Capitulo 1
Eve
Un escalofrío me recorre la columna cuando pienso en el día interminable que tengo por delante.
Suspiro, dejando que mi mirada se pierda en el techo de mi habitación.
Querer ser la mejor de mi clase tiene su precio. No hay días libres, ni pausas, ni margen para el error. Significa estudiar hasta la madrugada, asistir a todas las clases y estar siempre preparada para lo que venga. Me encanta ese desafío… pero a veces, como hoy, se siente agotador.
Tengo tres clases, una exposición y un examen que parece más grande que la distancia entre aquí y Brighton.
Brighton.
Pensar en casa me produce una punzada en el pecho. Han pasado cinco meses desde la última vez que vi a mis padres. Los extraño más de lo que estoy dispuesta a admitir.
Cuando decidí que quería ser abogada y no arquitecta, como ellos, me apoyaron sin dudarlo. Pero cuando mencioné que Princeton era mi meta, la reacción fue diferente.
—Es demasiado lejos, Eve— dijo mi padre aquella noche, con el ceño fruncido y los brazos cruzados.
Sabía que convencerlo no sería fácil. Mamá, como siempre, me apoyó desde el primer momento, pero papá… él necesitaba tiempo.
Fueron meses de discusiones, argumentos y planes bien estructurados para demostrarle que podía hacerlo. Y, aun así, el verdadero punto de inflexión llegó el día en que mamá lo encerró en su habitación. Salieron una hora después, ella con una mirada triunfante, y él con un permiso tácito de que podía estudiar en el extranjero.
Nunca llegó a ser el mayor fanático de la idea, pero al final, Jonathan Kingston aceptó mi decisión y se aseguró de que no me faltara nada.
Ahora, cuatro años después, estoy a solo un semestre de graduarme. Casi puedo ver la línea de meta. Tengo ofertas esperándome en Brighton, listas para cuando regrese.
El futuro que tanto soñé está al alcance de mi mano.
Pero entonces, ¿por qué siento esta inquietud en el pecho?
Sacudo aquellos pensamientos y me obligo a ponerme en marcha. Tengo exactamente una hora y media para prepararme, desayunar y llegar a clases sin parecer una zombie.
Me levanto y camino directo al baño, encendiendo la ducha antes de comenzar a lavarme los dientes. El sonido del agua golpeando el azulejo llena el espacio con un murmullo constante y reconfortante.
Cuando termino, me meto bajo la lluvia caliente, dejando que el calor arrastre el último rastro de sueño de mi cuerpo. Suspiro, cerrando los ojos un segundo. Podría quedarme así por horas, pero no tengo ese lujo.
Hoy no.
Apago el agua y me envuelvo en una toalla. En mi habitación, voy directo al vestidor. No tengo tiempo para pensarlo demasiado, así que elijo lo de siempre: camiseta, suéter y jeans. Cómodo, práctico, suficiente.
Frente al espejo, me recojo el cabello en una cola alta y tirante, sin dejar ningún mechón fuera de lugar. Luego, aplico un poco de maquillaje; protector solar, corrector de ojeras, polvo y rubor. Solo lo básico para no parecer un cadáver andante. Un toque de bálsamo labial con color y estoy lista.
Me dirijo a la cocina, encendiendo la cafetera en piloto automático mientras reviso el teléfono. Entre notificaciones y mensajes sin leer, los de mi padre resaltan en la pantalla. Como cada mañana, su mensaje está ahí. Sin falta.
Papá [07:15]: Buenos días, princesa. No olvides desayunar.
Sonrío levemente mientras le respondo. A pesar de que en Brighton son como las dos de la madrugada, sé que él no se dormirá hasta no leer mi mensaje.
Cuando el café termina de hacerse, me sirvo una taza y camino hasta el ventanal. Le doy el primer sorbo. n***o, fuerte. Mi primera dosis del día.
Con la taza caliente entre las manos, abro el balcón y dejo que la brisa fresca de la mañana acaricie mi piel. Saco el teléfono y apunto la cámara hacia el cielo. Los primeros rayos del sol tiñen el horizonte con tonos dorados y naranjas.
Capturo la imagen.
Subo la foto a mis redes con un simple "Hermosos colores, hermoso día." No soy de postear demasiado, pero a veces me gusta capturar momentos como este.
