El problema con el incienso había llevado a que Gabriel tenga que pasar la noche en otra habitación, a mi no me afectaba en nada, pero al ser su esposa no se veía bien que lo dejara solo.
—¿Has venido a rematarme? —pregunta con los ojos cerrados, mientras está recostado en la cama.
—¡Por supuesto que no! ¿Cómo iba a saber que usted es alérgico al incienso? Yo solo quería relajarme.
—¿Relajarte? —abre los ojos y fija su vista en mí—. ¿De qué?
Paso saliva con nerviosismo.
—D-de nada en especial. Creo que lo mejor será que usted lo olvide.
—No es necesario que te dirijas a mí en tono formal, a los demás les parecerá extraño, a excepción del trabajo, puedes llamarme por mi nombre.
Sonrío ante su petición y me da algo de ánimo que el hielo se rompa.
—Está bien Gabo —parecía que después de todo podríamos llevarnos bien, y eso no era tan malo, quizás lleguemos a ser buenos amigos.
Lo veo tensar su mandíbula al igual que sus dientes.
—Dije mi nombre. No seas tan confianzuda.
Comprendí que era muy pronto para llamarlo de esa manera, supuse que su seriedad y formalidad se lo impedía.
—Está bien —acepté su pedido, solo esperaba poder cumplirlo.
Él silencio reinó por breves segundos, mientras yo seguía en la puerta.
—¿Vas a seguir ahí? ¿O tienes algún síndrome de gallina que te hace dormir de pie?
—¿De gallina?
—Estás de pie desde hace rato, ni siquiera das un paso, y lo peor de todo es que no te has cambiado.
—No, no soy gallina. Está bien, me cambiaré ahora mismo —después de dejar mi maleta en el piso, la abro para sacar una de mis pijamas para luego dirigirme al baño, rápidamente me cambio y salgo.
Gabriel le echa una mirada a mi pijama y resopla.
—¿Piensas venir a la cama usando eso?
—E-es lo único que tengo —respondo, mostrando mi pijama largo de pantalones y camisa de tiras—. Es muy cómodo para mí.
—¿Dora no te dió nada? Le encargué que te comprara algo adecuado para dormir, pero veo que desobedeció mis órdenes.
Recordé la lencería qué estaba en el armario y me ruboricé.
—Ya déjalo así, no tengo idea de lo que compró, si eso te hace sentir cómoda, duerme así.
Gabriel intenta levantarse de la cama, pero al ver esto, rápidamente se lo impido.
—No, no te levantes. Si tu hermana vuelve me congelará con la mirada, ya hasta siento escalofríos.
—¿Hablas de Brunella? Ella no te hará nada.
—Eso es lo usted dice, pero después de que me vió con esos ojos fríos, aprecio aún más mi vida.
—Brunella no te odia, solo no sabía de tu existencia, ni siquiera sabía que me iba a casar, por eso se sorprendió al verte.
—De todos modos prefiero prevenir problemas, ya bastante he tenido antes, así que si desea algo, solo dígame.
—Tengo que cambiarme, ¿lo harás tú?
Veo que aún trae la camisa, pantalones e incluso los zapatos de la boda.
¿Debería dejar que él solo se cambie? No, creo que no sería correcto, no después de lo que hice.
—Puedo intentarlo, solo dígame dónde está su ropa de dormir y lo traeré.
Él me indica su habitación y sin dudarlo voy a traerlo.
—Aquí está —le muestro y sin dudarlo me subo sobre la cama, para ayudarlo a desvestirse—. A ver, estire sus brazos.
—Oye, ¿qué estás haciendo?
—Voy a quitarle la camisa, solo relaje su cuerpo, está muy duro —trataba de quitárselo como si fuera una camiseta, así sería más rápido.
—Pero esto no se quita de esta manera.
—Usted solo relájese, yo lo atenderé —hago mayor fuerza al tirar de su camisa y esta sale a la fuerza y sonrío con el sabor de la victoria, hasta que veo su torso y mi sonrisa se borra, observando que tiene mejores pectorales que los de Lauro.
Aparto la mirada y busco su pijama, se lo pongo de la misma manera en como le había quitado la camisa.
—Creo que usted puede con lo de abajo —le doy la espalda, esperando que él lo haga.
—¿De verdad eres así de rara?
—No soy rara, se llama respeto a la privacidad. Recuerde que somos aún dos desconocidos.
—En fin… Ya puedes voltear.
Al verlo totalmente vestido, me relajé.
—¿Sabe una cosa? Creí que usted era de esos hombres gruñones que parecen esperar su jubilación el próximo mes.
—¿Qué? —me mira extraño.
—Me refiero a que es un buen hombre, con un carácter especial, pero bueno al final. ¡Ya sé! —me acerco a la maleta y la abro para buscar algo que traía guardado—. Como muestra de querer lleva la fiesta en paz desde el inicio, le regalo esto.
Él lo recibe y lo mira con curiosidad.
—Incienso, tu pijama y ahora este adorno, ¿Acaso traes un armario ahí?
—Lo esencial para vivir, hay que estar preparada para todo —le sonrío, mientras me siento en la cama y le muestro como funciona el adorno que le regalé—. Si lo agita, verá como el mar brilla, como si hubiera magia.
Sin darme cuenta, estaba pegada a él, yo hablaba y hablaba, mientras Gabriel solo oía, hasta que al volver a verlo, lo encontré dormido.
