Al parecer todo había sido un malentendido, y ahora me tocaba disculparme, por haber insultado a mi jefe.
Volvemos a la oficina, y es la recepcionista quien inicia.
—Señor Grimaldi…
Pero él no le permite continuar, pues eleva su mano en señal de silencio.
—¿Acaso ella no sabe hablar? —su mirada está fija en la mía—. Retírate Regina, hablaré a solas con ella.
Ella me mira deseándome suerte y se va.
—Señor Don Gabo, de verdad lamento haberlo llamado de esa manera, yo…
—¡¿Qué?! —me interrumpe y me doy cuenta que he cometido un gravísimo error—. ¡¿Cómo acabas de llamarme?! —se levanta de su escritorio golpeando fuertemente la superficie con sus puños.
—Oh no… No se enoje —le pido, deseando poder retroceder en mis palabras. Esta había sido una pésima presentación. Felicidades Rosa, ahora tu jefe te odia.
—¿Ahora vas a darme órdenes?
—No, no pretendo eso. Es solo que pensaba que si se enoja arruinará su rostro.
—¿Me estás llamando horrendo?
—Tampoco, yo… —suspiré y traté de conservar la calma—. De verdad lamento haberlo ofendido, no era mi intención.
Él me mira de pies a cabeza y vuelve a sentarse.
—Siéntate —me dice y yo acepto—. Brunella me habló de ti, dijo que tu hoja de vida era brillante, así que me pidió que te recibiera, sin embargo, no imaginé que la postulante fueras tú. La misma que se fue sin dar el mínimo agradecimiento tras haberla refugiado en mi casa, y que para variar me dice proxenet@.
—E-eso… Yo reconozco mi error. Pero es que todo me parecía muy confuso, nunca se habían preocupado tanto por cuidarme qué me pareció raro todas las atenciones.
—Claro, y en lugar de preguntar decidiste huir y creer que yo era un hombre de mala vida.
Parecía que nada de lo que dijera iba a mejorar la situación.
—La vida me ha llevado a creer que nadie en esta vida da algo sin un interés de por medio.
Por unos segundos todo queda en silencio, me fijo en su expresión y parece pensativo.
—No tiene caso, déjalo así —se pone de pie y camina a la puerta, ¿qué pretendía hacer? —. ¿Vas a quedarte ahí? ¿No quieres conocer tu lugar de trabajo?
—Oh, sí, sí —me pongo de pie y lo acompaño.
Caminando delante de mí, me va mostrando y señalando las instalaciones.
Llegamos a los ascensores y con solo mirarme, espera que entre y lo siga. Estar tan cerca de él y solos, se siente extraño. Es muy serio, aunque tiene una mirada que me recuerda a la paz del mar.
Bajamos al piso qué él me indica como mi lugar de trabajo.
—Aquí será tu lugar de labores —me señala la oficina que está frente a nosotros —. Y tu secretario es… ¿Dónde se metió este idiota? —dice entre dientes al no encontrar a la persona que buscaba—. No tiene caso, vamos a tu oficina.
Entramos y él me va explicando a más detalle mis funciones y las fechas de junta donde me tendría que reunir con los demás líderes del Grupo Grimaldi.
—¿Quedó todo claro?
—Sí señor —respondo.
—Bien, me voy. Si tienes más dudas, puedes consultarle todo a tu secretario, él trabaja aquí desde hace años y podrá ayudarte.
—Entiendo, muchas gracias.
Sin decir más, él se va y por fin puedo exhalar ante la tensión que había sentido en todo el camino.
—Uff… Por un momento pensé que me despediría —me toco el pecho—. Desde ahora deberé tener más cuidado.
Pretendo dirigirme a mi escritorio, cuando de repente alguien entra empujando la puerta con fuerza.
—¡Ay! —me asusta, y él de inmediato se disculpa.
—Estoy muerto…¿Usted es la nueva Gerenta de administración? —me pregunta.
—Así es, ¿y usted es?
—Me llamo Ariel, se supone que debía estar aquí, imagino que ahora él debe estar enojado, pero bueno… —exhala—. De todos modos siempre es así.
—¿Habla de él señor Don Gabo? —tarde me doy cuenta que he vuelto a llamarlo de esa manera que él detesta.
—¿Señor Don Gabo? Ja, ja, ja —no contiene la risa y estalla en carcajadas—. Nunca se me hubiera ocurrido llamarlo así.
