Capitulo 3

2318 Palabras
Eve El lunes por la mañana, me levanté con una única misión: dejar atrás la resaca y las malas decisiones del fin de semana. Aquello que no vamos a nombrar simplemente no había sucedido. Y si no había sucedido… entonces definitivamente no pasó. Con esa lógica impecable y una determinación renovada, me arrastré hasta la ducha, dejando que el agua caliente intentara lavar no solo el desastre de los últimos días, sino también mi vergüenza. Me puse mi crema de vainilla, como si ese aroma dulce pudiera hacerme sentir como una persona completamente nueva. Luego, escogí mi ropa con más cuidado del habitual, como si la elección de un buen conjunto pudiera contribuir a mi intento de redención. Con mi primer café del día en la mano y una actitud de “hoy será un gran día” (porque si lo repetía lo suficiente, quizá lo creería), salí de casa rumbo a la universidad. De camino, hice una parada estratégica en mi cafetería de confianza y pedí tres cafés para llevar. Sabía que, después de haber desaparecido del mapa durante dos días y haber ignorado todos los mensajes en mi teléfono, necesitaría una ofrenda de paz para mis mejores amigas. Café, la moneda universal del perdón. Cuando llegué al aula de Derecho Penal, ya estaban ahí: Stella y Clarice, sentadas en nuestros lugares habituales. Pude sentir su mirada inquisitiva incluso antes de que alzaran la vista. Respiré hondo, ajusté la bolsa con los cafés en mis manos y me acerqué con mi mejor sonrisa. —Antes de que digan algo… vengo en son de paz— extendí los vasos como si fueran un escudo sagrado. Stella entrecerró los ojos, Clarice cruzó los brazos. —Dos días— murmuró Stella—. Desapareciste por dos días. —Y ahora estoy aquí, trayéndoles café. Creo que eso compensa mi ausencia, ¿no? Clarice tomó su vaso con una mirada evaluadora. —Depende. ¿Es de vainilla caramelizada con un shot de espresso? Sonreí con orgullo. —Obvio. Stella resopló, pero tomó su café de todos modos. —Tienes cinco minutos para darnos una buena explicación antes de que empiece la clase. Me dejé caer en mi asiento con un suspiro. —¿Podemos fingir que el fin de semana no existió? Las dos se miraron, luego volvieron a mirarme con la misma expresión de incredulidad. —Ni de broma. Perfecto. Este iba a ser un largo lunes. En medio de mi pobre e improvisada excusa sobre cómo y con quién me había ido del club, la puerta del aula se abrió y el profesor Knox entró con su característico andar firme y seguro. El murmullo de la clase disminuyó al instante, aunque en nuestra mesa el silencio ya se había instalado unos segundos antes. La mirada del profesor recorrió el aula de forma metódica hasta detenerse, por un breve instante, en nuestra dirección. No en mí, ni en Stella. Fue un segundo. Apenas un pestañeo. Si no hubiera estado atenta, habría pensado que lo imaginé. Pero cuando giré la cabeza, vi a Clarice con la vista clavada en su cuaderno, como si estuviera concentrada en una línea invisible. No dije nada. Ya hablaríamos cuando ella estuviera lista. —Buenos días a todos— saludó el profesor Knox, dejando su maletín sobre el escritorio con un golpe seco. Sin perder tiempo, sacó un fajo de hojas y las dejó caer sobre la mesa con una expresión que no auguraba nada bueno—. Tuve la mala idea de arruinar mi fin de semana corrigiendo sus exámenes. Un murmullo de preocupación se extendió por la sala. —¿Nos fue bien? — preguntó una de las compañeras con la voz cargada de incertidumbre. El profesor alzó una ceja, con la paciencia de quien ya está acostumbrado a ese tipo de preguntas. —¿Acaso no escucharon la parte donde arruiné mi fin de semana? Unos cuantos gemidos y suspiros de desesperación resonaron en el aula. —¿Tan mal? — insistió alguien más. Knox suspiró y comenzó a repartir las hojas. —Solo seis de veinte han aprobado— informó, sin molestarse en suavizar la noticia mientras repartía las hojas—. Buen trabajo, señorita Kingston. Asentí con la cabeza y tomé mi examen. Un diez. Sonreí satisfecha. Cuando levanté la mirada, mis amigas también tenían sus hojas frente a ellas, y por sus sonrisas, supe que habíamos aprobado las tres. Me relajé un poco. —El recuperatorio será la próxima semana— continuó Knox, sin dar tiempo a festejos—. Pero aquellos que no han alcanzado la nota mínima deberán presentar un trabajo