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Mírame

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Su amor a penas comienza, pero algo cambiará... Sus pasados volverán de manera tortuosa... Y ellos no podrán evitarlo, unos nuevos luceros se interpondrán en el camino de Katherina, su vida estará expuesta a una balanza de dudas y decisiones dolorosas. Ella tendrá que buscar aquellos ojos azules para encontrar las respuestas a todo; en su mirada podrá recordar qué es sentir de nuevo su tacto de manera exquisita.

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Capítulo 01 | Un comienzo con final |
Katherina Una migraña incesante me obliga a mover lo que parece ser mi cuerpo. Parpadeo ante la luz que golpea mis pupilas, la claridad me sobresalta. Llevándome a gruñir. Un tacto exquisito me lleva a animar mis ojos, girando mi rostro y ver el semblante de Alejandro surcado en la tela blanca de lo que parece ser una sábana, a un costado de mi brazo. Tomo una bocanada de aire, pero el esfuerzo me provoca un dolor en los costados de mi cuerpo. Trato de moverme, visualizando mejor el lugar ¿Estoy viva? Me pregunto, porque el cielo es donde estoy junto a Alejandro y sin duda, lo estoy. Mi mano se siente atrapada ante una sensación desorbitante, viendo la mano de Alejandro apretar la mía, entrelazadas con amor. La vía en mi brazo me indica que estoy definitivamente en un hospital. Katherina, no cambias la costumbre. Pienso con gracia, esbozando una corta sonrisa y hago ademán de acariciar el cabello de Alejandro, se ve tan espeso tan n***o que podría perder mis dedos en él y no me importaría. Mis dedos se deslizan pecaminosos en sus cabellos, mientras que mis ojos se escuecen. De repente, sus músculos se comienzan a mover. Despega su rostro de la cama de hospital, dándome su semblante somnoliento. Sus ojos parpadean ante mí, buscando claridad y cuando lo hacen, se abren sorprendidos sin poder entender que le estoy observando. ─Mi... mi...─ tartamudea, inclinándose para bordear mi rostro con sus manos. Las lágrimas se deslizan por mis mejillas, interrumpiendo el tacto de sus hermosos dedos. Asiento, temblando ante el sollozo incesante. ─Hola, mi amor─ pronuncia, sus luceros azules se colocan brillantes. Extrañaba ver el hermoso azul que yace en esos sublimes ojos. Barre mis lágrimas con su pulgar, para tomar de nuevo mi mano y acariciar mis nudillos. ─Hola, Salvatore─ menciono con incomodidad en mi pecho. Él deja salir un suspiro, uno muy relajante. ─Pensé que no me recordarías, que pasaría como en las películas. Joder, estaba planeando cómo enamorarte de nuevo. Hasta tuve que hacer una lista de cosas que te gustan, la pizza está de primer lugar─ comenta nervioso. Esbozo una sonrisa, la felicidad me llena por completo. Pero las ojeras malvas debajo de sus ojos me desconciertan, eso es pecado, para tan hermoso rostro. ─En el primer lugar, estás tú. Tacha la pizza─ acoto, relamiendo la sequedad de mis labios. Sus comisuras se levantan como si un niño con ojos azules estuviera sonriendo por un dulce. Así de inocente y puro se ve. ─¿Cómo te sientes?