Ella alzó los brazos y Dante la empujó entre las personas hasta el ascensor. Dejaron atrás a las bailarinas, a su cuñado con sus mujerzuelas, la fiesta, los bailes. Lo dejó por ella, y ese era el principio de un infierno obsesivo en el que caería completo.
El ascensor comenzó a ascender, y la boca de Fantasy lo tentaba de tal manera que metió su lengua en su cavidad. La ahogó con su lengua y su mano, y la mujer fue empujada contra la pared del ascensor. Sus bocas se abrieron desesperadas buscando aire, y Dante golpeó su entrepierna con fuerza. Los fluidos cayeron sobre su mano y los usó para frotar sus pezones y llegar a su cuello.
—¿Qué sabes hacer? —le preguntó.
Ella despegó los labios para respirar. La mano de Dante en su cuello era agresiva. La clavó contra la pared para molerla como quería. Sería el amo y señor esa noche, y ella su dócil cachorrito.
—Lo que me pida —respondió ella—. Haré lo que me pida.
Dante miró el cuerpo desnudo de la mujer, como sus labios resaltaban, y sintió la presión en su pantalón. Tomó toda su energía varonil para presionar el botón del ascensor y empujó su pecho hasta que sus nalgas golpearon el cristal. El ascensor era transparente, y subía en medio de las habitaciones del lugar. Abajo estaba la fiesta infernal, pero Dante estaba entre el cielo y el infierno, como el rey, con una mujer dispuesta a todo por él.
Cualquiera podía verlos por la transparencia del ascensor, pero no importó. Fantasy, abierta de piernas, para cumplir sus fantasías, alzó una de sus piernas y encajó su pie en el trasero de Dante. Dante empujó su espalda contra el cristal aún más fuerte y metió la lengua hasta su garganta. La ahogó hasta que ella gruñó y clavó con fuerza sus uñas en su espalda. Buscó aire. Su cabeza dio vueltas. Dante estaba tan excitado como salvaje, y ella continuó saboreando la nicotina en la lengua del hombre. Los pies de Dante separaron aún más sus piernas. De sus dedos colgaba la excitación cuando la masturbó hasta casi escuchar su nombre en sus jadeos. Sus uñas se arrastraban con tanta fuerza que sin camisa le hubiera sacado sangre. Ella molió sus dedos meneándose contra su mano, y Dante los sacó y pasó por la garganta de Fantasy para avivar ese fuego que ardía entre ambos. Ella jadeó cuando él tiró de nuevo de su cuerpo, con más fuerza, y la hizo saborearse en sus dedos.
Esos ojos grises de Fantasy revolotearon sus pestañas y chupó sus dedos hasta el nudillo. Los destrozó con su lengua, y ella misma los llevó de regreso a su v****a. No quería que salieran de allí. Pocos hombres sabían lo que hacían. Pocos hombres la tocaban como Dante, y esa noche tenía asiento en primera fila.
Ella miró por encima de su hombro cuando él bajó la cremallera de su pantalón y descubrió su pene. Era grueso, rosado, grande. Podía contarle cada vena con la lengua si él lo quisiera, pero en su lugar, ella le dijo que usara un puto condón, a lo que él respondió
—Lo que es mío, solo lo toco yo. —Y sin preámbulo, la giró, separó aun más sus piernas y la penetró con tanta dureza, que ella apretó las muñecas sobre la cabeza cuando gruñó—: Mía, Fantasy.
Dante rompió la separación que existía, y con sus empujes brutales, la hizo gritar. Su nariz se hundió en el hueco de su cuello y gruñó en su piel sudorosa mientras su erección entraba y salía de su interior en un vaivén delicioso. Se movía brutal, penetrando con fuerza, sosteniendo sus caderas con su cuerpo, y haciendo de su apodo de diablo algo glorioso. El primer dolor apenas tuvo oportunidad de desvanecerse cuando sus dedos alcanzaron su clítoris y los movió rudo, brutal, sin tregua. Dante forzaba un orgasmo, que si continuaba moviéndose así, explotaría en segundos. Las caderas de Fantasy tenían vida propia, moviéndose, vibrando, moliendo sus dedos y su pene. Sus dedos encendieron lo que su pene comenzó, y él soltó un cálido aliento que la erizó.
—Ahora quiero que te corras sobre mí —gruñó Dante en su oreja—. Quiero otro, uno más grande que el primero, corderito.
El placer y el dolor se volvieron uno, y Dante pellizcó su clítoris.
—Quiero mi orgasmo, ojitos de cordero —ordenó.
