Esposos

2025 Palabras
Miro como Gabriel es felicitado por su abuela, quien parece estar más emocionada que todos en la boda. Aunque siendo honesta, no habían muchos invitados, podría contar a los presentes y me sobrarían los dedos. De pronto, Gabriel desaparece por un instante, y no puedo evitar preguntarme si este matrimonio había sido correcto, es decir ¿él estaba de acuerdo en casarse con una mujer que ya estuvo casada? Aunque… ahora que me detenía a pensarlo con más cuidado, yo nunca le había firmado el divorcio a Lauro, lo cual quería decir que este matrimonio… ¡No era real! El sudor que cayó por mi frente fue tan frío que solo de imaginar que aún seguía siendo esposa de Lauro, se me revolvió el estómago. Solo una persona podía ayudarme a resolver esta duda, volteé a ver al juez de paz y aprovechando que Gabriel aún no regresaba, me dirigí a él, tratando de no ser tan evidente ante los demás invitados. —Señora Grimaldi —me nombra y me siento extraña, pero decido ser directa con mi pregunta—. ¿En qué puedo ayudarla? —Sí… Tengo entendido que anoche, el señor Grimal… Digo mi esposo —hasta pronunciarlo se sintió raro—, se reunió con usted para detallar lo del matrimonio. —En efecto. —Bueno, yo quería saber si él está enterado de que yo… —aspiré y suspiré—. Estoy casada con otro hombre. —¿Perdón? —Sé que debí decirlo antes, y que esto es muy grave, pero… —Señora Grimaldi, ¿de dónde saca que usted estuvo casada? —¿Qué? —retrocedí confundida. —Como autoridad debemos corroborar que todos los papeles de los cónyuges estén en regla y usted no figuraba como casada, por lo tanto no entiendo su pregunta. Quedé completamente impactada ante tal revelación. —Eso es imposible, yo tuve una boda civil… ¡C-compré un vestido! Recibí un anillo, firmé unos papeles, incluso un juez como usted nos casó. —No sé qué decirle señora, pero sí puedo asegurarle que usted ante la ley solo se ha casado una vez y es con el señor Grimaldi. Tal vez la boda que usted tuvo solo fue simbólica, muchas personas hacen eso y puede que se esté confundiendo. —No… —negué con la cabeza—. No fue una boda simbólica, yo lo recuerdo muy bien, incluso el juez de paz celebró con nosotros, bebió y disfrutó de la comida. —Bueno, no sé qué clase de juez haya sido, porque mi ética no me lo permite. —Entonces… ¿Qué fue esa boda? —Si usted dice que no fue una boda simbólica, entonces solo me queda decirle que la estafaron. Usted nunca se casó, señora Grimaldi —él recibió una llamada y tras contestar, se despidió de mí—. Ya debo retirarme, felicidades por su matrimonio, con permiso. El juez se fue y yo me quedé como perdida en el espacio, mis ojos ni siquiera parpadeaban y lo único en lo que podía pensar era en el vil engaño que sufrí. —Todo fue falso… —dije para mí, sin saber cómo debía sentirme—. Hasta en eso me mintió —apreté los puños, y de repente tuve un recuerdo fugaz de las veces que Lauro necesitaba mi firma para hacer los movimientos de mi dinero y seguro. Si él realmente hubiera sido mi esposo, no hubiera necesitado que yo firmara todos esos documentos, ya que él tenía ese derecho… Todo tomaba más sentido, por eso ni siquiera permitió que yo me atendiera en un hospital, me tuvo encerrada en una fría habitación, esperando mi muerte para cobrar mi dinero. Mis labios temblaron y mis ojos se cristalizaron con lágrimas que me negué a soltar. Sentía tanta rabia de haber sido tan ingenua y estúpida. —Disculpe, ¿dónde