─ Inquiere, borrando su expresión y colocándola a una oscura. De seguro me veo del asco, ante su semblante observándome. Me muevo incómoda, todo el cuerpo lo siento entumecido de dolor. ─He estado mejor─ menciono, haciendo un gesto. Él arruga el entrecejo, como si se sintiera culpable de algo. ─Estoy bien, idiota─ añado. Apretando su agarre. Él asiente, inclinándose para besar mi coronilla. La sensación de sus labios suaves en mi piel me llena de vida. ─Gracias por encontrarme─ expreso, sus ojos impactan con los míos. Alejandro menea su cabeza en negativa. ─Tú me encontraste a mí─ dice, besando mis nudillos. Inesperadamente, la puerta de la habitación se abre. Nuestras miradas se desvían hacia ese lugar, donde una mujer vestida con una bata blanca junto a mi hermana y madre, entran con prisas. Mi madre llega directamente a besar mi coronilla, para darme sus hermosos ojos verdes llenos de lágrimas. ─Hola, mami─ menciono, esbozando una sonrisa un poco dolorosa. ─Mi pequeña─ suelta, para darme paso y ver algo que rompe mi corazón. El rostro de mi hermana lleno de moretones. ─¿Quién mierdas te hizo eso?─ Inquiero con la voz rota, tapo mi boca sin poder entender quién le haría eso a ella. Kimberly niega con la cabeza, para apretar mi mano. ─Luego hablarán de eso─ acota mi madre con seriedad. Limpio mis lágrimas, para darle mi semblante a la mujer desconocida con bata de Doctor. Quién carraspea, para acomodar sus lentes de montura roja. El labial carmesí en sus labios resalta la voluptuosa sonrisa y su cabello rubio cae en los costados de su cuello. ¿Desde cuándo las Doctoras se ven así y son tan jóvenes? Me pregunto. Giro mi mirada hacia Alejandro quien viste una camiseta blanca de algodón y un jean azul desgastado. Nunca lo había visto vestido de esa manera, tan... informal. ─Soy la Doctora Muñoz, estuve en la recepción de tus análisis generales. Y tengo que decirte que no debes de preocuparte, vas a estar bien mientras cuides de esos hematomas internos... ─ baja su vista, cambiando el peso de su cuerpo sobre sus tacones. Trago con dificultad. Esa mujer luce impactante y de seguro yo parezco un esparrago mal cocido─... Tienes tres costillas rotas, por suerte, no pasó a mayores y tus órganos se encuentran estables. Necesitas muchos calmantes para el dolor y reposo absoluto. De repente, su mirada se dirige hacia Alejandro, quien aprieta mi mano con fuerza al escuchar sus palabras. En sus ojos puedo notar dolor y oscuridad batallando dentro de él. ─Ya le escuchaste, nada de voltearme en la cama como a una media─ le advierto con gracia. Mi madre abre los ojos anonadada mientras que mi hermana suelta una carcajada. ─¡Beatriz!─ Exclama mi madre, llevándome a sonreírle. Observo las comisuras de Alejandro, que se elevan con calma. ─Muchas gracias, Doctora Muñoz─ menciona mi madre. Los ojos de la víbora amenazan el perfil de mi Dios griego. Ella se relame los labios, para carraspear con ronquez de excitación ¡Conozco ese efecto! ─No se preocupen, ha sido un placer─ murmura, sin quitar sus ojos de él, aprieto la mano de Alejandro en respuesta de la retadora víbora. ─Cuídate, Katherina─ dice, dándose la vuelta. ─Señora Salvatore para usted─ suelto, sintiendo mi sangre arder. Parezco una tonta. La Doctora se detiene en seco, ante mi desdén. ─No sabía que estaban casados, disculpe─ acota, dándome una sonrisa hipócrita. ─Lo estamos. Creo habérselo comentado a la enfermera que estaba a su lado, gracias por cuidar de mi esposa─ reitera súbitamente Alejandro, dejando pálido el rostro de la Doctora, como mi trasero. Trago con dificultad cuando los luceros azules me observan con intensidad. La Doctora expresa una mueca incómoda con su boca, algo parecida a una sonrisa, para salir de la habitación. ─¿Qué ocurrió con Sonia?─ Inquiero, sentándome en la cama. Dejo salir una mueca de dolor, haciendo que me sostenga el estómago. Alejandro se alerta de igual modo que mi madre. Los ojos verdes de ella, me observan con tristeza. Pero la habitación permanece en silencio. ─Resultó herida de bala, pero nada grave, solo para que no te disparara... le imputarán cargos de secuestro agravado, asesinato y acoso, supongo que no sabremos de ella, nunca más─ menciona finalmente Kimberly, quien acaricia su brazo con incomodidad. Asiento, dejando salir un suspiro de alivio. Súbitamente, mi madre comienza a sollozar. ─¿Qué sucede, te sientes bien?