| Vestido de la venganza |

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Sebastian Blackwell Luego de un tedioso y tenso viaje a Monte Carlo, logramos aterrizar. No pude conciliar el sueño pensando en lo hermosa que se ve Charlotte, realmente siempre ha sido maravillosa, pero…ahora, el verla más madura y con su carácter despampanante, movió muchas fibras en mí que no recordaba hasta el momento. Tengo que ser congruente, no puedo intentar ligarme a la hermanita de mi mejor amigo ni mucho menos, además, sé que me odia a muerte. Recuerdo el cómo me miraba con sus ojos miel y sus labios jugosos mientras me insultaba. Aprieto la mandíbula para intentar controlarme porque me imaginé muchas cosas que podría hacer con esa boquita y las mil maneras en que podría someter a la malcriada y a la fiera que yace en Charlotte Montalvo. «¿Quién iba a imaginar que la princesita virginal se convertiría en la fiera que me atacó hoy?» niego con mi cabeza chasqueando mi lengua y dejo salir un resoplido. Nos usaremos para nuestro cometido y luego…no nos volveremos a ver. Y sé que ella me hizo la vida imposible y yo se la hice a ella, pero, nunca pensé que se me cruzaría de nuevo en el camino. «Maldición, mi erección está creciendo» me acomodo en el asiento mientras las azafatas preparan todo para el desembarque del avión, el pensar en ella y su estúpido cabello rubio me provocó una gran empalmada. Noto cómo ella se levanta bostezando de su asiento, realmente parece una princesa, se estira y noto cómo el escote de su trajecito se marca y me muestra sus pechos turgentes. Abro mis ojos con sobresalto y recorro mi mirada en su cuerpo que no es nada parecido a cómo era y aún así…antes no dejaba de rondar en mi cabeza por más prohibida que es. ─Señor Blackwell, es hora de salir ─anuncia la azafata llamando mi atención. Cruzo mis piernas para intentar cubrir mi muy notable protuberancia en medio de las piernas. «Mi polla me traicionó» Se supone que ya no sentía nada por esa fiera de ojos miel. ─Un momento…por favor ─pido con una sonrisa. ─¿Desea que le ayude a…? ─¡No! ─Suelto en cuanto ella se ofrece y llamo la atención de Charlotte. ─Mejor no le toque, tiene una enfermedad extraña y muy contagiosa, su pene suelta una secreción asquerosa y entre sus dedos también ─dice la fiera con una sonrisa de arpía. La azafata se aleja con asco de mí y sin poder evitarlo. Le fulmino con la mirada a la mujer que me ha jodido en todos los sentidos. Bate su cabello rubio y camina hacia la puerta de salida con orgullo. Trato de pensar en algo terrible, algún evento triste de mi vida y logro calmar mi erección, al parecer, el pensar en política me ha ayudado. Me levanto apresurado tomando mi bolso de mano y bajo la escalera dando las gracias a las azafatas, pero, parece que se corrió el rumor de la supuesta enfermedad y me miran con pesar y asco. «Maldita Charlotte Montalvo» suelto un resoplido resignándome y queriendo que el evento acabe rápido logrando mi cometido. Noto que a ella la reciben sus sirvientes y el jefe de seguridad, se detiene antes de entrar a su auto y a mí me recibe mi asistente a quien le entrego mi bolso de mano. Charlotte me hace una señal para que me acerque. Con pasos firmes lo hago mientras siento tenso todos los músculos por su cercanía. «¿Su cabello aún olerá a vainilla?» Termino de acercarme y detengo mis pasos cerca de ella. Se cruza de brazos encarándome con sus afilados ojos miel que ahora se notan más imponentes. ─Tenemos que combinar ─dice y pestañeo. ─¿Para qué? ─Para la fiesta, nuestros vestuarios ─responde ofuscada. ─Elige un color y me adaptaré ─propongo, ella lo piensa unos segundos. ─Negro, como tu funeral ─dice con una sonrisa magnífica «¿Cómo me puede parecer tan hermosa cuando me está deseando la muerte?» Solo Charlotte Montalvo. ─O el tuyo ─acoto. ─Ya quisieras, Sebastian Blackwell ─comenta subiéndose al auto arrastrando su mirada de mí para dejarme una sensación extraña. Paso saliva y veo cómo desaparece de mi vista poso mi mano en mi nuca y la siento caliente. ─Señor…¿Nos vamos? ─Pregunta mi asistente y