está el baño? —pregunté a uno de los meseros que atendía a los invitados. —Es por ahí —me señala el camino y me voy casi corriendo. Empujé la puerta del baño y al ingresar, abrí la llave del agua, sin importarme el maquillaje, me limpié el rostro con furia, hasta que me ví en el espejo y noté qué el agua no solo había lavado mi rostro, también había mojado gran parte de mi vestido, incluso mi peinado se veía desarreglado. Respiré hondo, hasta calmarme poco a poco. —¿Cómo una persona a puede ser tan ambiciosa? —me pregunto, recordando con amargura a Lauro. —¿Señora Grimaldi? —oigo que alguien toca la puerta y me sobresalto. —¿Qué desea? —respondo sin abrir. —Su esposo la está buscando, desea que esté presente en el brindis que se hará. —Oh… D-dígale que iré en un instante. —Entendido, pero tenga prisa, el señor parece inquieto. —Está bien. Abro la puerta levemente para ver si el empleado se había ido, y al comprobar, vuelvo a encerrarme. —¿Qué hago ahora? No puedo salir así —me veo en el espejo y estoy hecha todo un desastre—. El señor Don Gabo se enojará. Piensa, piensa Rosa —me digo—. Usa tu ingenio. Entonces, veo algo que quizá podría ayudarme y lo uso, trato de ser rápida, pero creo que las cosas no funcionarán. —Rosa —reconozco la voz del señor Don Gabo y salto de la impresión—. Te estoy esperando desde hace minutos, ¿se puede saber por qué no sales? Oh Dios… ¿Qué le voy a decir ahora? —T-tuve un problema. —¿Qué clase de problema? Piensa Rosa, piensa… No podía dejar que él me viera hecha un desastre. —Sí no me lo dices, voy a usar la llave y entraré. —¡NO! —grito—. Digo… Usted no quiere ver esto… —¿Puedes ser más clara? —No, quiero decir que yo… ¡Me vino la regla! —¿Qué te vino qué? —Usted sabe que el vestido es blanco, y que es muy fácil de mancharse, yo… Yo no puedo salir, le pido que haga el brindis sin mí. Por un momento solo quedó el silencio, y creí que se había retirado, pero para mi sorpresa, la puerta se abre y él aparece con la llave en su mano. —¡Señor Don Gabo! —dije de la impresión. Lo vi tensar la mandíbula, pero contuvo su enojo. —Lo lamento, quise decir señor Grimaldi. —Imagino que lo de la regla era una mentira. —Dije lo primero que se me ocurrió, y creo que fue más vergonzoso, pero dada la situación, creo que no es correcto que me presente así. Traté de secarme con el papel, pero solo hice un desastre. Él suspira y se lleva las manos a los botones de su abrigo. —Vas a ser un verdadero dolor de cabeza —termina por quitarse y me pide que estire los brazos. —¿Qué? —¿Qué estás esperando? Solo hazlo, al menos con esto te cubrirás mejor. Estiro los brazos en silencio, y el me coloca el abrigo. —Trataremos de que esto sea breve, luego iremos a casa y podrás cambiarte. —¿A casa? —A mi casa —finaliza, terminando de colocar los botones. —¿Quiere decir que viviré con usted? —¿Qué clase de pregunta es esa? Eres mi esposa, por supuesto que viviremos juntos —sin que me dé tiempo a responder, toma mi brazo y lo coloca alrededor del suyo. Salimos y la Nonna de Gabriel se sorprende al vernos. —Se demoraron más de la cuenta en el baño, creo que una parejita está ansiosa por su noche de bodas —comenta ella. —N-no es eso… Nosotros… —me ruborizo. —Calma hija, no hay de qué preocuparse, ya están casados, y es normal que sientan esas ganas de estar a solas y juntos. Ahhh —suspira—. Me recuerda a cuando me casé con mi querido Romulo, éramos dos jovencitos con mucha