─ Pregunto, preocupada por su reacción. Ella niega con la cabeza, barriendo de sus mejillas las lágrimas. ─Estuve a punto de perder a una de mis razones de vivir, no es para menos que esté afectada─ responde, tomando mi mano con fuerza. Acaricio sus nudillos, tranquilizándola. ─Estoy bien... estaremos bien, lo prometo─ menciono. Sintiendo sus labios en mi coronilla, para plasmar en ella unos besos cortos llenos de tanto amor. Mi madre se retira al igual que Kimberly, para descansar luego de unas largas noches. Alejandro, en cambio, decidió quedarse mirándome. ─Debo de estar terrible─ murmuro, jugando con la sábana blanca enroscada en mis manos. Observo en mi mano la vía intravenosa junto con el adhesivo y en mi muñeca, una pulsera blanca. Alejandro deja salir una bocanada de aire, alborotando su cabello, para mover sus manos de una manera nerviosa. ─No puedo creer... joder. No puedo creer que sigas luciendo como ángel a pesar de todo y que tu luz brille con tanta intensidad─ musita, mordiendo su labio con frustración. Mi pecho sube y baja ante la respiración acelerada que me ha provocado su gesto. Convirtiéndose en el notorio culpable del calor en mi piel y mis remolinos mentales. ─Eres indudablemente hermosa, ángel─ acota, esbozando una sonrisa. Que los ángeles me perdonen y me destierren del cielo, porque me he enamorado del demonio que sonríe como un ángel. ─Yo... he...Dios, no puedes decir esas cosas y esperar a que mi mente no explote─ menciono, molesta. Él deja salir una carcajada, sublime, que acaricia con dulzura mis oídos, como si fueran sonetos gloriosos. Mis ojos quedan inertes en él, plasmados de tanta belleza, arropados con ese espeso cabello oscuro, esos rasgos afilados con precisión y esos hermosos luceros azules llenos de locura. Creo que acabo de quedar embarazada. Pienso con gracia, provocándome una sonrisa inertica. ─No puedes sonreír de esa manera y esperar a que mi mente no explote─ advierte, imitando mis palabras. Carraspeo, apretando las sábanas con mis dedos. ─Deberías de ir a descansar también─ acoto, mirando cómo su rostro se mueve en negativa. ─Ni pienses que me apartaré de tu lado después de todo─ da un paso hacia atrás, bajando la mirada, para hurgar con una de sus manos, su pantalón. ─Vi que tienes interés en ser mi esposa─ expresa, esbozando una sonrisa. Frunzo mi ceño con incertidumbre. ─Lo decía para dejarle en claro a esa Doctora, alias víbora, que eres mío─ replico. ─Soy tuyo─ reitera, acercándose más a la cama, para inclinar su cuerpo. Posa su mano en mi cuello, acariciando la piel, para erizarla de inmediato. ─Y tú eres mía─ añade, relamiendo sus labios. Rompe la distancia que hay entre nosotros, para rozar sus labios con los míos. Mis sentidos estallan con fuerza. ─Por eso, quiero que todos lo sepan y no solo nosotros...─ acota, dejando a mis labios con sed. De repente, siento su brazo entre nosotros dos. Bajo la mirada, observando una cajita de terciopelo azul en mi regazo─...Quiero que seas mía como esposa, ¿Aceptas, Capuleto?─ Inquiere. Mi corazón palpita con fuerza y mis labios titilan a falta de palabras que se traban por querer salir todas juntas; "¡Sí, por supuesto, pensé que me quedaría sola y con cinco gatos!" Pasan todas juntas por mi mente, miles de respuestas. Pero solo hay una que mi lengua desea saborear. Tomo el cuello de su camisa, para atraerlo a mí. Sus labios chocan con los míos y nuestras lenguas comienzan una danza exquisita. ─Sí, y mil veces sí, Salvatore─ murmuro en sus labios. Observo sus ojos brillar de emoción. ─Afirmé que eres la indicada cuando me has respondido sin ver el anillo. Ya no puedes echarte para atrás─ advierte con una sonrisa. Abro los ojos sorprendida. ─¡Espera, ya va!