—Te pido que no se lo digas, de lo contrario este será mi primer y último día en este lugar.
—Descuida, sería incapaz de andar de soplón, además me acabas de hacer reír y eso me agrada mucho, pues aquí la gran mayoría no comprende que tener un buen sentido del humor es básico para que haya un buen trabajo —él extiende su mano y me sonríe—. Me agradará trabajar contigo…
—Rosa —contesto—. Rosa Beraldi.
—¿Beraldi? —pregunta, pero luego sacude la cabeza—. Bueno, yo soy Ariel, y desde este momento puedes contar conmigo.
—Muchas gracias Ariel, y ya que estás aquí, me encantaría pedirte el historial de todo el trabajo realizado en los últimos meses, ¿Crees que podrías ayudarme con eso?
—Por supuesto, solo espérame aquí.
Ariel se va, dejándome una buena impresión. Tenía una sonrisa amable y se veía que tenía un muy buen sentido del humor.
Esperé alrededor de treinta minutos, y él no regresaba, por lo que empecé a preocuparme. Tal vez no podía traer todos los archivos, así que decidí salir y buscarlo.
Recordé la indicación que Gabriel me había dado y entré al ascensor, presioné el botón que me llevaría a un piso más abajo, sin embargo, algo falló y terminé en el sótano.
—Oh Dios, parece que le hace falta mantenimiento.
Todo estaba oscuro, casi no había luz y cuando planeaba volver a subir, escucho una voz que pide ayuda.
—Por favor, ¿podrían ayudarme?
Enciendo la linterna de mi celular y lo que encuentro es a una viejecita que parece perdida.
—Pobre mujer, ¿qué hace aquí? —decido auxiliarla.
—Quería subir, pero este ascensor me trajo hasta aquí, por favor ayúdame.
—Lo mismo me pasó a mí, pero no se preocupe señora, la ayudaré, venga conmigo.
Le ofrezco mi brazo, y ella camina conmigo, volvemos a entrar al ascensor y esta vez funciona de maravilla.
Vuelvo a estar en el piso donde trabajo.
—Creo que aquí estamos a salvo, solo por precaución será mejor no usar los ascensores, daré el aviso a Ariel para que lo comunique.
—¿Conoces a Ariel? —me pregunta—. No te había visto antes por aquí, ¿eres nueva?
—De hecho sí, acabo de ingresar hoy.
Precisamente cuando hablábamos de Ariel, él regresa, pero acompañado de alguien más.
—¿Nonna? —dice Gabriel con sorpresa.
¿Nonna? Eso era casi imposible de creer, la viejecita se veía tan linda como un algodón de azúcar y Gabriel era como una roca.
—Gabito, ¿qué se supone que es esto? Quedamos en que esta semana me presentarías a tu bella prometida. ¿Acaso ella está tan ocupada que no tiene tiempo para conocerme?
Supuse que esta conversación era privada, por lo tanto planeaba regresar a mi oficina.
—Nonna… —él se toma unos segundos y luego fija sus ojos en mí—. Mi novia está aquí —agrega, caminando hasta colocarse detrás de mí y apoyar sus manos en mis hombros—. Te presento a Rosa, ella es mi prometida.
—¡¿Qué?! —mis labios son cubiertos por sus manos y él continúa hablando.
—Queríamos que fuera una sorpresa, pero nos descubriste.
—¡Qué maravilla! —dice emocionada—. Es una chica preciosa, deseaba tanto conocerla.
—Ella también quería conocerte, Nonna —añade.
—Bueno, entonces empezaré con los preparativos para la boda, hay tanto por hacer en tan poco tiempo. Imagino que la pobre no ha tenido ni tiempo de poder escoger su vestido, pero ahora mismo llamaré al mejor diseñador para que le haga un vestido que iguale su belleza.
—Claro que si, Nonna —responde, y hace presión en mi boca, impidiendo que yo pueda hablar—. Pero ve a casa, tenemos que esperar a que regrese Brunella para iniciar con los detalles.
—Tienes razón, Brune tiene que estar presente.
—Te llevaré a casa.
—No es necesario, Gabito. El chofer me espera afuera.
—En ese caso, le pediré a Ariel que te acompañe hasta la puerta de ingreso.
—Claro que sí, además veo que tu y tu novia tienen mucho por hablar —ella nos guiña el ojo—. ¡Oh que emoción!
