarse con promesas de un encuentro próximo. -Si me disculpa - le dijo, inclinando la cabeza levemente- tengo asuntos que atender en este momento. Pero me agradaría mucho encontrarlo nuevamente en la próxima velada de Lady Cavendish. Creo que podríamos tener una charla… mucho más interesante. Beaumont, complacido y convencido, inclina la cabeza con una sonrisa. -Contaré las horas hasta entonces, mi lady. Con una última sonrisa enigmática, Elizabeth se dio la vuelta, dejándolo tras de sí. No se atrevió a mirar hacia atrás; sabe que ha logrado deshacerse de él sin despertar sospechas. Sin embargo, el sonido de un carruaje que se acerca le recuerda que sus preocupaciones no han terminado. El segundo carruaje, aquel que transporta a los Devereaux, se desliza con sigilo hasta el punto de encuentro en la parte trasera del jardín, como había sido planeado. Elizabeth camina hacia él, adoptando el porte propio de una dama que, en apariencia, solo se ha perdido entre las sombras del jardín. Al llegar al borde de la fuente, donde las luces no alcanzan a iluminar demasiado, el carruaje se detiene. Su escolta se adelanta y abre la puerta, asintiendo al ver a los nerviosos pasajeros: una mujer de mirada asustada y dos niños con los ojos vendados. Elizabeth mantiene su compostura, aunque su corazón late con fuerza. -Dama Gris, supongo - murmura la mujer, apenas susurrando. Elizabeth asiente con suavidad y, con la certeza de que están a salvo en ese preciso momento, les ofrece una sonrisa tranquilizadora, aunque sabe que no la ven. -Por aquí, con rapidez - dice, su voz calma y firme- Los guiaré hasta el próximo carruaje; de ahí los llevarán a una casa segura. Los Devereaux descienden con cuidado y Elizabeth les indica el sendero hacia el segundo carruaje, escondido estratégicamente tras un seto. Mientras avanzan con paso apresurado y sin hacer ruido, Elizabeth lanza una última mirada al salón donde Lord Beaumont, ajeno al peligro que ha rozado sin saberlo, espera el próximo encuentro que ella nunca planea concederle. En cuanto la familia Devereaux aborda el nuevo carruaje, Elizabeth respira hondo, aliviada. Ha cumplido una misión más, salvando a una familia noble y manteniendo en pie su promesa como la Dama Gris. -Vamos a casa... Quiero ver a mi padre... -Si, mi señora...- le dijo Robert caminando con ella hacia su propio carruaje. Una sensación de alivio cruza su expresión. Ha acompañado a su señorita por 12 años y, aunque la apoyó en su causa no puede evitar preocuparse por ella. -Deja de preocuparte...Te harás viejo...- le dijo con una sonrisa conociéndole demasiado bien - Todo salió según lo planeado. Hemos sido cuidadosos. -Igualmente la quiero a salvo. Es mi trabajo... -Por eso estás aquí...Me cuidarás de que nada me pase. -Eso sería fácil si obedeciera...- murmuró ayudándola a subir al carruaje para luego seguirla y sentarse en el asiento frente a ella haciéndola reír. -Me he portado bien... -Por ahora... La joven se rio divertida observando el paisaje en el exterior. Su padre le había enseñado a hacer las cosas de manera justa y respetando a sus pares y a quienes la servían. Por eso se había convertido en la Dama Gris y estaba ayudando en lo que podía.

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