─ Exclamo, abriendo la cajita. Para mi alivio, sí hay anillo. Miro con enojo a Alejandro, quien no deja de carcajearse. Mi rostro se relaja, cuando mis ojos bajan la vista al brillante azul celeste, tomo el anillo en mi mano, para leer el interior. Encontrándome con una escritura "Mía, para siempre" mis ojos se humedecen. ** ─Tienes que tomarte la sopa, Katherina─ insiste nuevamente Alejandro, sosteniendo una cucharilla cerca de mi boca con ese líquido verde y espeso. Niego con la cabeza, sellando mis labios con presión. Él deja salir una bocanada de aire, dejando el tazón a un lado, pareciendo frustrado. ─Pido la gelatina─ comenta Kimberly, saliendo de la nada. Tomo rápidamente la taza de la gelatina de fresa, apartándola de ella. Ella suelta una carcajada, meneando su cabeza. ─Eso si te lo quieres comer, tramposa─ dice, dejando de nuevo su espalda en el asiento, para seguir tecleando en el computador. Tomo una cucharada de gelatina, para llevarla a mi boca. Siento la vista de Alejandro en mí, observándome con atención. ─¿Qué?─ Inquiero todavía con el bocado de gelatina a medio tragar. Él esboza una sonrisa, impactante para mis sentidos. ─Te amo─ suelta, sin más. Mi corazón late con fuerza, haciéndome tragar con dificultad la gelatina. ─No comiencen con sus cursilerías, todavía estoy presente─ acota mi hermana. Ruedo los ojos, concentrándome en la gelatina. Alejandro, en cambio, sonríe. ─¿Podrías buscarme agua? Por favor─ le pido a Salvatore, él se inclina, dándome un beso para salir de la habitación del hospital. Carraspeo, llamando la atención de Kimberly, quien despega la vista del computador y detiene el golpeteo de las teclas. ─Tenemos que hablar─ menciono. Sus ojos azules plomo, se abren ante mí. Se levanta, dejando el aparato electrónico a un lado, para caminar hacia la cama. Coloco mi palma en la cama, dándole unos golpecitos, para que se siente en ella. Lo hace, quedando a un lado de mí. Juega con sus manos, pareciendo nerviosa. ─¿Alfredo te volvió a golpear, él te hizo eso, cierto? Supe que... Sonia había hablado con él, sobre algo... que provocó más furia en él... Kimberly ¿Estás bien?─ Pregunto sin poder ordenar mis dudas y palabras. Sus ojos impactan con los míos y su labio inferior titila. ─Yo... me estoy separando de él. Ya no volverá a tocarme, te lo prometo. Puse también una orden de alejamiento y lo demandé por abuso doméstico... solo, que no ha aparecido. Sonia... ella, supo qué decirle y cómo colocarlo borracho hasta que olvidara cómo caminar, solo que, no olvidó cómo golpearme─ sus ojos se humedecen cada que las palabras van saliendo, dolientes. La abrazo desde su costado, sintiendo su cuerpo vibrar por los sollozos. Acaricio su cabello oscuro, para tratar de que mi contacto sea tranquilizador. El enojo en mi cuerpo y la rabia, crecen por verla tan destrozada y perturbada. ─Todo estará bien, te lo prometo─ menciono, sintiendo cómo asiente y aspira su constipación. De repente, la puerta se abre, dándole paso a Alejandro. Ella se separa, dándome una sonrisa, mientras limpia rápidamente sus lágrimas. Toma la taza de la gelatina y se baja de la cama para caminar hacia Alejandro, quien en sus manos trae varias bolsas. ─Más te vale que en esas bolsas haya comida de la buena─ dice, pasando por un lado de él, para salir. Alejandro coloca las bolsas en mis pies, para