1 | El infierno de Dante

3759 Palabras
Cuatro años antes La tela del bikini se estiraba con cada movimiento de los muslos de la bailarina en el escenario. La mujer estaba rodeada de luces doradas que brillaban contra su piel escarchada, y sus labios rojos encajaban perfecto con sus ojos grises. La cabellera negra golpeaba su espalda, y sus manos tocaban cada centímetro de la piel desnuda. Bailaba para sus invitados de la noche. Bailaba por dinero, pero en especial, por el hombre frente a él. El habano brotó de los labios del hombre, y el humo cubrió el rostro de la mesera que acercó una bandeja de champaña espumosa a su mesa. El hombre no desvió la mirada, solo exhaló la grotesca cantidad de humo que cubrió por completo a la mujer. —¿Qué le sirvo? —preguntó con una sonrisa. El hombre mantuvo la mirada en la bailarina. —Tiene ojos de que solo bebe whisky seco. El hombre soltó de nuevo el humo. —Y lo beberé de ella —dijo sin apartar la mirada. La mesera sonrió y alzó un poco la ceja. —¿Disculpe? Dante Cavalli desvió su atención, solo para quemarla con su mirada. No le gustaba cuando no obedecían, ni la insolencia. —Preguntó qué me servía, y le respondí —dijo ronco, áspero y misterioso, justo cuando la miró de nuevo, a ella, solo a ella—. La quiero a ella. Beberé mi whisky seco del cuerpo de su bailarina. La mesera miró a la bailarina, como sus caderas zumbaban contra el tubo de metal, y alzó una ceja despectiva hacia él. —No se va con los clientes —le dijo. Los labios de Dante calentaron el habano y soltaron el humo. —No quiero que se vaya —ronco—. Quiero que se venga en mí. La mesera miró como uno de los invitados movió la mano para que se acercara, y disculpándose, se retiró. Dante no dejó de contemplarla. Resaltaba sobre las demás. El escenario era grande, redondo, con seis tubos diferentes. En cada tubo estaba una mujer, y la plataforma giraba. Los billetes caían sobre ellas, y sus tacones brillantes aplastaban el dinero que los hombres excitados arrojaban para que se quitaran la ropa. Tres de ella solo tenían la tanga dorada, una estaba por completo desnuda, otra solo tenía el corpiño, y luego estaba ella, la mujer de cabello tan n***o como los ojos de Dante, completamente vestida. Sus movimientos incitaban a que fuesen los hombres los que aflojaran su corbata, no ella desprenderse de su ropa. Llevaba un traje de dos piezas, apretadas, marcadas, y desde el instante que subió a la plataforma, tuvo la atención de Dante. Tenía un perfecto trasero de durazno, unas tetas duras y paradas, y una cintura tan pequeña que casi podía tocarse la punta de los dedos al apretarla. Era impresionantemente hermosa, y el ser malvado y posesivo que habitaba dentro de Dante, solo deseó que fuese suya. Nunca fue un hombre bueno, y no planeaba serlo con ella. Quería ser tan malo como la mandíbula y la v****a pudiera. Quería destrozar ese perfecto culo que agitaba hacia él, y tirar tan fuerte de esos labios rojos, que en lugar de tener labial, tuvieran sangre. La bondad fue hecha para los santos, y la crueldad para los Cavalli. Dante era fiel creyente de que los finales felices se pagaban por adelantado, y que la felicidad estaba entre los muslos de una mujer o en el humo de un disparo. Solo confiaba en la Beretta en su cintura, y en las manos que sostenían ese tubo con fuerza. Su cabello n***o brillaba bajo las luces como una bóveda de oro, apenas mojado en la raíz por el esfuerzo. Sus ojos eran claros, casi del color de la luz penetrando las ventanas de su estudio en casa. Sus dedos eran largos y delgados, y sus muslos apenas regordetes. Toda ella era delgada, esbelta, perfecta. El hueso de su cadera sobresalía cuando giraba y su cabello cubría su espalda. No llevaba antifaz como las otras cinco, y las luces estroboscópicas impactaban su piel como una segunda piel abrillantada. Las luces bañaban su piel, y sus labios se separaban cuando exhaló el humo del cigarrillo que le robó a uno de los hombres que vitoreaban y se acercaban por una caricia de guantes de encaje. Eran veinticinco mujeres las que estaban en el salón de eventos esa