extra para poder promediar. Stella levantó la mano con rapidez. —Profesor, ¿cuándo serán las pasantías? Knox le dirigió una mirada aprobatoria antes de responder: —A eso iba. Gracias, señorita Jones— dijo, y varios en la clase se removieron en sus asientos, atentos—. La lista de bufetes estará disponible hoy al mediodía. Podrán ingresar con su código y confirmar a dónde han sido asignados. —¿Y cuándo empezaremos? — preguntó otro compañero desde el fondo. —En una semana. El profesor no esperó más y se dio la vuelta hacia la pizarra, tomando un marcador. —Ahora, comencemos con la clase. Mientras Knox escribía en la pizarra, giré la cabeza levemente hacia Clarice. Seguía sin levantar la vista, con la mirada fija en su cuaderno como si las líneas de tinta escondieran algún tipo de respuesta. Algo pasaba. Y lo descubriría, tarde o temprano. Pero por ahora, era momento de centrarse en la clase. Las casi dos horas que siguieron se sintieron eternas. Entre explicaciones densas, debates sobre jurisprudencia y el rasgueo constante de bolígrafos sobre hojas, el aula estuvo sumida en un aire tenso, especialmente para los catorce compañeros que no habían aprobado el examen. Finalmente, el sonido del cierre del libro de Knox marcó el final de la clase. —Kingston, Jones y Sterling— llamó con voz firme, antes de que nadie se pusiera de pie—. Vengan a mi oficina después de clases. Necesito hablar con ustedes. Las tres nos miramos sin entender, aunque Clarice, por primera vez en toda la mañana, alzó la cabeza con expresión alerta. —Por supuesto— respondí, tratando de sonar natural. Cuando la clase terminó, me despedí de mis amigas para ir a mi última materia del día. Sin embargo, durante toda la hora, mi mente estuvo más en aquella reunión con Knox que en la exposición del profesor. ¿Qué querría? ¿Habríamos hecho algo mal? No, imposible. Todas habíamos aprobado el examen. Después de salir del aula, caminé hasta la oficina del profesor, donde Stella y Clarice ya me esperaban. —¿Qué crees que sea? — preguntó Stella en voz baja, con los brazos cruzados sobre su pecho. —No lo sé— murmuré, guardando mi agenda en el bolso—. Pero vamos a averiguarlo. Toqué la puerta y, en cuestión de segundos, se abrió. —Bien, están las tres aquí— dijo Knox, echándonos un vistazo rápido—. Señorita Kingston, usted primero. Sonreí levemente a mis amigas y entré. El profesor cerró la puerta detrás de mí y se dirigió a su escritorio. —Siéntese, por favor. Obedecí mientras él buscaba unos papeles entre las carpetas apiladas. Pasaron unos segundos hasta que, finalmente, levantó la vista y me miró con seriedad. —Como ya se habrá dado cuenta, usted no figura en el listado de asignaciones. Me enderecé en la silla, sintiendo un ligero escalofrío de inquietud. —Sí, y no entiendo por qué… —Usted es el mejor promedio de la clase, señorita Kingston— me interrumpió con tono neutro, pero claro. Parpadeé un par de veces, asimilando sus palabras. —¿Entonces? —Históricamente, a los mejores promedios se les otorgan pasantías en los bufetes más prestigiosos— explicó con calma—. Usted es una de ellas, y como tal, ha sido seleccionada para realizar sus pasantías en uno de los mejores despachos de Nueva York. Mi corazón se detuvo por un segundo. —¿Nueva York? — repetí, sin poder evitar la incredulidad en mi voz. —Sí— confirmó, con una leve curva en los labios, como si estuviera disfrutando de mi sorpresa—. Ha sido seleccionada por Warner y Asociados. Sentí que el aire se me atascaba en la garganta. Warner y Asociados. No cualquier bufete, sino uno de los más importantes del país. Donde trabajaban los tiburones. Los peces gordos del derecho. —Dios… — murmuré, casi sin aliento. Knox apoyó los codos sobre el escritorio y entrelazó los dedos, observándome con atención. —Es uno de los mejores y más exigentes bufetes. No es por ponerle presión, pero solo el uno por ciento de los pasantes logra quedarse después del período de prueba— informó, con ese tono serio que utilizaba cuando quería asegurarse de que lo tomáramos en serio—. Tendrá mucho trabajo por delante. Deberá demostrar por qué es la mejor. La adrenalina corrió por mis venas, encendiendo algo dentro de mí. —Lo haré— afirmé sin dudar. Knox inclinó ligeramente la cabeza, evaluándome. —No me defraude, señorita Kingston— dijo en voz