asiento dándome la vuelta para subirme a mi auto. Mi asistente me habla de lo que tendré que decir en el evento magno representando a la poderosa familia Blackwell─. ¿Me está escuchando, señor? ─Llama mi atención y pestañeo mirándole, aclaro mi garganta acomodándome en el asiento frotando mis palmas sobre mis muslos. ─Iré a la fiesta con la princesa de Astoria ─anuncio y los ojos de Felicia, la morena de rasgos llamativos. ─¿La hermana de Cameron Montalvo? ─Indaga sorprendida. ─La misma que canta y baila ─resoplo. ─Esto…se sale del itinerario ¿Están saliendo? ¿Deseas hacer un anuncio especial? ─No, solo, necesito que nos vean juntos y enamorados, solo por esta fiesta. Luego, desaparecerá de mi vida y yo de la suya, como debió de ser desde un principio ─respondo seriamente. ─Bien, señor Blackwell, se lo comunicaré a… ─Ni una palabra a mi familia, por favor ─intervengo encarándola─. Mis padres no pueden saber nada sobre esto ─acoto más calmado a lo que ella asiente aceptando. ─Su traje, ¿le envío la estilista a la habitación? ─Indaga. ─Sí, por favor. Respondo y desvío mi mirada de ella para dejarla en la ventana viendo el camino, pensando cómo sobreviviré una noche fingiendo que soy pareja de la fiera de Charlotte Montalvo. ** Charlotte Montalvo Me encuentro frustrada y me quito el quinto vestido que me pruebo, todos parecen señoriales y muy recatados. Nada a lo que tenía en mente ahora que mi antiguo amor fingirá que no nos queremos asesinar, quiero que se retuerza y se arrepienta de haberme roto el corazón plantándome en mi presentación. El recuerdo de aquella noche sigue doliendo en mi interior. ─Su majestad, ¿desea algo en específico? ─Pregunta mi estilista ya sudando al ver todos los vestidos rechazados. ─Necesito algo muy sexy, mostrar piel y algo más… ─Sus ojos se abren con asombro. ─Oh, pensé que quería… ─Ya no, ahora no quiero parecer insípida y desagradable para mi prometido. Quiero robarme las miradas y que todos piensen en mí al terminar la noche, aunque…no sé si lo último sea agradable ─intervengo moviendo mis manos para explicarle. ─Entendido, creo que tengo el perfecto. Iba a ser para una cantante que estará en los Golden Globes de mañana. Por suerte, tiene la misma talla que usted, majestad ─acota tomando mi atención, sostiene en lo alto un cubre traje y baja el cierre mostrándome un precioso vestido n***o con transparencias y diamantes brillantes, una sonrisa aparece en mis comisuras. Me acerco para tocarlo pasando mis dedos. ─Es perfecto ─chillo mirándole y ella suspira aliviada. ─Debe probárselo y haremos los ajustes necesarios de inmediato ─propone y asiento con mi cabeza mordiéndome el labio inferior «Sebastian, este es mi vestido de la venganza» ** Mi corazón late eufórico, me han maquillado, peinado y me he colocado Miss Dior tres veces porque estoy muy nerviosa. ¿Por qué lo estoy? Solo es Sebastian, nadie más. Soy escoltada a la salida del hotel en Monte Carlo y al bajar al lobby me encuentro con la figura de espaldas del canalla. Aprieto mis manos en mi vestido, remojo mis labios y lleno mis pulmones de aire. Noto su espalda amplia y musculada envuelta del traje azabache a la medida, se nota muy sereno, como debería de estarlo yo también. En cambio, estoy convertida una olla de presión a punto de estallar. Él se da la vuelta con sus manos escondidas en los bolsillos de su pantalón y me clava sus luceros azules, suelto un suspiro por la impresión que me da el verle vestido de traje «Demonios, se ve mejor de lo que imaginaba» No me muevo, dejo que él se acerque a mí y lo hace. Su mirada me recorre y lo puedo sentir en cada tramo de mi cuerpo ¿Qué pensará al verme así vestida? ¿Se arrepentirá? ─Fiera, ¿nos vamos? ─Pregunta sin más. ─No te di el permiso de que me llamaras así, es un insulto. ─Tú me dices: “canalla” ─Eso eres ─afirmo levantando mi mentón. ─En cuanto lleguemos a la fiesta no puedes mirarme de esa manera ─Camino ignorándole─. Como si me odiaras. ─Eso lo que siento por ti junto al desprecio irremediable de verte la cara, Sebastian Blackwell ─gruño con decencia. ─Hasta para insultar