noche, todas strippers y putas, elegidas por uno de los asesores del Underboss para la celebración de la despedida de soltero de su cuñado menos favorito. Su hermanita tenía el gusto en los pies, pero era la pequeña princesa de la mafia siciliana, y cerrando el lugar, encerraron mujeres con sus amigos cercanos. Había licor, comida, y mucha, pero mucha, diversión s****l. Había cabinas con cortinas por las que se filtraba la luz. Las mujeres entre las piernas de los hombres, pegadas a la cama, ellas abiertas de muslos, o empotradas contra las sillas. El lugar era un círculo del infierno, pero así lo quería Dante. Quería lujuria, obscenidades, depravación. Quería que el semen cubriera todo el lugar, y que las mujeres apenas pudieran caminar cuando salieran de allí. La agencia envió a sus mejores putas, entre ellas, la que bailaba y la que contaba con la indudable atención de Dante. Los guardias vigilaban cada entrada y salida, y sus p***s estaban tan duros por los gemidos que resonaban sobre el sonido de la música, que apenas y podían moverse por la presión. Era una fiesta para lanzar a su cuñado al lago profundo del matrimonio, por supuesto, sin que su amada hermana conociera los pormenores. Estaban en el salón dorado de hotel Redención en Florencia. Los campos y viñedos estaban ocultos bajo la luz de la luna, y las hormonas, la lujuria y el sudor, empañaba las ventanas de la camioneta en la que dos hombres cogían a una de las putas. La mujer en el escenario arrastró sus dedos sobre su pequeño trozo de tanga y los parches en sus pezones, y jadeó contra el tubo de metal. Dante, después de una hora de solo mirar, alzó el mentón y el trago hacia la mujer. Ella estaba sudorosa, agitada, con los tobillos doliendo por los tacones, pero tan dispuesta a cumplir con su tarea, que miró el objetivo s****l de la noche. Así como ella resaltaba entre las demás, él lo hacía entre los hombres. Llevaba un traje azul como océano., un puto reloj de oro que pesaba más que toda su joyería, y dos escoltas que no perdían de vista su silla. Lucía imponente, con la mandíbula cuadrada, la barba fina, el cabello acicalado y el fuerte aroma a habano. Ella apenas sonrió cuando él alzó el trago, y justo la música acabó. Estaba agotada, con el sudor brillando sobre la brillantina en su piel. Ella relajó un poco las piernas y los brazos, y respiró con los labios separados. Dante no desvió un segundo la mirada, y solo bastó que la apuntara con el trago, para que sus hombres fueran por ella. Solo bastó una mirada para hacerla suya. Ella bajó cuando lo pidieron, y la música de nuevo comenzó. Detrás de ella sus compañeras recogían los billetes y los frotaban en sus tetas desnudas y sobre su v****a, mientras ella se acercaba al hombre que la quemó toda la noche con la mirada. A medida que se acercaba, se sumergía un poco más en los ojos oscuros de Dante, y algo en su pecho tuvo miedo de él, de su imponencia. Conocía muchos hombres en su trabajo, pero él era diferente. Todas eran conscientes del lugar donde estaban, de que serían tocadas, elegidas y usadas. Eran conscientes de que por eso les pagaron más de diez mil dólares al cambio. Eran conscientes de que se trataban de hombres poderosos, y que las abusarían. Eran conscientes de que eran juguetes para ellos, sin embargo, cuando se detuvo frente a él, lo menos que se sintió fue usada. Sus cejas oscuras y pobladas oscurecían aún más su mirada, y tenía tatuajes visibles en los dedos que apretaron aún más el trago. Dante escaneó a la mujer de pies a cabeza, y palmeó su muslo. Ella no tenía que pensarlo. Le pagaron por ello, y acercándose, se desplomó. Su muslo era duro, grueso, y tragó saliva cuando se sentó. Dante le quitó el cabello oscuro del hombro, y ella lo miró. La primera vez que se miraron. Hubo fuego; uno tan abrasador que grabó el nombre de ella en sus huesos cuando lo quemó. No era la típica puta que encontraba en un burdel. Había algo distinto. Era demasiado bella, suave, peligrosa, y sus ojos fueron a la boca de Dante cuando apretó su mentón y envolvió la espalda de la mujer con su brazo. Sus