Y antes de que las palabras terminaran de salir, se corrió en su pene. Ella saltó sobre él, sus tacones altos se alzaron del suelo y apenas un hilo del orgasmo se escapó del interior. Estaba llena, a reventar, y Dante no dejó de penetrarla mientras sus pezones se frotaban contra el cristal y sus dedos continuaban en su clítoris. Ella echó la cabeza hacia atrás y Dante lamió y besó su cuello. Él continuó, no se detuvo, y al sentirla aún más mojada y estrecha, continuó rasgándose dentro, sacando y hundiéndose.
—Otro, corderito —ordenó trabajando su clítoris hasta que un tercer y agonizante orgasmo comenzó a formarse en la base—. No conocerás a Dante Cavalli a medias, ¿o sí? Mis mujeres no pueden caminar cuando acabo con ellas, y no espero menos de ti, corderito. Obediente, deliciosa y tan apretada que me ahoga.
Estaba agotada, con los músculos adoloridos, con los pezones ardiendo y la mejilla raspeando el cristal. Él impactaba sus nalgas cada vez con más fuerza con sus muslos. Le había pedido un tercero orgasmo, más brutal que los anteriores. Su pene duro continuaba golpeándola sin piedad, mientras sus manos continuaban sobre su cabeza. Le dolían. Sus brazos pesaban, sus piernas eran de gelatina, y los gemidos sonaban más roncos. La estaba destrozando. La brutalidad de Dante era aterradora. No cualquier mujer lo soportaría, pero ella podía con eso y más.
—Aún no has acabado, Fantasy —dijo sobre su oreja mientras masajeaba, golpeaba y pellizcaba su clítoris—. O te corres de nuevo con mi puto pene, o lo meteré tan duro en el culo, que podrás sentirme cogiéndote hasta el día de tu muerte.
Ella respiró agitada y su voz apenas salió entrecortada.
—No puedo —gimió y apretó sus manos.
Dante empujó su pene más duro y ella lo sintió en el límite.
—Puedes y jodidamente lo harás —gruñó Dante, deslizando de nuevo su pene dentro de ella y forzando su clítoris.
Un gemido de dolor escapó de sus labios mientras su pene la llenaba, sintiéndolo más grande y duro por la exigencia. Un grito agonizante la atravesó justo cuando el orgasmo que la hizo sentir, reventó tan salvaje que gimió con cada estremecimiento de placer y embestidas de Dante. Sus empujes continuaron y gimió masculino cuando su pene saltó y el semen reventó dentro de ella. Fueron ráfagas calientes de semen que la llenaron de principio a fin, mezclándose con la bomba de orgasmo de ella.
Él se movió tan solo un poco más, y al final se calmó. Respiró agitado, muchísimo, y lamió el sudor en el cuello de Fantasy. Elevó su cabello para lamerla hasta la clavícula, y salió lento. Un chorro de semen y los fluidos de ella cayeron sobre sus zapatos. Los llenó por completo, y ella jadeó cuando aquello tan grande la abandonó. El sonido del chapoteo en sus zapatos lo hizo continuar masajeando su clítoris, y cuando retrocedió, lo sostuvo en su mano aun duro, y miró su culo. Sus nalgas estaban rojas, marcadas.
Dante la alzó en puntillas para ver su clítoris hinchado y jugoso. Había abusado de ese cuerpo de una forma brutal, y su entrada estaba ensanchada. Su tamaño era grande, pero estaba dilatada por los orgasmos. Podía ver en su interior, y el semen escurrir como una pequeña fuente. Empapó sus dedos de su semen tibio y lo frotó en su clítoris. Apenas un toque y ella frotó sus tetas del cristal. Ardía, dolía, y una sonrisa de satisfacción salió de ella cuando giró para mirarlo con esos ojos que pedían mucho más.
—Maldición, corderito —dijo burlándose cuando pasó sus dedos por sus labios—. Tu clítoris esta hinchado y tu v****a abierta, con mi semen goteando de él, y necesitas más. Yo necesito más. Quiero ver el puto arte de mi semen en tu culo.
Separó sus nalgas y las apretó para que escurriera más.
—Quiero recordar este momento —dijo—. Mi puto semen.
Sus dedos acariciaron entre sus labios, sobre su clítoris y apenas metiendo la punta en su v****a, la hizo chillar como animalito.
—Tomarás todo mi semen de ahora en adelante, corderito —dijo marcándola y azotándola con sus dedos. La masturbaba y los sacaba para sacar más semen. Era como una lámpara mágica que cuanto más se frotaba, más salía—. Tu v****a, tu culo, tu boca, son míos de este momento y para siempre. No te perderás una gota. Todo siempre caerá dentro de ti, corderito. Siempre.