baja, con un deje de expectación—. Personalmente la he recomendado. Algo en mi interior se estremeció. —No lo haré— dije atropelladamente, sin poder contener la emoción—. Daré lo mejor de mí, profesor. Se lo prometo. Knox asintió una vez, con la seguridad de alguien que ya había tomado su decisión. —Eso espero. Empieza el lunes que viene. —Gracias, profesor— murmure, todavía con el corazón latiendo con fuerza. Sin embargo, él ya estaba hojeando otra carpeta. —Puede retirarse. Haga pasar a la señorita Jones. Me puse de pie con rapidez, todavía sintiendo una energía electrizante en mi cuerpo. —Sí, claro. Gracias de nuevo. Abrí la puerta con una sonrisa tan grande que apenas me cabía en el rostro. Llegué a casa cuando el sol comenzaba a teñir el cielo de tonos anaranjados. Después de pasar el día con las chicas celebrando nuestra nueva etapa y comprando algunas cosas para nuestras pasantías, apenas podía creer lo que estaba pasando. Clarice y Stella también habían sido seleccionadas. Ambas irían al prestigioso bufete Van der Beeck, otro de los mejores de la ciudad. Definitivamente, habíamos llegado a la élite. Me dejé caer en la cama, con el cuerpo agotado pero el alma vibrando de emoción. No podía esperar para compartir la noticia con mis padres. Saqué mi teléfono y marqué el botón de video llamada, sin poder contener mi sonrisa. Mi madre respondió casi al instante. —¡Hola, cariño! — su voz sonó cálida y familiar—. ¿Cómo has estado? No hablamos desde el fin de semana. La miré en la pantalla. Llevaba el cabello recogido en un moño desordenado y una taza de té en la mano. Detrás de ella, el reflejo de mi padre en la ventana me hizo sonreír. —Lo sé, lo siento. He estado ocupada con la universidad y, bueno… hoy salí con las chicas y me quedé con ellas. —Esa es mi chica— dijo, guiñándome un ojo—. Quiero que disfrutes tu juventud además de matarte estudiando. —Lo hago, mamá, lo prometo— reí suavemente. Mi padre apareció en la pantalla, acercándose con expresión curiosa. —¿Qué haces, princesa? — preguntó, acomodándose junto a mamá. —Extrañarte, papi— respondí con una sonrisa, y él arqueó una ceja con satisfacción. —Ya regresas, ¿no? — dijo con fingida severidad—. Has pasado demasiado tiempo lejos. —Solo unos meses más, ¿de acuerdo? La graduación está a la vuelta de la esquina— aseguré. Mamá me observó con atención, entrecerrando los ojos. —Tienes esa cara… —¿Qué cara? —La de cuando tienes una gran noticia y te mueres por contárnosla— intervino papá, cruzándose de brazos con una sonrisa cómplice—. Vamos, suéltala. Contuve la emoción por unos segundos antes de decirlo. —Me han seleccionado para hacer mis pasantías en Warner & Asociados, uno de los mejores bufetes de abogados de Nueva York. El grito emocionado de mamá fue inmediato. —¡Oh, cariño! ¡Eso es increíble! — dijo, llevándose una mano a la boca, con los ojos llenos de orgullo. Papá sonrió ampliamente, asintiendo con satisfacción. —Sabíamos que lograrías lo que te propusieras, Eve. Estoy muy orgulloso de ti. Mamá parpadeó varias veces, tratando de contener las lágrimas. —Dios… no puedo creer que mi pequeña ya es una mujer fuerte, segura, independiente y… —Mamá… — susurré conmovida—. Me harás llorar. Ella río suavemente, secándose una lágrima antes de que cayera. —Es que te extrañamos tanto. —Yo también los extraño. Papá carraspeó, como si intentara suavizar la emoción en el aire. —Bueno, hablando de cosas importantes… — dijo con su tono de "voy a solucionar tu vida"—. Tenemos que hablar sobre un auto para ti. No quiero que recorras toda la ciudad en tren o autobús, sobre todo con los horarios exigentes que tendrás. Reí entre dientes. —¿Esa es tu forma de decirme que me vas a comprar un auto, papá? —Es mi forma de decir que lo discutiremos pronto— respondió con una sonrisa astuta. Mamá le dio un leve codazo y luego me miró con ternura. —Solo queremos que estés bien, amor. Mi corazón se llenó de calidez. —Lo estaré, mamá. Y cuando termine esto, volveré a casa. Lo prometo. Pasamos unos minutos más hablando, disfrutando de la sensación de estar juntos, aunque fuera a través de una pantalla. Cuando finalmente colgué, dejé el teléfono sobre la cama y suspiré con una sonrisa. Todo estaba cambiando. Y estaba lista para enfrentarlo.
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