abrirlas. ─Contrabandeando comida en un hospital, quien diría eso de Alejandro Salvatore─ murmuro con una sonrisa. ─Bueno, mi prometida estaba sufriendo, tenía que socorrer a eso─ acota. Haciéndome sentir afortunada, una vez más. ** Siento sus manos tomar mi tobillo, erizando mi piel y provocando en mis labios el suavizar de un suspiro. Observo cómo coloca el zapato en mi pie, para mirarme desde abajo. Aprieto mis manos en la sábana al sentir la oleada poderosa de sus luceros azules, que ahora se denotan tristes. Él hace ademán de levantarse, dándome el placer de tomar su rostro con mis manos, acunándolo. Detallo su rostro, acariciando su piel, suave y áspera por su barba de días que recubre su mandíbula. ─No te eches la culpa de nada─ musito cerca de sus labios. Su rostro se vuelve un impacto cuando escucha mis palabras. Su ceño se frunce con duda. Sus manos toman las mías, despegándolas de su rostro. Rechazando mi orden. ─Es una locura que digas eso, cuando, todo ha sido mi maldita culpa ¿No crees que me mortifica el hecho de que estés así de lastimada y casi te pierdo? Joder, todos los días tengo pesadillas de no volver a verte... por mi culpa─ suelta, apartándose de mí. Muerdo mi labio inferior, bajando con lentitud de la cama, mi cuerpo se siente sin fuerza, sosteniéndome de la cama. ─Tú no me hiciste esto, Alejandro, fue ella ¡Entiéndelo!─ Exclamo, provocando que su cuerpo gire para mí y sus ojos oscurecidos se posen en los míos. Es como ver al ángel ser besado por la oscuridad. ─¡No pude evitarlo! ¡No pude evitar ni una mierda!─ Grita, apretando sus manos que tiemblan al igual que su cuerpo. Mi corazón se achica, al ver cómo está sufriendo. ─Deja de pensar en eso, Alejandro por fa... ─Ella te dijo todo, ¿es así? ¿Te dijo también que yo no quería la muerte de ese bebé? Pensé que todo era una farsa como todas las que me acostumbraba a escuchar con Lisa... yo... no quería. Mierda─ sus ojos se aprietan y sus manos sostienen su cabello alborotándolo. Está luchando con sus pensamientos, con la oscuridad. Trato de acercarme a él, a pasos lentos, sintiendo cómo mi cuerpo duele con cada paso. Llego a él, sosteniéndome del cuello de su camisa. Su mirada baja a la mía. ─Hiciste o no hiciste, dijiste o no dijiste... a la mierda todo eso. Me importa es el ahora, y que estés aquí conmigo. Decidiste que yo tomara el camino junto a ti, mira, ahora seré tuya en cuerpo y alma...─ levanto mi mano, enseñándole el anillo que me ha dado, brillando en mi dedo anular─... soy tuya porque te acepto tal y como eres y porque tu pasado es mío ahora... mío. Y haré que te olvides de él, porque solo eso podrá traer oscuridad a nuestro presente. Trago con dificultad, viendo cómo una lágrima se desliza en su mejilla y cómo sus ojos brillan ante la humedad de la tristeza y la libertad. Jalo la tela de su camisa, para atraer su cuerpo al mío, y tomar sus labios con los míos, besándolos, borrando todo lo malo. Besando todos sus miedos, el sabor amargo pasa a uno muy dulce. Me sobresalto, al escuchar la puerta abrirse detrás de nosotros. Encontrándome con la mirada furiosa de mi padre. ─Ahora te quieres robar a mi hija, sin pedirme la mano a mí ¿Sabes que todavía tiene padre?