Ahora que estaba dormido, podía ver con más detalle sus facciones. Su cabellera era azabache, tenía una barba qué recién crecía, un cuerpo atlético y bastante alto. Dormía como un niño después de comer y tomar una ducha, su rostro transmitía una paz profunda, incluso sus pestañas eran largas qué cuidaban sus ojos azules como el mar, si tan solo fuera más amigable.
Poco a poco el sueño me venció y caí dormida.
…
Al despertar, encuentro que Gabriel aún está conmigo.
—Buenos días —le saludo, pero él no responde, supuse que seguía durmiendo, pero cuando veo la hora, me doy cuenta que ya era tarde para ir a trabajar—. Gabriel… ¡Gabriel! —lo sacudo y no reacciona—. Ay madre mía ¡Señor Don Gabo, no me diga que se murió por lo del incienso! —me subo sobre él y llevando mis manos a su pecho lo sacudo con más fuerza—. ¡Señor Don Gabo no se muera! ¡Despierte! ¡Despierte!
—Buen día a la parejita… ¡Oh Dios mío!
La Nonna de Gabriel había entrado, encontrándonos en una situación embarazosa. Gabriel ya estaba despierto y al verme que yo estaba a horcajadas sobre él, me miró con ojos gélidos.
—Venía a llamarlos para el desayuno, pero creo que ya andan practicando para darme a mi primer bisnieto.
—No… —quise dar explicaciones, pero la abuela salió entre risas.
Luego miré a Gabriel quien estaba aún debajo de mí.
—¡Perdón! —salí de la cama muriendo de vergüenza—. No pienses que traté de aprovecharme de ti, es solo que como no despertabas te moví, y sin querer coloqué mis piernas sobre tus caderas, pero no pienses que lo hice con malas intenciones…
—Voy a ducharme —me interrumpe.
—¿Cómo?
—¡Voy a ducharme!
—Entiendo, en ese caso me voy a la otra habitación —tomo mi maleta, mientras veo que en el reflejo del espejo Gabriel se levanta, llevándose una almohada qué cubría a la altura de su cintura.
¿Para qué necesitaba una almohada?
…
Minutos después, todos estábamos en la mesa, Gabriel ocupó su lugar y yo a su lado.
—Bueno, ahora si van a explicarme, ¿por qué no estaba enterada del matrimonio? ¿Acaso tengo que ser la última en enterarme de todo? —exige explicaciones Brunella.
—Las cosas simplemente se dieron —responde Gabriel.
—Hijita, las cosas fueron rápidas, porque cuando dos personas se aman no lo dudan, además tú estabas lejos, creímos que llegarías después.
—Sí Nonna, yo también lo creí, pero eso no quita que me hayan excluido de un evento de tal magnitud, sin contar con que ella casi mata a mi hermano con ese incienso, se supone que si lo ama, debería saber a lo que es alérgico.
—Suficiente Brunella —interrumpe Gabriel, mientras corta su fruta para comer—. Rosa estaba nerviosa y lo olvidó. No la atormentes.
—Rosa, ¿y se puede saber cuál es su apellido? Imagino que debe ser uno de una familia pudiente.
—No señorita —decido ser yo quien conteste—. De hecho soy huérfana, crecí en un orfanato hasta los diez años, luego me adoptaron, pero… Por motivos personales, estoy ahora alejada de esa familia.
La hermana de Gabriel no oculta su desagrado.
—¿Y cómo se apellida esa familia?
—Beraldi —respondo y ella mira a Gabriel, quien parece seguir tranquilo.
—¡Beraldi! ¡Eres algo de la Perr@ de Perla Beraldi!
—Ante la ley es mi hermanastra —contesto.
—¡Gabriel! —Brunella parece molesta.
—Date prisa, Rosa. Tenemos que salir a la oficina —ignora a su hermana y se levanta de la mesa.
Yo termino de comer, y luego salgo para alcanzarlo en su auto. Me abrocho el cinturón, y al estar sentada, recuerdo en lo que Perla me dijo.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Habla.
—¿Es verdad que tuviste una relación con Perla?
—¿Así que ya fue a reclamarte? Que descarada.
—Solo es una pregunta, pero está bien, no tienes que contestarme. Es tu vida privada.
—Sí —responde—. Perla y yo tuvimos una relación de dos meses. Dos meses donde ella era más intolerable que la leche.
—Entonces… ¿si sabías que soy su hermana, por qué decidiste casarte conmigo?
—Porque entre tantos Beraldi, no imaginaba que tu fueras algo de ella. Hasta que cuando fui al juez para ver tus papeles, descubrí que ustedes eran de la misma familia, ¿y a qué se deben tantas preguntas? ¿O es qué ella te molestó?
—Me lo comentó, pero…
—La única razón por la que ella trabaja en mi empresa es porque su padre salvó una vez a mi abuela. Pero si ella y su marido vienen a causar problemas, no dudaré en echarlos.
—¿Su marido trabaja en Grimaldi? —quedé sorprendida.
—Así es, pero no pienso esperar a que se cree un alboroto de esto. Ahora mismo aclararemos esto.
Gabriel manejó tan rápido que llegamos en menos de una hora.
Tomando mi mano, subió conmigo hasta el piso de mi oficina, donde le pidió a Ariel que llamara a todos los trabajadores de mi área.
Entre ellos estaban Perla y efectivamente también Lauro.
—Para todos los que están aquí, quiero que tengan claro que desde este momento, la señorita Rosa Beraldi, pasa a ser señora de Grimaldi, ¿Quedó claro?
—Sí señor —respondieron todos.
—No voy a tolerar que nadie se meta en asuntos que no le correspondan —su mirada se dirigió a Perla y ella parecía querer llorar—. Una sola falta a mi esposa, y los echaré del trabajo.