Aunque Sheryl estaba furiosa, fingió que estaba despreocupada. —Julia, no te preocupes. ¿Por qué me tiene que importar lo que digan los demás? No son más que un puñado de hipócritas detrás del teclado. Seguro que no se atreverían a decirme esos insultos en la cara. En Internet puedes criticar a quien quieras, y, si les gusta tanto insultarme, que sean felices, ¿no te parece? —dijo Sheryl sonriente y se quedó mirando a Julia fingiendo despreocupación. —Sheryl, no seas tan dura contigo misma, ¿en serio no te molesta? —le preguntó Julia con timidez y disgusto al ver que Sheryl le sonreía con tanta tranquilidad. —En lo absoluto; ¿alguna vez te he mentido? —dijo Sheryl sonriendo—. Además, no me parece que tenga que devolverle la mordida a una sarta de perros rabiosos. Lo considero ba