eres una princesa ─espeta pensando que eso me ofende. Fui criada como una princesa, no ando diciendo obscenidades, pero, sé expresarme e insultar cuando es debido. ─Soy una princesa, si no te quedó claro; súbdito ─detengo mi taconeo para encararle. ─¿Súbdito? ─Sí, me obedeces ─respondo y él sonríe de una manera que me confunde ¿Por qué sonríe? Pasa su lengua con descaro por sus labios y acaricia su barba rubia para terminar de romper la distancia clavándome sus ojos. Mis latidos me sofocan. ─Puedo obedecerte de otra manera, princesa. Pero, sería muy…obsceno para alguien como tú ─suelta mirándome con prepotencia, chasquea su lengua y dando un paso atrás y me invita a seguir. «¡Canalla!» Empiezo a caminar dando pisotones con molestia hacia la salida donde nos espera nuestra limusina. Me abren la puerta y me subo sin pensarlo dos veces; él lo hace detrás de mí colocándose al otro extremo del auto espacioso para que no respiremos tan de cerca. Aprieto mi pequeño bolso de mano y lo abro para ver los mensajes de ánimos de mi hermano y de mi madre, quien está más que esperanzada para que me case con el príncipe de Montenaro. Suelto un resoplido tratando de no pensar en que mi rival y quien me rompió el corazón está sentado al frente de mí, alterando mis latidos. ─¿No preguntaras sobre a quién quiero impresionar? ─Pregunta rompiendo el silencio y llamando mi atención. Arqueo mi ceja mirándole. ─Dudo que me responderías como una persona con neuronas funcionales. Él se ríe desconcertándome y erizándome la piel. ─Eres muy divertida, como para ser una princesa con tantas responsabilidades ─Ruedo los ojos─. Y sí, responderé como una persona decente, si es a lo que te refieres ─Da el paso a que le pregunte. Lo pienso unos segundos entornando mis ojos en él. ─¿A quién quieres impresionar? Porque lo harás, entrarás con la futura reina de Astoria ─indago y él suelta un resoplido. ─Alguien que me rompió el corazón ─responde sin ningún otro detalle. «¿Se atreve a usarme por un antiguo amor? ¡¿Y yo dónde quedo?! ¡A mí también me rompiste el corazón!» comienzo a enfurecer en mi interior, no sé si son los celos o el descaro del canalla rubio de más de un metro noventa y musculoso, con rostro tallado por los ángeles dándole belleza de un Dios griego. ─Bien por ella ─digo irónica. ─¿Tanto me odias? ─Sí, me sorprende que lo estés preguntando. ─También te odio, Charlotte ─gruñe y me encojo de hombros. ─Me importa poco lo que sientas, quiero terminar con esto de una vez por todas y nunca volveré a ver tu cara de canalla ─manifiesto, ardida. ─¿Ah, sí? ─Inquiere. ─¡Sí! ─Afirmo decidida. ─¡Pienso lo mismo, princesa malcriada! ─Exclama de vuelta alterándome. ─No vas a salir vivo de aquí ─advierto. Súbitamente, la limusina maneja bruscamente dando un giro y frenando con fuerza, mi cuerpo salta sobre el de él sin poder evitarlo mientras que él cae al suelo de la limusina. Mis manos se posan en sus pectorales que se sienten muy duros y siento algo más duro contra mis muslos. Abro los ojos con sobresalto encarándole. ─Yo…eh… ─balbucea nervioso y sus mejillas se colocan rojas igual que sus orejas. ─Sebastian…dime por favor que eso es un celular muy grande ─murmuro cerca de sus labios. ─No lo es, fiera ─responde y mis latidos enloquecen. ─¡Aléjate de mí! ─Exclamo intentando levantarme, pero, lo empeoro y me froto contra él. ─¡Detente, lo estás empeorando, maldición! ─Grita igual de alterado que yo─. ¡Tú fuiste la que cayó encima de mí! ─¡Fue un accidente! ─Chillo y ambos batallamos de una manera muy extraña para alejarnos el uno del otro, hay más fricción con su erección y estoy sorprendida por lo grande que se siente. Trato de no pensar en eso y de repente, abren la puerta de la limusina, los flashes de los paparazzi impactan en nosotros ya que, esperaban que saliéramos de forma elegante para que comenzaran las entrevistas en la alfombra. Alzo mi rostro y Sebastian trata de mirar para darnos cuenta de la posición en la que nos encontramos. «La noche no ha comenzado y todo está saliendo mal»
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