Fantasy estaba adolorida, pero cuando le bajó las manos y la giró, él miró sus labios mordidos y sus ojos llorosos. La había llevado al borde, pero ese era solo el principio de su tortura. Dante tiró de ella hacia abajo, al piso y colocó su pie sobre su hombro. La trató como si ella fuese una puta, pero no cualquier puta, la mejor.
—No te dejaré ir, Fantasy —dijo mirando el charco de ellos dos en el suelo—. Lamerás hasta la última puta gota. Lo quiero todo dentro de ti, sin importar de dónde salió o dónde cayó.
Eso fue lo más desagradable del mundo. La hizo sentir basura cuando la arrodilló, pero debía admitir que ser tratada como una puta hizo que su clítoris adolorido temblara y se excitará más. Hacerla lamerlos a ambos del suelo hasta que no quedara nada en el ascensor, despertó una bestia que tuvo miedo de liberar. Lamió ese suelo cochino hasta que su estómago se llenó de su semen y sus fluidos. Juntos eran como un revoltijo, pero como la excitó ser tratada de esa manera. Tenía un maldito problema llamado Dante Cavalli, y enojada consigo misma por ceder, se limpió los labios con la lengua y lo miró. Él era el amo esa noche. Era su sumisa.
Verla lamiendo los fluidos del piso, con su entrada abierta y el clítoris chorreando su semen, lo puso tan duro que apenas respiró mientras se masturbaba. Casi se corrió con esa vista, y cuando ella acabó, él casi acabó en su mano. Era brutal, animal, tóxico.
—Ahora termina el trabajo —dijo apretando su pene entre sus manos—. Todo debe ser tuyo, corderito.
Ella lamió sus labios y Dante empujó el pene hacia su boca.
—Abre, corderito. Vas a chuparlo hasta que sangre.
Esa noche, o lo que restó de ella, la mujer fue suya por completo. Por cada orificio y abertura que tenía, Dante se apoderó de ella de una forma que la marcaría por el resto de la vida. La cogió hasta que casi la desmayó, y cuando pensó que se desmayaría, la revivió penetrándola más fuerte. La dejó en la cama de sábanas de seda tan marcada como un billete viejo, y con la energía de una pajilla. No podía levantar los brazos para sostener un vaso de agua, y cuando despertó él estaba tendido a su lado, dormido, desnudo. Miró ese pene que la destrozó, y casi podía sentirlo dentro de ella. Por más abusivo que fue, lo deseaba. Deseaba ser destrozada por él, pero deseaba más salir de allí antes de caer en tentación.
Cuando la noche terminó, se pudo levantar de la cama y casi sostener sus entrañas, huyó de su cama adolorida y con un fajo de billetes en su bolso. Fue una noche fuera de los límites, pero no podía estar con alguien como él. Dante destilaba peligro. Era abusivo, posesivo, controlador. Era un amo en toda la extensión de la palabra, y si alguien la hacía lamer el semen del piso, era una mala señal. Ella dejó la habitación del hombre en silencio y bajó a reunirse con el resto del comité de strippers de esa noche. Algunas continuaban con los hombres, otras estaban destrozadas como Fantasy, pero con suficiente dinero como para no trabajar el día siguiente. ¿Había valido la pena? En muchos aspectos.
—Te ves como la mierda —dijo Celeste cuando la miró.
Fantasy apenas se pudo colocar el pantalón y la chaqueta.
—Estuvo emocionante tu noche con el Underboss.
Fantasy deslizó el dedo por el fajo de billetes en su cintura y lo metió en su bolso. Amaba el dinero, pero amaba más la razón por la que llevó a Dante Cavalli a la cama esa noche.
—No se repetirá —dijo Fantasy—. No volveré a verlo.
Ella sonrió porque eso era imposible. Los mafiosos eran como los perros. Solo bastaba darle carne una vez para tenerlos ahí.
—Algo me dice que él no piensa lo mismo, y sabes que es imposible que no te siga —agregó—. No es cualquier hombre.
—Ni yo cualquier mujer —dijo colgándose el bolso.
Fantasy quiso irse, pero Celeste tiró de su codo. Eso no acababa.
—Te buscará.
Fantasy se zafó de su codo y miró arriba, al piso donde estuvo toda la noche siendo la presa de un cazador mayor.
—Buena suerte encontrándome —dijo—. Adiós, Dante Cavalli.