A las siete treinta, dejo mi apartamento y me encamino a la universidad.
El día de locos ha comenzado.
Cuando entro al aula, mis ojos van directo hacia las dos personas que hacen que todo esto sea más llevadero: Stella Jones y Clarice Sterling.
Nos conocimos el primer día de clases, cuando las tres deambulábamos como almas en pena por los pasillos de Princeton, intentando encontrar nuestras aulas. Desde entonces, hemos sido inseparables. Y aunque no podríamos ser más diferentes, de algún modo encajamos a la perfección.
Stella y Clarice son extrovertidas, carismáticas y capaces de entablar conversación con cualquiera. Yo, en cambio, necesito tiempo para abrirme con la gente. Ellas estudian mucho, pero de las tres, soy la más disciplinada y metódica. Aun así, hemos construido una amistad sólida que sé que sobrevivirá incluso después de la graduación.
Mis padres las adoran. Tanto, que han pasado varios veranos en casa durante nuestras vacaciones.
Me deslizo en el asiento junto a ellas y dejo mi bolso sobre la mesa.
—¿Y? — pregunto mientras saco mi bolígrafo—. ¿Listas para el examen?
—Sí… — Clarice suspira dramáticamente—. Nunca he estado más lista.
Sonrío. Sé perfectamente por qué su entusiasmo no tiene que ver solo con el examen. Clarice tiene un enamoramiento bastante evidente con nuestro profesor de Derecho Penal. Es la segunda vez que cursamos una materia con él y, desde el primer día, quedó totalmente embobada.
Al principio pensamos que era solo una tontería suya, pero luego Stella y yo los vimos en los pasillos conversando en más de una ocasión, siempre apartados de los demás. No es que tuviéramos pruebas concretas, pero algo nos decía que ahí pasaba algo.
Cuando la enfrentamos, Clarice solo rodó los ojos y dijo que él ni siquiera registraba su existencia.
Por su parte, Stella era todo lo contrario: demasiado enamoradiza. Aunque últimamente no hablaba de nadie en particular, salvo de Darién, el hermano de Clarice.
El año pasado, él vino a recoger a su hermana un par de veces y, desde entonces, Stella no se lo sacó de la cabeza. Pero Darién, al parecer, no la miró dos veces. Y no lo hemos vuelto a ver desde entonces.
—Yo no creo que apruebe— murmura Stella, hundiendo la cabeza entre los brazos—. No estoy segura de cómo estudié.
—No importa— dice Clarice, con ese brillo travieso en los ojos que la delata—. Nos vaya como nos vaya, esta noche tenemos una fiesta.
Levanto una ceja.
—¿Qué fiesta?
—El cumpleaños de mi hermano. Lo celebra en un bar exclusivo en el centro de New York.
Abro la boca para protestar, pero Clarice se me adelanta.
—No vas a decir que no— me advierte—. Eve, es viernes. Tuvimos una semana infernal. Quiero ponerme un vestido bonito, salir con ustedes dos, beber unos tragos y bailar hasta que me duelan los pies.
—Sí, Eve— secunda Stella, mirándome con ojitos de cachorro—. Yo también quiero.
Sus miradas suplicantes me desarman.
Exhalo un suspiro resignado.
—Está bien, está bien…
Ambas sueltan una pequeña exclamación de victoria, justo cuando la puerta del aula se abre y el profesor entra con un fajo de hojas en la mano.
—A sus lugares, por favor— ordena con su tono autoritario—. Eve, ¿puedes repartir los exámenes?
Asiento, me levanto y tomo las copias, distribuyéndolas entre los primeros de cada fila. Luego dejo una en mi lugar y me acomodo en mi asiento.
—Tienen sesenta minutos para completar el examen— anuncia el profesor—. Pueden comenzar.
Miro la hoja frente a mí y respiro hondo.
Que comience el juego.
El examen terminó, y las clases que tuvimos después se sintieron eternas. Para cuando salimos de la universidad, mi cerebro estaba frito.
Ahora, al fin, estamos en el lujoso piso de Clarice en el centro de Nueva York. Después de pasar por mi apartamento a recoger un bolso con ropa para el fin de semana, nos instalamos aquí como si fuera nuestra segunda casa.