energía. —Nonna, por favor no comentes tus intimidades con el Nonno, es vergonzoso. —Ay hijo, pero ¿qué tiene de malo? De todas esas escapadas nació tu padre y eventualmente tú… —Nonna… —Está bien, no te avergonzaré ante tu esposa. Mi querido Rómulo debe estar disfrutando esta boda desde la gloria. Así que hagamos el brindis. Todos juntamos las copas y dijimos: “Salute” … Luego de la boda, nos dirigimos a casa de los Grimaldi. Apenas entré, reconocí a la amable mujer que me había atendido aquel día que casi muero, ella estaba emocionada de verme que sin dudarlo sonrío. —Anoche tuve mis dudas, pero hoy sé que eres esa jovencita. No me equivoqué al decir que eras hermosa… Aunque no sé por qué huiste. —Bueno… —Luego tendrán tiempo de hablar —interrumpe Gabriel—. Primero debes instalarte en mi habitación, y cambiarte esa ropa, de lo contrario atraparás un resfriado. Bajo la mirada y veo que aún estoy usando su abrigo. —Pero aún tengo maletas en mi departamento. —Irás por el resto mañana, lo que necesites está arriba. —¿Cómo? La empleada me toma de la mano y me lleva por las escaleras hasta llegar a la habitación. —Estuve arreglando todo, y claro, aunque me faltan unos detalles, pero ¿no crees que está lindo? Miré la hermosa habitación y de repente mis ojos notan los pétalos de rosas en la cama. —¿Yo voy a dormír ahí con el señor Don Gabo? —Por supuesto que sí, aunque… Creo que hoy esos pétalos de rosas no serán las únicas que estén alborotadas en la cama —ella me sonríe con picardía. Pasé saliva con nerviosismo. —Bueno, te dejo a solas para que te prepares, imagino que el señor subirá en un momento —ella se dirige a la puerta—. Por cierto, te dejé algo especial en el armario —me guiñó el ojo y se fue. Llevada por la curiosidad, abro el armario y casi caigo de espaldas al ver un conjunto de lencería, que prácticamente no me cubriría nada. —Dios Santo… No había pensando en la noche de bodas, ¿Acaso él quería que nosotros…? Estaba inquieta, y para poder relajarme, busqué en mi maleta el incienso con aroma a jazmín. Qué tonta, ¿cómo no lo había pensado antes? Entonces, lo inevitable sucede. Gabriel entra a la habitación y yo en mi torpeza caigo de espaldas a la cama. —¿Aún no te has cambiado? —me dice al verme aun con el vestido y abrigo. —Ahora mismo iba a cambiarme, solo quería desempacar primero. —Ah —exhala—. Yo estoy cansado, no creí que una boda fuera estresante —veo que se quita la corbata y yo me pongo aún más nerviosa, mientras él se aclara la garganta—. ¿Vas a cambiarte o no? —S-sí —me levanto como puedo y voy al baño, pero olvido mi ropa, entonces decido salir, mas lo que encuentro es a Gabriel tosiendo con más fuerza. —¿Qué pasa? ¿Necesitas ayuda? —¿A-acaso hay incienso encendido? —pregunta con la voz ronca. —Oh… Yo encendí uno. —¡Soy alérgico! —exclama y cae de rodillas. —¡Oh Dios mío! Voy a la puerta y la abro, para tratar de ventilar, cuando de repente llega una joven mujer que se detiene a ver lo que está sucediendo. —¿Qué demonios es esto? ¡Gabriel! —grita, acudiendo a auxiliarlo. —E-estoy bien. Solo respiré algo de incienso. —¿Incienso? ¿Pero acaso quieres matarte o qué? —No fue su culpa, fue mía, no pensé que podría hacerle daño. —¡¿Y tú quién diablos eres?! —me pregunta con una seriedad terrible la joven mujer. Gabriel se pone de pie, y aclarando su voz dice: No la asustes Brunella, ella es mi esposa, tu cuñada.
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