dedos hundieron la carne de la mujer, y frotaron sobre el borde de la tanga. Ella apenas podía mantener la mirada en él, no por miedo, por seguridad. Ellos eran peligrosos, pero no había nada más peligroso que una mujer hermosa. —Dime tu nombre —dijo mirando sus ojos. Ella soltó el aire. —Fantasy —respondió tranquila. Dante alzó su trago hacia la boca de la mujer y ella lo bebió. Estaba algo lleno, y por la fuerza con la que lo movió y empujó contra su boca, algunas gotas se derramaron por su mentón y cayeron en su pecho. El whisky costoso fue derramado de forma para nada intencional, pero que abriría las puertas a la excitación. —¿Solo bailas o eres una de las putas que están cogiendo en las cabinas? —preguntó Dante cuando su dedo se metió en el elástico de su tanga y tocó la suave piel de su muslo—. ¿Qué más haces? Ella sonrió cuando la tocó, y su v****a se ensanchó. Sus pezones se pusieron duros bajo la tela, y miró sus labios. Para ser un hombre tan poderoso, no lucía como uno; no estaba descuidado, no tenía sobrepeso, ni el asqueroso mal aliento de caries. Era como ellas solían decir: un helado que se lamía hasta acabarlo. —Haré lo que el señor me pida —respondió Fantasy con esa sonrisa que avivaba el fuego del infierno de Dante—. Pagó por doce horas con una mujer, y la tarifa lo incluye todo. Dante miró de nuevo sus labios y alguien le rellenó el vaso. Escuchó el licor cayendo en su vaso, y Dante lo alzó. Lo acercó tentativamente a la boca de la mujer, pero aunque ella abrió la boca, él lo giró y vació completo sobre sus tetas y v****a. El licor estaba frío, y ella se estremeció y sonrió cuando las gotas resbalaban. El pene de Dante rozó el muslo de Fantasy, y tirando el vaso, apretó el mentón de la mujer y la hizo abrir la boca. No introdujo el dedo, solo probó que tan grande podría estirarse. Sus planes esa noche era meter algo mucho más grande. —¿Tienes nombre? —preguntó mientras el whisky descendía entre sus tetas paradas y el dedo de Dante descendió con el. El recorrido fue hasta el centro de su abdomen, justo por encima del ombligo. Ella revoloteó sus pestañas oscuras y respiró profundo—. Si tu dedo bajará más, quiero saber tu nombre. Dante llevó el habano a su boca y soltó el humo en su rostro. —¿Lo necesitas para enviar la factura? —preguntó él. Ella enroscó su corbata en su mano y tiró de su pecho hacia ella. —Lo necesito para poder gemirlo. Le gustó que no fuese tan buena, dócil ni virginal. Le gustó que tomara el control, que se hiciera escuchar, y que acercara su boca contra la de ella. No hubo beso, pero el aroma embriagador del sudor de la mujer lo hizo empujar más el dedo por su estómago, mientras ella absorbía el humo del habano que botaba sobre ella. Dante deslizó el dedo sobre el licor derramado y miró como su piel brillaba aún más cuando la frotaba. Su dedo continuó con su descenso hasta el borde de su tanga y de regreso. Frotó de nuevo el medio de sus tetas y rozó el borde del parche con sus uñas. Ella mantuvo su corbata sujeta, el aire de los cigarrillos y los habanos bailando en el aire, y la música zumbando fuerte por las bocinas. El dedo de Dante se quedó tranquilo, pero su uña empujó el parche que Dante arrancó sin la menor contemplación. . Ella soltó un jadeo y lo miró con los ojos agrandados. Fue una presión, un ardor, que lentamente se apagó cuando Dante frotó su pezón duro con su pulgar y masajeó la zona herida y lastimada. —No lo necesitaremos —dijo al llevar la otra mano hasta su cuello y apretarlo con fuerza—. ¿Qué tan cohibida eres? Ella mojó sus labios con la punta de su lengua y lo miró. Después de casi arrancarle el pezón, sabía qué pretendía, y lo que esa clase de hombres buscaba en una mujer como ella. —Neanche un po. —Ni un poco, respondió en italiano. Dante no sonrió, bajó su mirada a su boca y apretó más duro su cuello. Sintió como su cuello crujía bajo su mano y los labios de Fantasy se tornaban más rojos. Ella no se quejó, solo jadeó y buscó algo de aire, y sin pedir permiso, rasgó su tanga. El trozo de tela quedó colgando en sus manos, y acercándola a su