Ariel le ofrece su brazo a la señora, y cuando se van, Gabriel al fin me suelta.
—Maldición… —dice frustrado.
—¿Q-qué fue todo eso? —pregunto sin entender nada de lo que había pasado hace un instante.
—Creí que conseguiría a alguien a tiempo, pero ya no marcha atrás.
—¿De qué está hablando? Yo no comprendo… ¡¿Por qué dijo que yo era su prometida?!
Vuelve a mirarme y da unos pasos hasta estar frente a mí.
—¿Cuánto quieres?
—¿Perdón?
—Seré directo contigo, ¿cuánto quieres por ser mi esposa?
Tuve que parpadear más de una vez para saber si estaba despierta.
—No pongas esa cara, necesito tu respuesta —añade.
—Esto tiene que ser un error, no voy a casarme con usted.
—A ver, solo di una cifra, o pídeme lo que quieras y te lo daré.
—¡E-esto no tiene que ver con el dinero! ¿Cree que un matrimonio es un negocio?
—Es lo que creo —dice sin dudarlo—. Solo es un contrato donde ambas partes obtienen un beneficio.
Me negué rotundamente, no había manera de que me convenciera de algo así.
—Te lo estoy pidiendo, Rosa. No me hagas pedírtelo dos veces, porque no lo haré.
—Pues no lo haga, yo no quiero casarme con usted, es más, me parece absurdo estar hablando de algo así en este momento. Yo debo trabajar.
—¡Piensa en el trabajo después! Te estoy hablando ahora. Necesito una esposa, y dadas las circunstancias, tuve que elegirte a ti.
—Esto no tiene sentido… ¿Por qué yo?
Gabriel se toma un respiro y me da la espalda.
—No soy un hombre de familia, el romanticismo es una cursilería, pero hay cosas que estoy dispuesto a sacrificar por la Nonna. Ella… Ella tiene poco tiempo de vida —me responde—. Y antes de partir desea verme casado.
Cubro mis labios al escucharlo.
—Pero si ella se ve tan sana.
—No te dejes engañar, solo es producto de las medicinas. Por eso te digo que me digas cuanto quieres o que me pidas algo y será tuyo.
—¿Qué le pida algo? —digo incrédula.
—Lo que sea.
—Pues… Quiero el mar —respondo.
—¿Crees que estoy jugando? Esto es de vida o muerte.
—Lo siento, pero yo no puedo casarme con usted, busque a otra que quiera, yo no…
—Hazlo como un favor —su voz se vuelve suave—. Aquel día de nieve que te encontré… Hubieras muerto si yo no te ayudaba.
En cierta manera, él tenía razón y me dejó atrapada.
Lo pensé, realmente dudé mucho, pero un día me juré que le devolvería la ayuda a todas las personas que en su momento fueron piezas importantes para que yo me salvara.
—¿P-por cuánto tiempo? —pregunto.
—Sería un tiempo indefinido.
—¿Indefinido? —estaba loca para aceptar algo semejante, estaba segura que probablemente me arrepentiría, pero… —. Está bien.
—Perfecto, acabas de tomar una excelente decisión.
—Ya me estoy arrepintiendo —suspiro.
—Mi hermana llegará en dos semanas de su viaje, y no puedo esperar tanto tiempo, nos casaremos en dos días.
—¿Tan pronto?
—Soy un hombre muy ocupado, no tengo intenciones de que esto me tome más tiempo del necesario. Además tú aún debes adaptarte a este ambiente.
—Tiene razón, comprendo.
—Estando todo claro, regreso a mi oficina.
Gabriel se vuelve a ir, y yo siento como mi mano se vuelve pesada, como si el matrimonio se volviera una carga.
—Dios Santo, no me abandones.
…
Siendo la hora de salida, Gabriel me espera y me invita al café más cercano. Ahí termina de explicarme los detalles del matrimonio, ya que sería solo civil.
—Y una cosa más —sacando un objeto de su bolsillo, me muestra el anillo de compromiso—. La Nonna no lo notó, pero seguro la próxima vez que te vea, lo hará. Desde ahora debes llevar ese anillo.
Miro el anillo y suspiro. ¿Cómo lo había conseguido tan rápido? Yo deseaba casarme, tenía toda la intensión de volver a enamorarme, pero las cosas habían tomado un rumbo distinto.