Apenas cruzo la puerta de su habitación, me dejo caer de espaldas en la cama, sintiendo el colchón absorber mi cansancio.
—Estoy agotada— murmuro, cubriéndome los ojos con un brazo—. Necesito una siesta o no llegaré viva a la noche.
—Tenemos cuatro horas hasta la hora de salir— dice Clarice, corriendo las gruesas cortinas que bloquean la luz del atardecer—. Así que háganme un lugarcito. La cama es lo suficientemente grande para las tres.
—Dios, gracias— suspiro, rodando hasta acurrucarme en un lado—. Si no cierro los ojos un rato, no hay manera de que sobreviva a la fiesta.
Stella se acomoda a mi otro lado con un bostezo y una sonrisa cómplice.
—Más vale que esto valga la pena. Es mi oportunidad con tu hermano, Clari, y no pienso desaprovecharla.
Clarice suelta una risa entre divertida y escéptica mientras se mete entre las sábanas.
—Buena suerte con eso.
Stella dice algo más, pero su voz se vuelve un eco lejano en mi mente. La fatiga me envuelve como una manta cálida, y antes de darme cuenta, el mundo se disuelve en un sueño profundo.
Un par de horas después, el sonido de la alarma me arranca de mi letargo. Parpadeo varias veces antes de obligarme a salir de la cama, sintiendo mis músculos aún pesados por el descanso. Clarice y Stella también comienzan a moverse perezosamente, pero en cuanto recordamos la fiesta, la energía regresa de golpe.
La habitación se convierte en un caos de maquillaje, ropa y música de fondo mientras nos preparamos. Entre risas, intercambiamos opiniones sobre vestidos, peinados y zapatos.
Cuando termino de arreglarme, me planto frente al espejo y giro sobre mi eje, dejando que el vestido n***o corto abrace mi figura. La abertura en el muslo añade un toque provocador, pero es la espalda completamente descubierta lo que le da el verdadero impacto. Mi cabello cae en ondas suaves, y el maquillaje sutil resalta mis rasgos sin sobrecargarlos.
—¿Y? ¿Qué tal me queda? — pregunto, observando la reacción de mis amigas.
Stella me escanea de arriba abajo antes de soltar un silbido de aprobación.
—Si no me gustaran los hombres, iría por ti.
Suelto una carcajada mientras Clarice asiente con una sonrisa satisfecha.
—Te queda perfecto. Vas a arrasar esta noche.
Y ellas no se quedan atrás. Clarice ha optado por un vestido dorado ceñido que resalta su cabello rubio y contrasta con su piel. Su maquillaje es audaz, con labios rojos que exudan confianza. Stella, por su parte, lleva un vestido verde esmeralda que armoniza con su cabello pelirrojo y hace resaltar sus ojos de manera hipnótica.
Nos damos los últimos retoques, asegurándonos de que todo esté en su lugar. Un último vistazo al espejo, una foto grupal para inmortalizar el momento y, con una sonrisa cómplice, dejamos el apartamento listas para una noche de música, baile y copas.
La ciudad nos espera.
Llegamos a The Onyx, un exclusivo club en el centro de la ciudad. Apenas cruzamos la entrada, el lujo nos envuelve. La música reverbera en las paredes, las luces tenues y los destellos de neón crean una atmósfera electrizante, y la multitud se mueve al ritmo del DJ como si fueran parte de un solo organismo.
El lugar está abarrotado, pero Clarice nos guía con seguridad hasta el primer piso, donde se encuentra la zona VIP. Subimos por las escaleras, dejando atrás la pista de baile, y nos encontramos con un grupo de personas rodeando a Darién, su hermano. La mesa está llena de copas, y la conversación fluye con la despreocupación típica de una noche de fiesta.
—Feliz cumpleaños, Darién— saludamos Stella y yo con una sonrisa.
Él nos responde con un guiño y un levantamiento de copa, pero no tardamos en notar que no conocemos a nadie más. Nos mantenemos juntas, formando un círculo entre nosotras, observando discretamente el grupo.
De repente, los gritos y vítores estallan en la zona VIP. Nos giramos justo a tiempo para ver llegar a alguien que parece ser la estrella de la noche.