─ Menciona mi viejo, pasando a pisotones a la habitación. Alejandro me sostiene desde la espalda, colocando su brazo en mi espalda baja. ─Señor, disculpe. Pero, creí haberle comentado, solo que... ese día a penas nos habíamos conocido─ comenta Alejandro. Miro de soslayo su perfil. ¿Hace tanto lo tenía planeado? Mi padre resopla, suavizándose las sienes. Mi madre entra detrás de él, con el golpeteo de sus tacones en el piso. Colocando sus manos en los hombros de mi padre. ─Tú tampoco le pediste la mano a mi padre, descarado. Deja a los niños ser, se aman, eso es lo importante─ replica, haciendo que mi padre suelte una carcajada, negando con la cabeza. Siento cómo Alejandro acaricia mi espalda con sutileza, llevándome a sonreír por lo bajito. ─Es que, hubieras visto la cara de asustado que ha puesto─ suelta mi padre. Mi madre, le da un golpe con su bolso en el brazo, provocando que él se aparte. ─Vamos a casa, tus amigos están esperándote para comer─ informa mi madre, acunando mi rostro para besar mi coronilla. ─Estás preciosa y fuerte─ añade, llevando un mechón de mi cabello detrás de mi oreja. ** Corto el pastel con mi tenedor, tomando otro trozo de él mientras escucho a Anna hablar sobre el factor de sensualidad de una tanga. ─No, me gusta más una chica que no lleve nada debajo─ comenta en replica Daniel. Llevo mi mirada de sorpresa a él. ─Eres hombre, todo lo que se mueva seguro te lo comes─ dice Anna, cruzando sus brazos, molesta. ─No todo─ suelta, comiendo un trozo de pastel. Anna abre la boca ofendida, sin decir nada. Suelto una carcajada, que detengo de inmediato al sentir una punzada en mis costados. ─¿Estás bien?─ Inquiere Daniel con preocupación. Asiento con mi cabeza. ─Iré por un poco más de pastel─ menciono. ─Puedo ir yo─ Anna se levanta, tomando mi plato con rapidez. Pero antes, le da una mirada letal a Daniel. ─Está loca, esa amiga tuya─ menciona bajito, acariciándome la mano. Esbozo una sonrisa. ─Felicidades por tu compromiso, me alegré al saberlo─ toma la copa con licor espumoso para elevarlo y tomar de un sorbo el líquido. Bajo mi mirada al anillo y luego la llevo a donde está Alejandro. Hablando animadamente con mi padre. Gira su rostro, encontrándose con mi observación para sonreírme. Un Dios griego ha domado mi corazón, pienso, suspirando. ─Gracias, Daniel─ digo finalmente. Alejandro camina hacia mí, para tomar mi mano y llevarme al medio de la sala, mientras la voz y la melodía de Aerosmith suenan rodeándonos, provocando que nuestros cuerpos se muevan con inercia y nuestras respiraciones se acoplen en una danza llena de deseo. Elevo mis pupilas encontrándome con las suyas, observándome con una intensa sensación. Pega la punta de su nariz con la mía. Mientras nos movemos con lentitud, en medio de la sala. ─Cuánto deseé este momento, ni te imaginas... hasta le puse nombres a las estrellas porque mi cordura te exclamaba─ murmura, rozando sus labios con los míos. Respiro con dificultad, sintiendo cómo mis ojos se escuecen. Sus manos acarician mi espalda baja, suavizando el área. Aprieto mis labios ante la sensación de su tacto de nuevo avivando el mío. ─Que estrellas tan afortunadas─ menciono. Sus comisuras se elevan, pareciendo una cometa pasar mis ojos, algo magnifico, en una sonrisa. Sus labios besan los míos, con dulzura y retención de su deseo por comerme la boca con lujuria. Poder retener nuestros deseos, elaboran en nosotros una demolición estrambótica que podría embarazar a una monja. El calor llega a mi piel, sofocándome. Dejo salir un suspiro cuando sus labios se separan, jadeando, nos miramos. ─Todos nos están observando─ musita sonriendo. Miro de soslayo a mis padres y resto de amistades en la sala de la casa, mirándonos con atención. A los dos enamorados que bailan sin música en medio de la sala. ** Los días pasan con premura, al mismo tiempo que mi recuperación. Digamos que ya puedo atarme los zapatos por mí misma. Y Alejandro odia eso en estos momentos. Mis ojos lo ven pasar por el marco de la puerta de cuarto, usando una camisa blanca junto con su pantalón de traje. Todo ajustado a su escultural y maldito cuerpo. Se detiene, cuando termino de anudar mis tacones color crema. Alisando mi vestido de seda rosa, me levanto. ─Pareces preocupado─ menciono, caminando hacia el espejo. ─Lo estoy─ dice, entrando al cuarto para colocarse detrás de mí. Sus manos bajan por mis brazos, mientras mis ojos observan mi figura enfundada con el delicado vestido que cubre lo que queda de moretones en mi piel. ─¿Por qué?