—Solo estoy devolviendo el favor —digo en mi mente y acepto el anillo.
…
Al día siguiente, cuando regreso a la oficina, Ariel me indica que una de las empleadas deseaba hablar conmigo para discutir el tema de sus vacaciones. Me pidió que tuviera calma, ya que esta persona era algo intolerable.
Mas acepté recibirla, tenía la obligación de escuchar a los empleados, pero ni en todas mis pesadillas, me imaginé que hablar con esa persona significaría enfrentarme a mi pasado.
—Adelante —dije, y ella ingresó.
Durante unos segundos quedé congelada como aquel día que destruyó todo el cariño qué sentía por ella.
—Perla —murmuré.
—¿Tú? —me mira sorprendida—. ¿Cómo puedes seguir viva?
Paso saliva y contesto: Pues ya lo ves.
—Esto no es posible, tú… ¡Tú no puedes estar aquí! —ella sale de mi oficina sin decirme una sola palabra más, y no era para menos, ambas habíamos quedado en shock.
Ariel me entregó un comunicado por parte de Gabriel, indicándome la dirección de la casa y la hora en la que debía estar presente, pues la boda se realizaría al día siguiente.
—¿Te pasa algo? —me pregunta al verme nerviosa.
—No te preocupes, estoy completamente bien, dile al señor Gabriel que iré.
Durante ese día, trabajé arduamente y no salí de la oficina hasta que mi horario culminó.
Al salir, Gabriel me indicó que iría a revisar los últimos detalles para nuestra boda, así que no pudo llevarme a su casa, de modo que yo tendría que ir en taxi.
No había sido un día tranquilo, nunca hubiera imaginado encontrarme a Perla en este lugar.
Traté de apartar esos pensamientos, mas el destino no lo quería así y mientras espero en el paradero, escucho mi nombre. Doy media vuelta y a quienes veo son: Perla y… Mi madre.
—Mamá… —digo anonadada. Ella camina hasta mí, y cuando pretendía decirle hablarle, ella lo hace primero.
—Cuando Perla me lo contó no podía creerlo, ¿cómo fuiste capaz, Rosa? Y para empeorar las cosas, te acabo de ver con Gabriel Grimaldi. Eres de lo peor. Hubiera preferido seguir creyendo que estabas muerta.
—¿De qué están hablando?
—¿Por qué Rosa? Yo te quiero tanto y me lastimas así —añade Perla, aparentando ser la víctima.
—¿Quererme?
—¡No te hagas la tonta, Rosa! ¡Gabriel Grimaldi fue el ex novio de Perla! ¿Cómo puedes meterte con el ex de tu hermana? ¡¿Tan poca sangre en la cara tienes?!
Para mí fue como recibir un disparo de hielo. Yo no estaba enterada de esto, Perla jamás habló de una ex pareja.
—Madre, mira —Perla señala mi anillo y se cubre los labios como si yo hubiera cometido el peor pecado del mundo—. ¿Cómo pudiste, Rosa?
—Te adoptamos como nuestra hija, te dimos nuestro apellido, ¿y así nos pagas? —dice mi madre.
—¿Pagar? —no pensaba quedarme callada—. ¿De qué están hablando? ¿Acaso Perla no está con Lauro?
—¡Eso es diferente! Tu hermana se casó con Lauro, porque todos pensamos que estabas muerta. Lauro estaba destrozado y halló calor en los brazos de Perla, en cambio tú…
—¡Basta! —levanto la voz—¡No me importa lo que Lauro y Perla hayan hecho, y para que lo sepan, aún no me he casado con Gabriel, pero lo haré!
Perla cubre sus ojos y derrama lágrimas, fingiendo un dolor que yo no le creía, pero nuestra madre sí.
—¡Si te casas con Gabriel olvida para siempre nuestra familia, Rosa!
Un taxi al fin se detuvo y sin responder, me subí, escuchando a lo lejos como mi madre me maldecía, deseando mi muerte, mientras en mi garganta se formaba un nudo que ahogaba en mi silencio.
…
Durante la reunión en casa de los Grimaldi, tenía la intención de preguntarle a Gabriel si era cierto lo de Perla, pero no hubo tiempo.
Así cayó la noche y en un abrir y cerrar de ojos, estaba frente al juez de paz, aceptando los votos matrimoniales.
—Yo los declaro marido y mujer.