El idiota de mi marido

1667 Palabras
—¡Maldita sea! Tirando el adorno que decoraba cerca a la entrada. Provoqué que más de un empleado se acercara curioso. — ¡¿Qué diablos hacen ahí?! ¡No los he llamado! —grité subiendo a las escaleras que me llevarían a mi habitación. ¡Mierda! ¡Maldita sea! ¿Quién creía que era yo para pasar sobre mí? ¡Soy su esposo! ¡Y cómo tal debe respetarme! Pero no, ella se mandaba sola. Había tenido el atrevimiento de salir, pese a que se lo advertí. — Señor —entró Fred; mi mayordomo personal, aunque más que eso, era el único que compartía mi secreto. Sosteniendo entre sus manos una taza de manzanilla, me ofreció beberla. Miré el líquido humeante, recordando la calma que debía mantener para lograr mi objetivo. Acepté la taza y la bebí como si mi garganta no sintiera el quemazón que dejó al pasar el líquido caliente. Él sonido de la charola con el golpe de la taza al dejarlo, dejó a Fred desconcertado. Solo él sabía cuando estaba realmente enojado,mientras que yo caminaba a la ventana y veía el campo vacío donde debía estar el auto de Lia. — Me desobedeció Fred, se lo advertí y ella no deja de sacarme de mis casillas. — Bueno señor ¿Qué quiere que le diga? La señora siempre ha sido así. Una mujer con carácter, fuerte, decidida. — ¡Pero es mi esposa! —gruñí apretando las barras de la ventana. — Sí, es verdad, pero tampoco es su empleada. La señora Lia es una joven de mente libre, y si usted le dice que "No" ella lo tomará como un "Sí" — Siempre le ha gustado darme la contraria. — Señor, déjeme hacerle una pregunta ¿Qué es lo que realmente le molesta? ¿Qué la señora no lo obedezca, o que le es indiferente? Dejando el aire salir por mis labios, miré mis nudillos blancos de tanto haber apretado los puños. — ¿A qué te refieres con indiferente? Ella no me produce ningún tipo de sensación. En estos dos años de matrimonio, he tenido que tolerar vivir con ella bajo el mismo techo, y ustedes son testigos de que jamás ha habido algún tipo de acercamiento entre ella y yo. — Es cierto señor, dentro de esta casa ustedes más que esposos parecen dos completos desconocidos. No se hablan, no comparten habitaciones, y tratan de no cruzarse en el camino del otro, sin embargo, cuando están afuera, usted se desvive en atenciones por ella. La prensa y sociedad lo catalogan como "el hombre perfecto" Aquel que produce sonrisas en los labios rosas de la joven Lia Lazzari, el que produce ese rubor en esas mejillas suaves y lozanas. — Sabes que todo eso solo es una fachada. No la soporto, ni siquiera puedo tocarla, su piel me repugna, su rostro me. fastidia, su voz es insoportable, todo en ella es espantoso. — ¿Entonces por qué se enoja cuando ella se va? Si no la soporta, debería estar feliz de que le deje la casa en soledad. — Fred —me di vuelta a él—. Necesito descansar, retírate. Él entendió que su pregunta había dado justo en el clavo. — Como usted diga señor, Jureck. Tras haberse ido, saqué mi celular del bolsillo, procediendo a llamar a Lia, pero apenas coloqué el aparato cerca a mi oreja, me mandó directo a la contestadora. — ¡Mierda! —tiré el celular sobre la cama. Era una cama enorme, admito que es incluso mucho para una sola persona, una matrimonial. Una donde podría cumplir todas esas fantasías de hacerla mía, besar sus labios hasta dejarlos rojos e hinchados, lamer todo ese cuerpo que se escondía tras ese horrible traje de oficina, deleitarme con los gemidos que salieran de su boca, mientras le hago el amor con mis labios, hasta llegar a su lugar más íntimo, y mostrarle de lo que es capaz un verdadero hombre, su marido. Escuchar sus súplicas por querer más, y luego enrollarme en esas tentadoras piernas para hacerme uno con ella. Observar su rostro con gestos solo de placer, mientras me hundo una y otra vez en su interior. Sin darme cuenta mi mente iba traicionándome con imágenes de un sueño que muchas veces me había despertado en plena madrugada. — ¿Qué diablos me pasa? —me dije furioso conmigo mismo, sin embargo, al bajar la mirada a mi cuerpo, me encontré con una erección que había sido provocada solo por imaginarme teniendo sexo con Lia. No era posible que esto fuera a ocurrirme. No a un hombre como yo. ————————— POV Lia — Otra vez te peleaste con tu esposo —me comentó luego de beber una copa—. Te advertí que ese matrimonio no me agradaba, fue muy pronto para que te cases sin haberlo conocido