─ Inquiero girando mi cuerpo para encontrarme con sus labios apretados en una línea recta. Elevo mi mano para pasar mi pulgar por su labio inferior, bajándolo. Mis sentidos saltan chispas ante ese gesto sugestivo. ─Luces... no puedo describir cuán hermosa te ves. No consigo palabras para eso─ dice, haciéndome sonreír. ─Buena esa, Salvatore. Desviando el tema como siempre─ ruedo mis ojos, girando de nuevo mi cuerpo para retocar mi labial. Sus manos de repente, bajan hasta el dobladillo del vestido hasta llegar a la piel desnuda de mis muslos. Subiéndolas de nuevo junto con el vestido, hasta tocar la tela de mi braga. Detengo mis pupilas en el reflejo de Alejandro mordiéndose el labio con una mirada excitante en mi reflejo en el espejo. Maldición. Trago con dificultad, provocando que el labial se resbale de mi mano, cayendo en un golpe seco hacia el suelo. Parpadeo, sin dejar de ver sus ojos oscurecidos de deseo. ─Estoy preocupado porque te quiero coger duro y fuerte, y siento que te podría hacer daño ya que se me está haciendo imposible aguantarme más... y ahora caminas con descaro en tus tacones y ese vestido casi transparente y corto─ gruñe entre dientes. Pasando sus manos por debajo de la tela de mi braga. ─Eres tan suave y caliente, Katherina... me estás matando─ murmura en mi cuello, acercando su cuerpo a mi espalda, para sentir la dureza de su m*****o golpear mi trasero. Mi sangre pide clemencia, clemencia por tenerle dentro. ─¿Y por qué te retienes?─ Inquiero mientras mis muslos se contraen. Observo su entrecejo fruncido en el reflejo. Para luego despegar sus manos de mí, bajando mi vestido. Carraspea, alejándose de mí. ─No te quiero lastimar─ suelta finalmente, con la mirada en el piso. Esbozo una sonrisa sin humor alguno, para imponerme ante él. Tomo su rostro con mis manos, para besarlo, besarle el alma, es mi pecado favorito. ─Si me tocas, no me lastimas. Al contrario, si no lo haces, podrías hacerme mucho daño─ murmuro en sus labios. Sus manos rozan mi espalda baja, para apretar mi trasero. ─Te gusta jugar con el fuego, sabiendo que te quemarás─ gruñe, dejando salir una bocanada de aire. Llevo un mechón de su cabello azabache hacia atrás, para sonreírle. ─Si en el infierno estás tú, con gusto podría quemarme─ acoto. Sus comisuras se alzan de manera sublime, como si su mente hubiera proyectado aquella idea descabellada y aun así le hubiera parecido bien. Apoya su frente de la mía, para dejar su aliento palpar la piel de mis labios. ─¿Lista para ver tu regalo de cumpleaños? Creo que si puedes usar tacones, podrás con este regalo─ menciona de repente. Abro la boca cuando mi mente se imagina miles de pensamientos solo para adultos. ─Calma esa mentecilla, Capuleto─ advierte con gracia. Mis mejillas se sienten arder. Él toma mi mano, para llevarnos fuera del cuarto, y caminar hacia la salida del departamento. Mi mente divaga en pensamientos que no llegan a concluir con lo que tiene entre manos Salvatore. Mientras que su sonrisa, me lleva a desviar mis pensamientos a un lugar salvaje. Al bajar por el ascensor, él me pide que cierre los ojos. Llevándome a la oscuridad guiándome por lo que parece ser el estacionamiento, por el sonido