—Ahí viene Mathias Dyer— dice Clarice, rodando los ojos—. Abogado, mujeriego y el alma de cualquier fiesta.
El aludido avanza con una sonrisa ladeada, saludando con palmadas en la espalda y abrazos efusivos.
—Voy por un trago— anuncio, sintiendo la necesidad de algo fuerte.
—Aquí hay champagne— grita Clarice por encima de la música.
—Necesito algo más potente.
—Tráeme un vodka— pide Stella. Asiento antes de bajar por la escalera, esquivando cuerpos que se mueven al compás de la música.
La pista de baile es un mar de gente y calor. Me abro paso hasta la barra y me apoyo en el mostrador, esperando llamar la atención del barman.
—¿Qué vas a querer, preciosura? — pregunta con una sonrisa de complicidad.
—Dos vodkas, dobles.
—Entendido.
Mientras espero mis tragos, dejo que mi mirada recorra el club. Las luces titilantes crean sombras alargadas, los cuerpos se mueven al ritmo de la música, y el aire está cargado de perfume, alcohol y deseo.
Hasta que lo siento.
Una mano en mi cintura.
Me giro de inmediato, lista para apartar a quien se haya atrevido a tocarme sin permiso, pero el golpe de mi palma se queda en el aire cuando mis ojos se encuentran con los suyos. Un par de ojos grises, fríos como una tormenta a punto de estallar, me observan con intensidad.
Trago saliva.
—Ponlo en mi cuenta— le dice al barman con voz grave.
—No... —intento protestar, aunque mi tono carece de la firmeza que me gustaría—. Puedo pagar mis propios tragos.
Una sonrisa ladeada se dibuja en sus labios.
—Estoy seguro de que sí, dulzura— murmura, acercando su rostro al mío, su aliento rozando mi piel. Sus dedos trazan una línea lenta y peligrosa por mi espalda desnuda—, pero me gustaría pasar la noche contigo. ¿Qué dices?
Mi cerebro tarda un segundo en procesar sus palabras. Me separo de golpe, aturdida.
—¿Qué?
—Te vi mientras venías hacia aquí— continúa con naturalidad, como si fuera la cosa más normal del mundo—. Me pareces hermosa y me gustaría continuar la noche en mi suite. ¿Qué dices?
—Que no— respondo, recuperando la compostura—. Pero gracias por la oferta y los tragos.
Finjo una sonrisa e intento apartarme, pero él no se mueve.
—¿Segura? — pregunta, ladeando la cabeza con diversión—. La mitad de las mujeres aquí esperan una propuesta como esta de mi parte, y tú… ¿la rechazas?
—Sí, la rechazo— afirmo, con una sonrisa afilada—. No suelo irme a la cama con el primer idiota arrogante que se me cruza.
Lo dejo ahí, dándole la espalda, con una satisfacción triunfal en el pecho. Jodido idiota engreído. ¿Quién se creía, el príncipe de Inglaterra?
Bueno, mal ejemplo. No era mi tipo, pero se entendía el punto.
Vuelvo a la zona VIP, entregándole su vodka a Stella justo cuando un estruendo de voces y aplausos retumba en el lugar.
—¡Aarón! — grita Mathias, elevando su copa—. Ha llegado el rey de la noche. ¡Que empiece la fiesta!
Me giro lentamente, con el vaso a medio camino de mis labios, y ahí esta él.
El mismo idiota arrogante de la barra.
Pero ahora, rodeado de amigos y con la confianza de un maldito dios griego.
Aarón.
Su mirada se encuentra con la mía durante un segundo eterno. Entonces, con una sonrisa burlona, acepta un trago de alguien y rodea la cintura de una chica que se le acerca de inmediato.
—Dulzura… — murmura, brindando conmigo a la distancia antes de girarse con la chica como si yo no existiera.
Idiota. Ni que fuera la última Coca-Cola del desierto.
Clarice y Stella me miran, esperando una reacción, pero yo solo ruedo los ojos y doy un largo trago a mi vodka.
—No pasa nada— aseguro, aunque el fuego de la irritación sigue ardiendo en mi pecho—. Vinimos a bailar y beber, y eso es exactamente lo que vamos a hacer.
La noche recién comienza.