nariz, la olfateó. Sus pezones se tornaron de acero, y Dante respiró profundo hasta que cada partícula de olor quedó impregnada en su nariz. Aquello mojado en la tela no era sudor, y lo comprobó cuando separó más sus muslos y deslizó dos de sus dedos sobre el clítoris. Estaba resbaloso y suplicando que sumergiera sus dedos. Ella mantuvo la mirada en él, y Dante frotó su mentón con el pulgar. —Perfetto —dijo Dante. Apretó más su mentón y la atrajo para lamer sus labios. Su lengua se deslizó pecaminosa por sus labios, de derecha a izquierda. Estaba tan mojada como su entrepierna, y el dedo de Dante resbaló hasta su entrada justo cuando empujó sus labios con su lengua para despegarlos. Ella apenas podía respirar cuando la lamió, y separándolos al igual que sus muslos, dejó que entrara. Introdujo su lengua al mismo tiempo que sus dedos, y ella tensó la espalda. Esa noche les dijeron que abusarían de ellas, pero lo menos que sintió Fantasy fue abuso. Sus lenguas conectaron al segundo, y los dedos de Dante entraron y salieron, mojando su pantalón. Ella jadeó en su boca cuando se alejó y Dante lamió sus labios antes de alzar el siguiente trago y derramarlo sobre su pecho. Estaba empapada, respirando agitada y temblorosa. —Esta noche eres mi elegida —dijo al desplomar su lengua sobre su piel mojada y lamer el licor mezclado con sudor. Ella cerró los ojos cuando tiró del siguiente parche y chupó sus pezones. Su lengua jugueteaba, lamía y raspaba sus pezones sensibles. Saltó de uno al otro en reiteradas ocasiones, y sus tetas agradecieron ser aclamadas y lamidas de esa forma animal. Cada vez que su boca se desplomaba sobre una, sensibilizaba la otra, y cuando la soltaba, rogaba que lo hiciera más, que no parase. Dante tiró de su cadera y la hizo sentarse a ahorcajadas sobre él, sobre su erección. Sus manos fueron a sus nalgas redondeadas y desnudas, y ella apretó el cuello de Dante con ambas manos. Por instinto y sobre la dura erección, movió su cadera como en el escenario, y Dante separó sus nalgas palmeándolas y apretándolas. Estaba lubricada, mojando la erección que punzaba bajo ella, y Dante enloqueció con los pezones calientes que estaban en su boca. La mujer sabía a sal y licor, pero también a pecado y tentación. Era divina y sus tetas se volvieron una adicción. —Me perteneces —dijo Dante cuando se separó de su boca. Ella era demasiado hermosa como para compartirla, pero ella no estaba dispuesta a ser de ningún mafioso petulante. —No puedes tener algo que no te pertenece —respondió ella. Dante alzó su cuerpo cuando tiró de sus nalgas y sacó su erección para que su glande lamiera desde su clítoris a su entrada. En la oscuridad apenas podía ver el tamaño, pero lo sentía grueso entre sus muslos, acariciándola y humedeciéndola. La humedad de ella resbaló por el pene de Dante, y la bajó de golpe. —Mía —gruñó contra su boca. Ella se estremeció y Dante agarró su nuca con una mano, solo para deslizar la otra entre sus nalgas y meter dos dedos en su interior. Ese quejido que brotó de su boca abierta fue la melodía más tierna que Dante escuchó en tantos años en el infierno. Fantasy era como el ángel que alguien envió para él esa noche, para complacerlo, para ser suyo de ahí en adelante. De nuevo deslizó su lengua en su boca, y ella reprimió el gemido cuando comenzó a hundir más los dedos, moviéndolos, raspando sus paredes y haciéndola estremecer. Nudillo por nudillo hasta llegar a la base, empujó sus dedos. Su lengua se enredó con la de él y el beso fue apasionado, ferviente. Fue una chispa que se encendió en ambos al instante que se miraron por primera vez, y algo hambriento despertó dentro de ellos, algo imparable. Dante movió los dedos tan rápido que ella clavó sus uñas en el cuello de su camisa. Su cuerpo estaba tenso, y Dante palmeó su v****a cuando sacó sus dedos. Ella jadeó, buscando aire y algo de lo que sostenerse cuando el orgasmo nació. Dante pasó los dedos sobre su abertura y frotaron su clítoris con dureza. Su cuerpo se tensó y cosquilleó cuando usó dos dedos para pulsar y frotar el clítoris resbaloso, y su cabeza dio