bien. — Debí haberte escuchado cuando tuve la oportunidad. Ahora ni ese dinero vale para vivir con él "despiadado" —respondí, llamándolo como yo lo nombraba cuando estaba con mi amiga—. Lo aborrezco. — Debo admitir que es un hombre frío, las veces que lo he visto muestra un carácter duro y serio, sin embargo… Está buenote. — ¡Betsy! —digo después de casi atragantarse con mi bebida. — Espera, dije que está buenote, pero eso no quita que sea un despiadado. — No olvides lo idiota, aunque más idiota yo por seguir con este matrimonio que no tiene pies ni cabeza. — ¿Y por qué no te divorcias? —me preguntó bebiendo otro sorbo de su copa. — Créeme que ya lo he intentado, pero el muy hijo de… —suspiré para tranquilizarme—. Él puso como condición que no tendríamos divorcio. Así que, aquí estoy, con cadena perpetua. — Lia, no hables como si estuvieras en prisión. — Pues así es, estoy condenada de por vida a vivir mis días como la esposa del "despiadado". — ¿Estás segura que no es por otro motivo el que lo odies? Hoy especialmente estás más enojada que de costumbre. Dejando mi copa vacía en la mesa, miré mi anillo en el dedo anular. — Me besó —confesé, siendo esta vez yo quien provocara el atragantamiento de mi amiga. — ¡¿Qué?! ¿Cómo qué te besó? — Hoy es nuestro aniversario de bodas, ya lo sabes, y como la prensa está expectante de cualquier movimiento que hagamos, Jacob no tuvo la mejor idea que salir a cenar. Fuimos a un restaurante elegante dónde usó esa máscara de esposo perfecto de siempre, sin embargo, esta vez yo no estaba de humor y rechacé muchas de sus atenciones. Claro que esto no le agradó en absoluto, así que, al regresar a casa; tuvimos una discusión y con el calor del mismo infierno terminó besándome con una fuerza salvaje. — ¡Wow! pero yo creí que ustedes no… — Y no —le aclaré sus dudas—. Entre él y yo nunca ha habido ningún tipo de contacto físico de pareja, la última vez que me besó fue solo en nuestro matrimonio, pero no sé qué rayos le pasó y terminó besándome como un animal hambriento. — Difícil situación amiga, ese hombre es todo un misterio andante, pero al menos no es como. — Ni lo menciones —me referí a Dereck—. Que donde sea que se encuentre, lo ataquen una manada de lobos hambrientos y agonice en dolor hasta soltar el último suspiro, mientras su cara es mordida sin piedad. — Ay amiga, a veces me asustas. — La Lia dulce murió hace años, Betsy. Esa Lia sólo era una tonta que se dejaba llevar por el mundo color de rosa ¡Y no! —dije con fuerza golpeando la mesa con mi puño—. El mundo no es rosa, es gris, sin gracia, sin vida, sin color. Acomodando mi cabello azabache detrás de mí oreja, mis ojos azules notaron a una figura alta y masculina acercarse, su sonrisa de lado con esa actitud ganadora de ver a dos jóvenes compartiendo bebidas en una mesa llamó su atención de conquistador. — Hola bombón ¿Quieres un trago? —me preguntó, apoyando sus brazos sobre mi asiento. Betsy abrió grandes los ojos, ante el atrevimiento del sujeto, pero ella sabía cuál sería mi reacción. Esta clase de hombres no me llamaba en lo mínimo la atención y su actitud de hombre conquistador se la podía tragar con todo y su copa. — ¿Ah sí? —le pregunté, siguiéndole el juego— ¿Y sólo quieres una copa o algo más? —lo tomé del cuello de su camisa, acercando mis labios a su rostro—. Dime ¿Qué más quieres de mí? — No eres nada cohibida, así me gustan —sonrió como todo un galán. — Pues a mi… No —respondí empujándolo con mi brazo. — Pero… — No llamas en absoluto mi atención. — ¿Disculpa? ¿Estás rechazándome? — No mi rey, simplemente no me interesas, es más ni te considero en mi lista. — ¿En tu lista? ¿Y qué debo hacer para estar en esa dichosa lista? — Oh, un postulante. Muy bien querido, te diré las pautas. Primero tiene que ir a buscar un abismo y aventarte cual pluma caída —sonreí como si eso fuera lo más normal del mundo—. Y luego sales y me enseñas tus heridas como prueba, solo así mi acompañante te dará una cita conmigo. Betsy lo saludó con los dedos, siguiendome el juego. — Estás loca —me dijo. — ¡Y tú un animal! ¿Quién te crees para darte de creído conmigo? —Levantándome del asiento, salí con mi amiga del bar donde estábamos conversando, hasta que la presencia de ese sujeto llegó. Así eran, creídos, arrogantes, tontos, estúpidos ¡Ah! Todos como el idiota de mi marido.
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