hueco y los cauchos rechinando, junto al olor a gasolina y aceite. El resonar de mis tacones se detiene cuando sus manos se apoyan en mi cadera para inmovilizarme. Mi corazón de repente, comienza a latir lleno de curiosidad. ─Dios, tu piel está tan caliente─ murmura Alejandro en mi cuello, dejando un beso para erizarme la piel. Dejo salir un gemido ahogado apretando mis labios. ─Idiota─ farfullo, frustrada. Él se carcajea, llevándome a negar con mi cabeza. ─Ábrelos─ ordena finalmente, mis ojos le hacen caso. Acomodándose de nuevo a la vista luego de unos parpadeos. Arrugo mi entrecejo, al ver un auto lujoso de color azul rey al frente de nosotros, con un enorme lazo n***o. Abro la boca inesperadamente, al caer en razón. ─¿Te gustó?─ Inquiere colocándose al frente de mí. Su semblante se ha convertido en la expresión de un niño ilusionado. ─Pensé en un auto que fuera similar a tu Neon, pero no hay autos tan especiales como ese─ acota, rascándose la nuca con nerviosismo. ─Katherina ¿Si te gustó?  Es un Tesla Model S, similar al mío pero mejor. Porque puedo cambiar el color, el modelo o si quieres un... ─Me encanta─ suelto, interrumpiendo sus palabras rápidas. Pero mis palabras fueron dirigidas a él, viéndose tan hermoso y esperanzado. Como si hubiera pura luz y nada de oscuridad a su alrededor. Él deja salir un suspiro de alivio. ─También de regalo está un viaje sorpresa, donde tus dedos toquen el globo terráqueo que está en mi oficina. Ahí iremos─ menciona, caminando hacia mí. Alejandro hurga en su bolsillo, sacando una especie de llavero donde está grabado un "mía, tuyo, nuestro", junto a las llaves del auto. Mis ojos se escuecen, llevando mis manos a mi rostro. Siento sus manos en las mías, despegándolas de mi rostro. ─¿Lloras de emoción o de tristeza?─ Pregunta preocupado. El azul de sus ojos observa todo mi rostro, tratando de adivinar lo que ocurre dentro de mí. ─Felicidad─ murmuro. Sus labios de repente, y sin aviso. Arremeten contra los míos, siendo posesivos, efusivos y muy lujuriosos. Me demuestran el hambre que tiene, y soy capaz de saciarla. ─Vamos. Daremos un paseo, señorita Capuleto─ menciona, tomando mi mano para abrirme la puerta del conductor. Le miro algo sorprendida. ─Es tu regalo, y supuse que lo quieres conducir─ explica. Llevándome a morder mi labio inferior para asentir. Sintiendo el olor a auto nuevo y la sensación del cuero del volante en mis manos, podrían jurar un orgasmo. Le doy una mirada a su observación, para encender el motor y escuchar cómo ruge cuando piso el acelerador. Bien, ahí se viene el orgasmo. ─En el GPS está la dirección─ anuncia Alejandro con una sonrisa satisfactoria, mientras se coloca el cinturón. Saco el auto del estacionamiento, acelerándolo, para sentir la velocidad. ─Oh, calma. Katherina, no estamos en una pista de carrera... joder, no sabía que te gustaba correr y de paso, que lo haces bien─ pide, sosteniéndose del tablero, cuando giro con la velocidad. Dejo salir una carcajada, ante su cara de susto. Para bajar la velocidad. ─Hay muchas cosas que no sabes de mí, Salvatore─ pronuncio, dándole una mirada de soslayo.  ─Claro como de que eres una corredora profesional... podríamos algún día competir en mi pista ¿Te apetece?─ Inquiere, direcciono mis pupilas a sus ojos azules. Que mi miran con ánimos. ─Será un placer─ menciono, acelerando luego de que el semáforo se colocó en verde. ─Mierda, en qué me metí─ murmura, dejando salir una carcajada. Mi vista en estos momentos en un maldito poema, si no fuera que estuviera manejando, seguramente este auto estuviera bendecido.

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