vueltas. SU frente reposó en la de Dante, y sus labios temblaban. El orgasmo crecía, se expandía con cada masturbada, y ella, descontrolada porque le diera lo que necesitaba, rodó sus caderas y molió su v****a contra la mano de Dante. Sus pezones duros rasgaban su camisa y ella gimió levemente cuando Dante golpeó de nuevo su clítoris para calmarla. Fantasy no conoció la calma desde que él comenzó a tocarla. No se podía negar la conexión de ambos, ni que ella le pertenecía. Ella fue la persona que eligió para que le brindara la liberación esa noche. Solo ella, nadie más. De entre todas, ella, la exquisita mujer de labios de diabla y ojos de santa. Ella, la pervertida sensual. La cadera de Fantasy molió más la pierna de Dante, repetidas veces, con el cabello golpeando su espalda, con sus labios juntos, hasta que un escalofrío recubrió su cuerpo y un jadeo similar a un gemido brotó de su garganta al correrse. Hacía mucho que su cuerpo no reaccionaba de esa manera a un toque, a una caricia, a un beso, a un hombre. Esos labios llenos de tabaco y licor, esos dedos que la golpeaban y le molían la v****a, la llevaron al borde, y ella gimió contra su boca en un aliento que retumbó en el salón. No importó nadie más. No importaron todas las que lo rodeaban, ni los hombres que se endurecían por la escena. Fueron ellos dos, únicos, buscando su orgasmo. No existía nadie más fuera de esa silla, y cuando la lengua de Dante penetró su boca para ahogar los demás gemidos, mantuvo sus dedos sobre su clítoris para masturbarla un poco más con sus fluidos. Las manos de Fantasy se apretaron en el saco de Dante y sus nalgas se sacudieron contra la mano de Dante hasta que la última gota abandonó su cuerpo caliente y aun más excitado que minutos atrás cuando comenzó. El calor del toque de Dante era el infierno en la tierra. Los dedos de Dante estaban mojados, y su pantalón empapado. —Si no eres mía, ¿por qué estaba tu lengua en mi boca? —preguntó Dante con la lengua raspando su mejilla y apretando su oreja caliente—. Si no eres mía, ¿por qué mis dedos están dentro de tu v****a y te corriste en mis pantalones como una puta? Si no eres mía, ¿por qué esos ojos me piden que te coja de nuevo? Ella jadeó cuando volvió a penetrarla. —No puedes mentirme, ni esconderte de mí —le dijo—. Te di el primer orgasmo de la noche, y aún no ha comenzado. Sus dedos volvieron a molerla por dentro, y ella echó la cabeza hacia atrás para que su boca devorara sus pezones sensibles. Ella abrió los ojos y aun podía sentirlo dentro de ella, caliente, resbaloso, exótico. De su boca no salió una palabra y Dante sujetó sus caderas para levantarla. Se había corrido sobre su dura erección, pero aun no la destrozaba. Ella trastabilló cuando la colocó sobre sus pies, y bajo las luces, Dante miró la humedad que resplandecía en su pantalón. No permitiría que nadie arruinara sus pantalones, pero por esa humedad, por esa v****a bonita, la dejaba destrozarlos. Era demasiada caliente y cachonda. Dante se tocó la erección y miró a Fantasy. El habano estaba caliente en la mesa, y empujando el humo contra ella, la miró. —¿Quieres que te coja, corderito? Ella lamió sus labios al ver la erección gruesa ser acariciada por él, arriba y abajo, usando sus fluidos para lubricarse. —¿Quieres mi pene enorme dentro de ti tan profundo que puedas saborear mi semen en la garganta? —preguntó cuando usó el pulgar para frotar su glande y de nuevo descender para masturbarse—. Respóndeme. ¿Quieres ser cogida por mí? Ella asintió y en sus labios se deslizó una sonrisa perversa. Fantasy se arrodilló entre sus piernas, y Dante de nuevo pasó el pulgar por el glande y lo mojó de semen. Usó el semen para humectar sus labios, y Fantasy lo lamió con los ojos cerrados. Dante apretó la mandíbula sin poder soportarlo más. —Brazos por encima de tu cabeza —dijo justo cuando ella se levantó y él la giró. Completamente desnuda, pasó la mano por su cuerpo para recorrerlo, y sus dientes rozaron su oreja caliente—. Mi nombre es Dante Cavalli, y este es mi infierno.
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